THE OBJECTIVE
Enfoque global

Radiografía de la situación mundial: estamos ante una crisis sistémica

La hegemonía global de Washington depende de que Estados Unidos mantenga su presencia en Europa

Radiografía de la situación mundial: estamos ante una crisis sistémica

Ilustración de Alejandra Svriz.

Es un hecho asumido que el mundo está inmerso en un cambio rápido e irreversible. La turbulencia y la tensión, tanto en la política como en la economía global siguen aumentando. Lo asumido como el orden internacional habitual ha quedado inequívocamente relegado al pasado. El sistema de relaciones internacionales que surgió hace casi 80 años, incapaz de amoldarse a los crecientes desafíos y amenazas, ha entrado en una situación de mutación relacionada con el proceso de construcción de una nueva arquitectura de gobernanza global. Lo que sucede en Ucrania es causa y efecto de dicho contexto de cambio. El informe Múnich 2024 asume esta situación y previene su complejidad. 

Desde el inicio de la guerra de Ucrania, la configuración de la dicotomía del sistema se consolida. Se fortalece la coalición trilateral de Corea del Sur, Estados Unidos y Japón, construida en torno a la concepción americana de una disuasión ampliada, a la vez que las relaciones de Rusia con China y Corea del Norte se estrechan. La tensión entre Estados Unidos y China sobre el estrecho de Taiwán se mantiene y crece como en la antesala de un conflicto armado entre Corea del Norte y Corea del Sur en la Península de Corea.

Rusia mantiene una relación amistosa y de cooperación con China, al tiempo que fortalece sus vínculos con Corea del Norte. De hecho, a Rusia le sería problemática la movilización de un gran número de tropas, armas y equipos para su Operación Militar Especial sin su «amistad, sin fronteras y cooperación sin áreas prohibidas» con China, con la que comparte una larga frontera. Además, a medida que Rusia revalúa el valor estratégico de Corea del Norte, está fortaleciendo sus vínculos con Pyongyang para distraer a Washington en el nivel global, contrarrestar sus alineamientos con grupos euroatlánticos e indopacíficos en el este de Asia y controlar la capacidad de Corea del Sur.

La hegemonía global de Washington depende de que Estados Unidos mantenga su presencia en Europa. El resultado de que en el periodo posterior a la Guerra Fría Estados Unidos ampliase la OTAN es disponer del mecanismo para posibilitar la seguridad europea. Un repliegue estadounidense de Europa constituirá un hito de cambio.

¿De dónde venimos?

Cuando se sobrepasan dos años de guerra en Ucrania, hay que considerar los altibajos de las predicciones sobre el desarrollo militar del conflicto. Al comienzo, los analistas creyeron que la victoria rusa sería rápida, de ahí se pasó a que Ucrania estaba destinada a triunfar. Hoy una densa sombra de pesimismo cae sobre Occidente, al enfrentarse a la realidad de que Rusia no se ha derrumbado bajo el peso de las sanciones, que el ejército ruso no muestra signos de desintegración y que el Kremlin no presenta actitud de debilidad. 

El resultado de la guerra sigue siendo a todas luces inciertas. Hay pocos indicios de una operación de ruptura del frente por las fuerzas ucranianas, lo que permitiría la vuelta a la guerra de maniobra. Lo que no quiere decir que no exista la posibilidad de que la presión continuada durante los próximos meses provoque alguna fisura del frente ucraniano. En la actual situación se pretende que los ucranianos se aferren al terreno y mediante la combinación de ayuda occidental renovada y un reclutamiento satisfactorio, se restablezca un cierto equilibrio en los frentes, dotándolos de estabilidad duradera. En las actuales condiciones del campo de batalla no hay perspectivas de una victoria ucraniana a corto plazo y toman cuerpo los pronósticos de que Rusia tiene la capacidad de obtener por sí misma dicha victoria.

En este punto se plantea el dilema de la acción a tomar (¿por parte de quién?). Para ello hay que admitir el tipo de implicación de Occidente en el conflicto y regular su actuación. Una opción extendida es la de proporcionar a las fuerzas armadas ucranianas mayores cantidades de munición y abastecimientos, así como el equipamiento que posibilite disponer de las capacidades militares necesarias para obtener superioridad. A ello hay que asumir el hecho de que Kiev sea capaz de reponer sus tropas mediante un sistema de reclutamiento posible y adecuado. Esta opción es difícil de materializar y controlar. Además, su disponibilidad entraña riesgos ciertos, entre ellos la escalada.

En este punto hay que reconsiderar las causas de la guerra y la adecuación de la estrategia del poder hegemónico americano. En la Cumbre de la OTAN de Bucarest de 2008, se produjeron intensos debates sobre la conveniencia de otorgarle a Ucrania, al igual que a Georgia, un plan de acción para su ingreso en la Alianza. Mientras que Estados Unidos, con George W. Bush a la cabeza, presionó a favor de hacerlo, tanto franceses como alemanes argumentaron que ninguno de los dos candidatos estaba en condiciones para unirse. Finalmente, la postura de los países europeos, liderados por Sarkozy y Merkel, se impuso y se prometió a los dos posibles aspirantes llegar a ser miembros en el futuro, aunque sin especificar fechas. Uno de los principales motivos para defender esta postura fue que una decisión positiva dañaría gravemente las relaciones con Rusia cuando la inauguración de los gasoductos Nord Stream estaban a la vuelta de la esquina, en 2010 y 2018. El propio Vladimir Putin fue invitado a participar en aquella Cumbre para mantener unas conversaciones bilaterales entre Rusia y la OTAN, en las que se opuso firmemente a una posible adhesión de Georgia y Ucrania, señalando que eran líneas rojas para él.

Los misioneros

Siguiendo los acontecimientos, la actuación de Washington tras la Guerra Fría en los territorios de la antigua URSS se inscribe en una contienda mundial entre democracias y autocracias cuyo cometido es reemplazar el orden mundial liberal por un orden autocrático. Se dice que China, Rusia e Irán coordinan sus políticas exteriores para atacar los intereses occidentales, estadounidenses, en Europa, Asia y Oriente Medio, opción políticamente difícil de concretar y de ejecución compleja. 

Desde Occidente, concretamente Estados Unidos, se ha alcanzado la presente situación porque líderes y formuladores de políticas durante los últimos treinta y tantos años reemplazaron el realismo de la política exterior, basado en lo que Robert Kaplan, en su libro The tragic mind, denomina «un sentido de lo trágico», por una «democracia» ideológica, que se ha descrito como «un reflejo de la doctrina cristiana de la democracia». Es de sobra sabido que, tras el fin de la Guerra Fría, destacados demócratas como Francis Fukuyama dijeron que se había alcanzado el «fin de la historia», dado que «el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental, como forma última de gobierno humano» había llegado.

La primera manifestación de la ideología democrática fue, tras la Guerra Fría, la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el Este, hacia las fronteras de Rusia. Todos los presidentes estadounidenses, desde Clinton a Biden, a pesar de las repetidas protestas de los líderes rusos y de los avisos pronunciadas por prestigiosos realistas en Relaciones Internacionales, acercaron cada vez más a la Alianza del Atlántico Norte a la frontera occidental de Rusia. El paraguas nuclear estadounidense se extendía ahora a todas las antiguas naciones satélites soviéticas en Europa, además de Montenegro, Croacia y Macedonia del Norte, a la vez que la administración de George W. Bush invitó públicamente a Ucrania y Georgia a unirse a la OTAN. La reacción de Rusia ante una alianza militar adversaria que se expandía más cerca de sus fronteras, aparentemente, se consideró irrelevante o sin importancia. La democracia estaba en marcha. Entre los responsables políticos estadounidenses no había ningún sentido de lo trágico.

«Rusia se comporta como una gran potencia asertiva con objetivos limitados, por lo que podría inferirse que su finalidad estratégica sería el establecimiento de una hegemonía en el Este de Europa»

A Biden se le compara con sus antecesores en su condición de «misionero» democrático y la noción de que los conflictos en Ucrania, Oriente Medio e Indo-Pacífico están entrelazados por una lucha existencial entre democracia y autocracia. Esta concepción, que ha sido la práctica desde el fin de la Guerra Fría, es, de hecho, la sustitución del realismo geopolítico por ideología. Es posible que se esté intentando revertir el proceso, lo que implica concebir y practicar una estrategia realista que priorice intereses, evite la escalada innecesaria de los conflictos regionales y agrupe recursos para contingencias de intereses vitales estadounidenses. La gran crisis de la política exterior estadounidense no es algo que solo podría materializarse si Trump gana las elecciones del próximo noviembre. Está sucediendo ahora mismo, mientras Estados Unidos lucha por brindar la ayuda que una Ucrania asediada necesita para sobrevivir.

El brusco fin del periodo conocido como Guerra Fría trajo consigo una efímera configuración unipolar. Fue un periodo de bajo nivel epistemológico donde intelectuales entusiastas asumieron que la democracia liberal, un orden basado en reglas, mercados libres y la concepción occidental de los derechos humanos florecerían a escala global.

Europa del Este y el espacio postsoviético

El final de la Guerra Fría significó para Moscú la pérdida de su foso de protección geopolítico formado por los espacios defensivos que protegían el corazón de la Rusia europea. Sin profundidad estratégica, los principales centros neurálgicos, políticos y económicos del Estado ruso estarían permanentemente abiertos a la acción hostil. Desde el Kremlin, la expansión de la OTAN hacia el Este y las acciones de cambio de régimen en estados anteriormente soviéticos se tomaron como agresiones. Los ofrecimientos de colaboración por parte de Occidente no encontraron respuesta rusa.

A medida que crecía la influencia occidental en su frontera Oeste, Moscú sintió la necesidad de recuperar la iniciativa política que se materializó en el empleo de la fuerza militar en Georgia, Kazajistán y Ucrania, así como el reforzamiento del poder nuclear y la permanente activación de acciones de guerra híbrida. Desde una perspectiva estratégica puede deducirse que Rusia se comporta como una gran potencia asertiva con objetivos limitados, por lo que podría inferirse que su finalidad estratégica sería el establecimiento de una hegemonía en el Este de Europa, algo que respondería a una lógica defensiva. 

La acción de resistencia rusa imprime su carácter incorporando una tradición imperial como contrapunto a la proyección geopolítica estadounidense en Europa del Este y en el espacio postsoviético. A ello agrega una alternativa ideológica a base de valores, tradiciones y visiones a las doctrinas cosmopolitas posmodernas practicadas en Washington, Bruselas y Davos.

En este contexto, la invasión de Ucrania fue un acto extremo debido al fracaso de la inteligencia rusa a la hora de mantener la orientación estratégica de Kiev por medios más sutiles, algo contrarrestado por la actuación diplomática y de inteligencia americana en Maidan. En la gestión de acontecimientos en Ucrania tuvo protagonismo Victoria Nuland, la tercera diplomática estadounidense de mayor rango y blanco frecuente de críticas por sus puntos de vista agresivos sobre Rusia y sus acciones en Ucrania, que se retira y dejará su cargo este mes, dijo el martes el Departamento de Estado. Como portavoz del departamento y luego como subsecretaria de Estado para Europa, Nuland provocó la ira de muchos líderes rusos por su abierta defensa de Ucrania, particularmente después de que Rusia se anexionara la península de Crimea en 2014. Su sombra en Maidan es alargada.

El Ministerio de Relaciones Exteriores ruso ha aprovechado de inmediato el anuncio del cese de Nuland, calificándolo como una admisión del fracaso de la política de Estados Unidos hacia Rusia. «No te dirán la razón», dijo la portavoz María Zakharova. «Pero es simple: el fracaso del curso antirruso de la administración Biden. La rusofobia, propuesta por Victoria Nuland como el principal concepto de política exterior de Estados Unidos, está arrastrando a los demócratas al fondo como una piedra». 

Aunque Ucrania no se unió a la OTAN, Estados Unidos comenzó a tratar a Ucrania como un aliado de la OTAN desde que la revolución de Maidan, apoyada por Estados Unidos, dio como resultado el derrocamiento del gobierno prorruso electo en Kiev en 2014. La reacción de Rusia fue predecible, se apoderó de Crimea en 2014 y ocho años después, tras el rechazo por Washington de la propuesta del tratado entre Estados Unidos y Rusia sobre Garantías de Seguridad y el acuerdo sobre Medidas para Garantizar la Seguridad de Rusia y los Estados miembros de la OTAN, ambos enviados por Rusia como ultimátum en diciembre de 2021, Rusia invadió Ucrania, iniciando una guerra devastadora que ahora se considera como una lucha crucial entre democracia y autocracia, y una batalla clave en nuestra confrontación global con el eje de la autocracia. Si tan solo se hubiese tenido la perspectiva histórica de que Rusia ve a Ucrania de la misma manera que Estados Unidos ve a uno de sus estados, tal vez la Historia se escribiría de otra manera. 

La partida decisiva

Las agencias de inteligencia de Estados Unidos han declarado que el país enfrenta un «orden mundial cada vez más frágil» y tenso, por la competición entre grandes potencias, los desafíos transnacionales y los conflictos regionales, en un informe publicado mientras los líderes de las agencias testificaban en el Senado.

«Una China ambiciosa, pero ansiosa, una Rusia asertiva, algunas potencias regionales, como Irán, y actores no estatales más capaces, están desafiando las reglas de larga data del sistema internacional, así como la primacía de Estados Unidos dentro de él», dicen las agencias en su Evaluación Anual de Amenazas 2024.

En una descripción retrospectiva de los veinte años transcurridos entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, el diplomático e historiador británico Edward Carr la denominó «La crisis de los veinte años». En su opinión, fue el resultado de una colisión de la estructura de posguerra en Europa, construida sobre las normas morales, ideológicas y legales de las potencias victoriosas, con el deseo de las potencias perdedoras de lograr la igualdad en las relaciones internacionales. 

Es posible que hoy la humanidad se encuentre nuevamente en medio de una «crisis larga» tan grande. Su relativa inercia y la ausencia de un cataclismo global no permiten identificar claramente su inicio. Sin embargo, los historiadores del futuro sin duda escribirán sobre ello como un proceso evidente: «A principios de la tercera década del siglo XXI, primero en Ucrania y luego en toda la arquitectura de la política global, vemos señales de una crisis sistémica».

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