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Francesc Tosquelles: el Schindler de los enfermos mentales

‘El cementerio de los locos’ de Evelyn Mesquida homenajea al psiquiatra catalán que participó en la Resistencia francesa salvando de los nazis a judíos y refugiados

Francesc Tosquelles: el Schindler de los enfermos mentales

Francesc Tosquelles en el tejado del edificio de dirección del Hospital Psiquiátrico de Saint-Alban-sur-Limagnole, con un barco de Auguste Forestier, 1947. Fotografía: Romain Vigouroux, Colección familia Ou-Rabah Tosquelles. Reproducción fotográfica. | Roberto Ruiz

Francesc Tosquelles (Reus, 1912) llegó a Saint-Alban el 6 de enero de 1940, proveniente del campo de internamiento administrativo de Septfonds (en el cual había ingresado, junto a su amigo Jaime Sauret, de manera voluntaria). Con él apenas llevaba una pequeña maleta con prendas personales, el libro de Hermann Simon Por una terapéutica más activa en el hospital psiquiátrico y la tesis de Lacan sobre la personalidad paranoica. Antes, y huyendo del régimen franquista, había cruzado la frontera a pie, atravesando el Aneto, el más elevado de los picos pirenaicos, con 3.404 metros de altitud sobre el nivel del mar. Se sabía pronto a ser fusilado; no le quedaba otra opción. Este sería solo un episodio de la vida olvidada del psiquiatra catalán, que recibe ahora un reconocimiento con la publicación de El cementerio de los locos (Ediciones B) escrito por la periodista Evelyn Mesquida.

Antes de eso, sin embargo, se había integrado en las milicias antifascistas del POUM y hubo de ser enviado a Aragón, donde participó activamente en duros combates en el frente de guerra. Allí se le encargó la evacuación del hospital psiquiátrico de Huesca (en manos de las tropas fascistas) y fue nombrado responsable de la reestructuración del sanatorio de Sariñena y, más tarde, del hospital de Salt, donde dirigió, con éxito, una experiencia de estrecha colaboración entre todo el personal sanitario, al tiempo que ayudaba con terapia a jóvenes médicos antes de irse al frente. En mayo de 1938, y con apenas 26 años, Francesc Tosquelles fue nombrado teniente jefe de los servicios psiquiátricos del Ejército de Extremadura y director responsable del hospital de Almodóvar del Campo (Ciudad Real). En breve sería nombrado consejero permanente de todo lo concerniente a la higiene mental del ejército de la República española, cargo gracias al cual se ocupaba de la selección de los soldados y de los médicos. Como curiosidad, cabe decir que, investigando la repercusión de la guerra en los soldados, descubrió que muchos psicóticos se curaban de sus delirios gracias a la lucha antifascista.

A Tosquelles se le considera un hombre extraordinario, no solo por sus logros, sino por sus métodos: era extravagante, poco ortodoxo y muy original. Un ejemplo: al darse cuenta de que los psiquiatras temían a los locos se le ocurrió organizar a gente corriente y formarlos como enfermeros para integrarse como personal del departamento. Lo consiguió en un par de meses. Entre este grupo de voluntarios civiles formados por gente normal se encontraban campesinos, obreros, curas e intelectuales, pero también prostitutas, a las que solo se les puso como condición que no se acostaran con los enfermos. Decía Tosquelles que las putas eran las que mejor conocían a los hombres, sabían escuchar y comprender la locura. Tosquelles practicaba también la psiquiatría sobre el terreno, cercano a la primera línea de combate. Y nunca quiso llevar el uniforme militar ni la bata blanca. En su opinión, estos tenían un efecto negativo en la psicología de los enfermos.

Portada del libro

El 1 de abril de 1939 Franco anunció oficialmente el fin de la Guerra. Llegaron a Almodóvar del Campo las tropas nacionales. Siendo director y responsable del Hospital Psiquiátrico, Francesc Tosquelles tenía el convencimiento de que, si no huía al país vecino, pronto sería fusilado. 

Una aventura de acogida y de acompañamiento a otro mundo posible

En noviembre de 1942 las tropas alemanas invadieron la parte libre que todavía quedaba al sur de Francia, lo que incluía la zona en la que estaba Saint-Alban. Así, el país quedó totalmente ocupado. Pronto se comenzaron a conocer casos de múltiples fallecimientos en los diversos hospitales psiquiátricos franceses. Muertes que, y esto no se pudo certificar hasta los años ochenta y gracias al libro L’extermination douce (El exterminio suave), de Max Lafont, alcanzaron un total de más de 40.000. Si entre 1939 y 1941 murieron, por decisión de los nazis, en las cámaras de gas más de 100.000 alemanes calificados de «débiles mentales», en la Francia ocupada (entre 1940 y 1945) no fueron menos, y morían los enfermos mentales de pura inanición por causa de la desidia y abandono de sus cuidadores. Célebres enfermos como Camille Claudel, amante y discípula de Rodin y, a su vez, gran escultora y artista genial formaron parte de este grupo de pacientes que murió de hambre durante aquel periodo. El hospital de Francesc Tosquelles, en Saint-Alban, fue el único de Francia donde sus pacientes no murieron de hambre. Y había más de 1.000.

Dará evidencia de un rasgo más de la singular personalidad de Tosquelles si nos fijamos en la extravagancia de sus métodos para salvar a sus pacientes. En primer lugar, habilitó la salida de todos los capacitados para trabajar en los alrededores: trabajaban para las granjas cercanas e intercambiaban productos de estas por la fuerza del trabajo. Otros enfermos se dedicaban a hacer alpargatas y zapatillas o cajitas de madera. Las enfermeras, por su parte, tejían, cosían o bordaban. Con todo ello se dedicaban al trueque con los vecinos de los pueblos cercanos. Así, consiguieron subsistir a la miseria y a la hambruna que trajo la ocupación.

El coronel Tosquelles 

Francesc Tosquelles, bajo el apodo de «Lieutenant François» y con el cargo de teniente coronel del maquis del departamento de Lozère, tuvo un destacado papel en la guerra clandestina, la liberación del territorio nacional francés y en la atención y cuidados prodigados a los heridos de las FFI (Fuerzas Francesas del Interior), debiendo en ocasiones, desplazarse furtivamente para realizar estas intervenciones sobre el terreno. Su participación en la resistencia conllevaba transitar material para los maquis, falsificar documentos (con la complicidad del alcalde del pueblo), acoger y proteger clandestinamente a víctimas de las leyes petainistas o nazis y organizar en secreto la recepción de combatientes heridos para su posterior intervención en los sótanos del hospital. También colaboraba en la recepción de contenedores de diverso material, que lanzaban a altas horas de la madrugada los aviones ingleses. Sin embargo, y entretanto, nunca dejaba de pensar en su revolución psiquiátrica. Da cuenta de ello un extracto de su libro L´enseignement de la folie, donde dice que: «Mientras esperábamos el lanzamiento de armas o de un visitante clandestino, hablábamos de psiquiatría o revisitábamos de forma crítica los conceptos de base y los tipos de acción posible… Analizábamos a fondo el hospital psiquiátrico». Alineado con esta idea, había ayudado a crear en 1941 y en el seno del establecimiento un grupo de reflexión bajo el nombre de Sociedad de Gévaudan. Su objetivo principal, cuenta Evelyn Mesquida, era el de «refundar colectivamente los cuidados, la investigación y la formación en psiquiatría, así como facilitar las diversas actividades de resistencia sobre el terreno».

El don Quijote de Reus

Francesc Tosquelles defendía que a los locos se les ha de considerar como poetas «que no han sabido o no han podido hacer de su vida el poema indispensable». Fervoroso creyente en el arte como base para la terapia de recuperación y poseedor de un espíritu quijotesco (en el sentido de una actitud a un mismo tiempo megalómana y delirante), se formó en el Instituto Pere Mata de Reus y ya era médico a los 21 años. Siempre creyó que no había que separar la psiquiatría infantil de la de los adultos, pues insistía en, como nos recuerda su hijo Jacques Tosquelles en el prólogo de El cementerio de los locos, «la importancia de encontrar al niño dentro de uno mismo en el tratamiento y en que un psiquiatra que no tuviera esta actitud en su investigación no sería un verdadero psiquiatra».

Francesc Tosquelles en el jardín del Hospital Psiquiátrico de Saint-Alban-sur-Limagnole, c. 1944-1945. Fotografía: Romain Vigouroux, colección de la familia Ou-Rabah Tosquelles. Reproducción fotográfica. | Roberto Ruiz

En tanto que participaba de la resistencia clandestina y en el hospital de Saint-Alban bullía por sus interiores aquella secreta actividad (que, empero, todos los pacientes conocían y de la que eran cómplices), tuvo tiempo Tosquelles para poner en marcha una verdadera revolución en el campo de la psiquiatría y el tratamiento de alienados. Tosquelles estableció un sistema cooperativo autónomo, según el cual cada paciente «tenía un papel bien definido y participaba activamente con un trabajo propio y remunerado», escribe Evelyn Mesquida. Esta organización se acabaría conociendo con el nombre de «ergoterapia» y posibilitaba unas relaciones nuevas entre los enfermos y los médicos. Con ello, y poco a poco, Tosquelles fue promoviendo un proceso de transformación del asilo, basado en dos pilares fundamentales: el psicoanálisis y el marxismo, que comenzaría en 1940 y que ya en 1950 se habría de convertir en un proceso de importancia nacional. A este proceso se le conocería como «psicoterapia institucional», a partir de un artículo de Georges Daumézon y Philippe Koechlin que fue publicado en 1952 y llevaba por título «Psicoterapia institucional francesa contemporánea». Gracias a ello, además, el hospital se convertía en un espacio abierto al encuentro y al intercambio de ideas. 

El nexo surrealista y el Art Brut

Paul Éluard, uno de los miembros fundadores del movimiento surrealista en Francia, también encontró refugio en los muros del hospital de Saint-Alban, al que llegaría, acompañado de su esposa Nusch (musa de los surrealistas) y su hija Cècile (hija que Éluard tuvo con Elena Ivánova Diákonova, «Gala»). Estuvieron cuatro meses. De esta experiencia surgiría el libro Recuerdos de la casa de los locos, publicado en 1946 y donde Éluard rememora el así conocido como «cementerio de los locos», que contaba por aquel entonces con 300 tumbas de pacientes del psiquiátrico (apenas con un número y una cruz) y al hospital de Saint-Alban. El cementerio de los locos fue, para el poeta, un espacio de paz del que quedó prendado. En el mismo todavía se conserva hoy un monumento en homenaje al poeta y a sus poemas, a pesar de que los restos de los «locos» ya no descansen allí, sino que fueron trasladados al gran cementerio del pueblo, al de la «gente normal». Hoy día solo quedan dos tumbas, una de las cuales es la de la familia Tosquelles, y algunas viejas cruces con nombres de monjas olvidadas. De cualquier forma, este cementerio que Éluard consideró «nacido de la luna» es en la actualidad Monumento Histórico de Francia.

La presencia de Éluard en Saint-Alban es crucial, ya que animaría a otros intelectuales a visitarlo, como por ejemplo el creador del dadaísmo, Tristan Tzara. No se ha de olvidar que, en 1925, los surrealistas habían firmado una carta dirigida a los médicos jefes de los asilos de locos denunciando el desastroso estado de las instituciones psiquiátricas. En la misma, consideraban la locura como una forma de creatividad regida por la libertad humana y que se hacía eco de sus potencialidades múltiples. Esta forma de expresión habría de conocerse con el nombre de Art Brut y entiende la producción de los alienados no como documentos clínicos, sino en tanto que creaciones plásticas. Célebres artistas de Art Brut que estuvieron en el hospital de Saint-Alban fueron Auguste Forestier (cuya obra apreciaba Éluard especialmente), Aimable Jayet, Marguerite Sirvins y Clement Fraisse. Da fe de su importancia el hecho de que en la exposición realizada en 1967 en el Museo de las Artes Decorativas de París titulada «Art Brut», una de las más importantes sobre este tipo de arte, que contaba con más de seiscientas obras de la colección del gran valedor de este arte, Jean Dubuffet, estaban todos ellos, miembros del  hospital de Saint-Alban, ampliamente representados. Hospital que, vale la pena recordar, lleva hoy ya el nombre de Francesc Tosquelles, como homenaje a su incansable, apasionada y revolucionaria labor.

Viendo que no llegó el momento en que los Aliados liberaron España y que no podría volver a su país, Francesc Tosquelles decidió estudiar de nuevo la carrera de medicina en Francia y pedir la nacionalidad, que obtuvo en 1948; el título oficial de médico psiquiatra francés lo obtendría en 1952. Nunca perdió -por decisión propia- su marcado acento catalán al hablar francés.

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