¿Sientes que el tiempo se te pasa volando? No te preocupes, es cuestión de la edad
La falta de estímulos o el exceso de obligaciones pueden condicionar la longitud de nuestros días

Un abuelo juega con su nieto a un juego de mesa. | ©Freepik.
Seguro que lo has pensado alguna vez. Cuando eras pequeño, las vacaciones de verano parecían no terminar nunca, los días se alargaban hasta el infinito y una semana podía parecer un mes. Sin embargo, ahora, sin darte cuenta, ya ha pasado otro año más y te preguntas en qué momento se te escapó. Lo cotidiano se convierte en fugaz, y los aniversarios, las Navidades o el comienzo del curso escolar parecen estar cada vez más cerca entre sí. Tanto como para que sintamos que el tiempo se puede llegar a escapar o, incluso, casi parar.
Este fenómeno no es solo una impresión subjetiva, sino que responde a patrones que afectan a la mayoría de las personas a medida que envejecen. La sensación de que el tiempo vuela se intensifica con los años, y no se debe a una aceleración real del tiempo, que sigue siendo constante. En realidad, tiene más que ver con cómo procesamos el paso del tiempo en función de nuestra edad, nuestras vivencias acumuladas y la forma en que recordamos.
Este cambio en la percepción temporal ha sido ampliamente estudiado por la psicología y la neurociencia. Se ha comprobado que a medida que ganamos experiencia vital, nuestro cerebro interpreta los nuevos días como parte de un todo más amplio y repetitivo, lo que nos lleva a percibirlos como más breves. Es decir, no es que el reloj corra más deprisa, sino que nuestra manera de interpretarlo cambia con el paso del tiempo.
De la literatura a la fisiología y la psiquiatría: por qué el tiempo nos obsesiona
Este cambio en la percepción temporal ha sido ampliamente estudiado por la psicología y la neurociencia. Se ha comprobado que a medida que ganamos experiencia vital, nuestro cerebro interpreta los nuevos días como parte de un todo más amplio y repetitivo, lo que nos lleva a percibirlos como más breves. Es decir, no es que el reloj corra más deprisa, sino que nuestra manera de interpretarlo cambia con el paso del tiempo.
Algo que, por ejemplo, en lo que se basa la Ley de Weber, que ya hablaba sobre la representación subjetiva de los intervalos de tiempo. Aunque, para ser honestos, se debería conocer como ley Weber-Fechner, ya que Ernst Heinrich Weber y Gustav Theodor Fechner, dos fisiólogos alemanes de finales del siglo XIX, tradujeron a un algoritmo esa relatividad que en origen aplicaron a la relación que había entre la magnitud de un estímulo físico y cómo se percibía.
No obstante, no es algo especialmente moderno en cuanto a la preocupación. Tópicos literarios como ‘ubi sunt’ y ‘carpe diem’ también están muy intrínsecamente relacionados con la fugacidad de la vida. Aunque instituciones académicas como la Universidad de Michigan publicó en 2022 un trabajo sobre esa brevedad.
Por qué el tiempo corre más ‘deprisa’ cuando envejecemos
El tiempo, en sí mismo, es una constante física. No se estira ni se contrae por capricho. No es como en los cuentos de Lewis Carroll, donde el Sombrerero Loco de Alicia en el País de las Maravillas manipulaba los relojes a su antojo. Sin embargo, la percepción humana del tiempo es mucho más flexible. El modo en que sentimos su paso depende más de nuestra mente que de su medida objetiva.
Una de las explicaciones más aceptadas es la llamada teoría proporcional. A un niño de siete años, un año le parece larguísimo porque representa una séptima parte de toda su vida. En cambio, para una persona de cincuenta años, ese mismo año representa apenas un cincuentavo de su existencia. Desde esta perspectiva, cada año nuevo se diluye más en un conjunto de recuerdos cada vez más amplio. Así, el tiempo parece acortarse con los años. Por eso, a las personas jóvenes un mismo período de tiempo le puede parecer mucho más largo que para un adulto. También porque la tasa de aprendizaje de nuevas experiencias o vivencias cuando se es más mayor es más reducida, por lo que cada día no necesariamente parece una aventura, como sucede con la gente más joven.
Además, los adultos tienden a vivir más rutinas, con menos eventos novedosos que se graben de forma destacada en la memoria. Las experiencias nuevas, como los primeros días de colegio o los viajes inesperados, marcan nuestra percepción. En la infancia y adolescencia hay más primeros descubrimientos, que hacen que el tiempo se sienta más denso. En la edad adulta, la repetición aplana esa sensación y contribuye a que los meses y los años parezcan pasar volando.
Una vida con sentido: por qué vuela cuando disfrutas
Otro factor que influye directamente en cómo sentimos el tiempo es el disfrute. Hay consenso entre los estudios científicos: cuando hacemos algo que nos gusta, el tiempo parece pasar más rápido. Es la clásica sensación de que ‘las horas vuelan’ cuando estamos enfrascados en una conversación interesante, leyendo una novela que nos atrapa o haciendo una actividad que nos estimula. El cerebro entra en una especie de flujo que altera la percepción del reloj.
Esta aceleración del tiempo también se produce cuando llevamos una vida con sentido. No se trata solo de ocio: quienes se sienten útiles o motivados por sus responsabilidades suelen experimentar que el tiempo vuela, aunque no siempre en un sentido positivo. Incluso obligaciones laborales o personales, si tienen valor para la persona, pueden acelerar esta percepción. En cambio, una rutina sin alicientes ni propósito puede hacer que el tiempo pese más, que los días parezcan eternos y los años más lentos. Algo que, por ejemplo, retrató el psiquiatra Viktor Frankl en su trabajo El hombre en busca de sentido.
Por eso muchas personas jubiladas experimentan una sensación inversa. De repente, sin el estímulo constante del trabajo, las horas se dilatan. El ritmo de vida se desacelera y eso hace que el tiempo parezca moverse más despacio. Sin embargo, si llenan su agenda de actividades significativas, viajes, voluntariado o aprendizaje, la percepción puede volver a cambiar. No es el calendario lo que varía, sino la forma en que nuestra mente y emociones lo procesan.