¿Una «nueva era»? Así maniobran China y Rusia para imponer otro orden mundial
Occidente no puede ignorar las aspiraciones de dos tercios de la población mundial, que se han convertido en una parte próspera del panorama mundial
La globalización, como proceso económico, se considera un fenómeno definitorio de nuestro tiempo. El desarrollo de los medios de comunicación y la tecnología moderna permite una gran conectividad cuyo resultado es la disposición de una gran cantidad de información que determinan conductas que no siempre se apoyan en el conocimiento. El fenómeno globalizador trae nuevos desafíos a la agenda de los gobiernos, las ONG, los mercados y las empresas. En este sentido, el proceso mutante de la globalización aporta nuevos factores que modifican el contexto geopolítico.
Durante los últimos dos años, las cadenas de suministros se han visto sometidas continuamente a la influencia directa y desmesurada de las relaciones políticas internacionales. Hechos como la catastrófica demora en dar la alerta sanitaria de la covid-19, el retraso letal en la respuesta de las autoridades de los principales países como Estados Unidos, Brasil y el Reino Unido al contagio, la escasez de chips en un sector y el exceso en otro, la inflación mundial de los precios de los alimentos y las crisis energéticas han tenido un factor en común: la dinámica del poder geopolítico.
El contexto internacional contemporáneo muestra su perfil más anárquico. En lugar de un «orden» se percibe la conjunción descontrolada de eventos disruptivos, incluidos conflictos políticos internos e interestatales en Occidente, crecientes tensiones internas en el mundo no occidental, un notorio desprecio por las democracias, que se advierten como conflictivas e indecisas, la guerra de Ucrania o la cuestión de Taiwán. Todo ello ha sacudido el hasta ahora «orden mundial», quizás de manera irreversible. Esta circunstancia tendrá progresivamente un efecto de gran alcance en las redes de la cadena de suministro global.
Orden y caos
Históricamente, la seguridad y la estabilidad han sido los cimientos que sustentaron el marco político posibilitador del comercio internacional. Ambos tienen que coexistir; la seguridad debe ser otorgada por las potencias militares, ya que la estabilidad surgirá de la cooperación entre comerciantes, intermediarios y otros participantes.
En el siglo XIX, el Reino Unido, con la ayuda de la conectividad proporcionada por las tecnologías de generación de energía de la Revolución Industrial aplicadas a los medios de transporte, logró por sí mismo e influyó en la integración económica mundial en las décadas anteriores al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Los ‘pecados’ del Imperio Británico están bien documentados, su imposición de instituciones políticas, legales y financieras sobre, aproximadamente, una cuarta parte de la población mundial creó un marco que permitió, por primera vez en la Historia, los flujos transfronterizos de capital y el funcionamiento de mercados libres.
Como se sabe, nada dura para siempre: la caída del Imperio Británico después de las dos Guerras Mundiales marcó el final de un orden mundial que permitió la libre circulación de bienes, mano de obra y capital en todo el mundo. Esta fue la primera ola de globalización, que elevó la participación de las exportaciones en el PIB mundial a alrededor del 15%. La desaparición del mundo liderado por Gran Bretaña dio paso a un nuevo orden mundial basado en valores liberales, el anticolonialismo y el deseo de las naciones de reconstrucción y autosuficiencia, con Estados Unidos como guía y cuya vigencia perduró durante casi 80 años.
¿Un nuevo orden mundial?
Henry Kissinger articuló la visión del «orden mundial» como: «Un orden cooperativo inexorablemente en expansión, de estados que observan reglas y normas comunes, abrazando liberalismos, sistemas económicos, renunciando a la conquista territorial, respetando la soberanía nacional y adoptando sistemas de gobierno participativos y democráticos».
Esta fue la primera vez en la historia de la humanidad que se creó y gestionó un orden mundial basado en el consenso. Benefició no solo a sus principales promotores, Estados Unidos y sus aliados democráticos, sino que también acabó incluyendo a los dos grandes imperios de antaño, el ruso y el chino. Su vigencia fue de más de siete décadas, asegurando una era de relativa calma y de estabilidad macroeconómica conocida como «great moderation». Esta situación facilitó la tercera y cuarta ola de globalización, impulsada por los avances en las telecomunicaciones y la tecnología del transporte, que aumentaron la conectividad humana.
Los primeros síntomas de grietas en la «great moderation» aparecieron hace unos años, con la imposición de nuevos aranceles a China. Pero las sinergias subyacentes para ello se habían estado acumulando durante más de una década. El crecimiento de las exportaciones de China, cuyo impacto en el sistema venía acumulándose desde su ingreso en la WTO, en 2001, no solo desplazó a Estados Unidos como el principal fabricante mundial en términos de producción, sino que también se comenzaron a reconfigurar las cadenas de suministro global. El liderazgo adquirido por China no desafió a los abanderados del orden mundial, ya que inundó sus mercados con buenos productos, más baratos y más rápidos.
La iniciativa «belt and road», la resurrección de la antigua Ruta de la Seda, consistente en una red de ferrocarriles, puertos y proyectos de infraestructura que se extienden desde China hasta Europa y África, constituye una proyección de sus ambiciones geopolíticas. La pandemia de la covid-19 desató una gran necesidad mundial de medicamentos y artículos esenciales que, junto con la expansión monetaria desatada por las economías occidentales, provocaron que Beijing aumentara sus exportaciones en dos dígitos porcentuales durante la mayor parte de 2020 y 2021. Actualmente, el impulso de crecimiento muestra signos de desaceleración, en gran parte, debido a su estricta política de cero covid.
Un desorden
El actual ‘desorden’ mundial se trata de explicar desde diversas teorías. La pandemia de covid-19 parece haber servido de catalizador de las tendencias revanchistas entre las principales potencias. Tiene que haber una causa para que la invasión rusa de Ucrania o el reclamo amenazante de China sobre Taiwán hayan llegado a un punto de ebullición tras una situación catastrófica.
Apenas dos semanas antes de la invasión rusa de Ucrania, el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladimir Putin, emitieron una declaración conjunta en la que preconizaban el advenimiento de una «nueva era» que estaría en desacuerdo con el orden mundial actual en aspectos tales como los derechos humanos, la soberanía de Taiwán y, curiosamente, un escenario en el que se negaba el liderazgo de Estados Unidos. A la vista de este espacio anárquico, las principales economías del mundo han comenzado a reconsiderar los acuerdos y prácticas que protegen sus intereses, algo que tendrá consecuencias en la gestión del sistema global de las cadenas de suministro.
Todo ello ha llevado a la activación de novedosos alineamientos como el Quad, una alianza no formal entre Estados Unidos, Australia, India y Japón, que se ha realineado más en respuesta a las recientes afirmaciones de China. La I2U2, una nueva agrupación cuadrilátera que incluye a India, Israel, los Emiratos Árabes Unidos y los Estados Unidos. En mayo de 2022, el presidente Biden lanzó el Marco Económico del Indo-Pacífico (IPEF) que incluye a Australia, Brunei, Fiji, India, Indonesia, Japón, Corea del Sur, Singapur, Tailandia, Vietnam y otros países de la región, con el objetivo de impulsar la cooperación económica. Biden firmó, en agosto de 2022, la Inflation Reduction Act (IRA), lo que ha provocado un escenario de competición económica entre EEUU y Europa en plena guerra de Ucrania.
Mediante estas relaciones conspicuas en su exclusión de Rusia y China, se está conformando una respuesta a la creciente polarización geopolítica. Por su parte, China impulsó la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) y una Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) de 10 miembros, que excluye a Estados Unidos.
Tras la invasión rusa de Ucrania, el Kremlin tiene menos aliados que al comienzo de la guerra, excepto los estados ‘proscritos’ de Irán, Siria, Serbia y Corea del Norte. Aliados tradicionales como China, India y Brasil han ido adaptando su tono a la errática acción militar rusa. No obstante, los compromisos económicos de Rusia se han fortalecido con países de Asia y Medio Oriente.
La visita del presidente iraní Ebrahim Raisi a Beijing y su reunión cara a cara con su homólogo Xi Jinping es un hito innovador en más de un sentido. El sello ceremonial de la asociación estratégica integral Irán-China marca una tendencia evolutiva clave en la construcción de la multipolaridad: dos soberanos, ambos también vinculados por asociaciones estratégicas con Rusia, imprimiendo a sus audiencias nacionales y también al Sur Global su visión de un mundo más equitativo, justo y sostenible para el siglo XXI, que prescinde de los dictados occidentales.
Las visiones estratégicas anunciadas este año por las dos naciones principales que describen la idea de cada potencia sobre su concepción del orden mundial es otro preocupante factor que profundiza la crisis geopolítica mundial.
La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, publicada en octubre pasado, impone estrictas restricciones a la transferencia de tecnología de semiconductores a China, con el objetivo de contener la capacidad de este último para desarrollar cualquier ventaja tecnológica significativa en áreas como la inteligencia artificial y la robótica. Esta fue la mayor medida tomada hasta ahora por Estados Unidos contra la industria tecnológica de China.
Por su parte, el presidente Xi Jinping presentó, en el Foro de Boao, en abril de 2022, la visión china de la seguridad mundial bajo el título de Global Security Initiation (GSI). Una de las bases del GSI es el principio de «seguridad indivisible» donde se establece que la seguridad de cualquier el estado es inseparable de otros en su región. El concepto fue producto de la distensión de la Guerra Fría en la década de 1970 y se utilizó para facilitar las relaciones Este-Oeste. Pero la idea ganó notoriedad este año cuando Putin la usó para justificar su campaña en Ucrania.
Lo más importante a destacar en el contexto geopolítico actual es que, por primera vez, China y Rusia presentaron su visión del mundo, que otorga un alto valor a la seguridad, pero deja fuera de la ecuación el respeto a los derechos humanos y la restricción del empleo de la fuerza.
El orden mundial se presenta con tres vectores diferentes. Uno dirigido por Estados Unidos, sus aliados y otras fuerzas liberales. El segundo, liderado por China con sus aliados y socios estratégicos, incluida Rusia, que ven y tratan los intereses económicos y los derechos políticos como dos entidades mutuamente excluyentes. Y el tercero, un tercer mundo en constante guerra consigo mismo, atrapado entre fuerzas que compiten, muy parecido a la era de la Guerra Fría.
Implicaciones para el comercio mundial
Si bien es demasiado pronto para decir cuál de esos tres vectores prevalecerá en el orden mundial emergente y cómo afectarán a las cadenas de suministro globales y a los profesionales que las administran, ya se está pagando un alto precio por la inestabilidad y la volatilidad estratégica. El coste en vidas humanas es alto: además de los millones que murieron durante la pandemia, se estima que más de 200.000 personas, incluidos soldados y civiles, han resultado muertas o heridas hasta ahora en la guerra de Ucrania, sin un final a la vista. Más allá del coste humano, al estar Rusia y Ucrania entre los mayores exportadores de petróleo, fertilizantes y alimentos del mundo, la guerra ha provocado el incremento del precio de los alimentos y de la energía en un mundo, que se tambalea por la inflación. El intento de China de fortalecer a un patógeno astuto en forma de covid-19 continúa ralentizando la fabricación de automóviles y productos electrónicos de consumo.
Que el ‘desordenado’ orden mundial no sea una sorpresa es deseable. Sin embargo, lo que no debería sorprender es la incapacidad de las mayores potencias económicas del Globo para contener no solo las crisis económicas, sino también las crecientes tendencias populistas, autoritarias y proteccionistas en todo el mundo.
El FMI y Moody’s pronostican un panorama aún más sombrío que el estimado previamente al anunciar que:
- En el nuevo orden mundial, los países se alinearán sobre la base de intereses políticos. Eso, a su vez, significa que los flujos comerciales tanto públicos como privados estarán impulsados por intereses geopolíticos.
- El autor británico John Elkington ideó el término triple resultado final (TBL) a mediados de los 90 para instar a los líderes a repensar el capitalismo. Los gobiernos y las corporaciones necesitan pasar de un pensamiento económico de resultado final único, claramente centrado en las ganancias, a un pensamiento de resultado final triple, que implica considerar tres líneas de fondo distintas centradas en las ganancias, las personas y el planeta.
- Utilizar el mismo paradigma para nuestras cadenas de suministro, un enfoque triple, significa adoptar la agilidad, la resiliencia y la sostenibilidad como entregables claves junto con las prácticas de costo y velocidad impulsadas por el mercado. Hable con cualquier ejecutivo de la cadena de suministro de alto nivel en una de las empresas líderes en el mundo, y ya le gustará saber que las estrategias TBL se están implementando en sus organizaciones, incluso si ese lenguaje no se usa explícitamente.
- El concepto también se puede aplicar a nivel de gestión de la cadena de suministro global, donde los puntos de desacoplamiento se pueden usar para conectar diferentes redes de cadena de suministro regionalizadas y centradas en el cliente. En caso de crisis, un desacoplamiento puede redirigir rápidamente la producción y el abastecimiento a otros centros.
- Los planificadores de la cadena de suministro deberán tener presente que los desarrollos geopolíticos proporcionan una sólida referencia de los riesgos que afectan la cadena de suministro global. Los ejecutivos de la cadena de suministro deberán tener muy presente el contexto geopolítico en busca de tendencias e indicios disruptivos, como el aumento del populismo o del autoritarismo, prácticas corruptas, explotación de recursos naturales, abusos de los derechos humanos o las prácticas ilícitas de un autócrata para ampliar su mandato.
Finalmente, las naciones occidentales, sus aliados y socios estratégicos deben asegurarse de no discriminar a las potencias del otro lado de la Historia, que se sienten constreñidas por el orden mundial actual. Occidente no puede ignorar las aspiraciones de dos tercios de la población mundial que se han convertido en una parte próspera del panorama económico mundial.
Enrique Fojón, coronel de Infantería de Marina (retirado) y analista de seguridad internacional del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.