THE OBJECTIVE
Vidas Cruzadas

Michael Reid: «Un modelo territorial como el alemán sería más acorde con España»

El veterano periodista de ‘The Economist’ habla con David Mejía sobre su último libro, donde analiza la realidad cultural y política de la España contemporánea

Michael Reid (1952) es periodista y ensayista, especializado en América Latina y España. Hasta su reciente jubiliación fue editor senior de The Economist, revista en la que escribe desde hace más de treinta años. Su último libro – Spain: The Trials and Triumphs of a Modern European Country [España. Ensayos y triunfos de un país moderno] acaba de publicarse en inglés y se publicará en español el próximo año.

PREGUNTA.- Michael Reid, bienvenido.

RESPUESTA.- Muchas gracias por la invitación.

P.- Háblanos del título de tu libro Spain: The Trials and Triumphs of a Modern European Country [España. Ensayos y triunfos de un país moderno].

R.- Originalmente quería llamarlo El espejo español, que ahora es el título del prólogo. Una de mis motivaciones para escribirlo era mi malestar con muchos de los comentarios sobre España en el extranjero, durante los años del proceso catalán.

P.- Este libro lo publica Yale University Press, es decir, no es un libro de viajes de un periodista, sino un texto que tiene una gran profundidad. ¿A quién está dirigido y qué has querido conseguir?

R.- La idea crucial ha sido cuestionar las narrativas predominantes. Mi intención era cuestionarlas, comprenderlas y explicarlas. Como periodista, tuve la suerte de trabajar muchos años en cuestiones económicas, donde había espacio para indagar más allá de las noticias. En este caso, el punto de partida era que España, tras una Transición aparentemente modélica, en los últimos 15 años vive olas sucesivas de populismo. Podemos hablar más en detalle sobre por qué sufrió este embate tan fuerte en 2017 con un sector del liderazgo político en Cataluña. Pensé que era un fenómeno poco comprendido en el exterior. Por otro lado, el resto de mis libros han abordado cuestiones relacionadas con América Latina.

P.-¿Tuviste alguna cautela antes de iniciar este nuevo proyecto?

R.- En el caso de España, dudé mucho antes de embarcarme a hacer un libro. Hay muchos libros sobre España escritos por autores británicos, quizá demasiados. Este es un libro sobre la España actual, pero para explicarla voy hasta Carlos III.

P.- No adoleces de esa mirada orientalista tan presente en otros observadores extranjeros. ¿Por qué crees que para algunos es tan difícil desprenderse de ella?

R.- Al comienzo del libro, hablo de dos mitos sobre España en el exterior. Uno es la leyenda negra y otro es la visión romántica que empieza el siglo XIX, gracias a  los viajeros franceses y británicos. Es la España sensual, atrasada, premoderna y holgazana. La España de Carmen. Para muchos británicos, era una cuestión de contraste y de desigualdades históricas. Había también ese orientalismo que tiene que ver con una dificultad de comprender, o tal vez una negativa a comprender un entorno diferente.

«Los analistas extranjeros piensan que el fantasma de Franco todavía es muy influyente en España y que la Transición fracasó»

P.- Viajas a España por primera vez a principios de los años 70.

R.- Sí, efectivamente. Mi primera visita a España fue en el verano de 1971. Mi primer verano universitario con dos amigos. Fuimos en un Volkswagen muy destartalado a Marruecos para comprar allí. Pasamos como tres semanas por España de ida, y una semana de regreso. La verdad es que yo me quedé impresionado por el país. Luego hice otras visitas de vacaciones y empecé a trabajar sobre España. En 2008 hice un informe especial. Vi en este país cualidades que mi propio país no tiene, como la interacción social. También he vivido muchos años en América Latina, así que pude establecer una perspectiva comparativa.

P.- ¿Cuáles son los errores de análisis más comunes en los observadores extranjeros sobre España?

R.- Básicamente, hay tres. El primero es que el fantasma de Franco todavía es muy influyente y que la Transición fracasó. Algo que no es verdad. El segundo tiene que ver con Cataluña. Y el tercero, claro, es que este es un país profundamente corrupto, lo cual es una exageración. Pero resumiendo, todo ello configura la idea del excepcionalismo español. Spain is different, como decía la famosa frase de Manuel Fraga. En realidad, España no es particularmente excepcional. Hay una dimensión de particularidad, que tiene que ver con la geografía y con la debilidad relativa del Estado en el siglo XIX y comienzos del siglo XX. En este sentido, comparo la construcción del Estado nación francés con la construcción del Estado nación español. A mediados del XIX, Francia era un país mucho más plurinacional que España, con muchos más idiomas regionales. El Estado nación francés, nacido de la Revolución, impuso la construcción de un Estado nación único, a través del idioma francés, a través de la educación pública gratuita y universal, a través de una expansión muy grande en los ferrocarriles, carreteras sobre todo secundarios en ambos casos, y a través de la universalización del servicio militar, que antes había sido un castigo a los campesinos y se perfiló como una escuela de ciudadanía. Todas esas cosas se dieron en España en el siglo XIX, pero se dieron en menor grado. Esa fue una diferencia importante.

Foto: Carmen Suárez

P.- Si hubieras escrito este libro en el año 2000, ¿crees que esta historia de España hubiera sido una historia sólo de éxitos?

R.- Así es, porque había habido 25 años de reconstrucción exitosa tras años de crecimiento económico y construcción de la clase media. Emergió una sociedad más tolerante, dispuesta a reencontrarse con la tradición europea a través de la Unión Europea. Sin embargo, cuando hice ese informe especial el 2008, ya había bastantes problemas y preocupaciones que estaban emergiendo. Luego llega la crisis financiera y la depresión económica que España sufre de 2008 a 2014.

P.- Dices «recesión, austeridad y corrupción son tres ingredientes letales para cualquier democracia».

R.- Recuerdo en el libro una visita a España en 2012. Había un ambiente de depresión. Estaba el problema de Bankia, el problema de las cajas y de las hipotecas… En ese momento, el populismo toma distintas variantes: Podemos, la mutación del nacionalismo catalán al separatismo y también Vox.

P.- Te instalas en España en el año 2016, el presidente era Mariano Rajoy y el nacionalismo catalán intesificaba la propaganda exterior sobre el procés, y el Gobierno de España parecía poco interesado en desmentir aquel relato. ¿ Como corresponsal de The Economist, alguien desde Gobierno intentó darte una versión más objetiva de los hechos?

R.- Llegué justo antes de las elecciones de junio de 2016. Hablé con varios ministros y en La Moncloa nos citaron a los corresponsales para explicar su posición. Pero, efectivamente, el mensaje del Gobierno era mucho menos efectivo en el exterior. El independentismo era muy exitoso a la hora de vender su mensaje. Sobre todo en el Reino Unido, porque es una monarquía compuesta y no tenemos una constitución escrita. Escocia se juntó voluntariamente a Inglaterra con el Acta de Unión en 1707. La idea de Cataluña como víctima de España fue muy fácil de vender.

P.- Lo que escribiste entonces contrastaba con la visión de otros corresponsales. Desde el Gobierno de Cataluña, ¿intentaron convencerte de que estabas equivocado?

R.- Hablé con Artur Mas y con otros políticos independentistas. Era importante para mí escuchar sus argumentos. En este sentido, en el libro trato de reivindicar el catalanismo cultural, porque me parece que Cataluña sí tiene especificidades dentro de España. Cataluña me parece un lugar maravilloso y con mucha riqueza cultural. Pienso que se puede respetar esa tradición cultural, y se puede respetar el idioma catalán, pero no tiene que ser la base del nacionalismo excluyente.

P.- ¿Dirías que España ha asumido su diversidad, mientras que Cataluña no ha asumido la suya?

R.- Creo que todavía hay una tensión en Madrid a la hora de asumir esa diversidad, y eso ha aflorado en los últimos años de forma defensiva frente al independentismo. La idea de la cocapitalidad con Barcelona es difícil de reconocer. Yo argumento a favor de un federalismo formal, tipo alemán, porque creo que es la mejor solución para España y evitaría muchas de esas fricciones e incomodidades. El fracaso del cantonalismo en el XIX convirtió en tóxica esta idea. El actual es un federalismo imperfecto e inacabado. Eso no importaba en el momento de la Transición. El Estado autonómico más bien era una forma creativa de limar asperezas. Pero con el paso del tiempo, la situación se complica. Aún no se ha llegado a un acuerdo sobre el grado de asimetría dentro del Estado autonómico o, por ejemplo, sobre el papel del Senado como Cámara federal. Eso habla de la falta de distribución de funciones estatales en el territorio.

P.- Pero el federalismo exige una lealtad de las partes que el nacionalismo no practica.

R.- Hubo un intento de construir un Estado nación, siguiendo el molde francés, en España. Pero fracasó, no tuvo éxito o no se logró del todo. Un modelo territorial como el alemán sería más acorde con la realidad de España.

P.- Sí, pero tendríamos que tener a los alemanes como ciudadanos. Hay modelos que exigen una determinada cultura política.

R.- Los españoles como ciudadanos tienen muchas virtudes. A diferencia de Brasil, Estados Unidos o Reino Unido, pienso que la sociedad española está menos polarizada que sus políticos. Hubo una reacción frente al separatismo y frente al temor de que estaban deshaciendo del país. Sin embargo, la política de distensión de Pedro Sánchez frente a Cataluña me parece, a grandes rasgos, correcta. Sé que muchos colaboradores de este periódico discreparán conmigo (ríe). No hubo en la sociedad una reacción contra los indultos, por ejemplo. Hay bastante sensatez en la sociedad española.

«El independentismo era muy exitoso a la hora de vender su mensaje. Sobre todo en el Reino Unido, porque es una monarquía compuesta y no tenemos una constitución escrita»

P.- Ahora que hablas de la sociedad española, quería preguntarte por el proceso de modernización y de secularización que ha experimentado España en los últimos cincuenta años . Pasa de ser un Estado nacional-católico a ser uno de los países más abiertos del mundo.

R.- Efectivamente, es un cambio dramático. Ha sido tan rápido que uno se pregunta en qué medida es profundo y total. La influencia cultural e histórica de la Iglesia es, lógicamente, muy honda. Por más que España sea hoy un país muy feminista, lo cual es muy interesante y positivo, no estoy tan seguro de que todos los españoles se sientan cómodos con ello. No sé cómo va a ir eso en el futuro. El tema de la integración de los inmigrantes es muy exitoso hasta ahora, pero cuando establecemos comparaciones con Francia o Inglaterra, surge la duda de donde están los líderes políticos de origen latinoamericano, magrebí o africano. Están empezando a emerger, pero son muy pocos. Por supuesto, nada de esto es fácil para una sociedad. Es simplemente cuestión de tiempo.

P.- En el libro hablas de «la paradoja vasca».

R.- El País Vasco era en los años 60 la región más próspera de España, y sin embargo, es la región donde en los siguientes 40 años surge y pervive un terrorismo atávico, autoritario y antidemocrático. El País Vasco pasa por un proceso de desindustrialización muy intenso para luego retomar un camino de éxito, de reestructuración económica y de industrialización. Vuelve a ser con Madrid la región más próspera de España, pero ETA sigue activa hasta hace poco. Eso es una paradoja.

Foto: Carmen Suárez

P.- ¿Eres optimista respecto al futuro de España?

R.- Siempre he tenido una actitud optimista frente al mundo, pero ya no es así. Estamos en un mundo muy complicado, muy peligroso. Hay enfrentamientos políticos, guerra en Europa, guerras culturales y una erosión del centro democrático reformista. Se plantean retos como el proceso de globalización y la migración de industrias a Asia. La migración es, a la vez, una solución y un problema sociopolítico en Europa. Creo que solamente se va a intensificar. Pero dentro de ese contexto, hay que destacar que Pedro Sánchez, con todos los defectos que pueda tener, ha logrado una cierta gobernabilidad con un gobierno de coalición. Hay aspectos que preocupan, pero el país está pacífico. Cuando no hay pandemias y no hay recesiones, España crece financieramente.

Hay problemas como el paro, la baja calidad de educación o la falta de modernización de la administración pública, que a un gobierno progresista realmente deberían importarle mucho más. También hay tensiones no resueltas, sobre todo con Cataluña. En algún momento, Bildu va a entrar en el Gobierno vasco… Pero dentro del contexto general, yo diría que no está tan mal España. Tal vez -y esto no es un excepcionalismo- un aspecto que va a dañar a España en mayor medida es el cambio climático. Tuvimos un anticipo de ello el verano pasado. ¿Va a ser habitable Madrid en 15 o 20 años durante los veranos? ¿Va a haber más desertificación en el sur? ¿Va a ser viable la agricultura existente en ciertas partes del país? En todo caso, dentro de todo, insisto en que España no está tan mal.

«Diría que es importante escuchar al PSOE histórico. Pienso en alguien como Ignacio Urquizu, que tiene una gran virtud: es académico y político»

P.- Terminamos con la pregunta habitual, ¿a quién nos recomiendas que invitemos a Vidas cruzadas?

R.- Pensando en THE OBJECTIVE y en la posición política de muchos de sus columnistas, diría que es importante escuchar al PSOE histórico. Pienso en alguien como Ignacio Urquizu, que tiene una gran virtud: es académico y político. Ha sido alcalde de Alcañiz, en Aragón. Representa la socialdemocracia clásica y reflexiona mucho sobre la realidad política de España. He leído dos de sus libros. Cuando era diputado, hablé con él un par de veces. Me parece una persona interesante, y sobre todo, tiene la perspectiva de haber gobernado una ciudad en la España vacía. Y, por otra parte, aunque no sea viable, tengo un gran colega en The Economist que se llama Nicolas Pelham, un gran arabista que estuvo detenido en Irán por varios meses. Tiene ese conocimiento del mundo árabe que tienen los grandes periodistas.

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