'Earthing': volver a la naturaleza es bueno, pero puede que no sea lo que necesitas
Una de las últimas tendencias en ‘reconectar’ quizá no tenga nada de malo, pero puede que nada de realmente bueno

Un hombre descalzo sobre el césped. | ©Freepik.
Vivimos en un mundo cada vez más urbanizado, digital y alejado del contacto directo con la naturaleza. Esta desconexión progresiva ha generado un interés creciente por todo lo que implique un retorno a lo natural, en una especie de búsqueda de equilibrio perdido. En este contexto, no sorprende que periódicamente resurjan teorías y prácticas que proponen restablecer esa conexión como vía para mejorar la salud. Algunas de estas ideas tienen un fundamento razonable, como el fomento del paseo al aire libre o el contacto con entornos verdes. Otras, sin embargo, entran de lleno en el terreno de lo discutible.
Una de las prácticas que ha ganado notoriedad en los últimos años es el llamado earthing o grounding. Esta propuesta parte de la premisa de que el contacto físico directo con la tierra, sin barreras artificiales como el calzado, puede influir positivamente en nuestro organismo. Sus defensores afirman que esta reconexión con el suelo terrestre tendría la capacidad de reducir la inflamación. También, indican, de mejorar el sueño e incluso reforzar el sistema inmunológico. A pesar de su popularidad creciente, lo cierto es que estas afirmaciones carecen de respaldo científico sólido.
El fenómeno no es nuevo. Sin embargo, ha vuelto a cobrar fuerza gracias a las redes sociales. Además de a la proliferación de libros y documentales que lo presentan como una solución casi milagrosa. La necesidad de reencontrarse con la naturaleza es comprensible, especialmente en un entorno donde el estrés, la ansiedad y el insomnio se han vuelto cotidianos. No obstante, es fundamental separar el bienestar emocional que puede proporcionar un paseo descalzo por la playa, de la supuesta eficacia terapéutica que muchos adjudican al earthing. Entender en qué consiste exactamente esta práctica es el primer paso para poner en perspectiva su alcance real.
En qué consiste el earthing (grounding) y cómo se practica
El earthing, también conocido como grounding, se basa en la idea de que estar en contacto directo con la superficie terrestre permite que los electrones libres del suelo pasen a nuestro cuerpo. Esta transferencia, según sus defensores, restablecería un supuesto equilibrio eléctrico en nuestro organismo alterado por la vida moderna. Se considera que este proceso ayudaría a reducir el estrés oxidativo y la inflamación, dos factores relacionados con múltiples enfermedades crónicas.
La práctica es sencilla y puede realizarse de varias formas. La más habitual es caminar descalzo sobre superficies naturales como tierra, césped, arena o piedra. También existen productos diseñados específicamente para ello. Algunos incluso como alfombrillas de conexión a tierra, sábanas o bandas que se enchufan a una toma de tierra en casa. En este caso, supuestamente replican los efectos del contacto directo con el suelo. Estos dispositivos se comercializan como herramientas terapéuticas y, en muchos casos, con precios elevados que contrastan con la sencillez del concepto original.
Los beneficios que se le atribuyen incluyen desde la mejora de la calidad del sueño hasta la reducción de dolores musculares, mejora del ánimo o fortalecimiento del sistema inmunitario. Incluso se llega a afirmar que el earthing puede regular la presión arterial y mejorar enfermedades inflamatorias. Todas estas afirmaciones parten de la idea de que la carga eléctrica del cuerpo humano se descompensa al estar aislado del suelo, y que esa desconexión es una de las causas de muchos problemas de salud. El problema es que esas suposiciones no están validadas científicamente.
¿Una pseudociencia sin demostración fiable?
A pesar de la aparente lógica que podría haber detrás de la teoría del earthing, la comunidad científica no ha encontrado pruebas sólidas que respalden sus promesas. La mayoría de los estudios citados por sus defensores se basan en muestras muy pequeñas, sin grupos de control adecuados y con metodologías que no permiten sacar conclusiones fiables.
Además, buena parte de los beneficios reportados por los participantes se fundamentan en sensaciones subjetivas difíciles de cuantificar o repetir en estudios independientes. También de estar liderados por investigadores que están vinculados a empresas o entidades que se lucran con el earthing. Un sencillo vistazo a la literatura científica sirve para comprobar cómo el nombre de varios investigadores se repite en todos los trabajos que advierten de las pretendidas bondades del earthing.

Uno de los principales errores es confundir el bienestar que proporciona un entorno natural con efectos fisiológicos específicos causados por el contacto con la tierra. No cabe duda de que un paseo por el campo o la playa puede hacernos sentir más relajados y tranquilos. Sin embargo, eso no significa que estemos reduciendo inflamaciones o curando dolencias físicas a través de una supuesta descarga eléctrica natural. En realidad, lo más probable es que se trate de un efecto placebo, potenciado por la tranquilidad del entorno y el poder de la sugestión. Algo de lo que hemos hablado en ocasiones en THE OBJECTIVE.
El earthing no es dañino en sí mismo, siempre que se practique con sentido común. Caminar descalzo sobre césped o arena es agradable, saludable y puede formar parte de una vida más consciente y conectada con la naturaleza. El problema aparece cuando se presenta como una solución terapéutica sin base científica, generando falsas expectativas o incluso distrayendo de tratamientos médicos eficaces. Como en tantas otras modas relacionadas con el bienestar, conviene aplicar el sentido crítico y no dejarse llevar por promesas que, aunque bienintencionadas, no se sostienen en datos reales.