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Mi yo salvaje

La fea

«La mujer fea la desnudó y se amorró a su coño. Le preguntó si prefería por dentro o por fuera, una pregunta curiosa que jamás se había parado a pensar»

La fea

Dos mujeres conversando. La que está de espaldas es muy fea | Unsplash

Cuando Amanda cruzó con ella las primeras palabras en la aplicación de citas del momento le resultó interesante. Un par de fotos que inspiraban rasgos artísticos y algunas afinidades compartidas fueron suficiente para despertar su curiosidad. Sin mucho más, se metió en la ducha y se ilusionó con una noche diferente en la que con suerte, el cuerpo caliente de otra mujer la abrazaría en unas horas. La propuesta surgió de ella misma y se percibió diferente por el hecho de hacerlo. 

Bajó los peldaños del portal perfumándolos a su paso. Compró una bandeja de sushi variado, una ensalada wakamé  y un par de cervezas antes de seguir las instrucciones sobre calles, portales y pasillos que la llevarían a su casa. Llegó puntual, tocó el timbre y la otra mujer abrió con una sonrisa amplia. Al verla, Amanda se quedó petrificada; no reconocía en ella los rasgos que le habían despertado ese interés urgente y el rosa chicle de sus labios le señalaron una imagen caduca, pasada de moda e impropia para las líneas de su rostro. El tamaño voluminoso de las caderas no dialogaba con la estrechez raquítica de sus brazos;  y un cabello desordenado y entumecido por el exceso de un fijador de bajo coste le enmarcaba el rostro como el cuadro de un puercoespín. Era terriblemente fea. 

La bombilla de la puerta de entrada estaba fundida; pudo Amanda refugiarse en este regalo del destino para esconder el destello que el impacto había causado en su mirada. Era tremendamente fea. 

«Quería resultarle desagradable, indeseable, repulsiva, repelente, siniestra… Pero no lo consiguió»

La mujer fea la llevó al salón a cenar sobre cojines esparcidos por la alfombra. La luz media señalaba sus intenciones y la música elegida tampoco ayudaba a disimularlas; esta mujer se le abalanzaría de un momento a otro. Tenía que escapar, así que Rellenó los silencios con una verborrea forzada que evitaba el encuentro de sus miradas. Engullía las piezas de sushi sin decoro y acaparó la ensalada de wakamé para que la mayor cantidad de hilos de alga se le quedaran prendidos entre las muelas. Quería resultarle desagradable, indeseable, repulsiva, repelente, siniestra… Pero no lo consiguió. Por mucho que se metió los dedos en la boca buscando los restos incómodos que le apretaban los dientes; que bebió a dos carrillos y que habló como para que los sesos le estallaran y sobrepintaran los cuadros de la pared, no lo consiguió. 

La fea la miró con los ojos brillantes, formuló una media sonrisa que le torcía el gesto como si un ictus le hubiera conquistado la cara y gateó hacia ella sobre la lana mullida de la alfombra. Amanda es una presa dócil; se zambulló en la lengua que se le coló en la boca y asumió que era el peaje que le tocaba pagar Siempre le resultó más fácil quedarse y pajear o mamar cualquier polla antes que salir corriendo despavorida de una situación no deseada; al fin y al cabo, esta sería una más. Luego llegaría a casa, se daría una ducha larga arrancándose la primera capa de piel para borrar los vestigios de cualquier recuerdo y dormiría plácidamente a la espera de tener aprendida la lección. 

La mujer fea la desnudó y se amorró a su coño. Le preguntó si prefería por dentro o por fuera, una pregunta curiosa que jamás se había parado a pensar; le mintió.  Luego ésta le cambió de lugar; ahora le tocaba a ella tocar.  Le devolvió la pregunta y la fea le contestó que le gustaba el coño bien profundo. Amanda no sabía por donde empezar y ella le guió como conducen las líneas de un cuaderno los primeros trazos de un analfabeto.  Hasta cuatro dedos entraron en las entrañas de esa mujer tan fea, en una vagina que se ampliaba y replegaba al compás de la respiración de un rinoceronte. Amanda respiraba al mismo son, se había excitado desde la repugnancia y mientras batía la mitad de su mano en las cavernas de ese coño goloso y tragón,  este dragón informe le escupió; chorros de un líquido transparente que llenaría los jarrones del salón de un palacio le salpicó desde este coño plástico.

La fea, con los labios corridos por el beso, le buscó la mirada ladeando la cabeza desde el suelo. Amanda la observaba seria, pensativa, como un descubrimiento arqueológico, como una especie rara, como un nuevo animal, como se mira la ausencia de belleza, a un esperpento; ojiplática, extasiada y sin pestañear. 

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