El Ejército de EEUU sustituye su arma principal con una idea en mente: cambiar la guerra
El cambio no es tanto el de las nuevas armas, que también, sino el del proyectil que ambas novedades disparan
El mes próximo, el ejército estadounidense recibirá la primera partida de sus nuevos rifles y ametralladoras. Es el primer cambio de este tipo en más de medio siglo, y la meta final no es otra que la de cambiar la guerra.
La principal herramienta, y la más significativa de un soldado, es el arma primaria que porta. Es así en todos los ejércitos del mundo, y la doctrina tiende a girar alrededor de su capacidad y posibilidades. El rifle militar es un sistema de proyección de fuerza, la lanza moderna, que remite energía cinética hacia el oponente. En este caso va a dar un salto enorme hacia delante, aunque hay críticos que apuntan que puede ser tanto un acierto como un desastre de proporciones épicas.
‘Next Generation Squad Weapon’
A primeros de octubre, el ejército de Estados Unidos recibirá las primeras 16.348 unidades del rifle de combate XM5 y 1.704 de la ametralladora portátil XM250. Tras años de pruebas, desarrollo y un concurso final en el que quedaron dos candidatos, el gobierno norteamericano se decidió sobre el producto de la filial estadounidense de la compañía Sig Sauer. Esta empresa de origen alemán, se presentó al programa Next Generation Squad Weapon (NGSW) que puso en marcha el ejército yanqui y ganó.
Los militares concedieron a Sig Sauer uno de los contratos más llamativos de su arsenal, tras haber recibido el favor para desplazar al arma secundaria de sus soldados, la pistola italiana Beretta 92. La elegida fue la P-320, que entró en servicio en 2017, con la adquisición de más de medio millón de unidades, con la que parecen estar muy satisfechos. El ejército llevaba años queriendo cambiar su rifle de servicio, los conocidos M-16 y M-4, porque a pesar de ser muy efectivos, empezaban a encontrarse con una guerra distinta de aquella para la que fueron diseñados.
6.8 Fury 277
El cambio verdaderamente importante no es tanto el de las nuevas armas, que también, sino el del proyectil que ambas novedades disparan. Es nuevo, distinto, y es lo que se cree que puede ser el cambio de paradigma de los conflictos armados. Si funciona, el resto de cuerpos militares de occidente, en especial los adscritos a la OTAN, irán detrás tal y como ocurrió con el actual 5,56.
Pasada la Segunda Guerra Mundial, los filósofos de la guerra de Estados Unidos empezaron a barajar un cambio en el calibre de su armamento de línea. El estándar solía ser el 7,62 × 51 mm derivado del cartucho .308 Winchester, y conllevaba ciertos problemas. Era grande, pesado, y los rifles que los disparaban resultaban enormes. Además, provocaban un fuerte retroceso que castigaba el hombro de sus tropas, que requerían periodos muy largos de entrenamiento. Con balas tan grandes, cargaban muy pocas en sus mochilas. Se buscaba algo más práctico, y se cambió al 5,56 × 45 mm que la OTAN estandarizó como STANAG 4173. Desde los años 60 y hasta la fecha es el calibre ‘más popular’ del mundo. El problema es que desde su llegada, la guerra ha cambiado.
Cuando las tropas españolas estuvieron en el Irak más agitado, se dieron cuenta de varias cosas. Una de ellas era que sus rifles apenas alcanzaban a sus contrincantes, y cuando llegaban, apenas les hacía nada. Les faltaba alcance y contundencia. Y esto es justo lo que promete el calibre 6.8: mayor distancia y superior descarga de energía. En la doctrina de los cuerpos de operaciones especiales yanquis, se impone en llamado «double tap», o dos disparos muy seguidos: el primero golpea, el segundo derriba. Si a esto añadimos que desde principios de siglo los chalecos antibalas y las placas balísticas han proliferado en todos los ejércitos del mundo, tenemos un calibre que se construyó bajo otras condicionantes.
Por eso el nuevo 6.8, denominado comercialmente «277 Fury», aporta varias novedades. El cartucho tiene la misma longitud que el 5.56, aunque es más ancho, más barrigudo. Contiene más pólvora, y con ello, arrea una patada mayor a un proyectil que es mucho más grande. A mayor explosión, es necesaria una mayor contención de las energías, y ahora ese cartucho atiende a otra arquitectura. Si hasta ahora lo formaban dos partes diferenciadas, vaina y proyectil, ahora son tres.
La bala sigue estando donde está, pero la vaina se subdivide en dos partes: la que alberga la pólvora, hecha del tradicional latón de color cobrizo, y una base de acero, capaz de contener una explosión más potente (el cartucho entero no puede ser de este último material debido a lo elevado del peso final). La energía generada pasa de unos 55-60.000 a 80.000 Psi, o libras por pulgada cuadrada, la medida que se utiliza en estos casos. Esta es la razón por la que el calibre 6.8 transmite el doble de energía cinética que el 5.56 a 200 metros, y el triple a 400, así que el «double tap» pasará a la historia.
En el punto de mira
Un enemigo al que no se ve, es un enemigo al que no se le pueden derrotar. Es por eso que en 1835 se comenzaron a colocar ópticas encima de los fusiles en Estados Unidos. El primer conflicto en el que se usaron fue la Guerra de Secesión. Desde entonces su evolución fue lenta, por ser dispositivos caros y delicados. Los primeros mosquetes, como los del Capitán Alatriste y sus contemporáneos, apenas tenían un alcance de cien metros, incluso menos; los rifles de la Primera Guerra Mundial alejaban 300. Un 5.56 es eficaz hasta algo más allá de los 400, puede que 500. Pero si el nuevo 6.8 hace blancos con facilidad a 800, necesita un nuevo tipo de visor que vaya más allá del conocido ACOG. Por eso llega el XM157 Vortex 8X.
Si en los inicios no pasaba de ser un catalejo acoplado sobre un rifle, y luego empezaron a ser piezas más sofisticadas, el Vortex es un ordenador balístico integrado en toda regla. Con un aumento de visión de 8X y un peso de poco más de un kilo, mide la distancia, temperatura, presión atmosférica, y realiza las correcciones necesarias. El tirador no tiene más que poner un punto rojo flotante sobre el blanco designado y el sistema calcula ángulos de tiro y trayectorias. A cambio, el soldado se convierte en un francotirador experimentado con un grado de formación necesaria mínimo.
Tanto el calibre como el visor se han desarrollado con la mira puesta en el hipotético enemigo más claro y evidente: Rusia y China. Los rifles de servicios en estos dos países, el AK-12 y el QBZ 191, disparan calibres similares al 5.56. Los estadounidenses tendrían una ventaja de 300-400 metros, y harían blanco a una distancia donde las balas enemigas caerían al suelo sin llegar a darles a nada. Esta es la razón, o al menos una de ellas, por las que el Tio Sam se va a gastar 2.700 millones de dólares, y dotar a un cuarto de millón de armas con este tipo de visor, a razón de cerca de 11.000 dólares por dispositivo.
Las pegas
No son muchas, pero haberlas, haylas. Los cargadores, con una capacidad igual a los anteriores, son unos milímetros más anchos y apenas y dedo más alto. Lo que sí cambia es el retroceso del arma. El ‘cebollazo’ que remite cada disparo al hombro del portador es visiblemente superior a lo conocido. Para ello se trabaja en sistemas de amortiguación, y frenos de boca en el cañón. Todo ello redundará en una mayor comodidad, menos castigo al organismo, y sobre todo poder mantener el arma apuntando al objetivo. Por otra parte, toda esa energía castigará también a los mecanismos internos y el cañón, cuya vida útil se sospecha, será más corta.
De forma paralela al pastizal de los visores, el Departamento de Defensa norteamericano va a derretir 4.500 millones de dólares en sustituir el arma básica de sus soldados en un programa que durará una década. Con ello pondrá en manos de sus Fuerzas Armadas unas 120.000 unidades del XM5 y el XM250, que perderán la X y el primero probablemente pase a denominarse M7. Todo este armamento se montará en New Hampshire, Maine, y la novedosa munición en una factoría situada en Utah, donde fabricarán dos mil millones de cartuchos al año.
Se trata de un cambio histórico, arriesgado, que puede suponer un enorme avance o un error catastrófico. Cambiará el entrenamiento básico, la doctrina de combate, y por lo tanto, los resultados. A partir del 13 de octubre lo sabremos. Sus enemigos también. Quedan advertidos.