Un testigo revela los 'crímenes' de la resistencia francesa contra los nazis después de 80 años
Francia se enfrenta a esta parte delicada de su pasado en la que debe decidir cómo actuar con los restos de los alemanes
«Todos lo sabían, nadie hablaba de ello», confiesa André Nirelli, un agricultor jubilado desde la terraza de su granja en el montañoso centro de Francia, en referencia a casi medio centenar de soldados de la Alemania nazi ejecutados por la Resistencia.
«Ahí es donde estaban alojados», dice señalando un gran granero de piedra caliza a su izquierda. Los «alojados» eran 46 soldados de la Wehrmacht y una mujer francesa sospechosa de colaboración, capturados por un grupo de resistentes franceses.
Desde ese granero, los prisioneros fueron conducidos a una zona boscosa cerca del pueblo de Meymac, donde tuvieron que cavar fosas. El 12 de junio de 1944, fueron fusilados y sus cuerpos enterrados en ellas.
Sin embargo, la región es más conocida por los graves crímenes de guerra perpetrados por los soldados alemanes días antes. En Tulle (centro), a unos 50 kilómetros, miembros de la SS habían ahorcado a 99 civiles en balcones y farolas.
Y otra de sus unidades perpetró la peor masacre de la Segunda Guerra Mundial en Europa Occidental a unos 100 kilómetros al noroeste de allí, en Oradour-sur-Glane, donde mataron a 643 personas e incendiaron el pueblo.
El martes, una comisión alemana de tumbas de guerra empezó a buscar los restos de los alemanes cerca de Meymac. El desencadenante fue el relato del último testigo presencial de la ejecución, que rompió su silencio casi ocho décadas después.
«Fue un crimen de guerra», afirma a AFP el antiguo miembro de la resistencia francesa Edmond Réveil, de 98 años, que no se imaginaba el revuelo que iba a causar. En las últimas semanas, ha contado su historia una y otra vez, con paciencia pero con reservas.
El anciano explicó cómo su grupo de resistentes «heredó» a los prisioneros y no sabía qué hacer con ellos; cómo su comandante había «llorado como un niño» cuando habló con los alemanes; cómo estos miraban las fotos de sus familias antes de ser fusilados.
«No eran soldados jóvenes. Los jóvenes estaban en Rusia», recuerda Réveil. Él asegura que no los fusiló y, preguntado sobre por qué guardó silencio durante tanto tiempo y si temía traicionar a sus compañeros, se limita a contestar: «Había que decirlo».
«Actos de guerra»
La historia fue poco conocida durante décadas hasta la entrevista que el exresistente dio a los medios regionales a mediados de mayo y que dio la vuelta al mundo. Pero no todo el mundo se alegró.
«Nadie quería que la historia (…) manchara la imagen de la Resistencia», asegura el alcalde de Meymac, Philippe Brugère, quien reconoce que existía una «omertá» o ley del silencio alrededor de estos hechos.
Sin embargo, no fue una sorpresa total. A fines de 1960, ya se efectuaron unas primeras excavaciones, que se detuvieron sin conocerse los motivos. Los cuerpos de once soldados alemanes fueron recuperados entonces.
Nirelli, que contaba con diez años en la época de aquella exhumación, vio «cómo desenterraban esqueletos humanos en el bosque». «Los cráneos me impresionaron. Uno tenía un agujero en la parte trasera» recuerda el hombre, para quien «Réveil habría hecho mejor callándose».
«Quizás haya que saber primero lo que pasó», agrega pensativo el agricultor jubilado, quien, no obstante, también siente simpatía por los descendientes de los soldados alemanes que podrán poner fin a la incertidumbre sobre el paradero de sus familiares.
La cuestión de las ejecuciones cometidas por la Resistencia en Francia durante la invasión de la Alemania nazi sigue siendo sensible. El historiador alemán Peter Lieb calcula que hubo unas 350, sin contar Meymac.
El historiador francés Hervé Dupuy prefiere hablar de «actos de guerra» y no de «crímenes» para estas ejecuciones, ya que las fuerzas de ocupación no aplicaban la Convención de Ginebra a los resistentes, que mataban o torturaban sistemáticamente.
Según Réveil, en el caso de Meymac, los resistentes estaban desbordados por tener que ocuparse de un grupo de prisioneros de guerra. «No fue un acto de venganza», explica el anciano, máxime cuando entonces no se conocían aún las masacres de Tulle y de Oradour-sur Glane.
El exresistente parece ahora aliviado por haberse librado de una pesada carga que lo acompañó toda su vida y le gustaría que se erigiera una lápida de los alemanes muertos en el bosque de esa localidad.