THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Borja Lasheras: «Lo que está haciendo Rusia son prácticas estalinistas»

El experto en política internacional habla con David Mejía sobre su trayectoria profesional y el pasado, presente y futuro de Ucrania.

Borja Lasheras (San Sebastián, 1981) es Asesor Especial para Ucrania del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE). Entre 2018 y 2021 fue asesor de política internacional y seguridad en Moncloa. Ha sido director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) y anteriormente trabajó con la OSCE en los Balcanes (Bosnia y Albania). Es autor de Estación Ucrania (Libros del KO, 2022)

PREGUNTA.- Veo que llevas un pin en la solapa.

RESPUESTA.- El Ministerio de Defensa me condecoró con la Cruz de la Orden del Mérito Civil. Nunca me acuerdo del nombre exacto que tiene esta condecoración, pero fue en reconocimiento por mi trabajo en Seguridad Nacional.

P.- Comenzaste a trabajar en Seguridad Nacional en 2018.

R.- Así es. Luego ya pasé al departamento internacional de Presidencia del Gobierno, en la recta final del Gobierno de Rajoy y los primeros meses del Gobierno de Sánchez.

P.- ¿Cuánto se puede contar de lo que uno hace en un departamento de Seguridad Nacional?

R.- Nada (ríe). Los amigos siempre te asocian al espionaje, y obviamente no eres ningún espía. Sí se puede contar que a España, por razones históricas, le ha faltado profundidad estratégica. ¿Cuáles son los intereses nacionales? Esto se empezó a corregir un poco gracias a los consensos entre el PP y el PSOE.

P.- Se dice que Felipe González y José María Aznar tenían una política exterior distinta, pero tenían política exterior, a diferencia de quienes vinieron después.

R.- En los años de González se llevó a cabo nuestra entrada en la Unión Europea y se celebró el referéndum de permanencia en la OTAN. A principios de los 90 era habitual, por ejemplo, que el embajador español en la OTAN jugara al tenis con primeros cargos de la administración estadounidense. Hubo una especie de liderazgo internacional que luego continuó Aznar en su primer mandato. Aznar ambiciona esta idea de crear una relación especial con Estados Unidos y lo consigue en parte con George W. Bush, pero a costa de una enorme crisis doméstica por la guerra de Irak y el distanciamiento con otros líderes europeos. Y en el fondo, el problema es la generación de élites. En España hemos generado clases profesionales, pero no hemos renovado nuestras élites políticas. En los años 80 y 90 había un proyecto político muy claro, que era relanzar a España en Europa y en la OTAN. Se consiguió y, de alguna manera, ese proyecto se agotó. ¿Y a partir de ahí, que? Por eso siempre hablo de la responsabilidad de las élites políticas en un país como el nuestro, que cuenta en el mundo más de lo que pensamos. Por otro lado, hay mantras de la política exterior que yo creo que hay que cuestionar.

P.- Danos algún ejemplo de esos mantras.

R.- Cuando hablo de intereses nacionales, me refiero a Europa. ¿Qué quiere usted de Europa? ¿Más integración o una integración selectiva? ¿Más integración financiera? O a lo mejor nos interesa algo intermedio, en lo cual España cuente mucho y que haya determinadas áreas que se federalicen. Europa es un proyecto político discutido y discutible en el sentido positivo. Por otra parte, la paz no es un estado natural, sino un estado por el que hay que luchar. España todavía va buscando su lugar en esas nuevas corrientes, y tenemos determinados estamentos funcionariales que se agarran a estos mantras porque, entre otras cosas, les dan seguridad. Muchos diplomáticos tienen una proyección de cero riesgo, pero un líder político tiene que correr riesgos y apostar duro para conseguir objetivos.

P.- ¿De dónde viene tu interés por la política internacional?

R.- Creo que se remonta a cuando era adolescente en San Sebastián. Por una parte, teníamos a ETA y, por otra, los movimientos contra ETA. Pocos años después, llegó la guerra de Bosnia. Me preguntaba cómo podían pasar estas barbaridades. Originariamente, era un interés muy ingenuo por tener justicia internacional. Yo estudié Derecho internacional. Siempre recordaré que mi padre me decía: «Bueno hijo, esta vocación tuya me preocupa un poco, porque ahí pesan mucho los intereses y hay poca ética». Mi padre tenía bastante razón, pero no toda. Y en ese espacio del «no toda» es donde he intentado trabajar estos últimos años. Fui a Estados Unidos, estudié un Master en Derecho en Harvard. Era la etapa de los bleeding hearts demócratas, que estaban dispuestos a cambiar el mundo, pero toda mi clase estaba ya pensando en participar en las ferias de trabajo para conseguir un puesto en un despacho de abogados de Nueva York. Me fui literalmente ‘fumando’ todas esas ferias con la idea de encontrar algo en política internacional, pero sin saber muy bien lo que quería. Volví a España y me fui abriendo camino, hasta incorporarme a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Y de ese modo, llegué a los Balcanes.

P.-¿Por qué te interesaban los Balcanes y cuánto tiempo estuviste allí?

R.- Te lo puedo pintar de un modo un poco idealista. Estamos hablando del año 2009-2010, yo tenía 27 años o así, y trabajaba como asesor en la Embajada de España ante la OSCE. Soy muy aristotélico y creo que las grandes ideas están en los proyectos concretos. En este caso, la clave era saber cómo estaba Bosnia después de la guerra y para ello necesitaba adquirir experiencia en el terreno. Salieron una serie de puestos, me presenté a las pruebas para Bosnia y me dieron un puesto en una oficina. Algunos decían que aquello era un agujero. Mi predecesor, que era también español, me decía: «Cuidado con el río Drina, que atraviesa esa zona y te puede atravesar a ti». Él estuvo seis meses y se fue por ansiedad. Yo estuve dos años en esa oficina, en el este de Bosnia, la zona étnicamente limpiada. La población local pensaba que yo era un espía de la OTAN. Después estuve en Albania. En total, estuve casi cuatro años en los Balcanes.

Foto: Carmen Suárez

P.- Tras esa experiencia escribes tu primer libro.

R.- El libro es Bosnia en el limbo: testimonios del río Drina. Es una historia que tiene un comienzo y un final. Yo vuelvo a España en 2013, tras casi cuatro años en Balcanes y el choque cultural, social y existencial fue bastante importante. Además, venía de una ruptura personal. Como tenía síndrome de Estocolmo, pese a contar con un nuevo trabajo aquí, en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, seguía con la mente en Bosnia, queriendo volver. Ya empezaban a pasar cosas en Ucrania. El libro cuenta mi periodo en Bosnia, dando mucho protagonismo a los bosnios. No pretendo fomentar este mantra de un país en guerra o la tristeza del genocidio, sino también otros aspectos, como las noches de marcha en Sarajevo o los primeros movimientos LGTBI en Bosnia. Mi interés era explicar lo que viene después de la guerra: ese mundo que es olvidado cuando la CNN se va del país. Y todo en torno al río Drina, que es un río mítico, precioso y con una historia terrible.

P.- Gracias a esa experiencia profesional, vives con más cercanía la revolución del Maidán (2013-2014), que derrocó a Víktor Yanukóvich, líder prorruso del Partido de las Regiones, y también conoces de cerca la guerra del Dombás (2014), que enfrentó al gobierno de Ucrania con las fuerzas separatistas prorrusas

R.- Aterrizo en Ucrania justo después del Maidán y justo después del comienzo de la guerra en el Este y la anexión de Crimea. Y llego interesado, pero sin unas ideas muy claras. De hecho, como yo estaba todavía embelesado por Bosnia y por los Balcanes, y una parte de mí quería estar ahí, casi veía Ucrania como una distracción de la atención internacional. Mi idea era relanzar la atención a los Balcanes. Como te decía, el mío era un síndrome de Estocolmo pasivo-agresivo. Aterricé con la mente bastante en blanco, pero era evidente lo que estaba pasando para cualquiera que conozca la lógica rusa en el Este de Europa. Y me dio por explicarlo en la prensa.

P.- ¿Te sorprende la escasa importancia mediática que se le dio, en su momento, a la guerra del Dombás?

R.- Efectivamente, no recibió toda la atención que merecería. Después de la anexión de Crimea, algunos decíamos: «Esto no va a acabar aquí. No solo va sobre Crimea, sino que es un plan de conquista prolongado». Y de hecho, Putin no avanzó más entonces porque los ucranianos resistieron. Una de sus ideas era la partición de Ucrania y que todo el sur fuera ruso, pero la gente no les apoyó y se encontró con una fuerte resistencia. Los ucranianos frenaron a los rusos. Visto en perspectiva, tendríamos que haber sido mucho más contundentes a la hora de ayudarles.

P.- Muchos sostenían que estos territorios eran históricamente rusos.

R.- Esto de que Crimea siempre fue rusa forma parte de la narrativa imperialista rusa. Evidentemente, no es verdad. Es una realidad mucho más complicada. Por otro lado, el tema no recibe atención internacional por varias razones. La administración Obama no está interesada. Obama acaba de salir de Siria. La suya era una administración que miraba al Pacífico, algo que Biden intenta continuar, hasta que se encuentra con la tragedia histórica de la invasión de 2022. El avance ruso no se pudo contener con esta mezcla de incentivos que tiene que ver con el comercio alemán, Gazprom y el Nord Stream 2. Tras la anexión de Crimea se aplicaron sanciones, no tan pequeñas como ha dicho la gente, pero no todo lo contundentes que podían haber sido. Luego vino la retirada de Afganistán y eso le terminó de confirmar a Putin que podía hacer lo que está haciendo. Habría que haber armado Ucrania desde 2014. Habría que haber puesto sanciones muchísimo más duras y roto estos vínculos energéticos. Ahora, en menos de un año, hemos reducido al mínimo la dependencia energética de Rusia. Sin embargo, hay gente que nunca aprende. Esto es como si viéramos las ruinas de Varsovia en 1944 y hubiera diplomáticos diciendo: «Bueno, todavía hay un margen de negociar con Hitler».

P.- Tu segundo libro, Estación Ucrania, habla de lo que sucedió tras el conflicto.

R.- Lo que estamos viendo ahora es la tercera invasión. La primera invasión es la de Crimea, una invasión a punta de pistola. Encierran a los parlamentarios de la entonces República Autónoma de Crimea y Serguéi Aksiónov pasa a ser jefe de gobierno. En realidad, es un mafioso. En los años 90 le llamaban el ‘goblin del mundo criminal de Crimea’. Aksiónov sólo tenía cinco escaños en la cámara local -piensa en el partido más pequeño de la cámara en la Comunidad de Madrid. Luego hubo un referéndum, totalmente adulterado, y persecución de crimeos y ucranianos. El Dombás es diferente, mucho más plural. Había allí un desencanto con Kiev, típico de las relaciones centro-periferia. Rusia aprovecha esto último y envía a su gente, mercenarios voluntarios, y recluta gente local. La oposición la resuelven a tiros. Hay muchos casos de asesinato y torturas en centros de detención. Todo eso no lo vimos aquí. Más de un millón de ciudadanos del Dombás huyeron al resto de Ucrania. Hoy el Dombás no es ni Rusia ni Ucrania: es un agujero. Hay una política sistemática de reducir las ciudades ucranianas a ruinas. Quieren que los ucranianos dejen de ser ucranianos. Lo que vemos hoy es una culminación extrema de un plan de destrucción de Ucrania. No es una cuestión de territorios. Lo que está haciendo Rusia son prácticas estalinistas: deportan niños y ejecutan a los líderes civiles con la idea de decapitar la sociedad. Tienen esta visión rusa de que las sociedades son verticales. Pero Ucrania no es vertical: es horizontal y casi anarquista. Lo que están haciendo Rusia, si me apuras, es equiparable a lo que hacían los nazis, que también se llevaron a niños polacos para reeducarlos. En la entrevista que le hice al historiador y filósofo Yaroslav Hrytsak, publicada por Letras Libres, hablamos de la imposibilidad de las sociedades occidentales de ver el mal, porque aquí estamos en Madrid, protegidos por el escudo antimisiles y la OTAN. Hay mucha gente que hace lo que yo llamo oclusión cognitiva: cierra su mente igual que se obtura el objetivo de una cámara de fotos.

P.-¿Hasta qué punto, en el subconsciente colectivo de los ucranianos, pesa un pasado de opresión: El Holodomor, las purgas, etcétera?

R.- Pesa bastante. Es una sociedad muy plural. Hay unas clases profesionales, muy formadas, conectada con los flujos de la globalización. Y luego clases un poco más apáticas, que antes vivían esa ambivalencia en la relación con la Unión Soviética. Cuando llegó la independencia, muchos votaron a favor, pero se quedaron a la expectativa. Las nuevas generaciones rompen y dicen: «Oye, ¿qué es esta especie de ambivalencia? Somos ahora otra vez un país independiente». Pero incluso después de 2014, la inmensa mayoría de los ucranianos no tenían sentimientos antirusos. Ahora, las poblaciones que aquí se ven como pro-rusas son las poblaciones que están más destruidas. Y en ese sector te encuentras gente que está luchando con el ejército ucraniano y que han roto mentalmente con la idea de Rusia. Como dijo el escritor Serhiy Zhadan: «Nos hemos dado cuenta de que han venido a matarnos».

P.- Antes de febrero 2022, ¿hubo políticas anti-rusas en Ucrania?

R.- Ucrania es un país plural. Se dice que prohibieron el ruso, pero es falso. Lo que el ruso perdió es protección oficial, que es algo muy diferente. Y hay unos dictámenes de la Comisión de Venecia, reconociendo que Ucrania tenía que promover el lenguaje ucraniano. Había, por supuesto, un sector de lo que aquí llamaríamos nacionalismo ucraniano, luego hay un nacionalismo demócrata y luego está el nacionalismo radical, que no tiene presencia parlamentaria. Pero esa es la complejidad del país. Ahora Rusia está destruyendo su propio legado. Ha perdido la batalla del corazón. Pero no les importa: lo que va a hacer es transformar el ADN de los ucranianos por un proceso de reeducación estalinista. A los líderes cívicos los detienen, a algunos los ejecutan. Creen que la población debe cambiar, perder su identidad.

P.- El Gobierno ruso y sus medios afines hablan de un genocidio ruso en el Dombás.

R.- El argumento ruso es el ‘genocidio por espejo’. Es decir, la potencia agresora e imperialista acusa a la población agredida de lo mismo de lo que les van a hacer. Acuérdate del incidente de Gliwice en 1939. Los alemanes acusaron a Polonia de haber atacado a Alemania. Los nazis se disfrazaron de polacos, tomaron una antena en una población alemana limítrofe con Polonia y luego, uno o dos días después, cruzaron la frontera para invadir el país. Rusia hace este tipo de cosas. Es fascinante que hablen de genocidio en el Dombás porque ellos han controlado esta zona. Lo que habría que preguntarles es qué han hecho ellos como potencia ocupante. Pensemos en episodios como la batalla de Ilovaisk, en 2014, cuando las fuerzas ucranianas fueron derrotadas por el ejército regular ruso. Lo que ha quedado en el imaginario colectivo ucraniano es que, después de pactar un pasillo para que se retiraran, los rusos se dedicaron a dispararles. Murieron 500 o 600 ucranianos. Muchos jóvenes oficiales ucranianos aprendieron la lección y se entrenaron. Y claro, luego vienen las sorpresas. Insisto en que es fascinante que Rusia acuse de genocidio cuando ellos controlaban ese territorio. Toda esa zona, sobre todo desde mediados de 2014, estaba llena de observadores internacionales. Pero los líderes internacionales de la OSCE, organización a la que pertenecí, tenían problemas para acceder a la zona controlada por Rusia. Otro factor a tener en cuenta es que Ucrania, nada más comenzar la invasión, pidió ayuda a la Corte Internacional de Justicia. Y la Corte conmina a Rusia a retirarse de Ucrania y dice: «No tenemos ningún tipo de evidencias de que haya habido ningún genocidio». Rusia no reconocía la jurisdicción, pero no siguió el caso como genocidio, sino como autodefensa. Ucrania se lo ha tomado tan en serio que está presentando a su vez un caso de genocidio, con apoyo de la Unión Europea.

P.- ¿Por qué crees que la propaganda rusa ha tenido cierto éxito en Occidente?

R.- Hay gente a la que le podrías llevar a las fosas comunes de judíos en el este de Europa y que negarían la evidencia porque no salir de su marco mental. A determinadas fuerzas de extrema izquierda, que no son democráticas, todo esto les da absolutamente igual. Ellos lo que quieren ganar es el relato dialéctico. Vienen de esta generación de la izquierda que vive por el relato dialéctico. Jean-Paul Sartre es uno de los padres de esta generación. A Sartre le llegaban exiliados del otro lado del telón de acero, contándole lo que habían sufrido, torturados por los soviéticos o por los gobiernos títere del Pacto de Varsovia, y no les reconocían legitimidad para hablar. Camus rompe esa tradición y lo considera inaceptable. Esta parte de la izquierda antidemocrática viene de eso. Por supuesto, ellos promueven que no se arme a Ucrania. Pero si les dices que entonces tendrías decenas de miles de muertos civiles más y ciudades absolutamente destruidas, les da igual.

P.- ¿Hasta qué punto esa empatía con Rusia se alimenta de anti-americanismo?

R.- Un montón, por supuesto. Por una parte, me encuentro esta determinación por ganar la guerra dialéctica. Lo que intentan es que la Ucrania real se parezca a la que tienen en la mente. Usan la falacia del hombre de paja para ver nazis en ese país. A mí esto me hace mucha gracia, porque murieron 3 millones de ucranianos luchando contra los nazis, una mortandad superior a la de estadounidenses, británicos, canadienses o franceses. El ciudadano medio ucraniano es más antifascista que todos estos tertulianos. Hay mucho antiamericanismo, pero es un conglomerado de todo lo peor del poso ideológico de la Guerra Fría. Son incapaces de ver el mundo tal cual es.

P.- Y no reconocen la soberanía de Ucrania. Siempre eluden el debate de la soberanía.

R.- Bueno, y el de la de la libertad. Yo ahora me estoy releyendo Pasado imperfecto, de Tony Judt. Él había sido marxista y se enfrenta a esta gente para decirles que han perdido todo tipo de compás moral. Los discursos de Putin son muy similares a los de cualquier líder fascista los años 30; ambos apelan al irredentismo histórico. Putin no solo habla de territorios históricos. Habla de fronteras históricas. El suyo es un discurso de furia, de rabia, de vuelta al pasado, de comparativas con los zares del siglo XVIII. Es más, diría que es un culto a la muerte. Es un discurso de la eterna guerra patriótica. Por supuesto, los que van a morir son otros. Es fascinante comparar cualquiera estos discursos de Putin con cualquiera de los discursos de Zelenski. Este último apela a la prudencia: «Avisad a los habitantes de que no entren en las casas que pueden estar minadas. Recordad que nos protegemos los unos a los otros. Nuestra ventaja es que estamos unidos». Putin ya no marca objetivos concretos. Lo suyo es la guerra eterna.

P.- Zelenski se ha convertido en uno de los principales activos de los ucranianos, y ha ido modulando su discurso de la paz hacia la victoria.

R.- Es un personaje muy interesante. Recomiendo a la gente que vea un vídeo de la conversación entre Macron y Zelenski el 24 febrero de 2022. Zelenski le dice: «Por favor, Emmanuel, habla con Putin. A Biden y a ti os escuchará. Sólo vosotros podéis hablar con él. Que pare esto, por favor». Al día siguiente tienes el segundo video en ucraniano. Zelenski aparece por la noche diciendo: «El presidente está aquí. El primer ministro está aquí. Los asesores todos están aquí». En ese momento, Zelenski es consciente de que tiene una responsabilidad histórica y decide quedarse. Lo cual es estratégicamente decisivo. No hay un gobierno en el exilio, a diferencia de lo que ocurrió con los polacos en la Segunda Guerra Mundial.

P.- ¿Te tranquiliza observar que Estados Unidos ha tenido una postura firme?

R.- La evolución del papel de Estados Unidos es muy interesante. Inicialmente, su prioridad era China y veían a Rusia como una molestia. La invasión comienza en febrero de 2022 y la posición inicial de Biden es de prudencia, pero a la vez va aumentando el apoyo. Sin ese apoyo estadounidense, la situación en Ucrania sería muchísimo peor.

Foto: Carmen Suárez

P.- ¿Cómo ves el futuro?

R.- Lo veo entre negro y lleno de claroscuros. En realidad, es imposible ver el futuro ahora, precisamente por esa lógica imperialista, pseudo fascista de Putin. Es un potencial criminal de guerra que tiene una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por la deportación de niños. Y no solo eso. Él piensa que va a terminar ganando a largo plazo. Y si tienen que morir medio millón de rusos para ello, morirán. Por supuesto, no hablemos ya de las bajas de los ucranianos. Ahora Rusia está en una ofensiva que no le está yendo muy bien. Han gastado gran parte de las fuerzas que han reclutado a partir de septiembre, pero están haciendo reclutamientos ocultos, porque tienen miedo a hacer otra movilización. Eso también indica cierto cálculo político. No han hecho otra movilización como tenían que haber hecho. Rusia aprovechará todo tipo de oportunidad para confundir a la población occidental. Nos intentará persuadir de que quiere las negociaciones, cuando lo único que quiere es rearmarse y continuar atacando. La pequeña esperanza es que haya nuevas realidades militares en el terreno y una o varias contraofensivas ucranianas que logren recuperar parte del territorio. Putin es un señor de 70 años con un limitado contacto con el mundo exterior y que ha puesto su supervivencia política en la victoria en Ucrania. Una victoria que se le hace muy lejana.

P.- Para terminar, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.- Recomiendo a Armando Zerolo. Es una persona a la que conocí hace un año y que me tiene impresionado por su ética, su pensamiento político y lo profundamente conciliador de su perspectiva. Es autor de un ensayo muy interesante titulado Época de idiotas. También te recomiendo a Luis Ruiz del Árbol, abogado, artista y pensador. Recientemente ha publicado La hora que nunca brilla.

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