THE OBJECTIVE
Enfoque global

España y su vuelta a la competición en política exterior con el reconocimiento de Palestina

El jardín europeo se está llenando de plagas, le quedan pocas flores y, a lo mejor, es hora de cuidar nuestra parcela

España y su vuelta a la competición en política exterior con el reconocimiento de Palestina

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares, se reúne con su homólogo palestino, Mohamed Mustafa. | Belga (Europa Press)

Muchos académicos coinciden en que España fue la primera potencia global. Llegamos a América (1492), al Pacífico (1513), conseguimos muy exitosamente -pese al resultado para Magallanes- la primera circunnavegación del mundo (1519-1522) y dominamos ampliamente el Atlántico y el Pacífico, que conectamos a través del Galeón de Manila (1565-1815). Expandimos nuestra Fe, nuestra cultura y nuestra lengua, que comparten hoy centenares de millones de personas en cuatro continentes.

Fundamos universidades (Salamanca, 1218) y generamos gracias a ellas el marco necesario para globalizar nuestro sistema jurídico, político, cultural y económico. Resulta pertinente recordar el dicho de «los Reyes para el conocimiento/universidad y el conocimiento/universidad para los Reyes», tallado en piedra en la fachada del edificio histórico de la Universidad de Salamanca y que se puso en práctica a través del P. Vitoria, del O.P. y del resto de componentes de la Escuela salamantina.

Lo que pasó después, la cuesta abajo, merece quizá mucha más atención. El comienzo de la decadencia. La necesidad de explicar el beneficio que tenía para todos la pertenencia a España y la lealtad a la Corona no tuvo mucho éxito en los territorios extrapeninsulares de América, Asia y África, cuyas pérdidas redujeron drásticamente nuestro territorio soberano entre los primeros años del siglo XIX y 1968.

Décadas después vino la original idea de la entrada de España a la Unión Europea (1986). Salvación frente a todos los males. Ya no tendríamos la responsabilidad de pilotar el barco y podríamos beneficiarnos de la pericia de otros, sin duda mucho más duchos que nosotros en las artes de la gestión internacional, nacional, regional, local e incluso vecinal. La balanza se había decantado, pues, del lado de Ortega, con aquello de que «España es el problema y Europa es la solución».

En los primeros años de la adhesión, España renunció a muchas cosas a cambio de ser bienvenida en el club, y lo hizo desde la incómoda postura del pasado dictatorial. Se hicieron grandes esfuerzos en el sector primario (pesca, agricultura, ganadería), en el secundario y en el terciario, abriendo nuestras empresas y su propiedad a terceros que tuvieron una buena oportunidad para adquirirlas. Todo esto ocurrió en el contexto de las grandes privatizaciones de empresas estatales estratégicas que llevó a cabo primero el presidente González y después el presidente Aznar.  

También recibió contraprestaciones y permitió que muchas personas obtuvieran puestos en la estructura burocrática de la Unión. La llegada de fondos europeos permitió hacer más cosas. Parte de los mismos, incluso, llegaron a invertirse bien. Nos permitieron construir buenas infraestructuras -sobre todo de transporte- enfocadas, principalmente, al fomento de la industria del turismo, que representa un 12,8% del PIB.   

Lo anterior no fue gratis. Hubo que renunciar, entre otras cuestiones, a tener y desarrollar una política exterior propia. Dejarles las cosas importantes a los mayores y dedicarnos a cuidar bien a los millones de personas que venían a nuestra casa a jubilarse o vacacionar. En otras palabras, hacer las cosas importantes que nosotros no éramos capaces de hacer.

Así, desde el Tratado de Maastricht (1992), la Unión estableció una Política Exterior y de Seguridad Común (PESC). Sobre esta política se perciben los límites naturales en la mayoría de las capitales europeas, salvo en la nuestra, entusiasta de poder capitalizar nuestra ausencia de poder en algo mayor. Yo renuncio a lo que ‘de facto’ ya no tenía y a cambio otro me protege y me defiende. La panacea. 

Así, en estos últimos treinta años, hemos tenido una muy modesta participación en el mundo, constantemente tutorizados por otros. Tratando, en el mejor de los casos, de dar unas pequeñas pinceladas en América Latina y prescribiendo más Europa ante cualquier indicio de enfermedad. Y con una población de marcado carácter europeísta a pesar de todos los datos que, desde un punto de vista racional, podrían llevar al cuestionamiento de la Unión. Así, el Eurobarómetro Standard 98 del invierno 2022-2023 nos recuerda que el 76% de los españoles creen que deberían tomarse más decisiones a nivel de la Unión Europea frente a una media de la UE del 57%. De hecho, el 81% de los españoles está a favor de que exista una política exterior común de la Unión Europea, frente al 12% que está en contra y un 7% que manifiesta no saber o que no contesta. Los datos de la media de la UE son el 70, el 22 y el 8% respectivamente. 

Estos datos no sorprenden. Y, en mi labor como coordinador de la extinta asignatura «Política Exterior de España» del grado en Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, me he encontrado con esa situación de manera recurrente en las evaluaciones. En el examen final preguntaba a mis alumnos qué harían si fueran el presidente del Gobierno ante un problema de política exterior. Salvo honrosas excepciones, en las que ponían su materia gris al servicio de la tarea, la mayoría producía un material, también gris, que se resumía en «lo que diga la Unión Europea». Algún otro, con algo más de creatividad, me contestaba que «lo que dijera la OTAN». No era muy estimulante, verdaderamente, esa tarea de corrección de exámenes que, realizados en las decenas de países de cuatro continentes en los que de manera simultánea se desarrollan las pruebas de la UNED, parecían copiados. 

El sistema -su sistema- les había cercenado su capacidad de pensar. Parecía como si intuyeran, finalmente, que el presidente del Gobierno de España no tiene la capacidad de formular nuestra política exterior, pese a lo que diga nuestra Constitución en su artículo 97. Pero ni siquiera tenían ya la capacidad de imaginarse, de manera teórica, durante 120 minutos, una alternativa. ¿Acaso un español puede pensar en eso? ¿No estará eso reservado para pueblos más civilizados que el nuestro? 

Fue una asignatura agridulce que hemos retirado de nuestro plan de estudios. En un contexto normal sería de interés para debatir ciertas cuestiones, pero la visualización de la página web de nuestro Ministerio de Exteriores evidencia la falta de originalidad existente. Diplomacia preventiva (lo que dice ONU), la comunicación estratégica (vender humos de una posición que no tengo), España en Iberoamérica y la relación con todos (UE, OTAN, ONU), espacio propio para la PESC (cómo no) y, como colofón, la política exterior feminista: «España ha incorporado la igualdad de género como un elemento distintivo de su política exterior. El predominio de la desigualdad entre mujeres y hombres pone de relieve la necesidad de int​ensificar los esfuerzos para cerrar las brechas de género y avanzar hacia la igualdad real y efectiva en el plano internacional»

Estudiar lo que hay, como tal, tiene quizás poco interés científico, salvo en la literatura especializada en contextos coloniales, y además es malo para la salud. En cambio, reflexionar sobre lo que podría ser hace que nos enfrentemos a lo siguiente: ¿Cuáles son los intereses de España? Los reales, me refiero. ¿Qué medios tenemos para su consecución? ¿Son compatibles con los intereses de los 27? ¿Y con los de los miembros de la OTAN? ¿Y con los de los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas?

Tras el reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara por parte del Gobierno del presidente Sánchez junto a una izquierda a la izquierda del PSOE, empieza una pequeña discusión que se soluciona a través de una explicación geopolítica. España navegando a la deriva, Marruecos como aliado de Estados Unidos y Argelia más próxima a Rusia y China. Entendido. 

Lo que más sorprende, en este contexto, es el anuncio del reconocimiento de Palestina como Estado y la fijación de fecha el 28 de mayo 2024, pocos días antes de las elecciones europeas y en un contexto interno complejo, con acusaciones de corrupción y procesos judiciales abiertos en varios frentes. Política exterior hecha de cara a la política interna. Se unen Irlanda y Noruega, que no pertenecen a la UE pero sí al Espacio Económico Europeo (EEE). Lo anterior nos ha hecho redescubrir las complejidades de la política exterior. Habíamos perdido práctica, pero ahora hemos decidido que un maratón es la mejor manera de ponernos de nuevo al día. ¡Ánimo!

Nos vamos a enfrentar a numerosas complejidades. El 20 de mayo de 2024, el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (CPI) solicitó órdenes de arresto para el primer ministro Netanyahu y para el ministro de defensa Gallant, ambos israelíes. Francia -entre otros- ha manifestado que apoya a la Corte Penal Internacional. Enfrente está Alemania, que ve este hecho con preocupación, y se opone frontalmente. Y el presidente Biden, que ha sido muy claro: «We will always stand by Israel». 

Esta es una constatación más de que la ONU no tiene una postura común, la OTAN tampoco, ni tampoco existe una PESC más allá del papel. Un mundo multipolar cada vez más evidente nos lo va a recordar a diario.  A todos, no solamente al 81% de los españoles a los que habría que pedirles la receta de política exterior europea. ¿Cómo lo hacemos? La única opción es que Alemania y Francia midieran fuerzas y, el que ganara, como en una manada de ciervos, nos liderara hasta que se le cayera la cornamenta. ¿No lo ven factible? Yo tampoco. Ni eso ni ninguna otra alternativa. Pues tampoco creo que haya otros actores relevantes dispuestos a hacerlo. Polonia, por ejemplo, o Hungría, o Portugal. No los veo subordinando sus intereses de política exterior hacia otros. Se podría -otros lo han hecho- a cambio de una ganancia mayor. Y con éxito, como Países Bajos, que apuesta por Alemania. 

Pero, aunque sea el elefante en la habitación, tenemos un 81% de personas que no lo entiende. Lo anterior nos lleva a dos problemas. Uno que, por ser una cuestión de ideologización, va mucho más allá de la evaluación de la realidad. Se nota que la cara propaganda barata, pagada con dinero de todos, tiene éxito. Y el segundo, y más importante, que nos seguiremos estrellando y quizás no lo vean hasta que sea demasiado evidente. ¡Menudo reto que el barco sea el mismo que el del restante 19%! 

Lo que es poco discutible es que la política exterior o se tiene -con el precio que hay que pagar- o no se tiene, pero resulta negativo tenerla a medias. Hay muchísimos Estados con soberanía solamente en el papel, que deciden renunciar a la misma a cambio de que una potencia les prometa mayor bienestar material y la posibilidad de enfocarse en mantener y acrecentar el poder a nivel interno. Pero en ocasiones lo que es difícil -casi imposible- es llegar a tenerla. 

Si nosotros quisiéramos construir ex novo una política exterior, y hacerlo de manera seria, tendríamos que empezar por la ardua tarea de medir quiénes somos. Nuestras fortalezas, -esa parte me preocupa poco, es rápida- y nuestras debilidades: internas y externas. Nuestro modelo territorial, nuestro marco constitucional, en el que caben los que quieren destruir el Estado -a diferencia de Francia o Alemania-, nuestro anquilosado aparato exterior, nuestra falta de cohesión social y un largo etcétera. Tenemos que afinar nuestras Fuerzas Armadas, pues es muy posible que, si llegaran a operar, tuvieran que hacerlo de manera independiente. Formación, medios materiales… no será barato. La supervivencia de la Nación nunca lo ha sido. Vienen momentos de sangre, sudor y lágrimas, y nadie nos garantiza un resultado feliz para los que lo puedan contar.

Después una medición del mundo, podemos decir sin temor que ya no estamos en la Guerra Fría. Tampoco estamos ya en el momento unipolar, y llevamos ¡diez años! en el multipolar. Vamos a tener que hacer una visita a Lisboa para que nos expliquen, con la amabilidad que les caracteriza, qué significa, sus implicaciones y cómo sobrevivir en una pecera tan compleja donde los amigos escasean y donde hay poca tolerancia para el pez con pocas luces, aletas rotas y un cartel luminiscente que dice «¡cómeme!». La otra alternativa es escondernos debajo de la mesa mientras reflexionamos y nos ponemos al día. Desde luego no es la peor. Asomar la cabeza en un entorno como el actual y en unas condiciones como las nuestras puede ser verdaderamente peligroso.

Hagamos lo que hagamos vamos a pagar un precio muy alto, pues llevamos varias décadas de desfase. El jardín europeo se está llenando de plagas, le quedan pocas flores, y a lo mejor es hora de cuidar nuestra parcela. Mientras España se seca, un 81% prefiere dejarla en manos de los demás, a cambio de que a lo mejor un día tengan la gentileza de regarla.

¿Qué harán tus líderes contigo, maltratada Patria?

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