Robarte el olor para 30 días
Se apartó y me pidió un café. «Sólo he venido a por un café, ¿me lo das?»
La tetera reveló que el agua estaba en su punto cuando llamaron a la puerta. Eran Saúl y sus ganas que, impacientes ante la falta de respuesta, habían subido sin avisar. «Te he escrito y no contestabas», me susurró al oído mientras saltaba sobre mí como un puma y me clavaba las garras contra la pared. Me besó apretándome la cabeza con sus manos; empujándome sobre el gotelé como si su lengua trajera un mensaje y lo fuera relatando mientras me gorgoteaba garganta abajo. Saúl no es peliculero, así que este asalto me hace soltar una carcajada en el primer ring; «pero qué te pasa, ¡me has escrito hace un minuto Saúl! ¡Justo te estaba contestando!»
Se apartó y me pidió un café. «Sólo he venido a por un café, ¿me lo das?»
Las persianas de los balcones estaban enroscadas hasta arriba. Abajo, una fila enorme de taxis esperaban pacientes la salida de los viajeros de la estación. Saúl baja la persiana con las manos. Gira la madera ensortijada con una mientras calibra la tensión de la cuerda con la otra; procura no hacer ruido y que no me gire con uno de mis gritos. Me giré: «¡que me gusta que todo esté lleno de luz! No me jodas, Saúl, siempre con lo mismo». Él se ríe y me vuelve a preguntar por su café y ahora además, un vaso de agua «vaya anfitriona de mierda que estás hecha…» . Le miro con ojos saltones y simulo el gesto de tirarle el agua a la cara. «Vienes con prisas, exigente y con unos aireees. ¿Qué te pasa? ¿qué coño quieres, Saúl?». «El tuyo», soltó por la boca igual que soltó la mano para metérmela entre las piernas y agarrármelo desde atrás.
Le abrí la puerta a este Saúl inesperado y me cogió en brazos alegre, como nunca suele hacer. «¿Es que estás borracho?», le digo con sorna. «No, por eso vengo, para estarlo». Añadió entre susurros al oído que venía a tragarse en treinta minutos todo mi sabor para que le durara la borrachera treinta días. Es verano y se va de vacaciones lejos. Yo también pero mucho más cerca. Nuestra distancia económica es inversamente proporcional a nuestra indiferencia. Se desabrochó el pantalón y me puso la mano directamente en su carne. Nuestra distancia económica es directamente proporcional a nuestras ganas.
A mí me gusta entretenerme con las telas que envuelven a Saúl. Me gusta tensar los elásticos de sus calzones, mojarle la bragueta, morderle trozos sutiles de carnes blandas que se escapan. Me gusta meterle la cabeza en la barriga y arramplar con lo que encuentre. Pero Saúl no traía tiempo así que no era el momento de entretener la nariz con vellos púbicos o pezones, había que aprovechar este encuentro imprevisto y olvidar la tarea en la que ya me había sumergido.
«Embútela en ti», farfulló desencajando la mandíbula hacia delante, con la boca iracunda del animal que se prepara para atacar. En la pared, con una pierna levantada que él sostenía gentilmente para abrirse paso, le agarré la polla con la mano y la dirigí directa a mi vagina sin pasearla nada más. No necesito falsas caricias ni piropos excesivos cuando un Saúl como este llega a mi vida. Que se funda conmigo y en mí es lo que me alimenta y lo que espero. No entiendo de protocolos, solo de mis ganas y ésas, ante sus ojos, son las de que se me clave limpiamente como un golpe firme de espada.
Nos hemos mecido como una mañana de suave marejada, olas que alzan mi espalda sobre la pared y en su caída bajan pronunciando mi pelvis hacia la suya. Hoy Saúl no me araña aunque se lo pida, ni me muerde la oreja aunque se la muestre deseosa. Hoy Sául me mece con la mandíbula desencajada sobre el gotelé de mi piso pasado de moda.
Le he agarrado por la cadera para ayudarle en el empuje final, tiene prisa, le ayudo a acelerar el paso, además me encantan las últimas embestidas y no quiero perderme ni un detalle de su cara de animal. No me quita el ojo del mío. Se va y vuelve como el baile de un yo-yó. Una interioridad vertida sobre la otra. Una oscuridad inaccesible más asible que nunca. Saúl se va de vacaciones y quiere robarme el olor para sus treinta días. A cambio, un reguero de su lefa fresca me resbalaba pierna abajo cuando nos apresuramos a despedirnos con un beso carnoso y tropezado, de esos de la vida real.
El mundo se para cuando Saúl aparece, por eso el whattsapp se quedó en línea, el agua para un té seguía hirviendo cuando vi a Saúl cruzar la calle y alejarse en uno de esos taxis que ya no decoraba la vista de mi balcón. Se va. El olor a café quemado hace que le sienta de nuevo cerca. El taxi dobla la esquina. Qué lejos. Demasiado lejos. Se va.