La nostalgia va por 'barrios': por qué las zonas de costa nos ponen más melancólicos
La Universidad de Cambridge ha comprobado cómo unos recuerdos son más poderosos que otros y cómo nos ayudan

Una pareja de personas mayores sentada junto al mar. | ©Freepik.
La nostalgia es una emoción escurridiza. A veces se manifiesta como una punzada dulce al escuchar una canción, otras como un cosquilleo en la nuca al oler un perfume antiguo o, simplemente, al recordar un lugar. De entre todos esos escenarios posibles, hay uno que parece tener un poder especial para activarla: el mar. No importa si es una playa de infancia, un paseo junto a los acantilados o una casa de veraneo con vistas al agua: basta con evocarlo para que la melancolía se ponga en marcha.
Según un reciente estudio de la Universidad de Cambridge, en colaboración con otro par de centros académicos, liderado por la investigadora Ioana Militaru, las zonas costeras generan mucha más nostalgia que otros entornos naturales. Lo sorprendente no es solo que superen a paisajes verdes o rurales. De hecho, mencionan que algunos espacios urbanos despiertan más recuerdos que esos entornos campestres. La investigación, bautizada como Searching for Ithaca: The geography and psychological benefits of nostalgic places, demuestra que hay una jerarquía emocional en los escenarios de nuestro recuerdo, y que el mar ocupa los primeros puestos con claridad.
No se trata únicamente de una cuestión estética o de preferencia: hay componentes psicológicos profundos en juego. El mar, como símbolo de libertad, de transición o de reencuentro, posee una carga emocional compleja. Al ser un espacio que muchas veces vinculamos al ocio o al descanso, despierta sensaciones agradables que amplifican su efecto nostálgico. Esta emoción, lejos de ser un simple ejercicio sentimental, cumple una función que va más allá del recuerdo: es, en realidad, un mecanismo que puede contribuir al bienestar emocional y al equilibrio personal, de lo que hemos hablado a menudo en THE OBJECTIVE.
La complejidad de investigar sobre la nostalgia
El equipo dirigido por Militaru no se propuso simplemente preguntar por lugares favoritos. Quisieron ir más allá y explorar qué tipo de escenarios nos despiertan esa mezcla de tristeza y calidez que llamamos nostalgia. A través de tres estudios, uno en el Reino Unido y dos en Estados Unidos, reunieron respuestas de más de mil personas, publicando los resultados en Current Research in Ecological and Social Psychology. Les pidieron que describieran lugares reales que les generaran nostalgia, y luego analizaron los términos usados, la localización y las emociones asociadas.

El resultado fue claro: los lugares que más nostalgia provocaban estaban relacionados con el agua. En Reino Unido, el 26 % de las descripciones hacían referencia al mar o a espacios costeros, y en Estados Unidos, el porcentaje llegaba al 20 %. Si se sumaban lagos y ríos, las cifras subían aún más. Por contraste, los paisajes agrícolas, las montañas o los bosques apenas alcanzaban el 10 %. Lo llamativo es que las ciudades también generaban un 20 % de respuestas nostálgicas, más incluso que algunos paisajes naturales.
De hecho, una de las puntualizaciones que ofrecía Militaru es insistir en que «somos particularmente nostálgicos hacia experiencias vividas solo una vez», donde esa sugestión podría ser mayor. «Las vacaciones, incluso en viajes a ciudades, pueden dejar una huella emocional muy profunda», aunque se trate de visitas a ciudades desconocidas.
Eso sugiere que no basta con que un lugar sea bonito o natural: debe haber una conexión emocional significativa. Un parque urbano donde alguien vivió una historia de amor puede tener más fuerza nostálgica que un campo bucólico. El estudio demuestra que la nostalgia no responde a patrones estéticos universales, sino a experiencias concretas vividas en un entorno. Y, aun así, el mar destaca por encima del resto: parece que su sola presencia basta para activar la memoria emocional.
Costas que curan: por qué el mar nos hace sentir mejor
¿Por qué precisamente el mar? La respuesta, según el equipo de Cambridge, está en la forma en que percibimos visual y emocionalmente los espacios azules. Desde el punto de vista visual, las superficies de agua tienen un equilibrio entre orden y variabilidad que resulta particularmente agradable para el cerebro. Son escenarios dinámicos pero predecibles, en los que el horizonte, el brillo del agua y los sonidos suaves generan una sensación de calma y estabilidad.
Pero además del impacto sensorial, hay un fuerte componente simbólico. Muchos de los encuestados asociaban las zonas costeras a momentos felices: vacaciones familiares, paseos románticos, escapadas con amigos. Esos recuerdos, cargados de emoción positiva, refuerzan el vínculo nostálgico. La nostalgia se activa con más facilidad cuando hay en juego un recuerdo positivo y, sobre todo, compartido. En ese sentido, el mar actúa como un contenedor de memorias sociales que ayudan a mantener la autoestima y la sensación de continuidad vital.
Este hallazgo tiene implicaciones que van más allá de la simple curiosidad. Según los investigadores, la nostalgia puede tener un efecto terapéutico: sirve como refugio emocional en momentos de incertidumbre, estrés o tristeza. Recordar un lugar junto al mar no es solo evocar el pasado, sino recuperar un fragmento de bienestar. No en vano, muchos trabajos recientes han buscado cómo ese rinconcito de la memoria nos puede venir mejor de lo que creemos.
Por eso, cuando decimos que echamos de menos la playa, quizás no hablamos solo de la arena o el agua. Puede que nos refiramos a una versión de nosotros mismos que se sentía plena, conectada y en paz. Sin embargo, no solo se trata del beneficio de esos lugares, sino de la nostalgia en términos generales. «En el siglo XVII, la nostalgia tenía una reputación negativa, como una enfermedad mental», indica Militaru, añadiendo cómo ha cambiado esa percepción en la actualidad: «Investigaciones recientes han comprobado que la nostalgia puede tener un rol positivo en el cuidado de las personas con demencia».