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El caño de Amanda

«Desenrosca el cabezal de la ducha y busca el caño de agua que emerge bruto, de a una, con todo el caudal que la instalación le permite para conducírselo al coño»

El caño de Amanda

Una mujer en la ducha. | Hannah Xu (Unsplash)

Amanda estaba mirándose  en el espejo ya vestida, a punto de salir. Se acordó de cuando no ponía un pie en la calle sin maquillarse y no le pareció un recuerdo propio, más bien de otra mujer. Hace tiempo que viste ropa menos ajustada, nada de tacón y recoge su pelo en trenzas o coletas para no invertir largos minutos en acicalar la melena.  

Se despertó temprano, con la luz del amanecer y se masturbó en la ducha con los primeros rayos del sol. Le gusta a Amanda dirigir el chorro múltiple a su pubis para sentir cómo los hilos finos de agua rebotan, acarician y le cosquillean la piel. Se propone retos creativos que no le duran nada; los abandona a lo poco de acordarse de cómo le gusta a ella. A las siete de la mañana Amanda se duchó con el agua hirviendo y la ventana abierta a un frío día de otoño que acababa de empezar.  Renace en el agua; con cada ducha larga y abundante se prepara para que la arreste la policía ecológica y moral. Es más, Amanda desenrosca el cabezal de la ducha y busca el caño de agua que emerge bruto, de a una, con todo el caudal que la instalación le permite para conducírselo al coño.  Es este timbre, peso y golpeteo intermitentemente constante el que masajea su entrepierna en el punto y modo exacto que un dedo y una lengua combinados podrían dar.

 Las sensaciones le tensan los dedos de los pies pero ella sabe que si respira hondo la hebra que la cose, retuerce y estira hacia el clímax se aflojará.  Y eso hace. Respira profundo, abandona la idea en la que se recreaba y vuelve a empezar. La piel de sus labios es suave pero resistente y pronto se acomoda al calor. Por eso Amanda va subiendo poco a poco un grado más,  y otro más, y otro.

Se mira. Abre los ojos y se ve acuclillada;  la vulva abierta como una mariposa que extiende sus alas pero no sale a volar. Ve cómo el chorro le golpea la carne que se mueve como una hoja bajo la lluvia intensa. Observa cómo ha engrandecido su tamaño; labios hinchados, abiertos y enrojecidos como un libro ardiendo. Las sensaciones vienen y van, presiones, temperaturas, punzadas, caricias, cosquillas; un paseo por su coño táctil como el que abre y cierra apps en una tablet.  

 Y en estas, se le escapa ya Saúl de la cabeza a primera hora de la mañana. Amanda se enfada pero no sabe cómo deshacer esta espiral.  De nuevo la misma escena, la mismas imágenes, la misma intención atribuida a su mirada y buen hacer.  Un día Saúl la cogió de las caderas,  le gusta a ella pensar que con la intención de hacerla callar aquel día para que dejara de increparle. La asió y le miró el coño como un objeto de trabajo, como calculando dónde y qué tornillos habría que colocar y apretar para que funcionase; una mirada curiosa sobre su vulva que acompañó acercando la boca a esta a la vez que la miraba impertérrito.   

Siempre es en esta parte cuando Amanda empieza a temblar.

Saúl no retiró su mirada de la de ella; no cesó en sus lamidas; no paró de engullirle el coño entero, a dos carrillos, sin dejar de presionar con una lengua ancha y blanda en toda la línea central; un gesto que le hacía subir las cejas hacia arriba en una expresión de sorpresa que a Amanda, al recordarlo,  le hace explotar. Recuerda el tacto de su lengua y la imagen brillante de su saliva. Recuerda el tiempo, el tempo y el ritmo; recuerda el tacto y la alegría; recuerda cuánto le gustaba el olor a ellos que se acumuló en aquella habitación. Una actitud decidida, segura y tranquila que lanza a Amanda disparada hacia la órbita solar. 

Con las ingles doloridas, se incorpora Amanda desubicada. Le ha vuelto el sueño y enfriar el agua para enjabonarse es lo único que le salva de volver a la cama y hacerse un ovillo hasta las mil. Espabila, vuelve a su día, uno lleno de placeres y quehaceres en solitario que la abraza desde que no se arregla tanto para pisar la calle, desde que le interesa menos la mirada de los demás.  Más tarde, de vuelta en casa, volverá a esta historia y entonces saldrá disparada, esta vez, a la órbita lunar.

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