Vino blanco: ¿hay riesgos al beberlo?
Aparentemente más amable que el vino tinto, la ciencia demuestra que las opciones en blanco tampoco son ni saludables ni seguras
Beber vino blanco es, en muchos casos, una excusa más para los que buscan un producto con menos alcohol que el vino tinto. Especialmente cuando se consume fresco o frío, el vino blanco parece así más amable para nuestra salud, pero nada más lejos de la realidad.
La costumbre de ‘ponme un vino blanco’ puede ser un zapatazo para nuestra salud de muy diversas maneras. Esto no quiere decir que la alternativa deba ser beber vino tinto. Ni tampoco cualquier otro tipo de alcohol, pues se ha probado que no hay consumo seguro de alcohol que implique beneficios.
Es decir, cualquier hipotético beneficio está automáticamente descartado al tratarse de un tóxico para nuestra salud. Aun así, pretender que el vino blanco sea especialmente inocuo es un error. Sobre todo, si lo único que pretendemos alegar es que tiene menos alcohol que el vino tinto.
En esencia esto es así, salvo que hablemos de vinos blancos fortificados —como pasa con los vinos de Jerez o los de Montilla-Moriles—, que a pesar de hacerse con uvas blancas tienen más alcohol que los vinos tintos. Aun así, conviene insistir en que además entre estos vinos puede haber ciertas diferencias.
De hecho, hay ciertas trampas que nos podemos hacer jugando a este solitario. Pensar que es más ligero o menos alcohólico nos puede jugar una mala pasada. No obstante, no son los únicos riesgos para nuestra salud de consumir vino blanco.
Ya hemos dado por sentado que todo el mundo comprende que el vino blanco, solo por tener alcohol, ya es malo. Pero hoy también pretendemos aportar algo de luz para comprobar que no se trata de una alternativa al vino tinto.
De hecho, caer en la trampa de apostar por el vino blanco en detrimento del tinto por una simple cuestión de graduación es un error. No porque no sea cierto que tiene menos grado alcohólico, sino porque también va aparejado a ciertos problemas que igualmente van a aparecer.
Y da igual el vino blanco del que hablemos. O prácticamente da igual, pues la mayoría comparten una elaboración que los hace más o menos parecidos. En ocasiones tiene que ver con el tipo de añadidos que se utilizan durante su fabricación, pero en otras ocasiones tiene que ver con las propias características del vino.
Por este motivo, es conveniente que pongamos cara a ciertos enemigos. Algunos de ello incluso pasan desapercibidos, por muy frutal, ligero o frío que parezca y lo tomemos.
El problema de los sulfitos en el vino blanco
Los sulfitos son una serie de compuestos naturales que, en este caso, se añaden al vino para hacerlo más estable. Pasa con el tinto y con el blanco, pero en este segundo caso suelen necesitar una mayor cantidad de sulfuroso para que no arranque una segunda fermentación en botella debido al mayor contenido en azúcar que tienen.
Más dulces al paladar, debido a que tienen algo más de azúcar, los vinos blancos además supondrían un riesgo mayor de aumento de peso. También, ya que ese azúcar sirve como alimento para la microbiota, podría producirse una disbiosis intestinal, que no es otra cosa que un desequilibrio en la microbiota por el aumento de las bacterias malas.
Aumento de peso
El matiz de que el vino blanco sea más ligero al paladar no tiene que ver con las calorías que incluye. Sobre todo si además consumimos vinos blancos dulces, los cuales siguen teniendo sulfitos pero, además, tienen cantidades de azúcares —aunque sean naturales— muy elevados. Pasa con el clásico moscato italiano, con los Sauternes y Sancerre franceses, con los tokaji húngaros y con los vinos dulces de Jerez, Málaga y Montilla-Moriles, además de ciertos moscateles españoles.
Al pasar desapercibido, bien por el gusto o por bien por la frescura, su contenido en azúcares, podría provocar un aumento del consumo por ese carácter inofensivo. También le pasa a la cantidad de azúcar de los vinos tintos, aunque en la mayoría de casos tienen menos porcentaje, pero aún así conviene tenerlos bajo custodia.
Enemigos de la salud dental
Pasa con cualquier alcohol, pero con el vino blanco también se pueden camuflar ciertas patologías. Es muy evidente que algunas personas prefieren consumirlo por ser menos agresivo con el esmalte dental que el vino tinto, pero vuelve a ser un error. Es cierto que mancha menos los dientes que el vino tinto, aunque esto no significa que sea inocente.
De hecho, cualquier alcohol provoca un decrecimiento en la producción de saliva. Cuando esto sucede, las bacterias de la boca tienen más vía libre para martirizar nuestras muelas y dientes. De esta manera, la halitosis o mal aliento, las caries o la desmineralización del esmalte se aceleran.
Enemigos de nuestro estómago
Sabemos de sobra que el vino y el alcohol tienen un potencial cancerígeno. Especialmente de cáncer de hígado, además de vincularse a más enfermedades como los riesgos coronarios o cerebrovasculares. Como es evidente, a nuestro estómago tampoco le hace bien el vino, sin importar el color.
Por desgracia, también solemos pensar que el vino blanco va a ser más suave que el tinto y, por tanto, va a hacernos menos daño. Como, por ejemplo, si tenemos el síndrome del colon irritable o reflujo gastroesofágico. Nada más lejos de la realidad, pues el vino blanco también participa de la gastritis y de ese reflujo o acidez estomacal más de lo que podríamos pensar.
De hecho es un enemigo por partida doble, pues primero hace fracasar a los movimientos peristálticos y, una vez que estos han fallado, debido al incremento del pH estomacal, el nivel de acidez también aumenta, como desentraña este estudio.