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Al ritmo de bachata

Están bailando, desnudos y ensartados, pero la música en sus cabezas suena igual. Follar al ritmo de bachata les hace mirarse tranquilos

Al ritmo de bachata

Matthew Henry (Unsplash)

Amanda no viste escotes amplios ni lleva la ropa ajustada. Le gustan los vaqueros y las camisas floreadas, en las que se abrocha resoplando el botón que yo le suelto de continuo. Me gusta bromear y provocarla: «Mujer, un poquito de carne para la vista ajena. Solidaridad con el hambre mundial».  A pesada no me gana nadie y repito la broma las veces que haga falta; ella siempre me mira fija mientras se ata de nuevo la camisa, no sé si para aniquilarme o comerme.  En el fondo me encanta tal cual es, si me hiciera caso no tendría gracia y si yo me estuviera quieta no se le iluminaría la mirada ante mis asaltos insolentes. Creo que en unas cuantas reencarnaciones, cogería mi mano fastidiosa y le ofrecería uno de sus pechos. Ahora no se atreve ni hace falta. A mí lo que me gusta es verla bailar. Lleva años yendo a clase y por más que lo niegue, me juego las dos manos viciosas que tengo a que le gusta su profesor. 

Encontró en la bachata un modo de soltar la cadera y dejarse abrazar. En ella, en la bachata, también esconde sus ganas de este Saúl que la invita a salir al centro de la clase cada semana. Requiere de ayuda para poner ejemplos de los pasos nuevos al resto de alumnos, y siempre -¡vaya casualidad!- elige a Amanda para hacerlo. Su empeño por negar lo evidente le pronuncia el entrecejo y le bate la cabeza a cada lado cuando insinúo que su rostro habla cada vez que Saúl la saca a bailar. La cautela desmedida de Amanda dice mucho de su historia; no siempre midió sus pasos en el un, dos, tres del compás. Más bien saltaba entre sietes y nueves desorganizados y sin mucho ritmo, pero esa, ya no es ella. Hace años ya que Amanda se configura desde el rubor de sus mejillas y eso, a mis ojos, le aporta su tremendo atractivo. Por esto, la imagino desnuda, chorreante y gozosa entre las manos de ese moreno que la aprieta cada día más. 

Observo a Amanda; se entrega a la mirada fija de Saúl dejándose hacer desde la mano firme que se le clava en la espalda. En el baile de dos, la entrega al otro sumerge a cada uno en el placer de dos cuerpos que se entienden. La ropa esconde lo que la sonrisa no calla; sus caderas protegidas por el manto de la profesionalidad, danzan libres a los ojos de los que aplauden su buen hacer.  Yo también aplaudo, mi coño palmotea al verles fingir que valsan a cuatro tiempos por compás; a mi no me engañan. 

Saúl tiene los ojos verdes subrayados de pestañas oscuras; el pelo le cae en los hombros, negro, de rizo fuerte; me recuerda a Sandokán. Amanda está hecha de nieve. Los imagino revueltos en la cama como un tablero de ajedrez; él, sentado, la sube en su regazo para colocarle las piernas alrededor de su espalda; le pide que lo apriete desde ahí mientras su glande se abre paso en el coño níveo de Amanda, que lo fagocita hasta lo más profundo sin parpadear. Del mismo modo que los jueves por la tarde atiende a sus instrucciones cuando Saúl ilustra una figura de nivel avanzado, Amanda responde a las manos que la empujan desde las nalgas hacia sí, hacia él. Están bailando, desnudos y ensartados, pero la música en sus cabezas suena igual. Follar al ritmo de bachata les hace mirarse tranquilos; allí se saben ellos, allí se encuentran a gusto a través de la caricia en las mejillas de sus narices y esas sonrisas de «qué bien, eres tú y estás aquí». 

Se me enciende el coño de verlos y las tetas se me inflaman al punto de apretarlas con disimulo. Pagaría por lo mismo que hago ahora, esperar mientras les miro a que me toque también bailar; esta vez, en un sillón, a modo de cine, mientras disfruto de esta partida de torres, alfiles y reinas. 

En nuestros vinos de después de clase, le vuelvo a quitar el botón de su camisa recatada. Le cuento esta historia; pataleo asegurando que le gusta Saúl, que las ganas son mutuas y que me deje mirar. A Amanda se le enrojece la cara y vuelve a hablarme con la mirada. 

Mi coño tiembla por verlos follar, la magia de sus cuerpos en movimiento no deja impasible mis fluidos espontáneos, mi coño tiembla al verlos bailar. 

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