Positividad tóxica: por qué intentar que todo siempre vaya bien puede hacer que vaya mal
Este fenómeno se puede dar en muchos ambientes distintos, tanto en el trabajo como en las relaciones personales

Positividad tóxica
Te levantas con ganas de que el día salga bien. Se ha roto la cafetera, pero decides tomártelo con filosofía. El tráfico está imposible, llegas tarde, pero aun así sonríes. Un compañero hace un comentario que te resulta fuera de lugar, pero respondes con un no pasa nada. En el grupo de WhatsApp de amigos surgen tensiones y malentendidos, pero tú evitas entrar al trapo. Al llegar a casa, la familia discute por cosas sin importancia y, de nuevo, decides mantener la calma, creyendo que ignorarlo es mejor que enfrentarlo.
A lo largo del día, has ido esquivando cada disgusto como si fueran gotas de lluvia que no deben mojarte. Has optado por quitarle importancia a todo para no estropear el ánimo general. «No merece la pena enfadarse», te repites, mientras te fuerzas a ver el lado positivo de cada momento. La sonrisa sigue ahí, incluso cuando lo que de verdad te pide el cuerpo es un suspiro largo o una conversación incómoda. Parece que, si no te muestras feliz, estás fallando en algo. Pero a base de contener lo que sientes, lo que parecía un día gestionado con equilibrio se convierte en un cóctel de emociones reprimidas.
Acabas exhausto, pero sonriente. Has sido el compañero ideal, la pareja comprensiva, el amigo conciliador. Sin embargo, por dentro estás al borde de estallar. No has dicho lo que te ha molestado ni una sola vez. Has resumido tus emociones con un «estoy bien», cuando no lo estabas. Esa contradicción entre lo que sientes y lo que expresas tiene nombre: positividad tóxica. Y aunque se vista de buenas intenciones, puede tener consecuencias importantes para tu salud emocional. Si has visto la película noventera Un día de furia, protagonizada por Michael Douglas y dirigida por Joel Schumacher, donde el protagonista acaba convirtiéndose en un ser destructivo tras un mal día, puede que identifiques mejor de lo que hablamos.
Qué es la positividad tóxica
La positividad tóxica es la presión constante por mantener una actitud optimista, incluso en situaciones donde lo natural sería sentir tristeza, rabia, miedo o frustración. El término empezó a hacerse frecuente a finales de la década de 2010 en el ámbito de la psicología popular, especialmente en redes sociales y entornos corporativos. Aunque no es un diagnóstico clínico, se ha convertido en una forma reconocida de invalidación emocional. A diferencia del optimismo, que busca afrontar la realidad con esperanza, la positividad tóxica niega partes esenciales de la experiencia humana.
No se trata de pensar en positivo, sino de hacerlo a toda costa, incluso cuando la situación exige otra cosa. Frases como «todo pasa por algo», «podría ser peor» o «al menos tienes salud» son ejemplos comunes de esta mentalidad. El problema no está en el mensaje en sí, sino en el momento y la intención. Cuando alguien sufre una pérdida o vive una situación difícil, este tipo de respuestas pueden hacer que se sienta incomprendido o, peor aún, culpable por no estar feliz. Se convierte en una forma de silenciar emociones incómodas.
Los espacios donde más suele verse este fenómeno son las redes sociales y ciertos entornos laborales, algo sobre lo que ya hay literatura científica. En Instagram o TikTok, la vida parece una sucesión de sonrisas, cuerpos perfectos y frases motivadoras. En muchas oficinas, la llamada psicología positiva ha sido malinterpretada como la obligación de estar siempre de buen humor. Esta presión impide abordar conflictos reales, reconocer errores o pedir ayuda. Así, se crea una cultura donde el malestar se esconde bajo una capa de entusiasmo artificial. Algo de lo que hemos alertado en varias ocasiones en THE OBJECTIVE.
Cómo identificarla

La positividad tóxica no siempre se presenta de forma evidente. A menudo se disfraza de buenos modales, de educación o incluso de autoayuda. Pero hay señales que permiten reconocerla. Según la revista Harvard Business Review, una de las claves está en detectar cuándo usamos frases hechas para evitar la incomodidad emocional. Si alguien te comparte una preocupación y tu respuesta automática es «todo pasa por algo», puede que estés anulando su emoción en vez de acompañarla. También puede aparecer en la forma en que te hablas a ti mismo: «no tengo derecho a quejarme», «hay gente que está peor».
Otra señal es la incomodidad ante las emociones negativas, propias o ajenas. Si te cuesta escuchar a alguien expresar tristeza o enfado sin querer solucionarlo de inmediato, es posible que estés reaccionando desde una positividad forzada. La ansiedad por mantener el buen ánimo a toda costa puede llevarte a evitar conversaciones profundas o relaciones más auténticas. En lugar de permitir que las emociones fluyan, se intenta controlarlas, como si sentir fuera un fallo de carácter.
Frente a esta tendencia, lo recomendable es practicar una positividad realista. Esto implica validar tus emociones, darte permiso para sentir sin juzgarte y acompañar a los demás sin imponerles cómo deben reaccionar. Puedes ser optimista y, a la vez, reconocer que hay días malos. Puedes animar a alguien sin negar lo que le duele. La clave está en encontrar un equilibrio entre la esperanza y la honestidad emocional. La salud mental no consiste en estar siempre feliz, sino en poder sentir y expresar lo que nos pasa, sin máscaras.