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Carta sobre «La piel» 

Los caprichos de una vida sin peligro de homicidio me han dejado el pecho cuarteado y me traen aquí en busca de respuestas

Carta sobre «La piel» 

«La piel, de no rozarla con otra piel se va agrietando»*, afirma Bertolt Brecht en uno de sus poemas. Yo miro mis pezones enrojecidos, a dos días de mi último encuentro con Saúl, y suelto una carcajada. Tengo que hablar con él; cojo lápiz y papel y le escribo la siguiente carta: 

Madrid, 2 de Octubre del 2022

«Querido Bertolt, 

Le escribo esta misiva con el ánimo de que le llegue a usted mi relato y , en la medida de lo posible, me ayude a ponerle luz a las incógnitas que en ella se presentan:

Antes de cruzar la puerta que le devolviera a una vida que no habito, Saúl me miró vivaracho sorbiendo el último trago de un café. Frío el trago y el propio Saúl, salieron dejando atrás el eco de su aroma y la semilla de sus actos. Un poco de áloe calmó por algunos segundos el escozor incesante de mis pezones heridos. Al nada, comenzaron a hervir de nuevo como si la pinza de sus dedos no tuviera fin. 

Habíamos rozado largo rato nuestras pieles. Alarmados por sus palabras, señor Brecht, procuramos acudir raudos a los huecos que la vida de este siglo nos ofrece. No sabe usted cómo se escurre ahora el tiempo de cada cuerpo. Cada mes anhela un extra de días y cada día suspira por horas de calma en las que encontrarnos los unos con los otros. No, no hablo de guerras o exiliados tal y como usted los conoce, no. No hablo del anhelo o  hambre de vida, sino de justo lo contrario. La queja de los no hambrientos de este siglo está hecha de propósitos más hedónicos, más eróticos o, algunos también, sin criterio. Por suerte o sin ella, yo misma suspiro por estos ratos con Saúl como el mayor de los problemas sacado de una novela de Corín Tellado.  

Pero esta vez, señor Brecht, los caprichos de una vida sin peligro de homicidio me han dejado el pecho cuarteado y me traen aquí en busca de respuestas. Incapaz de formular claramente las preguntas, le cuento brevemente lo acaecido para que pueda valorar. 

Dice usted que «los labios, de no rozarlos con otros labios se van secando» . Los míos, tras más de una hora de besos enloquecidos con Saúl, se tensan opacos a cada lado clamando por alguna loción que los hidrate. Se secan, se secan también en la extrema presencia de dos bocas, que apenas buscan huecos para respirar sin llegar del todo a separarse.  

Ruego perdone mi ignorancia, pero me hallo perdida en este sentir, pues dice usted que «el cuerpo, de no sentir otro cuerpo se va olvidando» y que « los ojos, de no mirarse con otros ojos se van cerrando» . Y a mí su cuerpo, aunque lejos del mío, no logro olvidarlo y los ojos, aunque tenga delante los suyos, se me van cerrando. 

Dice usted también que «la piel, de no rozarla con otra piel se va agrietando», sin embargo, mis pezones agrietados leen sus líneas y me miran despechados. Quejicas, han triplicado su tamaño y con ello su voz. Patalean al rozarse con el sujetador e incluso con el suave tejido de unas sábanas de otoño. Rojos, brillantes y duros, como dos rubíes, los cubro con algodones mojados para paliar su tormento. No sé cuánto tardará Saúl esta vez en salir de mi vientre. En cada golpe de molestia de mi pecho dolorido se me aparece su imagen; después, la vagina se contrae dando un espasmo de puro júbilo. Saúl tumbado debajo de mí, insertado como hebra en el ojal, me come el pecho como un oso famélico. Me dejo caer sobre su cara, me aprieto las tetas para encerrarlo allí y Saúl se revuelve marcando el hueco de su cabeza sobre la almohada. De repente me empuja de los hombros y me echa hacia atrás. Encaja cada uno de mis pezones entre su índice y pulgar; zarandea mi pecho como una cuerda que hace la serpiente, como una brocha que se agita sin cuidado, como un párroco que nos bendice a todos rociando agua bendita; y yo comienzo un baile que me eleva al trance desde el columpio de su polla.  No sé cuánto tiempo estuvimos así, Beltort, pero sí sé que no acabó de ese modo. Saúl sin soltarme, incrementando sus tirones y bendiciones se puso a hablar. ¿Sabe usted cuando una perra ante una frase de su amo reacciona sólo a aquellas palabras que conoce? Así recuerdo yo su voz cuando  comenzó a llamarme.  Entonces abrí los ojos y me clavé en los suyos. Mi nombre completo sonaba entre el arrullo de otras palabras que no logro recordar; me calaban, se clavaban, apuñalaban, apretaban lo más hondo del misterio de la almas, señor Brecht . Tropecé, caí, rodé y me entregué a su mirada, a sus tirones, a mi nombre propio pronunciado desde el suyo; y pasé al otro lado, señor, a un mundo desconocido y que yo sepa, el único que no conozco es el de la muerte. Por eso Bert, no comprendo cómo «si el alma de no entregarse con otra alma se va muriendo», qué la hace morir también en la entrega plena . 

No me entienda mal, admirado Bertolt Brecht, su poema me mantiene viva y fresca, consciente de la vida que pasa y con los ojos alegres virados hacia aquello que me llena. En una misma vida, una diferente mirada puede hacerla puramente desgraciada por eso le agradezco su legado con este relato de lujuria en su versión más erótica. Dos versiones para el mismo hecho, la aventura de estar vivos. 

Gracias por su atención. 

De su  admiradora, 

Amanda.  » 

 * LA PIEL , de Bertolt Brecht

La piel, de no rozarla  otra piel

Se va agrietando…

Los labios, de no rozarlos con otros labios

Se van secando…

Los ojos de no mirarse con otros ojos

Se van cerrando

El cuerpo, de no sentir otro cuerpo

Se va olvidando…

El alma, de no entregarse con toda el alma

Se va muriendo.

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