¿Y si el estrés se contagia? Ser sociales también supone un peaje por la forma de relacionarnos
Aunque no se transmite como un virus o una bacteria, también hay cierto nivel de transferencia en lo bueno… y en lo malo

Un grupo de amigos en un parque. | ©Freepik.
Los seres humanos somos, por naturaleza, sociales. Nuestra capacidad para cooperar, comunicarnos y construir comunidades ha sido clave en nuestra evolución. Gracias a estas interacciones, compartimos conocimientos, emociones y experiencias que enriquecen nuestras vidas. Sin embargo, esta interconexión también puede tener efectos secundarios menos evidentes. Uno de ellos es la posibilidad de que el estrés se propague entre individuos, afectando a quienes nos rodean. Este fenómeno, conocido como stress contagion o contagio del estrés, sugiere que nuestras emociones pueden influir en el bienestar de los demás.
Aunque pueda parecer sorprendente, el estrés no es una experiencia exclusivamente individual. Diversos estudios han demostrado que las emociones negativas pueden transmitirse de una persona a otra, especialmente en entornos cercanos como la familia o el trabajo. Esta transmisión emocional puede ocurrir incluso sin una interacción directa, simplemente observando el comportamiento o las expresiones faciales de alguien estresado. Así, la tensión de un compañero de trabajo o la preocupación de un amigo pueden convertirse en nuestras propias cargas emocionales. Este fenómeno no solo afecta a los humanos; investigaciones en animales también han evidenciado patrones similares de contagio emocional.
No obstante, esta misma capacidad de conexión emocional que facilita el contagio del estrés también puede ser una herramienta para mitigarlo. La empatía y el apoyo social pueden actuar como amortiguadores del estrés, ayudando a las personas a sobrellevar situaciones difíciles. Al ofrecer comprensión y compañía, no solo aliviamos el malestar ajeno, sino que también fortalecemos nuestros propios recursos emocionales. Por tanto, nuestras relaciones sociales pueden ser tanto una fuente de estrés como una vía para su alivio. Algo que ha llevado a determinados investigadores a comprobar el porqué de esta realidad y cómo actúa.
La letra pequeña de cómo se contagia el estrés

El contagio del estrés no se produce de la misma manera que una enfermedad física. No hay virus ni bacterias involucrados, sino una compleja interacción de factores psicológicos y sociales. Cuando presenciamos a alguien enfrentando una situación estresante, nuestro cerebro puede activar respuestas similares a las de la persona afectada. Este proceso, en gran parte inconsciente, está relacionado con las neuronas espejo, que nos permiten empatizar y comprender las emociones ajenas. Así, al observar el estrés en otros, podemos experimentar síntomas físicos y emocionales similares. Algo que, incluso, se ha demostrado entre madres e hijos.
La intensidad del contagio del estrés puede variar según la relación con la persona estresada. Investigaciones han mostrado que es más probable que experimentemos este contagio cuando se trata de seres queridos o personas cercanas. Además, factores como la empatía y la sensibilidad emocional influyen en nuestra susceptibilidad al contagio. Por ejemplo, individuos con altos niveles de empatía pueden ser más propensos a absorber el estrés ajeno. Este fenómeno puede tener implicaciones significativas en entornos laborales o familiares, donde el estrés de una persona puede afectar al grupo entero. De hecho, hay investigaciones que comprobaron cómo esta situación se acrecentaba durante la covid-19.
Es importante destacar que el contagio del estrés no siempre es negativo. En algunos casos, puede servir como una señal de alerta, motivándonos a ofrecer apoyo o a tomar medidas para aliviar la tensión. Sin embargo, cuando se vuelve crónico o abrumador, puede tener consecuencias perjudiciales para la salud mental y física. Por ello, es esencial reconocer los signos del contagio del estrés y desarrollar estrategias para gestionarlo de manera efectiva. Razón también por la que el autocuidado y saber leer estos signos, de los que hemos hablado varias veces en THE OBJECTIVE, es importante.
El estrés se contagia con el contacto, pero también se ‘cura’

Aunque el estrés puede propagarse entre individuos, nuestras interacciones sociales también ofrecen oportunidades para reducirlo. El apoyo emocional y la empatía pueden desempeñar un papel crucial en la mitigación del estrés compartido. Al brindar consuelo y comprensión a quienes lo necesitan, no solo ayudamos a aliviar su carga emocional, sino que también fortalecemos nuestros propios vínculos sociales. Este intercambio positivo puede crear un entorno más resiliente y solidario. Aunque también hay riesgos de que esa mochila acabe pesando más de la cuenta.
Además, participar en actividades grupales o compartir experiencias positivas puede contrarrestar los efectos del estrés. Por ejemplo, practicar ejercicio en compañía, realizar actividades recreativas o simplemente conversar con amigos puede generar emociones positivas que neutralicen el estrés acumulado. Estas interacciones fomentan un sentido de pertenencia y conexión, elementos fundamentales para el bienestar emocional.
En resumen, aunque el estrés puede ser contagioso, nuestras relaciones sociales también nos ofrecen herramientas para enfrentarlo y superarlo. Al cultivar la empatía, ofrecer apoyo y fomentar experiencias positivas compartidas, podemos transformar nuestras conexiones en fuentes de fortaleza y bienestar. Reconocer y aprovechar este potencial es clave para construir comunidades más saludables y resilientes.