El factor Trump: así condiciona el presidente de EEUU las elecciones en los cinco continentes
El discurso del miedo cala en Canadá y Australia, mientras que en otros lugares prende la mecha del populismo

El canadiense Mark Carney se reunió con Trump tras su victoria electoral. | Daniel Torok (White House)
Donald Trump apenas ha cumplido tres meses desde su retorno a la Casa Blanca, pero su influencia ya se siente en las urnas de medio mundo. En países tan dispares como Canadá, Australia, Reino Unido, Rumanía o incluso España, su figura —ya sea como amenaza o como modelo— está reordenando las estrategias, el discurso y el comportamiento de los votantes. La política internacional, en este nuevo ciclo, vuelve a girar en torno a un solo eje: Trump.
Hay quien ve la llegada de León XIV como una respuesta espiritual a la era Trump. Puede sonar exagerado… o puede que no. Porque lo que sí es cierto es que, en lo político, el planeta ya empieza a reordenarse en torno al inquilino de Washington.
Las recientes elecciones en Canadá y Australia son ejemplo de ello: dos victorias de la izquierda política en respuesta —explícita o implícita— a la sombra de Trump. En el primer caso, el liberal Mark Carney venció con un discurso frontal: «América no tendrá nuestro país». En el segundo, el laborista Albanese arrasó sin nombrarlo, pero se empecinó en decir que lo que se votaba era la sensatez frente al caos.
La clave ha sido el voto del miedo, pero no a una crisis nacional, sino a un gigante extranjero. Trump promete reventar la diplomacia multilateral, reescribir acuerdos comerciales y desestabilizar alianzas. Su nombre no estaba en las papeletas, pero su sombra pesaba en cada debate.
Así, en Canadá, el exgobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, se impuso en unas elecciones ajustadas con un mensaje explícitamente anti-Trump, cuando los sondeos de los últimos meses aventuraban un escenario desolador para la izquierda tras el paso de Justin Trudeau. El líder de la izquierda capitalizó el rechazo a los aranceles impuestos por Washington, las amenazas sobre la soberanía territorial y la retórica hostil hacia los aliados. «América quiere nuestras tierras, nuestras aguas, nuestros recursos. Pero no tendrá nuestro país», declaró en su mitin final. Su victoria fue también la derrota de Pierre Poilievre, el líder conservador que nunca se distanció del ideario trumpista y acabó perdiendo incluso su escaño.
En Australia, el primer ministro laborista Anthony Albanese reforzó su mayoría con una campaña centrada en la estabilidad económica y el liderazgo internacional. Aunque no atacó a Trump directamente, el desgaste del opositor Peter Dutton —quien había adoptado una retórica agresiva inspirada en el «Make Australia Great Again»— fue evidente. Las similitudes entre ambos casos son notables: líderes de izquierdas, campañas sobrias, apelaciones a la sensatez frente a la disrupción.
Estabilidad frente a incertidumbre
En los dos países, la campaña electoral estuvo marcada por la preocupación ante las consecuencias internacionales del regreso de Donald Trump a la presidencia estadounidense. Más que los asuntos internos, pesó el temor a un cambio en el equilibrio global: la posible ruptura de acuerdos comerciales, el debilitamiento de alianzas tradicionales y una mayor incertidumbre diplomática. Aunque no era candidato en esas elecciones, su figura estuvo presente como telón de fondo en los debates clave televisados.
Incluso en Singapur, donde el tecnócrata, Lawrence Wong ,se ha consolidado tras advertir de las consecuencias económicas de los aranceles estadounidenses. Resultado: los ciudadanos votan seguridad. Votan estabilidad. Votan contra Trump… sin votar a Trump.
En Europa, el factor Trump se manifiesta con distintas versiones. En Alemania, el nuevo canciller Friedrich Merz no sacó rédito electoral directo de la llegada de Trump, pero sí utilizó su figura para justificar un giro estratégico: suspender los límites de gasto y aumentar el presupuesto militar. A su derecha, Alternativa para Alemania (AfD) logró consolidarse como segunda fuerza en intención de voto, capitalizando el descontento social con un mensaje nacionalista y euroescéptico que bebe del mismo discurso de ruptura y soberanía que proyecta Trump en Washington.
En Rumanía, la influencia del líder norteamericano es aún más clara. George Simion, el candidato del partido AUR, ganó la primera vuelta presidencial con un 31 % de los votos gracias a un discurso también nacionalista, religioso y marcadamente anti-UE. Su estilo recuerda al de Trump: ataques a las élites, mensajes en redes directos, uso de símbolos tradicionales y promesas de «recuperar la soberanía». Lo que en Occidente provoca rechazo, en Europa del Este parece alimentar una ola de populismo conservador.
Reino Unido: la resurrección de Farage
En el caso de Reino Unido, el Partido Laborista de Keir Starmer está aprendiendo por las malas que ignorar a Trump no es suficiente. Starmer ha visto cómo su partido perdía 187 concejalías y una elección parlamentaria en su propio feudo. Mientras tanto, Nigel Farage, líder del Reform UK, ha regresado con fuerza, ganando dos alcaldías y capitalizando el descontento de las clases trabajadoras. A los pocos días de la debacle electoral, Starmer provocó un giro de guion y llegó al primer acuerdo comercial de un país europeo con EEUU.
Farage evita mencionar a Trump directamente, pero su estrategia es una réplica británica del manual MAGA: patriotismo, inmigración, «gente corriente contra el sistema». Para muchos británicos descontentos, Trump no es un modelo, pero sí un síntoma útil.
En España, el regreso de Trump también está empezando a dejar su huella, aunque de forma más soterrada. Según los últimos barómetros publicados por algunos medios, VOX se mantiene como tercera fuerza política y ha recuperado parte del terreno perdido tras las elecciones generales de 2023. Analistas apuntan a que este repunte se explica, en parte, por el nuevo clima internacional impulsado por Trump.
Santiago Abascal ha adoptado un tono cada vez más combativo, denunciando «el globalismo», «la agenda 2030» y «la traición de las élites». Estuvo en la campaña de Trump y en su toma de posesión, compartiendo la cosmovisión de ruptura, identidad nacional y soberanía radical que impulsa el movimiento MAGA. Además, el contexto geopolítico —con Trump cuestionando el papel de la OTAN— alimenta discursos que reclaman mayor autonomía militar y rechazo a compromisos exteriores.
Por su parte, el gobierno de Pedro Sánchez ha tratado de evitar la confrontación directa, pero sí ha mandado numerosos mensajes velados contra lo que supone la llegada del presidente estadounidense. Desde luego, su posición no es similar a la de la izquierda canadiense o australiana, pero ha intentado aglutinar el antitrumpismo con gestos como su visita a China. La defensa de cuestiones como el Pacto Verde Europeo o la Agenda 2030 contrastan con la nueva ola de conservadurismo global. El problema para Sánchez es que, con la cantidad de problemas de gobernabilidad interna, le puede resultar complicado hacer calar un relato de «España en peligro» ante la llegada del estadounidense.
Trump: de presidente a fenómeno estructural
Trump ya no es solo un actor. Es una variable estructural de la política global en la actualidad. Como el precio del petróleo o la inflación, su presencia altera el sistema entero. Cambia discursos, rompe consensos y redefine lo posible. Aunque no diga ni una palabra sobre Australia o España, influye más que muchos líderes nacionales.
Y lo más inquietante es que esa influencia no está controlada. No responde a instituciones, ni a reglas, ni a bloques ideológicos. Es el vértigo del liderazgo fuerte, identitario y rupturista, frente al mundo de las ONG, las cumbres multilaterales sin grandes consensos y las excusas infinitas. Cada país responderá según sus miedos y sus mitos. Pero el dilema es el mismo: ¿seguir en el carril cómodo del sistema internacional que nos ha ofrecido cierta seguridad, o lanzarse al vacío del cambio cultural, económico y político que representa el inquilino de la Casa Blanca? La respuesta vendrá en las urnas. Porque el trumpismo ya no es solo Trump. Es una nueva forma de entender el poder.