Malí: radiografía de un fracaso
El apoyo que dio Francia tras la descolonización, sosteniendo regímenes por prebendas, es ahora ofrecido por los rusos
Con anterioridad a la llegada y consolidación de la telefonía móvil, en los contingentes militares españoles en misiones en el exterior se conectaba con casa desde dispensarios de comunicaciones habilitados al efecto en las bases. Una especie de decálogo recogía las claves para el enlace. Un gran cartel presidía el espacio de los recintos prefabricados. El primer punto señalaba: «Nunca llames desde el enojo o la tristeza. Solo conseguirás contagiarles tu melancolía».
Tal premisa debería ser aplicada del mismo modo con África. Quienes divulgamos sobre este continente, deberíamos estar imbuidos del color esperanza que tinta el corazón de la mayoría de sus gentes. Colores alegres y vistosos, como los de los pañuelos con que se cubren sus mujeres. Por el contrario, es el escepticismo lo que ronda mi pensamiento. Cualquier medida o iniciativa para con África, se trueca en fracaso las más de las veces. El empeño de mucha gente comprometida en distintos ámbitos y sectores, hermoso en no pocas ocasiones, y la generosa financiación que solía acompañar los proyectos, reconocida incluso por los receptores, se quedan las más de las veces en iniciativas inconclusas. En fracasos que rasgan la ilusión de quienes los acometieron, y sobre todo, de quienes esperaron y soñaron el bálsamo reconfortante, que luego no fue tal.
Franco contraste el de la dura realidad africana, y el modo amable y resignado con el que la aceptan sus gentes, todas humildes. Es muy difícil no dejarse arrastrar de la desesperanza que invade gran parte de las reflexiones de los occidentales. Es imposible eludir la sensación de considerable fracaso, de la casi única vertiente de acción militar con la que Occidente pretende hacer frente a la amenaza terrorista en la región. Es difícil no apreciar la progresiva y persistente desestabilización saheliana, pese al enorme esfuerzo internacional en materia de seguridad, desde que en 2012 se desencadenasen ciertos acontecimientos en Malí, los cuales amenazaron su viabilidad como Estado soberano.
Malí era entonces un Estado pobre. Tan pobre como lo es hoy. Ocupa la afligida decimoséptima posición en este triste ranking de miseria universal. Pero era además un Estado fértil, como lo son las tierras regadas por su inmenso y caudaloso río Níger. Poseía entonces cierto revestimiento democrático, reconocido entre sus vecinos y también en Occidente. Notas de la kora, el instrumento de cuerda nacional, sonaban en las noches, dando la espalda al rigorismo musulmán con el que otros países afligen a su música tradicional.
En 2012, la tribu dominante de los ifoghas precipitó y lideró una nueva rebelión tuareg en la mitad norte septentrional de Malí, tan vasta como desértica. La cuarta rebelión. Una más como consecuencia del recelo y la desconfianza recíprocas entre tuaregs y Administración, secuencia lógica de la marginalización política y económica, de la vocación independentista y la hostilidad con las que los nómadas bereberes tuaregs malienses ya venían significándose desde 1916 contra el colonialismo francés.
Pero es que la siguiente, la segunda rebelión, lo fue casi inmediatamente después de que Malí abrazase su independencia, en 1960. Tuvieron que ver en este caso los procesos soberanistas coloniales, que en sus intereses tozudos trazaron fronteras a tiralíneas, fragmentando y dispersando a las tribus africanas. En este caso, los tuaregs quedaron divididos entre seis nuevos Estados. Malí concentra el 30% de su población, que no es además compacta entre sí. Hay tuaregs nobles, otros son guerreros, otros vasallos. Siempre estratificados en diferentes estamentos y castas.
Aquella cuarta rebelión tuareg de 2012 sobrevenía como resultado de su fortalecimiento tribal, una vez asentados en las provincias norteñas de Malí, tras la caída del régimen de Gadafi, al que los tuaregs habían apoyado en vida. Regresaron bien armados y pertrechados, como resultado del desmantelamiento de los arsenales libios que conllevó la revuelta.
Una vez instalados, la rebelión tuareg fue además mancomunada/fagocitada por los terroristas de Al Qaida -AQMI-, que desde distintos lugares y Estados, también algunos provenientes de Libia, se habían asentado en la región tuareg, al norte de Malí. El abandono al que los distintos Gobiernos malienses han venido sometiendo a la población tuareg, así como la nula presencia militar maliense en la región norte, permitieron una rápida expansión de la revuelta hacia el sur del país. Fue entonces cuando la Autoridad Nacional de Transición requirió de la ayuda militar francesa para contener la avalancha yihadista. El presidente Hollande se la ofreció.
Desde entonces, no se ha hecho otra cosa que tratar de apaciguar a los tuaregs, además de combatir militarmente a los grupos terroristas. El principal y más eficiente esfuerzo de seguridad ha corrido a cargo de Francia. Aunque los contingentes militares han tenido muchas boinas de distintos colores, solo los franceses han plantado cara con eficiencia al terrorismo. Los demás, simplemente han estado.
Francia, con un techo de presencia de 5.500 efectivos, fundamentalmente en Malí, aunque también desplegados en otros Estados del entorno, se implicó de lleno en el contraterrorismo. España, de figurín, como siempre, apoyó someramente sus operaciones con un pequeño contingente del Ejército del Aire, encargado de operar un avión de logística y de transporte desde Dakar (Senegal).
Pero es que, además, ha habido en Malí un contingente del denominado G-5 Sahel. Efectivos de cinco países del entorno, con notable riesgo de verse del mismo modo afectados por la Yihad. Francia siempre persigue la implicación nacional maliense y regional en el conflicto. Tal deseo era paralelo a su lento, aunque progresivo afán de comprometer a los locales en su propia seguridad. Sin embargo, la muy escasa operatividad y movilidad tácticas del G-5, las nulas cadenas logísticas con las que relevar y avituallarse, la escasez de pertrechos con los que dotarse, la muy frágil financiación, obligaron a este contingente del G-5 casi a ejecutar un mero acto de presencia en el terreno (otro figurín): una maniobra táctica militar, más de ratón que de gato. La contribución del G-5, con hondo pesar por el sacrificio de sus soldados, se mide casi fundamentalmente en bajas como resultado de su presencia.
El papel de España
Otra contribución de otro tipo está siendo la de la Unión Europea, misión EUTM, encargada de entrenar y adaptar los contingentes del ejército maliense para el combate. España es parte de este proyecto. Incluso ha liderado esta fuerza, cuya eficiencia y resultado han sido inversamente proporcionales al esfuerzo y entusiasmo con el que nuestros militares se han entregado en este ejercicio. Una misión para España, casi a medida de las contribuciones militares internacionales que nos son habituales. Baja exposición de seguridad, exhibicionista de epítetos amables por adhesión y solidaridad, hermanada en el contexto internacional. Muchas ventajas, casi sin servidumbres.
Si sobre el papel EUTM proporcionaba tal instrucción militar a Malí, a fin precisamente de implicarla en su propia defensa y seguridad, la realidad ha sido bien distinta. La formación de los Grupos Tácticos combatientes iba además asociada a la entrega de equipamiento y vehículos con los que dotarles. Sin embargo, múltiples carencias, defectos y disfunciones extinguieron casi desde el principio el acertado propósito original. Los Grupos Tácticos entrenados eran desplegados en el terreno, si bien con carencias sustanciales que hacían casi imposible su utilización eficiente: una casi nula logística con la que alimentar la presencia y el combate de esas unidades en el terreno. También, la ausencia de apoyo aéreo con la que dotar de movilidad a las tropas en los vastos espacios desérticos en los que habrían de operar. Carecían además de apoyo por el fuego aéreo en sus encontronazos con los grupos terroristas e insurgentes.
La enorme limitación en la provisión de agua y alimentación, gasolina, munición o repuestos, reducía el tiempo de despliegue de las unidades, o bien minimizaba funcionalmente su razón de estar a la mera presencia en territorio hostil, aunque fuese a riesgo de una exposición temeraria a la acción del enemigo. Presencias cortas e intermitentes proyectaban, eso sí, otra imagen política distinta de la tradicional claudicación nacional respecto de los grupos terroristas e insurgentes, y en relación con el vacío de poder en los espacios en los que evolucionaban.
Por si fuese poco, era francamente difícil el acomodo y la coexistencia entre soldados de diferentes tribus, que primaban la jerarquía y las competencias tribales sobre el mando jerarquizado de la institución militar. La creciente extensión de la duración de las misiones, como consecuencia de las dificultades en el relevo, dejaba a las familias de los soldados muy expuestas a las carencias y a las dificultades, agravadas en no pocas ocasiones por el habitual retardo y anarquía en la percepción de los salarios. Munición, armamento, raciones de avituallamiento, piezas de recambio de los automóviles fueron vendidas por los soldados por un poco de dinero en no pocas ocasiones. Las deserciones fueron más que frecuentes. Era del todo imposible que cada Grupo Táctico entrenado pudiese repetir misión con los mismos efectivos. Se hacía preciso fagocitar elementos de otros. Cada relevo habría de ser configurado con retazos de los demás.
Para colmo de los colmos, se vienen dando exacciones perpetradas por parte del Ejército maliense contra la población civil, a la que los soldados acusaban de dar apoyo o cobertura a los grupos terroristas, cuando la mayor parte de las actuaciones terroristas van precisamente dirigidas contra la población civil. Es cierto no obstante que los abundantes enfrentamientos entre tribus están siendo aprovechados por los grupos terroristas, fundamentalmente el denominado Estado Islámico, que interesadamente proporciona apoyo a algunas tribus y poblaciones en sus litigios con las rivales, recabando de este modo el enganche y recluta de combatientes, además de cierto apoyo.
Es el caso de la tribu denominada Peul, que aunque no de una forma homogénea, sí se está viendo tristemente beneficiada del apoyo que le brinda Al Qaida, en su histórica dialéctica y confrontación tribal con las autoridades nigerinas y malienses, que la vienen sometiendo al acoso y marginalización desde mucho tiempo atrás. Por su parte, el Estado Islámico capta y recluta combatientes entre los habitantes de pequeñas poblaciones, incluso a la fuerza, a las que de la misma manera luego brinda apoyo, escalando de este modo los conflictos tribales.
Las tropas de Wagner
Las tropas rusas de Wagner en Malí, una vez que la Junta Militar es la autoridad transitoria desde el segundo golpe de estado en mayo del 2021, ha acompañado al ejército maliense en algunas de estas exacciones. Se estima que unos 2.500 efectivos rusos se encargan de dar formación y entrenamiento a las tropas locales en sus habilidades contraterroristas, a las que acompañan en algunas de sus actuaciones. Wagner carece por el contrario de medios adecuados y suficientes, específicos, con los que ejecutar la lucha contraterrorista. De ahí precisamente el escaso aprecio que cabe prestarles en su éxito futuro contraterrorista. Paralelamente, velan por el control y seguridad de los intereses rusos en el país, asociados en este caso a la industria minera con la que Malí abona la contraprestación.
El apoyo que en su momento dio Francia a Malí tras la descolonización, sosteniendo regímenes a cambio de prebendas e influencia internacional es ahora ofrecido por los rusos tras el fin de la retirada del contingente francés en agosto de 2022. Soy consciente de que los regímenes malienses pseudo-democráticos constituidos entonces no guardan relación con los resultantes de los golpes de estado de hoy. Tampoco la marca Francia es comparable en absoluto a la que trazan los mercenarios rusos. Hay cierto nexo no obstante entre el ayer y el presente. Es el de, en definitiva, dar sostén y apoyo a regímenes, fundamentalmente mediante respaldo militar, y siempre a espaldas de la población local.
La población civil es la gran ausente de los regímenes locales y sus apoyos externos. Es la gran perjudicada de los enfrentamientos sectarios y con los terroristas. ¿Saben ustedes qué porcentaje de bajas se le atribuye a la población civil en Ucrania? Aproximadamente el 1%. ¿Conocen de esta cifra en el Sáhara Occidental? Según datos del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET) en relación con los fallecidos violentamente en el mes de junio, tenemos: dos soldados y 38 civiles en Malí, 112 soldados y voluntarios de las fuerzas de defensa en Burkina Faso, y 72 civiles. Es preciso aumentar en siete los soldados fallecidos en Níger y dos más Togo. O sea, 233 víctimas mortales acaecidas en un mes, de las que 123 eran soldados o milicianos, y 110 los civiles desaparecidos en el pasado mes de junio. 40 víctimas en total en Malí (dos soldados y 38 civiles). 184 en Burkina Faso (112 soldados y milicianos, y 72 civiles). Siete soldados en Níger y dos más en Togo. Son datos que dan idea de la dimensión y orientación de este conflicto regional.
En este marco del quehacer internacional contraterrorista en Malí, ¿qué decir de Minusma, la misión de Naciones Unidas para Mali? Su mandato, reforzado en varias ocasiones a solicitud de las autoridades malienses, ha consistido básicamente en la protección de la población civil, así como también en el apoyo a la implementación del acuerdo de Argel, logrado con los grupos insurgentes del norte del país en el año 2015.
Pese a su considerable volumen de efectivos, en torno a los 15.000 soldados y policías, apenas si ha logrado el cumplimiento eficiente de su misión. Aunque los grupos insurgentes que suscribieron el mencionado acuerdo han rechazado su reciente expulsión, no es menos cierto que la población en general apenas si se ha visto beneficiada de tal protección. Victimizada además por los grupos terroristas, que han hecho de la misión de ONU en Malí la más mortífera del orbe, Minusma ha trabajado más por protegerse, subsistir y evolucionar en circunstancias extremas, que en proteger.
El deterioro de las relaciones entre el Gobierno y los grupos firmantes del acuerdo, fundamentalmente desde el afianzamiento de los golpes de estado en Malí en agosto del 2020 y mayo del 2021, ha sido la puntilla a una misión que, del mismo modo, desgraciadamente, se ha quedado en el figurín de las intervenciones. Una más. El caso es que este cierre singular forzado de Minusma puede tener incluso su impacto en las otras y futuras Misiones de Paz de Naciones Unidas, que ante tanta frustración ya baraja un replanteamiento estratégico y de reforma en su Agenda para la Paz, prevista para el 2024.
La enorme incertidumbre en relación con el papel de Naciones Unidas en el panorama geopolítico actual invita a eludir parcialmente el acento de la Organización en su vertiente militar de actuación, para, en cambio, sí contemplar con mucho más calado otras facetas: aspectos políticos y económicos de los conflictos, una más incisiva financiación en las causas que los motivaron, y la contribución a la financiación de los entes nacionales y organizaciones internacionales regionales, en mejor disposición que los occidentales a la hora de apuntar y promover iniciativas de paz en África. No es que la Organización para la Unidad Africana, (OUA), o la CDEAO hayan eludido su compromiso. Sin embargo, no es menos cierto que han carecido del apoyo internacional y de la financiación exterior con las que dinamizar sus propósitos e iniciativas. En definitiva, menos presupuesto a la vertiente militar, y más para las iniciativas políticas, económicas y de financiación con las que hacer frente a los conflictos.
La pacificación de Malí no solo se ha visto frustrada. La realidad es que el conflicto se ha extendido incluso a la frontera de Malí con Níger y a la frontera de Malí con Burkina Faso. El impacto terrorista, fundamentalmente hoy en Burkina Faso, es tal que el riesgo de expansión afecta del mismo modo a los países sureños de Burkina Faso y del Golfo de Guinea, como puedan ser en este caso Togo o Costa de Marfil.
Burkina Faso adolece hoy de un más elevado impacto de violencia e inestabilidad que el de Malí, del que se contagió. Participa casi de los mismos elementos desestabilizadores que su Estado vecino: vacío de poder, enorme fragilidad institucional, rechazo social a los flecos de colonización francesa, aunque Francia haya eludido su implicación militar en la erradicación del terrorismo burkinés.
Aún con menor impacto en su presencia tuareg respecto de Malí, también Burkina Faso se ha visto tiznada colateralmente de la revuelta tuareg maliense. El que fuese presidente de Burkina Faso entre 1987 y 2014, Blaise Compaoré, primero al frente de una Junta Militar surgida del golpe de estado al carismático Thomas Sankara, y ya desde 1991 como presidente electo, acogió a gran parte de la cúpula tuareg en la capital Uagadugu, hasta la suscripción del Acuerdo de Argel del 2015.
Los tuaregs se ven dueños y señores de las provincias norteñas de Malí, con casi 300.000 kilómetros cuadrados de desierto. Poseen una demanda cultural específica. Airean el requerimiento de un respeto para la conservación de sus tradiciones. Tienen resquemor del abandono administrativo al que han sido tradicionalmente marginados. Se suma la pretensión de los jefes de sus confederaciones por ser los únicos controladores de seguridad de tan vasta extensión. Esta circunstancia les supondría disponer del control de un espacio ‘casi infinito’ en el que perpetrar sus tráficos ilícitos que suplantan en la actualidad a las que fueron sus tradicionales caravanas comerciales nómadas, en las que se afanaron sus abuelos.
En este tránsito al logro de una situación política y administrativa de su conveniencia, tratan de alargar el presente vacío de poder de Malí en la región norte. No escatiman la prolongación de cualquier proceso, que además otorga notoriedad, visibilidad y rango a quienes configuran las delegaciones y representación tuareg en las conversaciones. Son cuidados y mimados durante el transcurso. Son señores en la situación de transitoriedad. Están al amparo de una mediación argelina, que siempre ha considerado el vasto sur maliense como su patio trasero. No hay prisa en definitiva para la resolución de lo que de por sí ya conlleva su tiempo.
Entre tanto desbarajuste, los gobiernos transitorios malienses resultantes hoy de los golpes de Estado se extienden y perduran. El pasado 18 de junio, un referéndum de reforma constitucional dio el apoyo a la propuesta de la Junta Militar Transitoria: básicamente, una reforma estructural institucional, más presidencialismo, así como refuerzo al papel garante y en teoría estabilizador de su ejército. El apoyo popular masivo que le fue brindado a la iniciativa facilitará la celebración de elecciones en 2024. Eso sí, los datos oficiales de la participación fueron del 39,4%. Hubo regiones del norte en las que ni siquiera pudo materializarse, entre otras cosas por rechazo de la mayoría de los grupos suscriptores del Acuerdo de Paz de 2015, que no apreciaron como favorable la adaptación constitucional de la reforma al texto del acuerdo.
En la perduración del desarreglo, es la población, una vez más, quien sufre de las consecuencias. Es el apoyo a la población lo que ha quedado en un segundo término ante el acento que Francia ha otorgado a su protagonismo militar en el quehacer contraterrorista maliense. Diezmar el volumen y composición de los grupos terroristas, y la perseverante y eficiente neutralización de las cúpulas de los corpúsculos violentos no han servido para nada. Más bien al contrario, la realidad ha sido que la violencia y la extorsión se han vigorizado, se ha extendido la superficie territorial de su incidencia, y se ha diversificado el protagonismo y la acción de los grupos terroristas.
Los primeros compases del Estado Islámico en Malí en 2014 fueron de respeto y de armonía en relación con su origen en Al Qaida. Sus nuevos líderes, saharauis en su mayoría, lo habían sido también de AQMI. Les unía un pasado compartido, hasta que la ruptura resultó ser inevitable. Malí dejó de ser el único escenario de conflicto en el orbe en que ambas siglas se respetaban.
Algunos autores inciden del mismo modo en la supremacía del quehacer militar y de seguridad respecto de otras vertientes y enfoques del conflicto. Entienden que la seguridad no habría de ser tanto contraterrorista, sino más bien centrada en la seguridad de la población. Ni siquiera todo el mundo observa y entiende África de la misma manera. Europa lo hace desde la violencia e inestabilidad que proyectan, erigiendo la inestabilidad saheliana como una amenaza a nuestro continente. Pero resulta que lo que a nosotros nos genera amedrentamiento, es una ventana de oportunidad para China, que despreciando la exigencia de corrección política, en la que ponemos el acento los europeos, se ciñen exclusivamente al beneficio mutuo y la ganancia recíproca que genera una relación comercial fructífera. China deja hacer a lo local. Apenas si dispone de contingentes militares en el terreno. Solo persigue materias primas y mercado de infraestructuras. Pero es que, además, África es un escenario de competición por la hegemonía para Estados Unidos, en relación con Rusia o China, y viceversa.
La percepción extranjera respecto de África no es única ni homogénea, como ven. Pero es que también África está transformando su percepción respecto de Europa. Se ha abierto a otros socios y clientes, minimizando el empeño de la actuación europea, que, a cambio de inversiones sustanciales, muchas de ellas sin seguimiento ni control, ha pretendido desde siempre ejercer una suerte de neocolonialismo sobre el continente. Ahora África se extiende a nuevos socios comerciales internacionales como Turquía o la India. Incluso Arabia Saudí, tremendamente preocupante en este caso en lo que a expansión de su versión wahabí del Islam se refiere. O Marruecos, ofreciendo imanes que apoyan la siembra del culto suni-malakita entre la población, más amable y respetuoso con la gente y con los demás.
Al colonialismo europeo en África le siguió una tutela neocolonialista, interesada en extender el control de sus intereses, también tras la descolonización. Francia llegó a imponer presidentes africanos, que satisficieron la vocación hegemónica y las pretensiones mercantiles de la que fuese metrópoli, a cambio del apuntalamiento de sus regímenes corruptos locales y la exhibición internacional de su supuesta legitimidad. Una simbiosis interesada. Un ganar-ganar que satisfacía a casi todos, menos a los pobladores, siempre anclados a su miseria bajo sistemas políticos muy deficientes, y supuestas democracias, meramente aparentes e imperfectas.
La adaptación a las circunstancias, la resignación a lo real, el casi desprecio a la inequidad, porque la indigencia lo impregna todo, ha transformado a los pobladores en perpetuos sufridores de su desventura. Hechos a ella, la suponían inscrita en sus vidas, como el niño que cree que su gran deficiencia óptica es algo natural y consustancial a su nacimiento. Es ahora cuando en los grandes núcleos urbanos, casi en exclusiva en las capitales, una parte de la población más inquieta, esos jóvenes algo más ilustrados, ejecutan el balance de su situación. Claman un cambio. Más de lo mismo. Esta vez, en el caso de Malí, encantados con el color kaki como supuesta esencia de la pureza de las reivindicaciones, reclamo de una transformación política y social, que en realidad conduce a ninguna parte. Un círculo vicioso de corrupción política local, e intereses extranjeros, que coinciden en omitir y negar a la población la gestión básica de sus necesidades básicas.
Siempre olvido de la población. También por parte del intervencionismo internacional, que reduce su actuación al sector casi exclusivamente militar, cuando, además, la realidad es que el terrorismo y la violencia se han extendido más allá de Malí. La incidencia militar, y la paralela omisión de entrar y actuar en las causas reales del conflicto, ha causado pobreza, miseria, ausencia de servicios básicos, abandono, marginación, corrupción política y económica, acoso a unas tribus respecto de otras, tribalismo, paternalismo tribal y erosión de cualquier percepción futura meramente posible y digna.
La misma recluta de los grupos terroristas se aleja de los parámetros de actuación en Occidente. El reclamo y el consecuente enganche no son ideológicos. Ni siquiera incluso religioso, tal y como tal vez podría albergarse. Los grupos terroristas se han erigido en una posibilidad de comer. En el único ‘empleador’ de las regiones en las que operan. En una aventura mediante la cual hacerse respetar. La oportunidad de vengar un sacrificio familiar o tribal. Es, muy equivocadamente, cierto horizonte que vislumbrar, donde la vida no vale casi nada.
Tal vez debería haberme aplicado hoy la norma que dictan los psicólogos militares en los dispensarios telefónicos de aquellas bases en el exterior. Dado mi escepticismo, tal vez habría debido esquivar el escribirles estas líneas y dejar mi reflexión para otro momento. Claro que, en este caso, no habría compartido mi pensamiento con ustedes. Nunca habría escrito nada, más científico digamos, porque la alegría en África la dan sus gentes, no el desarrollo y evolución de sus sistemas políticos.
Ya ven. Por un lado, tenemos intereses externos tras la descolonización. Por otro, líderes políticos locales, del mismo modo interesados, en este caso, en el desarrollo de su particular prosperidad, hasta el punto de prestarse a satisfacer las pretensiones de los extranjeros en aras de su propio beneficio. La responsabilidad es compartida respecto a este fracaso, en definitiva.
El apoyo externo de los occidentales a los líderes locales, los que habrían de ser los verdaderos artífices en las iniciativas de paz, nunca debería haberse destinado a líderes corruptos e interesados. O, cuando menos, exquisitamente medido y estudiado. Ofrecer ayuda a un corrupto, a quien se ha instalado ilegítimamente en el poder, es el anuncio anticipado de un fracaso. Si de pascuas a ramos surge una ventana de oportunidad, como pudo ser el caso de las primaveras árabes, nuestro amor y nuestro empeño han de estar con quienes desde la población impulsan los cambios. Con la sociedad civil maliense, burkinesa o nigerina. Con la Hirak argelina. Hoy con el movimiento civil sudanés, que trata infructuosamente de canalizar una aspiración social que le es negada por los regímenes militares corruptos. Nuestra voluntad política y compromiso de los occidentales han de ser para situarnos en el lado correcto de la historia de los pueblos africanos.
Habríamos de hacer una lectura correcta de la situación, para lo que la imbricación con la cultura y las formas de entender locales es sustancial. Precisamente porque hay una gran desproporción en las formas de concebir de unos y de otros. Tendremos que entender, por ejemplo, que siendo legítimo que pretendamos protegernos de las corrientes migratorias africanas, para lo que necesitaremos de su ayuda en este quehacer, la sintonía, la inmersión acaecerán solo cuando logremos entender que la percepción del fenómeno en África es muy dispar de la nuestra. Que el fenómeno migratorio, por seguir con el ejemplo, que nosotros entendemos como amenaza, es para ellos legítimo y enriquecedor. Que ellos contemplan que los pueblos crecen con el intercambio. Que tal migración queda asentada históricamente en su enraizada tradición nómada.
Revestir y disfrazar de ayuda internacional los medios con los que en último extremo pretendemos alcanzar nuestros particulares intereses, aun siendo legítimo, no es sustancialmente honesto. Puestos a actuar, el gestionar adecuadamente la ayuda es pertinente y esencial. Los ya 11 años de intervención europea en el Sahel Occidental es tiempo suficiente para readecuar el modo de prestación de nuestra contribución. Reducirla a lo exclusivamente militar, del modo en que se ha venido haciendo, se ha demostrado ineficaz. Tras la salida de Francia en Malí, después de la expulsión de Minusma, percibida como un error la presencia de EUTM, se requiere de una profunda revisión estructural de cómo se presta el apoyo.
Seguir empantanados en el equívoco es lo que me genera desencanto. Es la razón por la que tal vez habría debido sustraerles de mi escepticismo. Permítanme no obstante, por favor, hacerles participes de mi pensamiento.
Enrique López de Turiso es analista de seguridad del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.