La solución para escapar de la soledad en las ancianas japonesas: entrar en la cárcel
En apenas veinte años, la población anciana reclusa se ha cuadruplicado en el país asiático

Las manos de una mujer mayor. | Pixabay
Japón es mundialmente conocido por tener una de las mayores esperanzas de vida del planeta. Tanto hombres como mujeres superan los 80 años de media, siendo ellas quienes viven incluso más tiempo. Sin embargo, esta longevidad, que en principio debería ser motivo de celebración, se está convirtiendo en un problema complejo. En el caso de las mujeres mayores, muchas enfrentan una soledad aplastante y dificultades económicas que les hacen imposible mantenerse por sí mismas.
La combinación de soledad y precariedad ha llevado a un fenómeno social inquietante: el aumento del número de mujeres ancianas encarceladas en Japón. La vida tras las rejas, que a simple vista podría parecer un castigo, se convierte para estas mujeres en una alternativa viable. En prisión, no solo encuentran compañía y cuidados médicos, sino que también se liberan del peso de intentar sobrevivir con pensiones insuficientes. Algo de lo que se ha hecho eco CNN a través de un reportaje llevado a cabo en la prisión de Tochigi, en una prefectura al norte de la ciudad de Tokio, la cárcel para mujeres más grande del país.
En un contexto donde la soledad es difícil de afrontar y aún más de financiar, la cárcel aparece como un refugio inesperado. Las mujeres que han pasado de los 65 años recurren a pequeños delitos, como el hurto, para garantizarse un lugar donde vivir sin tener que preocuparse por el aislamiento o el coste de la vida. Este fenómeno pone de manifiesto una grieta en el sistema de bienestar social japonés, que no está preparado para atender las necesidades emocionales y económicas de una población envejecida.
El fenómeno de las ancianas encarceladas
Japón tiene una de las mayores expectativas de vida del mundo: 87 años para las mujeres y 81 años para los hombres. Aunque estas cifras son impresionantes, también plantean retos significativos, especialmente en una sociedad donde el 28% de la población supera los 65 años. Según datos recientes, el número de mujeres mayores en prisión ha aumentado de forma alarmante. En algunos casos, más de la mitad de las reclusas mayores han sido encarceladas por delitos menores, como robos en tiendas. Lo irónico de la situación es que algunas de ellas lo hacen por escapar de la soledad.
Para estas mujeres, la cárcel representa más que un castigo: es una solución. En prisión no tienen que preocuparse por el alquiler, la comida o los gastos médicos. Además, encuentran una comunidad que les da apoyo emocional, algo que en la vida exterior les resulta casi imposible conseguir. Muchas viven solas, sin familia o amigos cercanos, y recurren al crimen como un último recurso para garantizar su bienestar. Una triste realidad que se refrenda con la literatura científica sobre los padecimientos en la tercera edad vinculados a la soledad.
El coste de mantener a estas mujeres en prisión también es significativo, ya que requiere una infraestructura capaz de atender a una población envejecida con necesidades médicas específicas. Sin embargo, para ellas, este coste no solo es irrelevante, sino que convierte a la cárcel en un lugar donde finalmente se sienten vistas, cuidadas y acompañadas. En algunos casos, estas reclusas reinciden de manera deliberada, asegurándose así de no tener que volver a la soledad y la precariedad de la vida exterior.
Japón en cifras: cómo entender esta realidad
Nada es casualidad en esta tesitura. Según datos de la OCDE, el 20% de la población de más de 65 años japonesa vive en la pobreza. Una ratio que baja, en el caso del resto de países, a una medida de 14,2%. No es la única cifra relevante. Según datos del gobierno nipón, el 80% de las mujeres mayores que estaban presas en 2022 era por razones de robo o hurto. No se quedan ahí las estadísticas. La población reclusa japonesa mayor de 65 años se ha cuadriplicado entre 2003 y 2022, con el ejemplo de Tochigi como paradigma donde una de cada cinco mujeres supera esa edad.
La soledad en la tercera edad
Detrás de este fenómeno se encuentran varios problemas estructurales de la sociedad japonesa. Las pensiones, especialmente para mujeres, son notoriamente bajas, lo que hace que muchas ancianas enfrenten dificultades para costearse una vida digna. Además, los cambios en las estructuras familiares han reducido el papel de los hijos como cuidadores principales, dejando a muchas personas mayores desamparadas. Sin recursos económicos ni redes de apoyo, la soledad se convierte en una carga insoportable. Algo de lo que hemos hablado varias veces en THE OBJECTIVE.
La soledad en la tercera edad no es exclusiva de Japón, aunque en este país se da con particular intensidad debido a su combinación de envejecimiento acelerado y sistemas de apoyo limitados. A medida que envejecemos, las probabilidades de perder a seres queridos aumentan, al igual que las dificultades para mantener una vida social activa. Factores como la jubilación, la pérdida de movilidad o problemas de salud agravan esta realidad, dejando a muchas personas mayores atrapadas en un aislamiento emocional y físico.
Más allá de las fronteras japonesas, la soledad en la tercera edad es un problema global. En Europa, por ejemplo, cerca del 30% de las personas mayores viven solas, y los estudios han demostrado que el aislamiento puede tener efectos devastadores en la salud mental y física. En Japón, la respuesta de algunas mujeres ha sido radical, pero pone en evidencia un problema que requiere soluciones urgentes. La creación de redes de apoyo comunitarias, el aumento de las pensiones y la promoción de programas que fomenten la interacción social son medidas que podrían mitigar la soledad en la vejez y evitar que alternativas extremas, como el encarcelamiento, sean vistas como la única salida.