La historia no finaliza
Europa en su conjunto parece más centrada en su propia seguridad que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría
No hace mucho, Europa era contemplada desde el mundo como un modelo de paz y cooperación. La Guerra Fría había terminado con la implosión pacífica de la Unión Soviética. La Unión Europea (UE) y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa eran consideradas como un ejemplo a emular por el resto del mundo, incluidos Asia y Oriente Medio. Esta percepción ha demostrado ser una mezcla de hechos y apariencias adornados por una potente narrativa que evitaba la realidad geopolítica.
A la vista de los hechos, es fácil colegir que la guerra de Ucrania pasará a la Historia como un hito que puso fin al periodo denominado Posguerra Fría. El presente conflicto puede asumirse como una consecuencia del declive imperial de Occidente enfrentado a los desafíos de la nueva época, aprovechados por estados autocráticos que se valen de las ventajas que le proporciona el constatable ocaso del denominado Orden Internacional Liberal, esgrimido como el ideal de Estados Unidos y de las democracias occidentales, fundamentado en: reglas, instituciones internacionales, fomento del comercio global y la estabilización de los sistemas financieros internacionales, así como en la difusión y defensa de la democracia.
Entre los eventos decisivos de la década final del siglo XX destacan dos hechos resultantes de la Guerra Fría: la reunificación de Alemania y la desaparición de la URSS, con la consiguiente ruptura del Bloque del Este de Europa. A ellos habría que añadir la discutida ampliación de la OTAN a los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, así como a las repúblicas Bálticas, exmiembros de la URSS; a lo que hay que agregar la creación de la UE. Estos eventos terminaron con más de cuatro décadas de confrontación entre las democracias occidentales, orientadas al libre mercado, y los estados comunistas autoritarios guiados por la economía estatal, lo que vino a conocerse como Guerra Fría.
El conflicto que era de esperar
La guerra de Ucrania se ha presentado como un hecho sorpresivo en el que un estado invade otro, siendo el agresor miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. El relato fundamental en Occidente se ha ceñido a las acciones bélicas y a las de apoyo a Kiev, así como en la descalificación de los agresores. Pero en contra de la narrativa al uso, la invasión de Ucrania es un capítulo de una saga geopolítica que comienza con la desaparición de la URSS, en 1991, a la que no se le opuso la necesaria estrategia desde Occidente, y la consolidación de una potencia geoeconómica: la Bundesrepublik.
Desde que el presidente Vladimir Putin llegó al poder en 2000, Rusia ha expresado con firmeza su descontento con el Orden de Seguridad en Europa posterior a la Guerra Fría. Tras su aviso desde la tribuna de la Conferencia de Seguridad de Munich en 2007, ha seguido manteniendo su línea estratégica con hechos, interviniendo en Georgia en 2008 y Crimea en 2014. El principio jurídico de cada país a elegir su propia orientación política de seguridad, inscrito en la orden basada en la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y avalado por Rusia, chocó con la determinación del Kremlin de restablecer su «esfera de influencia». El autoritarismo cada vez más profundo de Rusia y la aparente debilidad de Europa, a pesar de sus ansias de expansión de la democracia, aumentaron aún más las tensiones entre la Rusia de Putin y Occidente
Nueva Europa
La Alemania resultante de la reunificación se configuró como una potencia ajena a la geopolítica. Su poder no estaba diseñado sobre capacidades militares, porque siguiendo una estrategia de realismo comercial basada en la Ostpolitik, lo fundamenta en la destreza industrial y sus diversas ventajas comparativas, cuyo efecto es el fomento de relaciones internacionales pacíficas. La consideración de la productividad de la economía alemana como elemento estratégico implica, para su aplicación, la consolidación de mercados y el aseguramiento del acceso a fuentes energéticas y a materias primas. La acción estratégica se ejerce mediante la habilitación de acuerdos de colaboración mutuamente beneficiosos para las partes, que servirían de marcos comerciales basados en la expansión de los intereses comerciales privados alemanes.
El Estado alemán se ha destacado como el elemento fundamental de la UE. Berlín ha logrado por medios mercantiles la posición de jerarquía internacional que, históricamente, no había logrado mediante la acción estratégica. El proceso de integración europea, con el impulso alemán, ha resultado en un espacio económico de gran importancia mundial y con una moneda única, producto del acuerdo para la reunificación entre Helmut Kohl y François Miterrand.
Sin entrar en visiones europeístas, la UE no es una confederación supranacional con una autoridad política unificada. Constituye una organización de estados nacionales soberanos y, por lo tanto, conviven desigualdades, visiones opuestas. desequilibrios, intereses divergentes y desacuerdos. La supremacía alemana en la UE ha generado resentimiento entre los socios, especialmente después de la crisis financiera global de 2008. La UE tampoco puede considerarse un actor estratégico, simplemente porque la mayoría de sus miembros establecen las Estrategias de Seguridad Nacional que creen más conveniente para sus intereses.
Al terminar la Guerra Fría, Alemania básicamente hipotecó su Defensa y Seguridad Nacional al paraguas nuclear proporcionado por Estados Unidos mediante la OTAN, renunciando de hecho a cualquier rasgo de autonomía estratégica, tanto propia como de la UE, lo que le incapacita para abordar de manera autónoma los desafíos de seguridad en su propio vecindario. Por lo tanto, los alemanes admitían, implícitamente, que en caso de conflicto seguirían la agenda estratégica de Washington incondicionalmente. Por ello es difícil de explicar este planteamiento de dependencia estratégica, ya que constituía una vulnerabilidad geopolítica esencial para Europa, al no ser la Bundesrepublik autosuficiente en el ámbito energético y la industria alemana dependía, en gran medida, del suministro de gas natural ruso. Por ello, la política exterior de Berlín, y por ende la de la UE, estaba influida por Moscú.
En estas condiciones, la polémica ampliación de la OTAN hacia el Este coincidió con un debilitamiento de la capacidad militar europea, los «dividendos de la paz», que en sí mismo, creaba una situación potencialmente peligrosa al asumir más obligaciones sin aumentar el potencial militar. La agresión rusa a Crimea, en 2014, puso en evidencia las limitaciones militares de los países europeos, refrendada por los acuerdos tomados en la Cumbre de la OTAN en Newport (Gales) donde fue necesario acordar, para cada aliado, un presupuesto militar mínimo del 2% del PIB. Este requisito no fue cumplimentado por un buen número de aliados, lo que tuvo que reinstaurarse tras la invasión de Crimea.
Todo ello se ha vuelto a poner de manifiesto en Ucrania. Una guerra, hasta ahora, confinada territorialmente, cuyo objetivo es desgastar militarmente al adversario, pero las decisiones estratégicas trascienden a los combatientes y se juegan a otro nivel. La nueva configuración de la Alianza, tal como fue tratada en la Cumbre de Vilna, se hace eco de la debilidad europea y abre el escenario a algo diferente.
Tanto los estadounidenses como los rusos eran conscientes de la delicada posición de Alemania como líder europeo tras la invasión rusa. Hay que tener presente que, para la tradición geopolítica atlántica y de acuerdo con la concepción estratégica anglosajona, el escenario estratégico a evitar era la colaboración ruso-germana. La combinación de la capacidad tecnológica y el potencial industrial alemán con las capacidades y recursos rusos, conforman una masa crítica capaz controlar el denominado «Rimland de Spykman» y, de esta forma, fomentar el euroasianismo y contrarrestar el poder de las potencias marítimas atlánticas.
Es admitido que Rusia ha considerado a Alemania como el elemento esencial de la UE, por lo que Berlín era el objetivo estratégico del que había que obtener una política que actuase como elemento distorsionador de la solidaridad occidental. El corte de suministros energéticos a Europa por parte de Moscú, supone un grave cambio geopolítico para el continente, destacando los impactos de seguridad y económicos. El Kremlin es consciente que la clase intelectual de Alemania está dominada por visiones del mundo ancladas en el internacionalismo liberal e incluso en ideologías posmodernas, con la consiguiente falta de capacidad para ejercer la gobernanza, lo que constituye una grosera vulnerabilidad para un actor en el ámbito de la realpolitik. Esta circunstancia es extensible a otros lugares de Europa.
Tras la invasión de Ucrania el 24 de febrero de 2022, el canciller Olaf Scholz pronunció un discurso en el parlamento federal, el Bundestag, que pasaría a la historia alemana, el Zeitenwende, el cambio de paradigma o punto de inflexión estratégica para Alemania. Se apresuró a reconocer que había llegado una nueva y dura era de competición geopolítica, que requería cambios profundos en la política exterior y de seguridad alemana. De hecho, muchos aspectos han comenzado a cambiar de forma drástica, alguno de los cuales los aliados y socios de Alemania en Europa Central y Oriental llevaban mucho tiempo pidiendo. Sin embargo, persisten las reticencias hacia Berlín, ya que los viejos hábitos se hibernan y la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Alemania asume muchas ambigüedades.
La guerra sigue
El «problema» de la Defensa europea ha sido objeto de preocupación durante décadas. A pesar de su riqueza, tamaño, sofisticación tecnológica y activos militares, Europa depende militarmente de los Estados Unidos para su seguridad. La guerra en Europa, la creciente amenaza de otro frente de superpotencia en el Indo-Pacífico y dudas sobre las relaciones transatlánticas en Washington, conforman el momento de reevaluar la situación.
La Defensa de Europa carece de finalidad estratégica y la guerra en Ucrania ha cambiado, y sigue cambiando a Europa. Sin embargo, el alcance de la transformación también está en cuestión. Por un lado, la invasión rusa de Ucrania ha conmocionado a Europa y ha puesto claramente de relieve la importancia de la Defensa y la Seguridad. Los estados europeos se han comprometido a invertir sustancialmente más en Defensa. La guerra ha centrado a la OTAN en su tarea original: disuadir a Rusia y prepararse para la guerra convencional. Finlandia y Suecia, como garantía de seguridad, tomaron la decisión histórica de unirse a la Alianza Atlántica. Los países europeos proporcionan asistencia a Ucrania, entrenando a las fuerzas ucranianas y proporcionando fondos para aumentar la producción de municiones. Europa en su conjunto parece más centrada en su propia seguridad que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría.
Sin embargo, la guerra ha expuesto el decrépito estado de la Defensa en Europa. El apoyo a Ucrania también ha revelado que los ejércitos europeos están en peor estado de lo que se estimaba, como se ha demostrado en las donaciones a Kiev. A medida que Europa recurre para reemplazar sus capacidades militares, está descubriendo que su capacidad industrial de defensa no puede satisfacer la demanda, dejando a los europeos divididos entre comprar fuera de Europa o aceptar largas demoras para comprar productos europeos y aumentar su propia capacidad industrial de defensa. Hay que tener en cuenta que la industria de defensa es un factor tanto innovador como de respuesta a necesidades operacionales y tácticas.
Lo que puede venir
La guerra de Ucrania ha cambiado fundamentalmente la naturaleza del poder alemán, algo que ha repercutido en toda Europa y abre un futuro incierto. En muy poco tiempo, es necesario fortalecer las propias capacidades de defensa de Alemania, desacoplar su suministro energético de Rusia y amortiguar los cuellos de botella en el suministro y los aumentos de precios. Al abordar tal tarea, es fácil perder de vista el hecho de que los cimientos del mundo se están desplazando más allá de los horizontes de Europa. Gran parte del Sur Global se niega a condenar la guerra de agresión rusa. Los países BRICS-plus quieren reducir su dependencia del dólar estadounidense. La guerra en Europa está inserta en la Competición para definir el próximo Orden Mundial.
Con el ascenso de nuevas grandes potencias, sobre todo China, la excepcional concentración de poder en Estados Unidos está disminuyendo y, con él ha terminado el «momento unipolar» que siguió al desenlace de la denominada Guerra Fría. En el futuro, centros de poder de diferente entidad moldearán el destino del planeta o de determinadas regiones. Aún no es previsible si esto conducirá a un mundo bipolar o multipolar.
El futuro no está estereotipado, por ello para los nuevos problemas no suelen valer las soluciones presentes. Lo que se ha venido conociendo como Europa, una asociación de tutela germana, es posible que sea inadecuada para el futuro. Las estructuras burocráticas de las instituciones internacionales de otros tiempos, no pueden ser obstáculos para el futuro. La democracia no tolera tutela y las naciones de Europa deben decidir su futuro.
Países como Alemania, Francia e Italia atraviesan importantes crisis políticas, España se consume en su introversión, los miembros del Grupo de Visegrado tienen su propia visión estratégica, los Balcanes siguen con su poder explosivo, Turquía practica una ambigüedad oportunista, el fin de la guerra en Ucrania está por ver.
El futuro está ahí.
Enrique Fojón es analista de Seguridad del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV).