The Objective
Enfoque global

Vladimir Putin y el futuro de Europa

«Los europeos están condenados a un permanente papel reactivo y sujeto a la voluntad de elección de Moscú»

Vladimir Putin y el futuro de Europa

Vladímir Putin durante su comparecencia anual ante los medios de comunicación el pasado 19 de diciembre. | Mikhail Tereshchenko (Zuma Press)

El pasado 19 de diciembre en la evaluación anual del presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, ante los medios rusos, no deja lugar a duda. A pesar de los esfuerzos de la Unión Europea en una sesión maratoniana de asegurar la financiación de Ucrania durante, presumiblemente, dos años con 90,000 millones de euros a costa del contribuyente europeo y los constantes intentos de modificar y/u alterar el «Plan Trump de Paz» para salvar a Kiev de una capitulación en toda regla, la posición del Kremlin permanece congelada, no se ha alterado un ápice. 

Ante todo, conviene resaltar que; ante la indecisión y debilidad crónica de los aliados europeos de Kiev desde febrero de 2022, pero principalmente desde el 20 de enero 2025 con Donald J. Trump de vuelta en la Casa Blanca, Moscú, y su presidente Putin, han tenido la gran oportunidad de lograr una salida al conflicto con un acuerdo generoso y casi idóneo para temporalmente atajar el conflicto y reintegrarse en la sociedad internacional de la mano del 47 presidente de EEUU

Sin embargo, como dice el antiguo refrán ruso «el hambre crece cuanto más se come». La evolución de la guerra y de la diplomacia en 2025 ha resultado en una evaluación y conclusiones en el Kremlin contrarios a las intenciones de las potencias Occidentales. Es probable, quizás posible que al contrario, la posición de Moscú se haya endurecido y ante el «éxito de su estrategia multidimensional durante este 2025», como exclamó Vladimir Putin, «Rusia augmente la presión en todos los frentes» para intentar lograr avanzar en sus logros durante el próximo 2026 y encauzar y culminar la etapa ucraniana de su campaña a largo plazo para Europa a buen recaudo, para poder empezar a implementar las siguientes fases aprovechando lo que los navegantes denominan un «favorable viento de cola».

La apuesta estratégica de Vladimir Putin, y su entorno «Siloviki» del Kremlin desde la «Operación Especial» en febrero del 2022, y posiblemente aun antes, quizás en 2015 tras la ocupación de Crimea y la candidatura de Trump a la presidencia de EEUU, es clara; ante los cambios geopolíticos y las dinámicas de poder en las primeras décadas del Siglo XXI, Donald J. Trump es el síntoma y el resultado de una revolución estructural en la manera de entender las relaciones internacionales y gestionar la diplomacia de los EEUU que ya se estaba fraguando desde principios de siglo, es decir, que la carga de gendarme global es muy pesada y que los EEUU deben concentrarse en su interés nacional y apostar por el poder «duro» frente al «blando» que les ha salido «muy caro en vidas y tesoro».

Al contrario que los europeos, los rusos y los chinos han entendido perfectamente las señales que emanaban de las distintas administraciones de EEUU y concluyeron que con Trump en la Casa Blanca tres de las cuatro grandes potencias globales; China, EEUU y la Federación Rusa son revisionistas y optan por finiquitar el orden global liberal, multilateral y garantista basado en valores y derechos universales por uno soberanista, transaccional y de correlación de fuerzas en el cual el «interés nacional» prima ante la estabilidad y consenso multilateral. 

La cuarta «potencia» global –si se la puede llamar así– la Unión Europea, no se dio por aludida y calculó que el orden internacional imperante desde 1945 quizás sufría de una crisis seria, pero sin duda pasajera, y como de costumbre, la actual era solo un toque de atención mas de los EEUU a sus socios y aliados que acabaría como todas las anteriores y la normalidad o «business as usual» retornaría. Esta evaluación se vio reforzado tras la primera presidencia de Trump 45 (2017-21) y el espejismo de la presidencia Biden (2021-25) y lo más probable es que reforzara la intransigencia de los europeos a afrontar la nueva realidad internacional y a tomar las decisiones para gestionarla.

Ante este panorama, Moscú redoblo su órdago y arriesgo el futuro de la fase ucraniana de su campaña europea a que la administración Trump 47 se implicaría de lleno en una transformación revolucionaria de la geopolítica global en base transaccional, con el foco en los negocios que aseguren la prosperidad de EEUU, que implicaría la reintegración de la Federación Rusa a la economía global y acceso americano a las «despensas globales» de las regiones Árticas y de Siberia; así como la delimitación de esferas de influencia regionales con las dos grandes potencias globales garantizando el acceso de Washington a todos los mercados y recursos que EEUU estime necesarios para asegurar su hegemonía global y sobre todo su superioridad ante su competidor planetario, la República Popular China. 

En el universo de Trump la guerra es un mal negocio, salvo quizás la venta de armas, y en el fondo una pérdida de tiempo. Como hemos visto en los últimos once meses su fórmula de negociar procesos de paz es —como ya vimos en Gaza en octubre 2025—, «paremos la guerra, hagamos negocios y dejemos los detalles para más adelante». De esta manera, Moscú entiende, y los europeos todavía no comprenden, que el conflicto de Ucrania para Trump, como los siete u ocho que dice haber resuelto solo son útiles para posiblemente acceder a un Nobel de la Paz en 2026. 

De esta manera Moscú aposto y apuesta en esta segunda presidencia Trump que la administración EEUU forzara un Acuerdo de Paz a Kiev y los europeos que requiera un mínimo esfuerzo por su parte y refleje lo que Trump ve cómo la existente «correlación de fuerzas» en frente y principalmente las «cartas geopolíticas» de Kiev y Moscú. Esto significaría un cese de hostilidades tipo el acuerdo de Gaza, que reconociera el control y dominio territorial, un desarme parcial y creación de zonas desmilitarizadas que perjudicarían a la defensa a expensas del atacante y finalmente una ambigüedad desesperante sobre las causas estructurales del conflicto y las garantías de una estabilidad del proceso ulterior a seguir. Si los europeos y Kiev no aceptan este plan, Trump amenaza con retirar su apoyo logístico y de inteligencia a Ucrania y dejar el dossier ucraniano en manos de los europeos. En suma, para Moscú las dos alternativas son positivas; o una «Pax Russica» que le da a Putin un respiro para el futuro o la continuación de hostilidades, pero ahora sin el apoyo de EEUU a Ucrania y está en manos de los europeos.

Un fácil dilema para Moscú, que ve que tiene ahora la oportunidad de realizar todos sus objetivos originales, es decir, neutralizar y remover la entidad soberana ucraniana como actor independiente en su «espacio de influencia o mundo ruso» que le están siendo negados en el campo de batalla de la mano de la diplomacia de Trump. 

Se llegue o no a un acuerdo en Ucrania las perspectivas para 2026 son preocupantes para la evolución de la confrontación entre la Federación Rusa y Europa. Los cálculos de Moscú y el bucle psicológico creado por Putin aseguran que su régimen solo se asegura su supervivencia si mantiene la épica de «la victoria» y de conseguir «hacer Rusia grande otra vez» por la vía hibrida y ésta condenado a seguir en su confrontación permanente con Europa.

De esta forma se puede concluir que, a pesar de los esfuerzos de Trump de resolver sus dilemas, al negarse a comprometerse en un proceso a todas luces favorable y al atrincherarse en sus posiciones maximalistas, Putin ha caído en su propia trampa. Se queda sin opciones, sin Plan B. La escalada de hostilidades en su «frente Occidental» ya no es una elección, si no que ya es una necesidad. No tiene margen de maniobra.

Putin en 2026 tendrá que demostrar ante el pueblo ruso y ante la sociedad internacional que retiene la iniciativa y sigue siendo una gran potencia. A la vista de la situación actual, lo más probable, casi certero, es que en paralelo con una escalada de operaciones kineticas en el frente del Donbas y un intento de cerrar el acceso de Ucrania al Mar Negro en Odessa, esta apuesta a extender el conflicto más allá de Ucrania se manifieste en una ofensiva de guerra hibrida contra Europa basada en tres ejes o pilares;

  1. Un incremento del sabotaje, la expansión de la industria e infraestructura de defensa europea con las cadenas de producción de armamento a Ucrania los convierten en objetivos claros de operaciones de sabotaje. Explosiones y accidentes en fábricas, depósitos, laboratorios, ferrocarriles puertos y cadenas de suministros con el objetivo de retrasar, elevar costes y desviar recursos de la guerra de Ucrania a la seguridad y defensa locales y a la vez minar y desmotivar a las opiniones públicas europeas para dinamitar su apoyo a Kiev. El ejemplo del ataque a la fábrica rumana de Cugir en 2025 es un claro exponente de la metodología que se puede esperar.
  2. Un aumento exponencial de la subversión y ofensivas de desinformación al estilo de las elecciones pasadas en Moldova, sobre todo en los procesos electorales previstos para el 2026 en Occidente, en particular en Hungría y en las legislativas de EE.UU. en noviembre. La fragilidad de las democracias occidentales ante la polarización de las sociedades y el auge de los extremos ideológicos es una oportunidad para manipular a sus liderazgos y elites y debilitar su cohesión y apoyo a Kiev y entre los aliados de OTAN y socios de la Unión Europea.
  3. Una visualización y proliferación de la coerción e intimidación física y psicológica de los europeos a través de demostraciones y despliegue de efectivos militares convencionales y amenazas retoricas constantes de consecuencias convencionales y no convencionales. Es de esperar más «pruebas» de nuevos misiles, bombas o plataformas y desfiles con declaraciones agresivas e intimidatorias. Sobre todo, como hemos visto en 2025 en Estonia, Irlanda y países del sur de Europa, dirigidas a los electorados más vulnerables y polarizados. La dimensión nuclear subraya el impacto psicológico del mensaje claro que Moscú dirige a las sociedades europeas, «apoyar a Ucrania lleva el riesgo de una escalada con Rusia que puede llegar a un ataque nuclear», así que «ya están avisados».

    El presidente Vladimir Putin calcula que puede ejecutar esta estrategia sin ningún coste sustancial si mantiene y contiene todas estas actividades por debajo del umbral de Articulo 5 de la OTAN. Esta conducta desde 2022 le da réditos y unos costes mínimos, y por lo tanto sigue operando con una ambigüedad estudiada para retener el control del escenario y la escalada en cualquier crisis que elija. Los europeos están condenados a un permanente papel reactivo y sujeto a la voluntad de elección de Moscú de cómo y dónde se produce la confrontación. Una situación lamentable en la cual afrontar los retos del 2026 que debería corregirse por los lideres europeos si se desea disuadir a Putin y trastocar su estrategia a largo plazo. Europa está ante su año más complicado desde la década de 1930 y aprender las lecciones de aquella triste época de apaciguamiento y vulnerabilidad sería de utilidad. Por su parte, Moscú ya se ha marcado un rumbo certero, y como dice el anteriormente citado refrán ruso, «el hambre aumenta cuando más se come». 

    Andrew Smith Serrano es analista del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.

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