Guerra de Ucrania: ¿se repite la historia?
El análisis histórico de las diferentes guerras europeas permite escudriñar el posible futuro del enquistado conflicto en el este de Europa
Karl Marx, probablemente en uno de sus ratos de aburrimiento en el hostal Le Cygne, en la Grand Place de Bruselas, escribió un olvidable opúsculo, por muy alabado que fuera por su amigo Engels, llamado El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Olvidable pero no olvidado, ya que sus palabras introductorias (solo ellas) han sido citadas hasta la saciedad: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa».
Lo que dijo Hegel, que, aunque Marx parece no saberlo fue en la introducción de su obra Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, es razonablemente cierto, más aún, no solo dos veces, sino varias, dependiendo del rigor de la comparación, y no solo en el mundo oriental y el mundo clásico, que son los que él compara; pero el estrambote de Marx no resiste el más mínimo examen. En el terreno dialéctico en que Marx se sitúa para hacer esa apreciación, que es el análisis de los golpes de Estado, revoluciones y guerras, no hay farsas, todo son tragedias, todo es muerte y destrucción.
Tal vez por ello las varias réplicas que el famoso aserto de Marx ha tenido hacen abstracción de la dicotomía tragedia-farsa y se han fijado solo en la repetitividad que señalaba Hegel. Mark Twain: «La historia no se repite, pero a menudo rima»; Jorge Santayana: «Los que no aprenden de la historia están condenados a repetirla»; más humorísticamente, varios autores con ligeras variantes: «La historia no se repite, sino que los historiadores se repiten unos a otros»; y aunque en puridad no es una réplica, puesto que es anterior, no podemos olvidar a Samuel Coleridge: «Si los hombres aprendieran de la historia, ¡qué lecciones nos enseñaría! Pero pasión y sectarismo nos ciegan, y la luz que nos brinda la experiencia es un farol a popa que brilla en las aguas de nuestra estela». En todo caso, parece extendida la creencia de que la historia es cíclica, de que, dadas similares circunstancias, las acciones que se toman tienden a ser las mismas, de que, en definitiva, nunca aprendemos de la historia y nunca lo haremos.
Pero debemos intentarlo. ¿Qué es lo que nos ha traído hasta aquí, hasta una sangrienta guerra en el corazón de Europa, en Ucrania, en la misma Europa que tras las grandes tragedias del siglo XX pareció abjurar de la violencia? ¿Estamos repitiendo la historia, reproduciendo la tragedia con otra tragedia —ciertamente no con una farsa— o es un caso inédito? ¿Podremos evitarlo en el futuro?
Para responder a ello hay que encontrar ejemplos del pasado, que desafortunadamente en Europa abundan. Samuel P. Huntington escribió: «Occidente dominó el mundo no por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por su superioridad en la aplicación de violencia organizada. Los occidentales a menudo olvidan este hecho, los no-occidentales nunca». Y esa violencia organizada la hemos aplicado primariamente dentro de Europa, en guerras entre europeos.
Guerras, por lo tanto, hay muchas donde escoger, pero trataremos de estudiar solamente casos en los que una nación europea ha invadido deliberadamente a otra nación o entidad política organizada también en Europa, buscando dominarla o someterla, excluyendo, pues, las guerras coloniales de potencias europeas, y las que son totalmente de otros continentes, con poca similitud todas ellas en general con la que nos ocupa y preocupa ahora en nuestra casa. Y buscaremos cuántos de esos casos han terminado con éxito para el agresor, pues escudriñar el futuro es el verdadero objeto de este ejercicio, así como lo es averiguar por qué Rusia decidió invadir Ucrania, por qué tomó unas decisiones tan desastrosas, y qué ocurrirá ahora.
Cartago invade Roma
Solo una mente perturbada puede creer que las legiones romanas crearon más conflictos que los que evitaron con su propia existencia.
José Ortega y Gasset
En el 218 a.C., Aníbal, uno de los mejores caudillos de la historia como estratega, como táctico, y como conductor de hombres, dejó atrás Cartago Nova e invadió audazmente los dominios de Roma, cruzando los Alpes de manera inesperada (lo esperable era que hubiera atacado por mar, pues Cartago superaba a Roma en poderío marítimo) y utilizando una novedad que hoy llamaríamos tecnológica, los elefantes de guerra, nunca vistos en el continente europeo. La sorpresa estratégica fue enorme, acrecentada por la maestría táctica del cartaginés que le permitió ganar un número considerable de batallas contra fuerzas superiores (Tesino, Trebia, lago Trasimeno, Cannae).
Solo la sabiduría de Quinto Fabio Máximo Verrugoso, conocido como Cunctator, mote que primero se le puso como burla («el lento»), pero que luego se convirtió en elogioso («el prudente»), que se aplicó a eludir las batallas a campo abierto mientras dificultaba los movimientos de Aníbal, especialmente hacia Roma, desarrollando mientras tanto contramedidas para las innovaciones cartaginesas, como las trompetas que asustaban a los elefantes. Fabio acabó acorralando la fuerza cartaginesa en el sur, y finalmente obligándola a regresar a Cartago quince años después del inicio de la invasión, a cuyas puertas, en Zama, Publio Cornelio Escipión «africano» consiguió derrotar al temible caudillo cartaginés y terminar la Segunda Guerra Púnica.
Es obligado observar que la victoria romana se logró a pesar de una considerable desorganización, de lo que la muestra más patente fue la división del mando entre Fabio y el populista Cayo Terencio Varrón, llegando al extremo de alternar el mando supremo cada día (lo que no ocultó los errores de Varrón). Incluso la expedición final de Escipión para llevar la guerra al campo enemigo fue acordada con dificultades por el Senado, y limitadas las fuerzas que se le permitieron. Mientras, Aníbal mantuvo la fuerza cohesionada y actuó siempre en coordinación con el Gobierno de Cartago.
Los otomanos invaden el Sacro Imperio Romano Germánico
Nada grande en el mundo se ha logrado jamás sin pasión. […] Los turcos tienen pasión, pero les falta el conocimiento y la disciplina para transformarla en acción efectiva.
Blaise Pascal
El Imperio Otomano invadió dos veces el corazón de Europa, poniendo sitio en ambas a Viena como punto crítico de la invasión. Y ciertamente lo era, porque su toma por los turcos habría abierto la puerta a la invasión no solo de lo que hoy es Alemania, sino también Francia y eventualmente España, poniendo de manifiesto una secular obsesión (los dos intentos estaban separados por unos 150 años) de los otomanos por dominar el Sacro Imperio Romano Germánico.
En la primera, en 1529, Solimán el Magnífico reunió cerca de 200.000 hombres que primero arrasaron Hungría y luego sitiaron en Viena a una guarnición muy inferior en fuerza, pero hábilmente mandada por el Conde de Salm y Von Roggendorf, que le obligaron a retirarse tras 18 días de asedio. El talón de Aquiles de Solimán resultó ser la moral, pues la motivación no era clara a pesar del liderazgo del propio Sultán, y la logística, pues sus fuerzas no estaban preparadas para el mal tiempo ni la considerable longitud de su cadena de suministros era capaz de sostener el esfuerzo.
El segundo sitio de Viena fue mucho más significativo. El húngaro Imre Thököly, líder de los protestantes húngaros y enfrentado con el católico Emperador Leopoldo I, había solicitado la ayuda turca para atacar Viena, poniendo sus fuerzas húngaras a disposición del Sultán. La tentación resultó irresistible y la petición fue aceptada, y el sitio (que igual que la vez anterior provocó la huida de Viena del Emperador) comenzó el 17 de julio de 1683. El papa Inocencio XI había apelado para la defensa del cristianismo al rey Luis XIV de Francia, que rehusó participar, y a Juan III Sobieski de Polonia, que aceptó el crucial desafío.
Las fuerzas combinadas de Sobieski, mando superior de la operación, y el Mariscal austriaco Carlos de Lorena, con la ayuda de varios príncipes electores de Alemania, atacaron el 12 de septiembre a las fuerzas otomanas sitiadoras que estaban a punto de superar las defensas vienesas. La victoria de polacos y austriacos fue total, destruyendo al ejército sitiador mandado por el gran visir Kara Mustafá Pachá y compuesto en gran medida por tropas escogidas, caballería de espahís e infantería de jenízaros. La cabeza de Mustafá Pachá fue presentada al Sultán en una bandeja de plata. Con esta victoria, la expansión de los otomanos en Europa, que, aunque centrada en los Balcanes tenía más aspiraciones, fue finalmente detenida y la marea musulmana comenzó su larga retirada de Europa.
Napoleón invade España
Optima civilis belli defensio oblivio est. (El olvido es la mejor manera de defenderse de los efectos de una guerra civil)
Titus Labienus
Con ánimo de ampliar su imperio, así como la preocupación por su propia reputación que le impulsaba a acometer hazañas cada vez mayores; y especialmente su deseo de completar el Sistema Continental que implicaba el embargo comercial a Inglaterra (lo que hoy llamaríamos «sanciones económicas»), Napoleón llevó a cabo en España una operación de corte moderno, buscando primero descabezar políticamente la nación y someterla a vasallaje, para lo que forzó las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII, primero mutuas y luego en su hermano José, lo que se suponía iba a modernizar la nación gracias a la importación de los nuevos principios que había inspirado la Revolución Francesa.
José tomó posesión apuntalado por el ejército francés (la Grande Armée) que había entrado en España so pretexto de atacar Portugal, y que, sin embargo, ocupó la práctica totalidad del territorio nacional, y apoyado también, por una parte, importante de la población más cultivada, los «afrancesados», con lo que todo el proceso contenía también elementos de guerra civil.
La guerra duró desde 1808 hasta 1814, y la oposición a la invasión tomó tres formas: el ejército regular español, la guerrilla popular, y las fuerzas inglesas y portuguesas mandadas por sir Arthur Wellesley, al que Fernando VII hizo más tarde merced del Ducado de Ciudad Rodrigo por sus servicios a España. La combinación de los tres forzó la retirada del ejército invasor al cabo de unos seis años de presencia, llevando el combate a la propia Francia.
Napoleón invade Rusia
Tout ce que n’est point mèdité dans le detàil ne saurait produire des resultats assurés
Napoleón
Formalmente, lo que desencadenó la invasión de Rusia por Francia en 1812 fue la oposición rusa a la anexión de la Galicia occidental al Gran Ducado de Varsovia contenida en el Tratado de Schönbrunn entre Austria y Francia, lo que Rusia consideraba que les creaba una debilidad frente a las demás potencias europeas (obsérvese que no solo las guerras se repiten, sino también las excusas para iniciarlas) y que se materializó en un ultimátum a Francia. Pero en la decisión de Napoleón de aceptar el envite desencadenando un ataque al corazón de Rusia jugaron también un importante papel los mismos deseos del corso que le habían impulsado a invadir España, incluyendo la imposición del Sistema Continental, que el Imperio Ruso se negaba a secundar.
Con todo ello, Napoleón, a pesar del dominio de la estrategia que hasta entonces había demostrado, tomó la funesta decisión de invadir Rusia, sobrevalorando sus fuerzas e infravalorando las defensas enemigas, que incluían los enormes espacios para retirarse y maniobrar, y un clima feroz, al que los rusos estaban acostumbrados, pero no así los franceses. La aventura comenzó con una serie de batallas ganadas por Napoleón —Smolensk, Valutino, Borodino— pero, como las de Pirro, rey del Epiro, ninguna decisiva y todas a costa de muchas bajas en un ejército sin apenas capacidad de reposición.
Su oponente, el mariscal de campo Príncipe Kutuzov empleó generalmente tácticas dilatorias (un nuevo Fabio Cunctator) e hizo buen uso de sus líneas interiores para la logística. Napoleón hubo de retirarse después de esperar en Moscú cinco semanas una petición rusa de armisticio que nunca llegó. La retirada de la Grande Armée fue un desastre, y toda la campaña se cobró el 95 % de sus fuerzas (¡Quelle affaire! Quel massacre!, Napoleón exclamó cuando se le informó). La desastrosa derrota fue causa de pérdida de poder político, y en definitiva instrumental en su deposición y destierro a Elba.
Hitler invade Rusia
Ley de Godwin: Cuando una discusión se alarga, la probabilidad de que surja una comparación con Hitler o los nazis se aproxima a 1.
Tal vez en el caso más fiel de repetición, más de un siglo después de la invasión de la Grande Armée, un Adolf Hitler crecido por unas brillantes victorias en el continente europeo, con tan solo el Reino Unido todavía resistiendo, tomó la decisión de invadir Rusia, lo que llevó a cabo en junio de 1941. Hitler no hizo una declaración de guerra, ni siquiera buscó una excusa para formalizar el ataque (al menos cuando lo hizo con Polonia fabricó el conocido como «incidente Gleiwitz» en el que las SS ejecutaron unos prisioneros de Dachau, los vistieron con uniformes polacos, y los mostraron como prueba de que Polonia había atacado una estación de radio de ese nombre en territorio alemán).
La invasión, a pesar de los aspectos ideológicos (el nazismo y el comunismo estaban absolutamente enfrentados) tomó un carácter clásico, con el ejército alemán profundizando en Rusia solo con el poder de las armas, sin recurrir a la población local, frecuentemente crítica del sistema comunista y en algunos casos, como Ucrania, con aspiraciones de independencia de Moscú y del sistema soviético que podían fácilmente haberse aprovechado. Pero la ideología nazi, con su fuerte contenido racial, que los llevó a cometer horribles crímenes de guerra, con asesinatos masivos, violaciones y otras clases de violencia, lo impidió, tildando las poblaciones ocupadas de untermenschen (infrahumano), y desaprovechando así la formidable ayuda que les podían haber prestado líderes como Stepan Bandera, de ideología próxima a la nazi y feroz oponente de los comunistas.
Los alemanes esperaban que la campaña hubiera completado el colapso del régimen comunista en otoño del mismo año, es decir en unos cuatro meses como máximo. Sin embargo, sus fuerzas sólo alcanzaron su máxima extensión (Moscú, Crimea) un año más tarde, mientras la resistencia soviética se iba endureciendo cada vez más, logrando a partir del invierno de 1942 invertir el curso de la guerra con victorias tan significativas como la de Stalingrado, máximo ejemplo de batallas en casco urbano, hasta que en el invierno 1944-45 entraron en territorio alemán. La invasión duró, pues, tres años y medio.
Los errores alemanes de apreciación están muy bien sintetizados en estas frases que un prisionero ruso dirige al protagonista, un oficial de las SS, en la famosa novela, casi una crónica, Les bienveillantes, de Jonathan Littell: «En mi opinión, ya perdisteis la guerra el año pasado, cuando os detuvimos frente a Moscú. Perdimos tierras, ciudades, hombres; todo ello puede ser reemplazado. Pero el Partido no se derrumbó, y esa era vuestra única esperanza. Sin ello, incluso podíais haber tomado Stalingrado, no habría cambiado nada. Y lo habríais tomado si no hubierais cometido tantos errores, si no nos hubierais subestimado tanto».
Conclusiones
Una gran parte de las miserias de la humanidad les son acarreadas por las estimaciones falsas que se han hecho
Benjamin Franklin
Muchos factores se pueden encontrar comunes en las invasiones citadas, y desde luego con la de Ucrania, en curso actualmente:
- Todas fueron llevadas a cabo por líderes autocráticos, lo que, si en la antigüedad era más bien la norma, desde la era napoleónica empezaron a ser más infrecuentes en el gobierno de las naciones europeas, por lo que la proclividad de los autócratas a agredir a sus vecinos se pone estadísticamente más de manifiesto.
- En todos los casos la sobrevaloración de las fuerzas propias y desprecio de las enemigas fue flagrante, y como consecuencia se planeó una campaña muy corta, lo que llevó a su vez a descuidar la cadena logística. En la situación actual (invasión de Ucrania) este factor ha tenido una influencia muy notable. La creencia excesiva en la eficacia de las fuerzas rusas ha sido provocada tanto por una fe ciega en que son las sucesoras del ejército victorioso en la «Gran Guerra Patriótica» como por la realimentación que esa creencia ha tenido por parte de las evaluaciones de la CIA y otros organismos norteamericanos, propensos a inflar las capacidades percibidas en interés de los fabricantes de armamento propios. Véase el libro Soviet Military Power editado por la CIA en 1983, un monumento a la exageración de las fuerzas y tecnología enemigas, que inauguró una tradición en la manera de juzgar las fuerzas armadas soviéticas y luego rusas que sólo se ha roto con las dolorosas derrotas en la invasión de Ucrania, que han evidenciado su mala preparación y deficiente tecnología.
- La actitud de la población civil frente al invasor no era un factor relevante en la antigüedad, pero empezó a cobrar importancia a partir de la Revolución Francesa que creó el concepto del «pueblo en armas». Así pues, sólo en los casos a partir de entonces la invasión militar ha tratado de aprovechar una supuesta aceptación civil del nuevo sistema que se trataba de imponer, pero en todos ellos la suposición se demostró totalmente infundada, y el resultado fue que la población civil cooperó en la defensa, lo que alcanzó su madurez organizativa en la Guerra de la Independencia española, que legó a todos los idiomas la muy española palabra «guerrilla». Hoy en Ucrania la resistencia civil está explorando nuevas vías, como el envenenamiento colectivo de las fuerzas ocupantes, que ya ha llegado a provocar al parecer varios cientos de muertes, o el uso de la telefonía móvil para informar en tiempo real de actividades enemigas.
- La moral de las fuerzas es un factor muy importante, a menudo subestimado, a pesar de haber sido cantado por multitud de pensadores y poetas. Y siempre favorece a los que se defienden de una invasión de su patria. Solo esta razón debería ser suficiente para no intentar nunca invadir otra nación contando —solamente— con superior fuerza.
- En los casos en que el invasor llegó a alcanzar dominio efectivo y de cierta duración sobre el país invadido, la manera en que el nuevo gobernante se condujo con los sometidos fue muy importante para determinar la viabilidad del dominio. Esto fue particularmente notorio en el fracaso de la invasión napoleónica de España y en la alemana de Rusia. Maquiavelo ya lo había analizado: «Cuando se adquieren estados en una región que difieren en idioma, costumbres o leyes, las dificultades radican en conservarlos, porque es fácil dominarlos, habiéndolos privado de sus propios gobernantes, pero difícil gobernarlos. El príncipe, por lo tanto, que adquiera tales estados, debe conservar en lo posible sus antiguas instituciones, y no apartarse de ellas a menos que sea obligado; debe contentarse con ocupar la posición de príncipe, sin introducir innovaciones que sólo crearían disgusto y desorden». (Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Capítulo III).
- Siempre se subestimó, a menudo por factores escandalosamente grandes, la duración de la campaña. Con la posible excepción de los dos sitios de Viena —las crónicas hablan de la duración del sitio, pero ignoramos la duración total de la operación desde la salida de las bases propias hasta el regreso— la duración de todas las operaciones estuvo en el orden de los años, no de los meses o incluso semanas como el invasor esperaba.
- En general todas las invasiones citadas, con la clamorosa excepción de la de Ucrania, fueron conducidas con razonable competencia, siguiendo el principio enunciado por Carl von Clausewitz: «No hay ley estratégica más importante ni más simple que la de mantener las fuerzas propias concentradas». Y sin embargo…
- …en todos, absolutamente en todos los casos, el invasor acaba expulsado y finalmente derrotado.
Fernando del Pozo es almirante (r) y analista del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV).