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Sudán: otra guerra olvidada

No se trata de una guerra tribal, sino de un ajuste de cuentas de una facción armada con un ejército regular denostado socialmente

Sudán: otra guerra olvidada

Soldados del Ejército de Sudán del Sur. | Zuma Press

Aún conservo en mi mente la imagen de aquellas fotos de mi primer desplazamiento a Sudán. Las exhibió mi anfitriona sudanesa con ocasión de una sencilla recepción por mi llegada. En blanco y negro, recogían una celebración social en una piscina local. Unos y otras vestían prendas de figurín, que bien podrían representar cualquier fiesta en Londres o Madrid en aquella época. Solo el color de su piel delataba su africanidad. Eran los años 70, y la gente de bien sudanesa aún conservaba muchos vestigios de la colonización inglesa. No en vano, nació democráticamente en 1956, aunque ya en el seno de una guerra tremendamente cruenta que por 16 años enfrentó intestinamente el norte árabe sudanés con el sur negroide cristiano, hoy, desde 2011, república de Sudán del Sur.

Fue un general militar, Yaafar el-Numeiry, nasserista en su origen presidencial, quien en 1972 acordó la paz con el sur, brindando a Sudán una breve belle epoque. Pero Numeiry, presidente en razón de un golpe de Estado en 1969, se fue acercando lenta y progresivamente al islam político, que dejaba atrás, en el recuerdo, aquel modelo de vida y de educación que tan nostálgicamente recogían las fotos de mi amiga. Tal evolución alcanzó su cumbre en 1983, que es cuando Numeiry impuso la Ley Islámica, lo que fue desencadenante de la segunda guerra civil sudanesa, aún más larga y cruenta que la precedente. Esta segunda guerra fue en cierto modo continuación de la primera, también contra los rebeldes sureños de Sudán, que se reagruparon para el combate en el denominado Ejército Popular de Liberación de Sudán, SPLA en su acrónimo inglés. Se extendió hasta el año 2005, dejando para la memoria unos dos millones de fallecidos.

Sudán, un Estado en el que el poder militar lo es todo, apenas si ha conocido la tregua. Su historia independiente está trazada por guerras y desencuentros. Esta segunda guerra civil sudanesa vino acompañada de una sequía sin parangón. En esta tesitura de miseria y de contestación social, Nimeiry fue derrocado en 1985, si bien hubo que esperar hasta 1989, cuatro años, para que otro general, Omar al-Bashir, se hiciese cargo del poder. En este caso, el ejército se aferró a la presidencia por espacio de 30 años.  

Al-Bashir instauró un régimen que del mismo modo se aproximó al fundamentalismo islámico. Se apoyó inicialmente en quien le había arropado ideológicamente en su golpe de Estado: Hassan al-Turabi —fallecido en 2016—. Al-Turabi ha sido el ideólogo y líder religioso por excelencia de la historia de Sudán. Poseyó una muy notable impronta religiosa, incluso en la globalidad del mundo islámico. Desempeño un papel de primer orden en la islamización de los regímenes sudaneses; primero con al-Nimeiry y después con al-Bashir. Él y su gente, merced también a su muy notable cultura islámica, e incluso occidental —poseía doctorado y maestría de derecho, alcanzados respectivamente en París y Londres—, alcanzaron intermitentemente cargos relevantes en las administraciones de los dos presidentes mencionados. Su partido, el Frente Islámico Nacional, siempre poseyó una notable influencia, si bien escaso eco electoral.

Su impronta política fue no obstante declinando paulatinamente en favor de dirigentes políticos no tan internacionalistas e ideologizados, sino más pragmáticos. Hubo momentos incluso, a partir del 2004, en los que al-Turabi rivalizó políticamente con al-Bashir, lo que le valió la cárcel en varias ocasiones. Fue al-Turabi precisamente y la islamización sudanesa, lo que explica la acogida que el régimen sudanés de Omar al-Bashir brindó a Osama Bin Laden entre 1994 y 1996, con las consecuentes sanciones impuestas por Estados Unidos.

Esta segunda guerra civil sudanesa, a la que hace alusión, no solo se concentró en la región sur de Sudán, hoy Sudán del Sur, sino que alcanzó también otras regiones del Estado; principalmente las montañas Nuba de Kordofán del Norte, así como la región denominada Blue Nilo, bañada por el Nilo Azul, que, siendo norteñas, concentraban no obstante importantes minorías de sur sudanés.

Se ha mencionado la islamización como el principal catalizador de la guerra norte-sur. La pretensión de las autoridades sudanesas de homogeneizar un territorio como Sudán, tan vasto y diverso, generó inevitablemente contradicciones. La islamización fue fundamentalmente política y social, y no tanto religiosa. Los ciudadanos sudaneses profesan en su mayor parte un islam suní amable y complaciente, alejado de veleidades radicales. Pero el sur poseía otros signos identitarios propios, muy alejados de los del resto del país. Incomprensiblemente, fue la colonización-descolonización británica del territorio lo que unió administrativamente dos territorios, tan diferenciados entre sí como el agua y el aceite.

Inscrito en la franja ecuatorial, el clima del hoy Sudán del Sur es tal; o sea, ecuatorial. Largos períodos de lluvia, humedad; tierra fértil que hace crecer cuanto se plante, frente a la desertización que caracteriza a la mayoría norte. El problema del Nilo Azul en el sur de Sudán es precisamente el de las inundaciones periódicas; lo contrario del decreciente caudal fluvial que caracteriza la región norte. Los mangos inundan de sombra los márgenes fluviales de Juba, su capital.

Pero es que además los sureños son descendientes en su casi totalidad de tribus africanas. Profesan la confesión cristiana, aunque abundan también los animistas. Sus larguísimas misas se revisten de colores, de cantos y de danzas, en contraposición a las rigoristas cinco oraciones musulmanas preceptivas. Su Administración y su comercio se relaciona más con Kenia, Uganda y RDC, del mismo modo excolonias británicas, que con el norte. Sus autoridades tratan de impulsar el inglés como lengua de enseñanza y vehicular, aunque siguen dominando el árabe en el que se desarrollaron hasta 2011. Les mueve la música y la danza. Desechan la túnica jalabiya blanca impecable con la que muchos árabes frecuentan la mezquita, los encuentros y las celebraciones. Y, además, los sureños suelen beber como cosacos

Un aspecto fundamental de este litigio norte-sur fue la producción petrolera de Sudán, no gasística, que, aunque muy discreta en el marco del panorama de producción mundial, se concentra en su mayor parte en la zona sur, si bien muy cerca precisamente de la franja fronteriza que divide los ahora ya Estados independientes. En un Estado como Sudán, en el que el principal sector de producción es la agricultura, la cual afecta a un 80% de los sudaneses, la producción petrolera, no gasística, genera unos ingresos añadidos vitales para un país que ocupa el puesto 172 del escalafón mundial de riqueza, con 916 dólares de renta per cápita en la proyección al año 2022. Sudán del Sur, por su parte, logra el puesto 191, del anteúltimo, con 318 dólares de renta per cápita. La independencia de Sudán del Sur le supuso entre 150.000 y 175.000 barriles diarios de extracción, por entre 60.000 y 100.000 que produce Sudán en la actualidad, según distintos momentos y ocasiones.  

La insurgencia en Darfur, elemento clave

Veintidós años de esta segunda guerra civil dejó aún más exhausto al régimen sudanés, que hubo que solapar, incluso, dos conflictos territoriales, ya que, a partir del comienzo de nuevo milenio, a la guerra civil entre el norte árabe y el sur negroide, se sumó la rebelión Darfur, fronteriza occidentalmente con Chad. Voy a incidir en esta insurgencia en Darfur, porque adquirió una dimensión muy relevante, además de explicar la actual confrontación en la que se encuentra sumido Sudán. De hecho, la presente crisis sudanesa solo es posible en el contexto histórico de Sudán, y tal y como acaecieron los episodios.

Darfur es un sultanato islámico desde 1596. Precede en consecuencia en su organización y estructura política y social a la independencia de Sudán en 1956. La región, incluso ya incorporada a Sudán como Estado independiente, nunca ha sido de hecho completamente integrado, de facto, en la administración sudanesa, que a su vez solo le ha prestado la debida atención, casi tan solo para combatir sus sucesivas rebeliones. Pese a su más que notable diversidad étnica, religiosa, cultural y racial, las tribus darfuríes han coexistido durante siglos. Predomina la estructura racial africana, negroide, sumida en la economía agrícola de subsistencia. Hay además tribus árabes, ganaderas, que dominan la escasa riqueza y el comercio. 

El conflicto tribal estalló en Darfur en los primeros 2000, como consecuencia de la mencionada inercia de aislacionismo, el abandono administrativo, la pertinaz sequía y la desertificación. Sedentarios y nómadas, armados con el armamento provisto por la guerra civil chadiana de los noventa, confrontaron violentamente a partir del 2003. Las tribus nómadas árabes fueron privilegiadas por el gobierno árabe, que creó y apoyó milicias de confrontación, a fin de evitar tener que hacer uso de su ejército para sofocar la rebelión, aún empeñado en la guerra civil con el sur. De este modo, fueron creadas las milicias Janjaweed, sobre la base de pastores árabes de ganado que evolucionaban a caballo de la frontera con Chad. 

Mohamed Handam Dagaló, ‘Hemedti’, uno de los dos líderes de la actual confrontación, se enroló en los Janjaweed en el final de sus veinte años. El propósito por él esgrimido fue el de proteger las rutas de trashumancia y comercio de ganado, así como a los nómadas árabes respecto de las tribus africanas sedentarias. Según su versión, varios miembros de su familia fueron incluso asesinados por los rebeldes negros. Su familia se había asentado en Nyala, en el sur de Darfur, en los años ochenta, huyendo de la represión chadiana, donde Hemedty llegó a tener una próspera tienda de muebles. Con anterioridad, una vez abandonada la escuela, había salteado las rutas de los mercaderes de ganado que pretendían comerciar con Chad y con Libia. 

‘Hemedti’ Dagalo fue un astuto y carismático estratega sin escrúpulos, que se valió del conflicto en Darfur para alcanzar sus aspiraciones. Pronto se erigió en un romántico guerrero del imaginario árabe que combatía a caballo y sin fatiga por sus derechos, y que reclutaba adeptos como consecuencia de sus victorias. Nunca fue un luchador por la libertad, sino un muy ambicioso mercenario que se ha valido de su astucia para utilizar pragmáticamente la rebelión en su propio provecho. 

Tales milicias árabes se opusieron a la rebelión darfurí de forma cruenta y devastadora. Fueron tantas y tan enormes las masacres y crímenes perpetrados, que la ignominia se erigió en reclamo de una respuesta mundial. Una fuerza multinacional de la Unión Africana, que luego roló a Unamid, misión de Naciones Unidas para Darfur, se aposentó en el terreno, contribuyendo a minimizar los asesinatos y exacciones. 

Tal milicia primitivamente Janjaweed adquiere hoy el nombre de Fuerzas de Apoyo Rápido, RSF en su acrónimo inglés. Al-Bashir decidió crearlas como tal en 2013 como consecuencia de la resurrección de la insurgencia en Darfur. Era además un paso a su regularización, así como el elemento de confianza del que se valió el presidente para imponer respeto, incluso entre su propio ejército, que llegó a conspirar en algunas ocasiones, principalmente a tenor de su procesamiento por el Tribunal Internacional de la Haya en el año 2009, precisamente por su presunta incriminación en el genocidio en Darfur. El contingente de las RSF se estima en torno a los cien mil efectivos, en su mayor parte árabes darfuríes, lo que se supera en volumen al del ejército de tierra español. 

Con el tiempo, las RSF han rivalizado gradualmente con el poder militar por la supremacía de seguridad. El mismo Hemedti, sin ser un político, ocupa en el presente junto con su familia el poder institucional, evolucionando por el control del poder económico y las redes de patronazgo del país.

La astucia de Hemedti le fue orientando a desempeñar un papel del todo relevante en la sombra del presidente al-Bashir, a la vez que teóricamente discreto en relación con los cargos oficiales que configuran la estructura del Estado. Fue con ocasión de la deposición de su mentor al-Bashir, en abril del 2019, cuando Hemedti apareció en la escena nacional e internacional, junto con la cúpula militar sudanesa. La implicación de las RSF en el golpe fue necesaria y sustancial, una vez que desde su habitual escenario en Darfur hubiesen sido desplazadas en esas fechas a Jartum a fin de reprimir las protestas populares contra al-Bashir.

Fue Hemedti y la cúpula militar quienes decidieron deponer a quien había sido hasta entonces su patrón, acallando de este modo unas protestas ciudadanas que tuvieron siempre por objeto la expulsión del ejército de la dirección del Estado. Las perversas condiciones económicas, derivadas de la climatología y del estallido de la pandemia de la covid, imprimieron un carácter excepcionalmente relevante a las movilizaciones de jóvenes en su mayoría, que intermitentemente y con desigual incidencia ya se venían sucediendo, especialmente en Jartum, desde las primaveras árabes del 2011.

Con la deposición de al-Bashir, Hemedti fue incorporado al gobierno transitorio posrevolucionario que excepcionalmente en la historia de Sudán incorporó civiles en su estructura. El gobierno fue presidido desde agosto del 2019 por Abdalla Hamdok, un gentil tecnócrata que se había forjado cierta reputación en organizaciones internacionales. Fue elegido en agosto del 2019 a fin de dirigir un gobierno de tres años, hasta la celebración de elecciones. Su primer gobierno estaba compuesto por civiles de reconocida reputación, caracterizados por su honestidad, su conocimiento y su capacidad técnica, los cuales fueron elegidos por su competencia. Fue un gobierno tecnócrata que intento acometer reformas duras, pero necesarias. Alcanzó logros iniciales como la supresión de Sudan de la lista de Estados Unidos contra el terrorismo, así como la promesa de condonación de la deuda por parte del Banco Mundial. Nunca Sudán anduvo tan cerca del logro de la democracia en su historia actual

Sin embargo, una parte política del arco total, aquella asentada en la periferia política; muy implicada en los desaciertos precedentes, incluso con milicias armadas asociadas, esgrimió que no había quedado representada en el proyecto de construcción de la nueva realidad nacional de país. Los debates sobre la transición condujeron a un acuerdo final entre entidades políticas, el cual tuvo lugar en Juba en octubre del 2020. Tal ‘acuerdo’ supuso un antes y un después del proceso de transición sudanés. Se desvío la dirección de hacia dónde habría de ir Sudán. De un concepto inicial de diseñar el pastel que sería Sudán, se pasó a barajar qué parte del pastel tocaba a cada cual. De un gobierno tecnócrata reputado con visión de Estado, se pasó a una trifulca política civil en relación con su diseño, estructura y organización. Los militares y las RSF visibilizaron muestras de cansancio en su confrontación con los civiles y de éstos entre sí. 

El componente civil del gobierno de transición se hizo débil en su división, en tanto que los militares se fueron haciendo con el control efectivo del poder. El primer ministro Hamdok perdió su credibilidad al carecer además de la suficiente personalidad y liderazgo para imponerse a los dos generales, protagonistas políticos tanto entonces como ahora. Finalmente le detuvieron junto con su gabinete en octubre del 2021. Tal golpe militar no fue un éxito porque inmediatamente se reiniciaron las protestas ciudadanas, que fueron violentamente reprimidas. La comunidad internacional, que había aupado la iniciativa civil, detuvo la financiación y la ayuda. La Unión Africana suprimió la membresía de Sudán. 

Tras la deposición de al-Bashir, entre 2019 y 2021, durante dos tensos años, Hemedti había compartido el poder con el ejército y las autoridades civiles en el seno del Consejo Militar Transitorio. Tras el golpe del 2021 que expulsase a los civiles del gobierno, llegó a ser vicepresidente de facto. Consolidó entonces un enorme poder ejecutivo, con acceso al presupuesto del Estado y con mandato de representación, forjando alianzas y acuerdos comerciales estatales. Su perfil y antecedentes, muy escasamente convencionales entre la arrogante alta clase política y militar de la capital, le generó no poca mofa y cierto aislamiento -su acento lingüístico es profundamente marcado y diferenciado-.

Aún y todo, Hemedti, junto con otros miembros de su clan, no solo lideraron las RSF, sino que se hicieron con gran parte de la producción y mercado del oro sudanés, tercer productor mundial y en parte extraído en Darfur. Los beneficios del oro le permitieron sanear la nómina de las RSF, cuyos mercenarios han nutrido también las guerras de otros países. Es el caso de Yemen en ayuda de Arabia Saudí y UAE en su lucha contra los rebeldes Houthis -40.000 mercenarios en 2017-.  Las RSF dieron también apoyo del general libio Hafter en sus ofensivas sobre los islamistas tripolitanos. 

Tras el golpe del 2021, la compartición del poder de Hamedti con el general Abdelfatah al-Burhan, líder del ejército sudanés y presidente del Consejo Militar de Transición, evidenció la pésima relación entre ambos. Tras él, Hemedti comenzó a distanciarse de al-Burhan, que en su momento estuvo del mismo modo vinculado a la contra rebelión darfurí, en este caso desde la supervisión de las operaciones que ejercía el Servicio de Inteligencia Nacional. 

La relación extraoficial que Hemedti sostuvo con algunos civiles de la élite sudanesa le indujo a presentarse como reformista es esta coyuntura de desencuentro. Hemedti apreció e hizo uso del señalamiento que los civiles le hicieron del ejército como mal histórico de Sudán, para fingir y justificar su alineamiento con el extendido rechazo social a las Fuerzas Armadas. Pretendió dar a conocer que se hacía eco de que el régimen de al-Bashir, auspiciado por islamistas que copaban la burocracia presidencial, era y es el objeto del mal que envuelve a Sudán.

La presión social y las movilizaciones ciudadanas; la tímida presión internacional, fundamentalmente a cargo de un grupo de Estados integrado por Arabia Saudí, EAU, EEUU y Reino Unido propició que, a mediados del 2022, ambos generales retomasen las conversaciones con el poder civil. En diciembre se llegó a un acuerdo con las Fuerzas para el Cambio y la Libertad -FFC-, el cual habrían de desarrollar hasta abril del 2023. En virtud del compromiso alcanzado, ambos generales renunciarían al poder una vez concluido el periodo transitorio. Hemedti defendió el acuerdo al creer encontrar en él cláusulas que reforzaban su autonomía respecto de las Fuerzas Armadas. El acuerdo reconocía las RSF como una entidad regular durante la transición. Quedaban además vinculadas al ejército, pero bajo la directa autoridad del jefe del Estado. El acuerdo también estimulaba la integración de las FSA en las Fuerzas Armadas, dejando sometido el momento de su materialización a las circunstancias de la negociación.  

La animadversión entre Burhan y Hemedti escaló. Ya en febrero y marzo del presente año hubo una intensa competición del ejército y RSF por reclutar nuevos integrantes, especialmente en Darfur, lo que también ponía de manifiesto que ambos estaban ya más centrados en la confrontación que en el hecho de alcanzar un compromiso. Los rumores de restablecer una guardia de fronteras, históricamente vinculada a Musa Hilal, otro líder darfurí rival de Hemedti en los años dos mil, enardeció aún más la animosidad, como enardeció también la propuesta de al-Burhan de suprimir el Consejo Soberano y constituir un nuevo consejo militar, ya que ello suponía privar a Hemedti de su posición política como vicepresidente. 

Nada hacía progresar el principal punto de fricción, como era la reforma del sector de seguridad, uno de los cinco apartados del acuerdo de diciembre, lo que a su vez amenazaba con posponer el proceso total más allá de abril. Las discrepancias afectaban al calendario para la convergencia de las RSF con el ejército, así como a la estructura de liderazgo de la fuerza integrada. La suma total incendiaba la desconfianza.

Casi al final del Ramadán, el 15 de abril estalló la confrontación militar entre ambos contingentes, que tuvo y aún sigue teniendo hoy como principal escenario a Jartum, epicentro del poder sudanés. El palacio presidencial, así como el céntrico aeropuerto de la capital, en cuya periferia se instalan además los cuarteles generales de las Fuerzas Armadas y de los Servicios de Inteligencia, han sido los principales escenarios de la confrontación. También los cuarteles ubicados en las localidades limítrofes a la capital se han visto inscritos en los combates. Las principales localidades de Darfur, así como la base aérea de Merowe, en el norte del país en este caso, han sido objeto de enfrentamientos, que del mismo modo han afectado a algunos lugares del tránsito y movimientos logísticos y de efectivos entre Darfur y Jartum, como es el caso de Kordofán Norte.

Las RSF concentraron aproximadamente sesenta mil efectivos en la capital, que, si bien preparados y activos militarmente, carecen de los ingredientes mínimos de comportamiento, principios y urbanidad necesarios, incluso en la guerra. Es entendible en este caso el pánico de los ciudadanos en las zonas de Jartum en las que evolucionan, a las que someten a excesos y pillajes. 

Conclusiones

Adivinar la extensión temporal de la confrontación es mera conjetura, en un país que no ha conocido prácticamente la tregua desde su fundación. El alcance del odio personal entre los generales líderes insinúa la continuidad. Existen no obstante elementos que invitan a la distensión tras el castigo al que se someten, y al que someten a una población alejada de su implicación en la animosidad. Precisamente la circunstancia de que la población esquive la confrontación, por el hecho de quedar emocionalmente muy separada de ambas facciones, se me antoja un elemento sustancial a considerar. No se trata de una guerra tribal como las del sur o de Darfur que han asolado el país. Se trata de un ajuste de cuentas de una facción armada con un ejército regular denostado socialmente, que confrontan entre sí por el poder y el liderazgo, lo cual tiene un límite.

Cabe pensar por el contrario de la limitada incidencia benefactora que tendrán las potencias externas, las cuales han venido fracasando obstinadamente en su pretensión mediadora desde el inicio de las revueltas ciudadanas, ya con anterioridad al año 2019 en el que fue depuesto el presidente al-Bashir. Ni el grupo EEUU-Reino Unido-Arabia Saudí-EAU; ni China, con un sobresaliente impacto económico y comercial en Sudán; ni tampoco Rusia, con una más que notable incidencia en ambas partes como consecuencia de sus intereses comerciales mineros y armamentísticos; ni tampoco Egipto, siempre dispuesto a alcanzar resultados diplomáticos, podrán incidir eficientemente en la diatriba que enfrenta a dos perros comiendo de la misma escudilla.

La fatiga y el cansancio menguarán las fuerzas para la confrontación, aliviando de este modo el mismo tedio de una población, benevolente por religión, solidaria de cultura, y sumisa por costumbre, que está ya casi al límite de la complacencia con unas Fuerzas Armadas y paramilitares intervencionistas, que se sirven más bien del pueblo en lugar de servir a la población.

Seguro que mi amiga Kawser estrecha ahora en su regazo aquellas fotos, que exhibían el estrecho margen de tiempo en que la población sudanesa también supo ser feliz

Enrique López de Turiso es analista del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria.

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