THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Instante, renuncia y posibilidad

«Historias suspendidas en el aire; versiones diferentes de una vida por cada amor que no fue»

Instante, renuncia y posibilidad

Mujer pensativa. | Freepik

Si pudiera vivir nuevamente mi vida, mis amores podrían haberse dado sobre rostros inesperados; sobre algunas de esas personas que, sin saberlo, rozaron la posibilidad de convertirse en algo más. 

Si tan solo hubiera sido unos años más mayor, sus ojos no habrían levantado una muralla de imposibilidad sobre lo nuestro. Mientras yo navegaba por la incómoda incertidumbre de la adolescencia, Saúl se zambullía en un mundo de experiencias que mucho distaba de lo que para mí, en aquel entonces, estaba permitido. Yo lo observaba desde la distancia, cautivada por su carisma y, de tanta admiración, los ojos se me hicieron tan grandes que se transformaron en pantallas de cine en las que proyectaba un nosotros que nunca podría convertirse en realidad. Así guardé su imagen en mi memoria, como trozos deshilachados de una película mal editada. Así guardé su imagen en mi memoria, las tres cartas y el collar que me regaló. 

Si tan solo hubiera vivido unos miles de kilómetros más cerca, tal vez los cafés compartidos a media tarde nos habrían entrelazado más que las palabras. Con cada paso oído, visto, olido y sentido, una cercanía más palpable, como si un hilo engarzara cada una de nuestras huellas para, desde la presencia, empezarlas a bordar. La historia contada al calor de un abrazo. La historia contada en la dulzura de un beso. La historia de un Saúl que se tragó todo un océano por un instante de complicidad. 

Si nos hubiéramos tropezado en la vida algo menos comprometidos, habríamos emergido con la brutalidad de un rayo. Quizás nos habríamos sostenido la mirada lo suficiente como para dejarnos llevar por nuestras ganas de colisionar y salir rebotados con fuerza para volver a tropezarnos con el otro una y otra vez, hasta que, de tanto rodar, la bola diera forma a un lo nuestro tan extraño como las partes de este nosotros. 

Si hubiera trabajado menos, tal vez habría levantado la vista del suelo y el mundo se habría poblado de posibilidades. Calles, plazas y parques dispuestos a ser explorados, felices de ofrecerse como el marco de un cuadro que relata la historia de nuestro encuentro. Sobre una vida menos rígida en sus quehaceres, el lujo de vagar habría hecho de mi tiempo un aliado y no un enemigo. Perderme podría haber sido la oportunidad para encontrarme; la ausencia de plan, una posibilidad para lo inesperado. Un mundo abierto a la incertidumbre que, desde el vértigo, cosquillea las entrañas con aquello que podría ser.

Aquella amiga que tras una tarde de confidencias se convirtió en un susurro para mi pensamiento. El compañero de clase que al sonreír me atravesó como una daga el corazón. El desconocido al que agradecí que me ayudara con la maleta al subira el tren. El chico de la tienda que eligió por mí; la mujer de un amigo; el vecino de al lado; el paseador de perros; la chica del ascensor; el hermano de la prima de mi amiga; su padre; el camarero que me tiró la copa encima; su jefa; el que se paró al lado del semáforo; mi profesor; mi alumno; mi editor. 

Hay veces que un instante se siente eterno. Es tan cómodo como incómodo, vertiginoso, tembladero, agradable, seductor. Se asoma donde menos lo esperas. Instantes como semillas que, de haber sido regadas con atención, podrían haber florecido en algo profundo. 

Historias suspendidas en el aire; versiones diferentes de una vida por cada amor que no fue. Una danza de renuncias e imposibilidades donde lo perdido permite lo encontrado y es desde su brillo que mi esencia tiene presencia con los matices de lo que no llegó a suceder. 

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