Videojuegos: cinco hábitos para que tus hijos disfruten de forma saludable
Gestionar el tiempo que pasan, con quién juegan o relativizar los enfados son parte de las claves para que esta interacción digital sea sana
El mundo de los videojuegos para todo aquel que nació a partir del baby boom es algo con lo que ha crecido. Con sus más y sus menos, pero ha sabido lo que eran el Spectrum, las primeras máquinas de arcade y los salones recreativos. Sin embargo, nada de malo hay en comprender que hoy en día aquel abanico se ha multiplicado por mil.
Eso no significa que los videojuegos, si se utilizan de una manera responsable, no puedan ser una buena alternativa de ocio para nuestros hijos. Con supervisión, moderación y vigilando desde una forma saludable de jugarlos, son opciones estupendas para favorecer su coordinación, desarrollo intelectual o para afrontar ciertas situaciones que los videojuegos plantean.
Desde un control parental, evidentemente, que no solo debe pasar por supervisar el tiempo de juego, sino por ser la puerta de entrada del menor a los propios videojuegos, bien sea por comprárselos o por recomendarlos. En cualquier caso no se trata de crear un hábito independiente donde los niños hagan de su capa un sayo y manejen tiempo, cuentas o tipos de videojuegos, sino de que siempre haya una tutela efectiva que, además, pueda ser compartida.
Hacerse amigo de nuestros hijos no es un mito, o no debería serlo, como tampoco deberíamos cerrarnos ciertas puertas para comprenderles mejor y compartir sus aficiones, en este caso la de los videojuegos, es una forma de estimularnos mutuamente sin que tengamos que temer ni al fondo ni a la forma. Aún así, es conveniente siempre que la figura de los progenitores se mantenga desde un perfil de autoridad, no 100% controladora, pero sí como administrador de este tipo de ocio.
Cinco hábitos para que los niños disfruten de los videojuegos de forma saludable
Hemos de comprender que, guste o no, el mundo ha cambiado y buena parte de él circula a través de las pantallas. Lo hace nuestro propio mundo, el de los adultos, y es el mundo que ya le estamos legando a nuestros hijos. Actuar como filtro es deber y obligación, pero no desde una total opacidad que aísle a los menores de una realidad que comparten sus compañeros de colegio, sus amigos e incluso sus profesores.
Los héroes modernos de nuestros hijos se prodigan en Minecraft, LoL, YouTube y Twitch, y son estos creadores de contenidos —nos guste o no, insisto— sus referentes. Por eso, conocer y administrar estas plataformas es también clave de saber a qué se exponen y cómo lo están haciendo.
Activa el control parental
Todas las videoconsolas modernas, así como los ordenadores, dan opciones en sus ajustes para que los padres puedan activar diferentes opciones de interacción con las que controlar qué, cómo y cuándo se juega. Con ellas se puede limitar el tiempo de juego, activando un máximo de horas, o incluso el acceso a ciertos contenidos.
También para ser testigo de sus frustraciones o de si está haciendo un uso correcto del videojuego, incluidos enfados, pataletas u otro tipo de emociones negativas. Por este motivo es conveniente que veamos cómo juegan para controlar estos estados y, sobre todo, que nuestra intervención no suponga eliminar el componente videojuegos cuando estas situaciones se den, sino que se haga desde la interpelación y relativización.
Amén de estas funciones, siempre es necesario que cualquier adquisición pase antes por el filtro parental, ya sea por no dar al hijo plena disposición de la tarjeta de crédito para la compra de videojuegos, de las temidas lootboxes o de DLC, o para evitar que juegue en las horas que no queremos que lo haga. En este caso, además, es importante que no exista un cuarto de juegos estanco como tal en niños muy pequeños o preadolescentes, sino que sacar la consola suponga un momento familiar que tendrá inicio y fin, no convirtiendo su PlayStation o su Xbox en un electrodoméstico más de nuestro salón.
Conoce con quién juega
Igual que pretendemos conocer quiénes son sus amiguitos del cole, sus amigos del barrio o los amigos de las clases extraescolares, conviene saber con quién está jugando nuestro hijo y saber si detrás de ese niño realmente hay unos padres que se preocupan como nosotros o no. La creciente demanda de videojuegos online y las plataformas en streaming exponen a nuestros hijos a comportamientos que no siempre podemos controlar, incluidos lenguajes malsonantes o amenazas.
Por este motivo es conveniente que podamos ‘poner cara’ en la medida de lo posible a las personas con las que interactúa a través de los videojuegos. Es muy habitual que sean las mismas personas que le rodean en su día a día y eso debemos tenerlo en cuenta, pues su ocio e interacción ya pasa, casi necesariamente, por las pantallas, pero no todo el mundo pertenecerá a ese círculo reducido. Por este motivo, saber quién se esconde detrás de los alias de nuestros hijos es fundamental para garantizar su seguridad digital.
Primero la obligación, luego el ocio
Como en cualquier otro tipo de divertimento, el uso de videojuegos debe venir asociado a una respuesta positiva a la responsabilidades que los niños tengan en su vida cotidiana. Hacer los deberes, estudiar, ayudar en casa, tener un comportamiento positivo con sus hermanos, compañeros o padres… El uso de videojuegos, del mismo modo que cualquier otra distracción, ha de estar vinculado a ciertos patrones de buen comportamiento.
En ese mismo sentido, conviene no castigar sin videojuegos cuando los menores cometan pequeñas fechorías que luego pretendamos redimir con otros hábitos como jugar al balón o leer. Si instauramos la costumbre de esta redención, sustituyendo un hábito que puede distraerle por otro que nosotros consideramos menos lesivo, corremos el riesgo de que interpreten que la lectura u otras distracciones sean de peor calidad o se tomen como reprimenda. Si el niño debe ser castigado, el ocio debe pasar a un segundo plano, no creando alternativas que pueda asociar a ese mal comportamiento.
Alterna los tiempos de juego
Partiendo de la base de respetar hábitos posturales y de distancia respecto a la pantalla que son de primero de paternidad, también debemos tener claro que el uso de videojuegos debe venir asociado a modelos de ocio compartidos. Es decir, no puede convertirse en la única herramienta con la que nuestros hijos se diviertan y tampoco debemos abrir la veda de una vía libre para que jueguen horas y horas.
Siempre con control paterno, presente en la sala que el niño juegue e incluso desde la interacción, las opciones deben tener en cuenta que demos tiempo de descanso entre sesión y sesión, que pueden estar acotadas entre 45 minutos y una hora, poniendo impasses de unos 15 minutos entre cada una de ellas para que merienden, estiren las piernas, se despeguen de la pantalla y hagan otras cosas. También está en nuestra mano utilizar el videojuego como un refuerzo positivo y limitar su uso a los fines de semana, que permitirá también apreciar el carácter lúdico de estos, sacándolos de los días laborables.
Ten cuidado con las multiplataformas
Los videojuegos tienen diferentes formas y condiciones y eso debemos hacérselo entender a los hijos y debemos comprenderlo nosotros mismos. Igual de videojuego es jugar a Brawl Stars en el teléfono que poner Minecraft en la Playstation o que encender Fortnite en el ordenador, incluso que poner un vídeo en YouTube donde nuestro hijo esté viendo a su streamer favorito dando consejos para algún videojuego. Todas las opciones son videojuegos y el tiempo de uso debe ser administrado de manera consecuente, priorizando aquellos que además nos permitan tener una mejor higiene postural y control sobre el propio juego.
Darle a nuestro hijo el teléfono móvil para que, mientras comemos o salimos en una terraza, juegue a Brawl Stars debe computar de la misma manera que si le hubiéramos dejado jugar a Minecraft en casa. Los videojuegos no deben ser conceptuados como evasión de la tarea parental o como placebo para que los niños no nos den guerra, pues de lo contrario vamos a educar en el mal vicio de que ante su resistencia o terquedad, puede obtener un premio que además nosotros no negociamos.