Black Fuckday
Tenía más prisa que el Conejo Blanco de Alicia y el suyo, que no era albino, bastante más mojado
Los viernes de aquel noviembre le tocaba entrar a trabajar una hora antes. Ya eran menos veinte y aún estaba con las bragas mojadas en casa de Saúl. Se las había colocado del tirón al mirar la hora y descubrir que llegaría tarde aunque estuviera ya camino del metro. Lejos de eso, andaba subiendo la cremallera de sus botas altas y atusando la falda con las manos como si tuviera mucho almidón. Aturullada, Amanda hace cosas con las manos que le hacen pasar mucha vergüenza. Tenía más prisa que el Conejo Blanco de Alicia y el suyo, que no era albino, bastante más mojado. Pasaría así todo el turno de tarde, con el coño húmedo de sus restos compartidos; regándose la entrepierna a cada paso, que en su trabajo no eran pocos.
Al llegar a casa de Saúl, la había saludado con un beso que la atornilló a la pared. La llevó sin palabras, apresurado y de la mano al sofá; jugaron poco a lo de siempre y un poco más a lo de otras veces. El caso es que Amanda se desenfundó de él al percibir que llevaba tiempo de más sintiéndose llena, y con los ojos aún en blanco fue capaz de avistar la hora de este otro universo al que le costaba volver. Es por eso que colocó las bragas echadas a un lado de nuevo en su sitio; húmedas del roce, de la colección de sus secreciones. Saúl no quería volver a este lado del espejo y pataleó caprichoso apartándole las bragas a los lados para encajarse de nuevo en ella. Amanda, plañidera, se deshizo de este abrazo e intentaba salir. Saúl, especialmente goloso, se interponía en su camino hacia la puerta una y otra vez. Un vaso de agua « para recomponerse» la despistó. Saúl, hábil, distrajo su prisa con un gesto amable que usó para darle la vuelta y acomodarse detrás. Le susurró al oído un «a ver cómo tienes el culo» tan lascivo que le abrió la puerta de las entrañas. Empuñado a su polla, le subió la falda, le bajó las bragas y se lo penetró sin cavilar.
Amanda, con los brazos abiertos, sostenida por cada pared del pasillo, dobló el tronco adelante para pronunciar su grupa hacia atrás; un ensamblaje sin obstáculos, un acople colosal. Sostenía Saúl sus caderas tanteando los ángulos favorables del embutimiento anal y no encontraba resistencia en ninguno de ellos. Amanda, jadeaba contenida cerca de la puerta de salida que no la dejaban más que entrar. Quieta, enmudecida, inspirada, receptora, hendida, bien abierta miró hacia atrás con ojos de cierva para encontrarse con los suyos de depredador de emboscada; de puma con aullido corto y seco, el sonido justo que le abre más las nalgas y las ganas. Un Saúl sin miramientos, inmerso en la profundidad del culo de Amanda que no parecía tener intención de detener su arremetida , fue llamado a la fila lastimera de este lado del cristal. «Llego muy tarde Saúl, dame tres golpes bien fuertes y déjame marchar, por favor», le dijo Amanda con un hilo de voz rota bien interpretada. Y salió. Salió de ella sin golpes, dejando espacio a sus ganas para que volviera a por más. «Corre, ahora vete», le dijo mientras le subía las bragas y abría la puerta principal. Le miró Amanda desencajada: «Así no, Saúl. Pero qué perro rastrero eres. Ya llego tarde, qué más da. No me vacíes de este modo; quiero llevarte dentro; derramar tu leche cuando me siente a mear; mojarme toda la tarde por tus hechos atroces; sostener el recuerdo de cada último golpe cada vez que me vaya a sentar; maldecirte por retenerme… ».
«Justo eso Amanda, justo eso harás».