THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Tú y yo somos nosotros

«En la cama, abrazados unas veces y despegados otras, musitaban sin palabras el gusto del uno por el otro, de cuando el tú y el yo se convirtió en nosotros»

Tú y yo somos nosotros

Toa Heftiba (Unsplash)

El toldo se mecía tan fuerte por el viento que Saúl se apresuró a enrollarlo. Se fastidiaron los planes del domingo una vez más y a Amanda le tocó convencer a los niños de que el parque de atracciones seguiría ahí para ellos cualquier otro día que no volaran las cunas de la noria. Decidieron desayunar tranquilos huevos revueltos con bacon para amainar el disgusto de todos y Saúl se esmeró en que saliera todo al punto del gusto de cada exigente comensal. Una semana compleja con un final inesperado; se miraron cómplices de su mala suerte y se fueron juntos al sofá. 

El más pequeño de los tres hermanos arrastró un pesado álbum de fotos entre sus bracitos enclenques hasta donde ellos estaban y escaló para colocarse en medio de los dos; lo abrió por la primera página y les miró demandante de las historias ya conocidas para deleitarse con ellas de nuevo. Saúl comenzó a narrarle con sumo detalle cada uno de los momentos, como si cada fotografía fuera un cuento único con su comienzo, desenlace y final. Amanda sonreía al oírle mientras texteaba a su hermana para anunciarle el cambio planes. Saúl adornaba cada historia con hadas, truenos y dragones y Amanda le pillaba cada metáfora al dedillo. Le miró con ojos de « no te metas más con tu cuñada» y Saúl se rió subiendo los hombros y moviendo las manos como el que dice que no tiene dinero a un pedigüeño. 

La montaña de ropa por lavar le chillaba a Amanda desde el rincón desordenado del baño grande. Hizo el gesto de levantarse, le pareció un gran plan hacer cosas para adelantar, cuando Saúl la alcanzó del brazo y tiró de ella de nuevo al sofá. Ni siquiera la miró; la cogió como la que le han lanzado una pelota y reacciona sin pensar agarrándola. No la miró tampoco cuando ella intentó deshacerse de él ni interrumpió el rocambolesco relato que detallaba los pormenores de la ya quinta de las fotos. Es más, le apretó el brazo con más ahínco y resbaló desde el codo buscando su mano. Ella se la estrechó fuerte y le susurró por debajo de las onomatopeyas de su historia que la dejara ir a lavar. «¿Sabes lo que es la telequinesis? » , le preguntó Saúl al pequeño que andaba inmóvil, ojiplático y desconectado de esta realidad. Negó fuerte con la cabeza y  le explicó que era el superpoder que su madre ese domingo se pasaría practicando. Entrelazó sus dedos con los de ella y le clavó el pulgar en la palma de la mano haciéndose presente desde ahí por, al menos, las siguientes quince fotos. 

Por la tarde, Amanda le cortó el pelo a Saúl en la terraza mientras los dibujos del canal Disney atolondrada a los párvulos en la sobremesa. Simuló que le cortaba la oreja primero y que le rebanaba el cuello después con una risa floja que se le contagió a Saúl. «No vas a acabar nunca como sigas así », le dijo con un tono simulado de disgusto. Le sacudió del cuello los restos del corte atizándole fuerte de más con un paño de cocina y Saúl le hizo el gesto de venganza que tanto a ella le gusta.

Anoche, como la anterior y las que le precedieron a lo largo de la semanas que se tornaban meses, acabaron dormidos delante del televisor. La melodía de Netflix acunó cada uno del final de estos días en los que el silencio que dejaba las risas, llantos y charlas alocadas de los infantes era suplido por diálogos en otros idiomas y subtítulos que se emborronaban con cada bostezo. Era Amanda la que solía despertarle con un beso en la mejilla y caricias en el pecho anunciando que de nuevo era tarde y que fueran a la cama a descansar. Y allí, en la cama, abrazados unas veces y despegados muchas otras,  musitaban sin palabras el gusto del uno por el otro, de cuando el tú y el yo se convirtió en nosotros.

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