Hacían una buena pareja o al menos eso decían todos.
A ella le gustaba hablar y a él oírla. Él se abstraía sobre la mecedora con facilidad y a ella le gustaba observarlo. Los dos coincidían en un helado de limón. Ella cantaba canciones y él se sabía películas. A ella elegir y a él ser elegido. Los dos fumaban. Uno amaba la cocina y al otro no le importaba fregar los platos. Ambos se trataban con cariño.
- Súbeme el bolso anda.
- ¿Qué te apetece hacer?
- ¿Y a tí?
- Mmmm, a ver, tú sabes que me da igual.
- Yo que sé, podríamos decir que vamos a un pub a tomar café pero nos pedimos una cerveza, como de costumbre.
- Venga.
- El bolso, plis
A él le gustaba pasear y a ella también. Ella se enfundaba en abrigos y bufandas y él no usaba gorro para la lluvia. Ella había visitado el hospital más de dos veces y él no había tomado una pastilla en toda su vida.
- ¿Ves? Y ésta de aquí es de una patilla de mis gafas. Es que yo tenía gafas de pequeño, pero de muy chico.
- ¿Qué tenías?
- Nosequétropía , pero se me corrigió… Total, que iba corriendo y me caí y como yo siempre tenía las manos llenas de cosas…
- De clicks sin cabeza, ¿no?
- No, lo de explotar las cabezas de los clicks fue un poco después. Pero bueno, sí, la cosa es que por no soltar mis tesoros no puse las manos en el suelo y me rompí las gafas y me clavé las patillas.
- Pero bueno, ¿y el chequeo que te ha hecho la tía esa que acaba de pasar?
- Hummm, ¿sí? Je, je, je.
- Anda que… Cuéntame ahora lo de los clics, reguapo.
- Si eso ya te lo sabes.
A ella le encantaba ser el centro de atención. A él le gustaba observar desde atrás. Para uno el mundo era bueno, para el otro malo. A ambos les encantaba el olor del otro.
- El día que veas…me muero, no creo que te los enseñe nunca. Salgo toda engreída, estrenando un top que tenía muchos corchetes… ¿Quieres otro café?
- Venga.
- Y a mí eso de los corchetes me encantaba. No veas, con las pedazo de tetas que tenía me asfixiaba con el top . ¡Aaay! Cada vez que me acuerdo… Con aquel tupé para el lado… Lo mejor de todo es que yo me veía superguay.
- Eso no ha cambiado mucho.
- ¿Qué?
- Nada, nada…
- Idiota…Bueno, pues salgo hablando a la cámara diciendo que iba a un concierto, así muy repipi. Ese día aprendí mogollón. Podría haber jurado que el cantante me miró durante una canción hasta que mi prima me rompió la ilusión y también aprendí que había hombres que ponían rabos. ¿Sabes? Eso de que se arriman por detrás y se pegan el refregón…ya sabes.
- Joder… Oye, ¿le has echado azúcar?
- Claro.
No sabían aún nada de esto cuando ya compartían techo y todas esas cosas que comparten los que viven juntos. No se conocían cuando con palabras balbucearon a la vez una pregunta: ¿te quiero? Se les derritieron las horas en un tiempo con forma de acordeón, donde se acercaban a cada palabra que compartían. Reconocieron los primeros besos como si llevaran una vida con ellos. Habían pasado setenta y dos horas.
- Pobre chaval, todavía lo oigo.
- Pero yo creía que eso no dolía.
- Pues te digo que duele y mucho.
- Tendrías que vernos, tan decididos, tan contento con su tatuaje. Ja, ja. Y cuando llegó el padre y lo cogió y se lo llevó a que se lo quitaran en el mismo momento. Le quemaron todo el brazo.
A ella le asustaban este puñado de pocas horas. Él nunca había sentido antes nada como esto ni en el cuádruple del tiempo de más. Se cogieron de la mano y decidieron tirarse al río. Se encontraron con un agua fresca por nueva, cálida por dulce. Ella descubrió corrientes muy fuertes y, por la tenacidad propia de los que han sido mimados y la fuerza de los que han sido educados con dureza, decidió apretar fuerte su mano y no parar hasta llegar al otro lado. Él había visto siempre más allá de lo que se le presentaba ante los ojos y vio en aquella corriente intensa y fluida un proyecto que poco a poco tomaría forma y más sentido.
- Lloré durante un mes para que me dejara actuar. No me dejaba salir por las noches ni ponerme camisetas que enseñara el ombligo.
- Me metieron interno todo el verano en un colegio del Opus en el que se firmaba que te podían pegar. Aprendí a escaparme, era prácticamente imposible pero lo hacíamos, un colega y yo. Había otro, que el pobre no podía porque estaba demasiado gordo.
Surgieron de caminos distintos. Se encontraron en un descuido de casualidades inesperadas. No podrán nunca llegar a ser dos en uno porque es algo que les parece horrible.
- Me fui del país enfadado. Traicionado. Desde ese momento no pararon de sucederme cosas. Viajé. Sobreviví. Escuché mis instintos. Las decisiones se tomaron por sí mismas. Aprendí.
- Yo me fui huyendo de un yo y persiguiendo una idea. Me sentí viva. Superé miedos. Aprendí.
Él es hijo de trapecistas. Ella no tiene equilibrio. A ella le gusta estar sentada; él es de atarlo a la silla. Ella estudia una carrera. Él no se perdería en un bosque. Ella habla y él escucha. A los dos les gusta el helado de limón. Los dos fuman mientras ella habla y él la escucha. Él prefiere la fruta. Ella sigue hablando. Él sigue oyéndola. Se mece en la silla, abstraído. Se acerca el invierno. Será por eso que todo es más triste. Ella prefiere los dulces. Hay goteras. Ella busca cubos y palabras. Él no ha visto las goteras; solo parece que la oye. Ambos se tratan con cariño.
- Buenas noches, Saúl.
- Buenas noches, Amanda.