THE OBJECTIVE
Vidas Cruzadas

Josefa Ros: «Si te esfuerzas y estás dispuesto a sacrificar otras cosas, lo vas a conseguir"

David Mejía habla con la filósofa y académica sobre su formación, trayectoria y su especialización en los estudios de aburrimiento

Josefa Ros Velasco (Murcia, 1987) es investigadora postdoctoral en la Universidad Complutense de Madrid. Es autora de La enfermedad del aburrimiento (Alianza, 2022), fundadora y presidenta de la International Society of Boredom Studies y colaboradora del blog ‘Envejecer en sociedad’ del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE), donde publica artículos de divulgación sobre aburrimiento en las personas mayores. Ha recibido recientemente el Premio Nacional de Investigación para jóvenes María Moliner en el área de Humanidades.

PREGUNTA.- Eres especialista en los estudios del aburrimiento. Como la mayoría asociamos el aburrimiento con la infancia, quería preguntarte si la tuya fue tan aburrida que sentiste la necesidad de especializarte en ello.

RESPUESTA.- (Ríe) Es curioso que asocies la cuestión del aburrimiento con la infancia. Me dedico a trabajar sobre este campo y precisamente lo hago enfocándome en las personas mayores. Para mí los grandes aburridos tienen más de 65 años. Es verdad que los niños se aburren, pero creo que es algo innato en ellos al tener tanta curiosidad: el que te canses de todo enseguida y estés deseando que te abran un poquito ese horizonte de posibilidades. Creo que todo ello es natural. Sin embargo, el aburrimiento sobre el que yo trabajo es más de carácter patológico. Los niños dicen que se aburren sin ningún pudor, eso es algo que conforme vamos madurando, perdemos. Y me gusta muchísimo que lo digan, porque tenemos que imitar eso. Nosotros también tenemos que hablar de lo que nos aburre. En mi infancia, no era una niña con tendencia a aburrirme. Además, era bastante solitaria y muy creativa, se me ocurrían 100.000 maldades. Esto es muy curioso, porque siempre se escucha esto de que tenemos que dejar que los niños se aburran, porque eso les provoca más creatividad. Y los padres quieren confiar en que esa creatividad va a acabar traduciéndose en algo positivo. En algo del tipo: «Oye, pues mi hijo va a coger un libro de la estantería o va a pintar». Y normalmente no es así. Al final, de niños tendemos a la trastada.

P.- Cuando el niño se aburre, es más probable que prenda fuego a algo a que coja la Ilíada de la estantería.

R.- Por desgracia es así. Cuando el niño te dice que se aburre, no te está diciendo: «Ponte delante de mí y pasa el resto de la tarde haciendo el payaso, entreteniéndome o inventándote mil historias». El niño realmente lo que te está diciendo es: «Tú eres el adulto. Dime qué más hay. Infórmame un poco. Guíame. Oriéntame». Si tú, como padre o como adulto de referencia, no te tomas esa molestia de acompañar al niño en ese proceso de descubrimiento, al final él tiende a estas respuestas que se pueden considerar más desadaptativas, como por ejemplo, una trastada.

P.-Los estudios del aburrimiento son muy transversales, ¿qué tiene que aportar la filosofía?

R.-Los estudios del aburrimiento existen desde hace un siglo. Es un objeto de análisis científico a partir de los estudios de psicología laboral. Antes del siglo XX, la disciplina que se encarga de estudiar el aburrimiento es la filosofía. Quienes hablaban del aburrimiento en el Imperio romano son los filósofos Séneca, Horacio, Lucrecio… Y a lo largo de toda la Edad Media, filósofos y teólogos como San Agustín o Santo Tomás. Cuando nos vamos a los comienzos de la modernidad, se ocupan de ella literatos escorados hacia la filosofía, como Flaubert. Después, la filosofía se echó un poquito a un lado y tomó los mandos la psicología. Pero ahora somos los filósofos los que nos hemos puesto en pie de guerra frente a los psicólogos, para decirles que están diciendo cosas que ya estaban dichas desde la filosofía. Las repiten como si hubiesen inventado la rueda».

P.- Claro, en la antigüedad eran los filósofos los que se pronunciaban sobre todo porque en el siglo VI no existían la psicología cognitiva o la sociología.

R.- La multidisciplinariedad fluía con mucha más naturalidad que en la actualidad, que tenemos que especializarnos hasta la extenuación en cualquier campo. Si te vas al Renacimiento, por ejemplo, vas a encontrar un híbrido entre filósofo, literato y al mismo tiempo fisiólogo, que también viene a hablar del aburrimiento desde los parámetros de la teología. Entonces, ¿qué tiene que aportar el filósofo ahora que el aburrimiento se estudia desde la sociología, desde la psicología, desde la psiquiatría y, dentro de cada una de estas disciplinas, desde distintas ramas? Pues fíjate, nos dimos cuenta de esos gaps que hay en el tratamiento del aburrimiento desde esas disciplinas, y que quienes están inmersos en ese campo de estudio son incapaces de ver. No quiero ser pretenciosa y recurrir a esta metáfora que utilizamos tan frecuentemente los filósofos de que observamos las cosas a vista de pájaro. Pero, al final, eso es lo que hacemos: observar y darnos cuenta de que a lo mejor aquí hay un problema del que quienes están inmersos en ese campo de estudio no se habían percatado.

«El aburrimiento nos expulsa de nuestra zona de confort»

P.-¿Tu vocación filosófica te viene de familia?

R.-En absoluto, soy la primera persona de mi familia que pasa por la universidad y se queda en ella. Provengo de una familia muy humilde, trabajadora, que estudió hasta lo que se estudiaba en la época de mis padres: los 11 o 12 años. Enseguida se dedicaron a ayudar en casa. En mi casa no ha habido libros, solo existía una colección de enciclopedias que mi madre compraba porque el vendedor se ponía muy pesado, pero que nadie abría nunca. A mí no se me ha educado desde un punto de vista humanístico, ni tampoco desde la ciencia. Pero yo era por naturaleza una niña tremendamente inquieta. Cuando estaba en preescolar, la profesora decía a mi madre: «Por favor, habla con ella porque pregunta demasiado y me revoluciona al resto de niños. Están tranquilos y ella les chincha y les hace dudar de las normas». Viniendo de una familia educada en el catolicismo, pero no practicante, yo me quejaba a la profesora porque no quería ir a clase de religión.

P.- Una pequeña Bertrand Russell.

R.- Era una niña terrible. Siempre pensaba más allá de los límites. Mi madre me decía: «Siempre tienes que ir cuatro o cinco años por delante de tu edad. Siempre quieres tener amigos mayores que tú, porque lo que están haciendo los niños de tu edad ya no te interesa». Y era cierto.

Carmen Suárez

P.- ¿En qué momento surgió tu interés por la filosofía?

R.-Escribía desde pequeñita. De hecho, tengo una colección de diarios que algún día publicaré. En un momento dado, alrededor de los 14 años, durante una conversación que estaba teniendo con un amigo que ya estaba casi a punto de terminar el bachiller, recuerdo que le dije: «Oye, ¿tú te has planteado alguna vez que a lo mejor todo lo que tú ves alrededor no existe y que sólo está en tu mente? ¿Te das cuenta de que de lo único que puedes estar seguro en esta vida es de tu pensamiento?». Y claro, este chaval que ya estaba en segundo de bachiller, me dijo: «Eso ya lo dijo Descartes». Aquello me iluminó porque descubrí que hay personas que ya han escrito sobre esas cuestiones y se dedican a ello». Ese chico me hundió, porque yo quería ser la primera, pero me abrió un mundo que desde entonces no se ha cerrado.

P.-Ahí supiste que querías estudiar filosofía.

R.- Así es. Curiosamente, fui una estudiante de filosofía pésima en el instituto. Recuerdo aprobar el examen de Nietzsche y el de Kant en la recuperación, fui una estudiante malísima. Y aun así yo insistí en que quería estudiar filosofía. Solo cuando ya hice la selectividad tuve una pequeña duda con estudiar veterinaria. Pero fue imposible, algo estaba en mí inclinado al hecho de estudiar filosofía desde el principio. Las profesoras que tuve en el bachiller me desalentaron por completo. Me decían: «Esto no se te da bien». Pero luego en la universidad fue todo un triunfo.

P.- Hay padres que, frente a la incertidumbre profesional que supone estudiar humanidades, animan a sus hijos a elegir una carrera con salidas más claras.

R.-Mi caso fue un poco raro. Mi hermana, que no había ido a la universidad, hizo formación profesional. Cuando yo le dije a mis padres que quería estudiar filosofía, no tenían ni la más mínima idea de a qué demonios me estaba refiriendo. Mi madre me ha apoyado siempre, incondicionalmente, y mi padre también, aunque siempre le quedó la ilusión de que estudiase medicina. Ya en la universidad, cursé dos carreras al mismo tiempo, Filosofía y Publicidad. Siempre he sido una persona muy pragmática, estudié Publicidad porque sabía que aquello me daba un punto en las convocatorias de investigación.

P.-Tu trayectoria se hace posible por tu esfuerzo y la dedicación de tus padres, pero también por unos servicios públicos que te permiten alcanzar todo tu potencial. ¿Estoy ha influido en qué modelos políticos consideras más positivos para tu país?

R.-Completamente. Cuando era un poquito más joven, sí es cierto que pensaba: «Bueno, ¿por qué tiene que contribuir con sus impuestos el ciudadano a sufragar investigaciones que a lo mejor luego no revierten en un aumento de su bienestar?» Al final, el dinero sale del bolsillo del ciudadano y pensaba que esa investigación tiene que volver a él; no se puede quedar en la investigación de un texto de hace tres siglos que al final lo único que aporta es conocimiento. Conforme ha ido pasando el tiempo, me he dado cuenta de que, realmente, el valor intrínseco que tienen las humanidades es algo que no se puede pasar por alto, a pesar de que muchas de las ramas del conocimiento que contribuyen a construir ese edificio humanístico no tengan un impacto que se pueda analizar, cuantificar y objetivar en términos económicos y en términos de bienestar inmediato.

P.-A la hora de valorar el éxito individual, ¿crees que se tiende a minimizar la importancia de factores que van más allá del esfuerzo?

R.-Hay muchos factores que entran en juego. Desde luego, si me estás preguntando por mi caso personal, yo me he dado cuenta de lo que ha supuesto crecer en una familia que vive al margen de lo que es la educación o la cultura de la beca. Cuando yo llegué a Harvard, una de las cosas que más me perseguía era el inglés. A mis padres jamás se les ocurrió meterme en una academia de inglés, y yo me daba cuenta de que el resto de compañeros que habían entrado con ese contrato postdoctoral en Harvard tenían un inglés maravilloso, porque habían ido a colegios ingleses y habían estado en campamentos. Mis padres, cuando llegaba el verano, lo que querían era tenerme en casa con ellos, jugar conmigo, llevarme al campo. No tenían esa proyección de futuro que, sin embargo, los padres de otras personas con las que he tenido que competir sí tuvieron. Pero oye, al final, si te esfuerzas mucho… Lo que pasa es que tienes que acabar sacrificando otras cosas, como puede ser la maternidad. Y sacrificas tus hobbies. Lo vas a tener más complicado que un hijo de padres que son profesores de universidad, que controlan perfectamente cómo funciona el sistema. Aun así, me niego tajantemente a caer en ese discurso contemporáneo de avasallar la meritocracia. Si te esfuerzas mucho -y yo lo he hecho- y estás dispuesto a sacrificar otras cosas, lo vas a conseguir. Ahora bien, lo que no puedes pretender es tenerlo todo. Hay que ser realista.

«El aburrimiento cumple una función evolutiva. Es decir, gracias al aburrimiento prevenimos el estancamiento»

P.-Hiciste tu tesis sobre Hans Blumenberg, cuéntanos qué te lleva a convertir el aburrimiento en tu objeto de estudio.

R.-Sí, mi tesis doctoral es sobre la filosofía de Blumenberg, y específicamente sobre su filosofía del aburrimiento. ¿Cómo llego hasta este punto? Yo sabía que quería ser profesora, pero tenía claro que no iba a meterme seis horas al día en un centro de bachillerato con un montón de adolescentes. Además, soy una persona muy bruta, en el sentido de que a veces digo barbaridades sin pensar y políticamente incorrectas. Necesito tratar con adultos, de modo que no puedan venir luego los padres a decirme: «Oye, ¿pero qué le has dicho a mi hijo?». Quería ser profesora de filosofía y sabía que esto tenía que pasar en la universidad. Para eso tenía que hacer un doctorado. Pero no es que yo tuviese de entrada una vocación por la investigación, esto llegó casi de milagro. Es algo de lo que nunca voy a estar suficientemente agradecida al profesor Antonio Rivera, porque fue quien me descubrió a Hans Blumenberg.

P.-El doctorado solo era un requisito para alcanzar tus metas.

R.-Lo que no sabía yo es que me iba a gustar tanto, hasta el punto de dedicarme a la investigación más que a la docencia. En ese sentido, me dio un giro este profesor. Blumenberg escribió Tiempo de la vida y tiempo del mundo, en el que hace referencia a la figura histórica de Adolf Hitler. Nos dice que Hitler tenía un problema enorme porque era incapaz de convivir con la idea de saber que su tiempo de vida era mucho más corto que el tiempo del mundo. Que el mundo ya existía cuando él llegó y que seguiría existiendo tras su marcha. Y de nuevo, me pasó como con este amigo hablando de Descartes. Me dije: «Eso me pasa a mí». He sido una persona que siempre ha tenido muchísimo miedo a la muerte, y a la que le tortura y le sigue torturando la idea de saber que un día va a morir y va a desaparecer. Soy completamente atea. No me queda otra que convivir con eso, por muy duro que sea.

P.-¿Cómo te impactó Blumenberg?

R.- Me deslumbró. Leí todas sus obras, excepto las póstumas. Él solía escribir mamotretos de 600 páginas. Yo había empezado a estudiar alemán para poder leerlo en su idioma original. Me lo leí todo y justo cuando iba a empezar el doctorado, se tradujo al español. Tiempo de la vida y tiempo del mundo tiene 11 páginas dedicadas al aburrimiento y lo exploraba de una forma que para mí fue impresionante. Decía que el aburrimiento era un estado, una emoción que habíamos aprendido a experimentar antes de ser homo sapiens. Precisamente porque nos mantiene siempre en movimiento, nos expulsa de nuestra zona de confort y mantiene nuestros mecanismos adaptativos bien engrasados. Dicho de otra forma, cada vez que te aburres, ¿como te sientes? Mal, porque el aburrimiento siempre es doloroso. Tienes que hacer lo que sea para salir de ese estado, buscar hacer algo distinto, lo que te mantiene siempre en movimiento. Consigues algo, te acostumbras, te aburres y quieres otra cosa distinta. La consigues, te aburres y quieres otra. El hecho de estar siempre así evita la sobreadaptación. Si en algún momento nos viene un cambio sobrevenido, por ejemplo del tipo climatológico, como estás acostumbrado a tener que estar saliendo de lo conocido y explorar lo que todavía no conoces, te adaptas mejor.

P.-¿Esto es una intuición lúcida o estaba respaldado por alguna investigación empírica?

R.-No estaba respaldado por ninguna investigación. De hecho, lo que yo hice en mi tesis doctoral fue tratar de respaldar con evidencias esa narrativa. No vamos a poder testarlo aplicando el método científico, pero podemos abordarlo desde la antropología filosófica. Simplemente, construyendo una narrativa, teniendo en cuenta distintas disciplinas, sin contradecir lo que sí ha dicho ya la ciencia, hasta un punto en el que alcancemos un nivel de verosimilitud.

«Me atrevo a decir que nos aburrimos mucho más en el tiempo del deber, cuando estamos haciendo cosas por exigencia externa»

P.-No se puede reproducir el aburrimiento en un laboratorio.

R.-No, claro, pero sí parece sensato considerar que el aburrimiento cumple una función evolutiva. Es decir, gracias al aburrimiento prevenimos el estancamiento. Y eso, claro, favorece que estemos preparados para cualquier inclemencia. Hay un aburrimiento funcional que te permite percatarte de que algo en tu relación con el entorno, o con esa actividad con la que te estás intentando comprometer, no funciona o no te satisface. Te permite también diseñar una estrategia de huida frente a esa fuente de aburrimiento y ponerla en práctica. Es decir, se tiene que completar el círculo.

P.-¿Cuáles son, en tu opinión, los mitos más extendidos sobre el aburrimiento?

R.-El primero de ellos es el que dice que no sabemos nada acerca del aburrimiento. Es un mito que se ha perpetrado desde las ciencias de la salud mental. Esas que, como te decía hace un rato, han ignorado por completo todo lo que se había dicho antes. De hecho, en mi libro La enfermedad del aburrimiento puedes ver perfectamente cómo se va construyendo esa narrativa acerca del aburrimiento funcional y disfuncional a lo largo de toda la historia. Luego hay otro mito que se deriva de este, que nos dice que el estudio del aburrimiento se encuentra en su infancia. Ni de broma. El siguiente mito es pensar que el aburrimiento es algo que surge cuando, en la modernidad, dispusimos de tiempo libre. No, para aburrirse no es necesario estar disfrutando del tiempo libre. Uno también se aburre en el tiempo del deber. De hecho, me atrevo a decir que nos aburrimos mucho más en el tiempo del deber, cuando estamos haciendo cosas por exigencia externa.

P.-¿Por qué crees que la cultura popular relaciona el aburrimiento con la ociosidad?

R.-¿Quiénes son los que han escrito sobre su aburrimiento? Pues son, y no por casualidad, quienes tenían tiempo para escribir sobre su experiencia del aburrimiento. Eso no significa que el obrero de la fábrica no se estuviese aburriendo. Pero no tenía tiempo para escribir sobre ese estado.

P.-También se dice que el aburrimiento es positivo.

R.-Sí, se dice que el aburrimiento nos hace ser más creativos. Es cierto que se produce un cambio a través del cual tienes que introducir algo donde no había nada. Pero eso no significa que el cambio vaya aparejado a la originalidad o la innovación. De hecho, ya sabes cómo funciona el cerebro humano. Siempre almacenamos respuestas que han resultado exitosas en el pasado para huir del aburrimiento, y en el momento en el que empezamos a sentir malestar, esa estrategia de huida que te decía antes no siempre la diseñamos conscientemente. De hecho, la mayoría de las veces lo hacemos inconscientemente. Nos sorprendemos a nosotros mismos, de repente, sacando el móvil y entrando en redes sociales sin darnos ni cuenta. ¿Eso nos hace ser más creativos? En absoluto. Hay otro mito, que nos dice que el aburrimiento pone nuestro cerebro a descansar. Y que lo necesitamos. En realidad, no necesitamos ese tiempo de aburrimiento para descansar. Cuando uno se aburre, tu cerebro lo que hace es moverse a mil revoluciones para buscar la forma de salir de ese aburrimiento.

P.-Quizás deberíamos haber empezado por fijar una definición del aburrimiento.

R.-El aburrimiento es ese malestar que sientes cuando la realidad no cumple con tus expectativas. Es decir, cuando no es capaz de mantener tus niveles de excitación cortical o de estimulación cognitiva en ese punto que para ti resulta óptimo para sentirte bien. Desde luego, eso depende de tus demandas de estimulación interna, que es lo que hace que en un mismo contexto, a lo mejor tú te estés aburriendo y yo no.

P.-En general, juzgamos negativamente a la gente que confiesa el aburrimiento.

R.-Se dice que solo se aburren los tontos. O que solo se aburre el que quiere, porque con tanto como hay en este mundo para deleitarse, ¿cómo es posible que te puedas aburrir? Y claro, con ese tipo de mensajes estigmatizantes lo que sucede es que la gente no quiere hablar de lo que le aburre. Está mal visto que yo te diga: «No voy al teatro porque me aburre». La gente te va a decir: «El problema es tuyo. Eso no te puede aburrir».

«Cuando uno es consciente de que está resultando aburrido, hay que tomarlo como una oportunidad para intentar mejorar»

P.-Sucede, claro, con la música clásica o con cierto teatro. Pero nadie se avergüenza de decir “me aburre Gran Hermano”. También es un signo de distinción.

R.-Claro, el problema está en que te aburra lo que se supone que no te debería aburrir según está marcado el protocolo en cada caso. Sobre todo, cuando te mueves en ciertos círculos. En la academia, por ejemplo, sucede que te estigmatizan con este tipo de cosas. ¿Qué haces al final? No decir nada. Estás en una conferencia soporífera. Llega el descanso y está todo el mundo con cara de aburrimiento… Y tú lo comentas: «Qué aburrimiento, ¿eh?». Y la gente lo disimula, a pesar de que se le nota en la cara.

P.-También hay personas que provocan el aburrimiento. «En esta vida se puede ser todo menos coñazo», decía Michi Panero.

R.-Cuando uno es consciente de que está resultando aburrido, hay que tomarlo como una oportunidad para intentar mejorar. Pero claro, cuando tus alumnos se están aburriendo, siempre es mejor decir: «Mira a los chicos. Están sobreestimulados con los teléfonos. Es imposible mantener su atención. No se esfuerzan lo suficiente». ¿Y no será que eres tú un poco peñazo?

Carmen Suárez

R.-¿Qué consejos darías a alguien para no ser aburrido?

R.-Depende de esa necesidad de estimulación de la otra persona. Quizá te voy a resultar aburrido a ti, pero a lo mejor a otra persona no. Es algo muy subjetivo. Cuando ya estás resultando aburrido a muchas personas, ahí es cuando puedes empezar a plantearte que el problema lo tienes tú. Debes adaptarte, si te interesa, y si tú realmente quieres mantener la atención o quieres construir una relación significativa con otra persona a la que no estás consiguiendo estimular correctamente. Si te interesa, te vas a tener que esforzar. En el caso del aula, yo entiendo que hay ciertos contenidos que no se pueden enseñar de una forma distinta a como se hacía hace 40 años, pero otros sí. Y sobre todo, hay que interactuar con los alumnos. Tienes que entender que hoy en día mucho de lo que tú sabes ya está en Wikipedia. Las cosas han cambiado, hay que adaptarse o morir.

P.-Háblanos del problema del aburrimiento en las personas mayores.

R.-Lo que me interesa concretamente es el aburrimiento en los mayores que viven institucionalizados, que es algo un poco distinto. También me interesa el aburrimiento que se experimenta a raíz de la jubilación, porque es un momento de ruptura con los roles del pasado. Como decía antes, cuando tienes demasiado tiempo libre, te puedes sentir desorientado. Sobre todo, si no te conoces suficientemente a ti mismo, o si no has hecho los deberes kantianos de atreverte a pensar de vez en cuando y quedarte a solas contigo.

«Cuando ya estás resultando aburrido a muchas personas, ahí es cuando puedes empezar a plantearte que el problema lo tienes tú»

P.-¿Por qué te interesa en particular el aburrimiento que sienten las personas mayores institucionalizadas?

R.-Porque ese tipo de aburrimiento no significa que ellos no sepan en qué quieren ocuparse de forma significativa; aun sabiéndolo, la situación en la que se encuentran impide que su estrategia de vida se materialice. A esto yo lo llamo «aburrimiento situacional cronificado». Es un aburrimiento que parte de un contexto concreto frente al que normalmente una persona sabe cómo le gustaría responder. Sin embargo, el propio contexto, que es fuente de aburrición, no te permite poner en práctica esa estrategia de huida. Al final lo que sucede es que el aburrimiento se queda indefinidamente. En una institución de este tipo, se da prioridad a la seguridad, la estandarización queda por encima de la personalización, y a eso se le suma el hecho de que estás empezando a perder movilidad, visión, audición, memoria… Si los niños, yéndonos al otro extremo, lo tienen todo por descubrir y se aburren de las cosas que hay ya en su contexto porque quieren ver más, los adultos mayores ya saben muy bien qué es lo que quieren, qué es lo que da sentido a sus vidas. Sin embargo, no pueden poner en práctica esas cosas que les gustan. ¿Qué ha dado sentido a la vida de una mujer de 95 años que ahora está en una residencia? Normalmente, para una mujer en el entorno rural, sin estudios, no era ir a la ópera, sino ir a hacer la compra, cuidar de los hijos, cuidar de los nietos, salir a dar un paseo, hablar con las vecinas, coser… Esto es lo que yo veo en las residencias. Sé que estamos todos deseando extender el cliché de que una persona de 85 años actualmente sigue siendo muy joven y puede empezar nuevos proyectos. Pero una persona de 85 años a la que no le ha gustado nunca la pintura no se va a hacer aficionada a la pintura fácilmente. Esa persona sabe lo que quiere, pero no lo puede poner en práctica. Y ahí es donde está el problema. A mí lo que me interesa es presionar a las instituciones, y no solamente a estas, sino a los agentes sociales y políticos de los que dependen esas instituciones, para que pongan personal a disposición de los mayores, y ese personal le ayude a seguir dando continuidad a su vida. Si tú estás en una residencia y a ti lo que da sentido es ayudar en la cocina, y tus manos están bien, ¿qué problema hay? Tú no vas a querer dibujar o hacer collares con macarrones. Eso no da sentido a tu tiempo. Con eso lo que haces es matar el tiempo, pero no da continuidad a tu biografía.

P.-Y para terminar, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.-Bueno, pues con su permiso o sin él, voy a recomendaros que traigáis a Carlos Javier González Serrano, que es escritor y filósofo. También se dedica un poquito a la psicología. Es profesor, ha sido editor y organizador de eventos culturales… Es una joya. No os vais a aburrir con él en absoluto.

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