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Fingir, paja, cigarro y taxi

«La desesperación de Saúl era directamente proporcional a lo poco acostumbrado que estaba a ligar. O a lo poco que follaba»

Fingir, paja, cigarro y taxi

Una joven esperando un taxi | Julian Myles (Unsplash)

Entramos en su casa. Cerró la puerta y me sorprendió en el pasillo desde atrás. Me empujó sobre la pared y metió la mano bajo la falda. Mi cara sobre el gotelé. Su mano aprentándome el coño entero como si nunca hubiera tocado uno. Intensamente y mal. Me daba igual, el placer no aterriza en mi cuerpo hasta pasados unos minutos. Muchos. La escena me excita. Sigue tocándome mal. El elástico de las bragas se me clava en las ingles. No es intencionado, como otro Saúl sabe hacer, es torpe y duele. Creo que intenta  hacerse el violento pero es un Saúl de gominola. 

Me hace gracia y le dejo hacer. Son excitantes sus tropiezos. A la vez pienso que cuándo acabará y también que no habrá segunda parte. Aparecen un par de bromas en mi cabeza. Me contengo y no las digo, en el fondo estoy ya cachonda, ¿por qué quiero sabotearle? Sigue frotándome el coño. Se ve que ha aprendido bien la lección feminista del placer clitoriano pero es que está tocándome la ingle derecha y no se da cuenta. Además, a mí me hierve el coño por dentro. En el ascensor, entre besos, le agarré fuerte la polla por encima del pantalón. «¡La virgen!» , exclamé ante tanta dureza y grosor. 

No esperaba aquel asalto canalla en el pasillo, la verdad. Yo pretendía tirarle en el sofá, hacerle un numerito subiéndome la falda y bajándome las bragas, que para eso las había elegido durante tanto rato, y montarle así sin más. Se cayó mi estrategia de combate. Ahora lo que tocaba era concentrarse en la escena y fingir un rato. 

Él seguía allí, hocicado en mi cuello, soldado a mi vulva e igualmente desencaminado. Comencé a sentir el relieve del gotelé en la mejilla. «A ver, espera», apunté en una queja y me di la vuelta. Se amorró a mi boca. La desesperación de Saúl era directamente proporcional a lo poco acostumbrado que estaba a ligar. O a lo poco que follaba. O a cuánto me deseaba. Un talante caritativo me asaltó por un instante. «Le saco la polla, le hago una paja, me fumo un piti y me piro», pensé. Lo intenté pero este Saúl de propaganda feminista me quitó la mano y susurró «solo quiero darte placer». Se me jodió el plan. Se añadía una tarea más a mi lista de misericordias: fingir, hacerle una paja, fumarme un cigarro y pedirme un taxi. 

Si midiera el éxito a partir de la conclusión de cada una de las tareas programadas podría decir que fue una noche exitosa, tanto en la ejecución como en el cumplimiento del orden planteado. La paja resultó más sencilla una vez este Saúl dejó de emperrarse en mi coño para entregarse al bamboleo de mis manos. Le subía y bajaba el prepucio simulando una falta de urgencia que ayudara a que llegara el final. Después lo del cigarro y el taxi fue pan comido; soy ducha en las excusas que no señalan con insolencia mi falta de ganas de ti; un todos ganan que me devolvería derecha al mullido edredón de mi cama. 

Hacía frío y el taxi tardaba en llegar. No sabía qué más contarle a este hombre tan cortés y bajaba y subía la acera envolviendo mis gestos en un «yo soy así, nerviosa»  que ocultaban mis ganas de huir. « Qué pedazo de actriz se ha perdido Almodóvar», pensé. 

El taxi. «¡Aquí, aquí!», aullé al viento moviendo las manos como si quisiera ser vista por un avión. Este Saúl azucarado me abrazó cariñoso y me dijo que me escribiría mañana. Le miré a los ojos con sinceridad y él lo entendió. Suficiente fingimiento por hoy.  «Hasta mañana», pronunciamos al unísono. Cerró la puerta y con ella esta historia. 

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