Perder el olfato puede ser síntoma de más de 130 enfermedades graves, según un estudio
Una publicación en la revista ‘Frontiers’ advierte de más de un centenar de patologías asociadas a este síntoma
La pérdida del olfato, conocida como anosmia, es un síntoma que puede manifestarse de manera temporal o permanente, total o parcial, y está vinculada a una sorprendente cantidad de enfermedades, más de 130 según investigaciones recientes. Aunque la pandemia de covid-19 popularizó este problema al convertirlo en uno de sus signos distintivos, este fenómeno trasciende a los virus respiratorios. Otras patologías frecuentes que afectan al sistema olfativo incluyen infecciones bacterianas, alergias estacionales e incluso condiciones más severas como el cáncer de cabeza y cuello.
Estamos acostumbrados a asociar la pérdida del olfato con enfermedades respiratorias, pero este síntoma también aparece en casos más inesperados, como desórdenes metabólicos o afecciones neurológicas. Este aspecto subraya la importancia de no subestimar la anosmia y de prestarle atención médica. No percibir olores afecta más que nuestra comodidad: tiene implicaciones directas en la calidad de vida y puede ser la señal temprana de problemas serios, como hemos contado en ocasiones en THE OBJECTIVE.
La pérdida del olfato no solo limita nuestra capacidad para disfrutar de alimentos o identificar riesgos, como el humo o el gas, sino que también puede ser un marcador temprano de enfermedades crónicas. Desde un resfriado común hasta condiciones más críticas como el Párkinson o el Alzhéimer, este síntoma está presente en hasta 139 enfermedades distintas, como explica un estudio de la revista científica Frontiers in Molecular Neuroscience.
Pérdida de olfato: por qué hay tantas enfermedades asociadas a este síntoma
El sistema olfativo es complejo y está profundamente conectado con múltiples sistemas del cuerpo. Su sensibilidad a diferentes tipos de daños explica por qué tantas enfermedades están asociadas con la anosmia. En el ámbito somático, las infecciones respiratorias como la gripe, el covid-19 o los resfriados comunes destacan como las causas más frecuentes de pérdida olfativa. Estas afecciones inflaman la mucosa nasal y dañan temporalmente los receptores olfativos, aunque en algunos casos el daño puede ser permanente.
Enfermedades congénitas también están relacionadas con la anosmia. El síndrome de Kallmann, por ejemplo, implica una alteración genética que afecta tanto el olfato como el desarrollo reproductivo. Estos casos subrayan que la pérdida olfativa no siempre es adquirida, sino que puede estar presente desde el nacimiento debido a irregularidades en el desarrollo del sistema nervioso.
El impacto de las patologías neurológicas en el olfato merece especial atención. Enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson, el Alzheimer o la esclerosis múltiple presentan la anosmia como uno de los síntomas iniciales. La razón detrás de esta conexión radica en el daño al bulbo olfativo y otras estructuras cerebrales responsables del procesamiento sensorial. Estos daños, aunque sutiles al principio, pueden ser una señal temprana de que el cerebro está siendo afectado por procesos degenerativos. Así, el olfato no solo nos conecta con nuestro entorno, sino que también actúa como un centinela de nuestra salud neurológica.
Cómo la pérdida del olfato también afecta a la salud mental
Más allá de los daños físicos, la pérdida del olfato tiene un profundo impacto en la salud mental. Según estudios recientes, la anosmia puede desencadenar trastornos psicológicos como ansiedad, depresión o estrés. La incapacidad para percibir olores agradables y familiares puede generar una sensación de desconexión con el mundo, lo que afecta la autoestima y la interacción social.
Uno de los principales mecanismos detrás de esta relación es la asociación entre el olfato y las emociones. Los olores están directamente vinculados al sistema límbico, la región del cerebro encargada de regular las emociones y la memoria. Al perder esta conexión sensorial, las personas pueden experimentar un vacío emocional que fomenta sentimientos de aislamiento y tristeza.
Además, la anosmia influye en la percepción del sabor, lo que puede llevar a una pérdida del apetito y, en algunos casos, al desarrollo de trastornos alimentarios. Esto, combinado con la frustración de no identificar olores peligrosos o esenciales, como el gas o alimentos en mal estado, intensifica el estrés en la vida diaria. Reconocer este impacto en la salud mental es crucial para abordar la anosmia desde un enfoque integral, que incluya tanto el diagnóstico de las causas subyacentes como el apoyo psicológico para las personas afectadas.