Dormir con mascotas, una práctica al alza donde conviven riesgos y beneficios
Este hábito, que en otro tiempo se consideraba excepcional o incluso poco higiénico, se ha ido normalizando

Una mujer con su perro en la cama. | ©Freepik.
Has dejado la luz del baño encendida, bajado la persiana a medias y recolocado las sábanas con esmero. Es tu pequeño ritual antes de acostarte, un momento casi sagrado en el que el silencio ya se anticipa al descanso. Te estiras en la cama, colocas bien la almohada y, justo entonces, oyes las patitas que se acercan. Salta de un brinco, da una par de vueltas sobre sí mismo y se acurruca a tu lado, como cada noche. Una escena habitual para miles de personas que no solo permiten a sus perros o gatos subirse a la cama, sino que les reservan un lugar privilegiado en ella.
Dormir con mascotas es una práctica en crecimiento, como ya explicamos en THE OBJECTIVE. Según las últimas encuestas sobre tenencia de animales de compañía en España, cada vez son más los hogares que conviven con un perro o un gato, y para muchos de sus propietarios, la relación va más allá del juego o los paseos: se traslada también al momento de dormir. El animal no duerme a los pies, ni en una mantita aparte; duerme contigo, como un miembro más del núcleo familiar. Este hábito, que en otro tiempo se consideraba excepcional o incluso poco higiénico, se ha ido normalizando.
La imagen de un perro hecho un ovillo entre las piernas o de un gato dormitando sobre la almohada se repite noche tras noche en muchas habitaciones. Pero, más allá de lo entrañable que pueda parecer, surge una pregunta que merece respuesta: ¿dormir con mascotas es realmente una buena idea?
Cara A: ¿tiene algún beneficio dormir con tu perro o gato?
Dormir acompañado de una mascota puede aportar más que una sensación de ternura. Algunas investigaciones apuntan que compartir cama con un animal puede aumentar la percepción de seguridad durante la noche, especialmente en personas que viven solas. El simple hecho de notar su presencia cercana, su respiración rítmica o su calor corporal ayuda a muchas personas a relajarse. No es casual que en algunos contextos clínicos se hable ya de los beneficios emocionales de la convivencia nocturna con mascotas.
Además de esa sensación de seguridad, está el efecto calmante. Personas que sufren de ansiedad o insomnio aseguran dormir mejor cuando su perro o gato está presente. En esos casos, el animal funciona como un ancla emocional, regulando los niveles de estrés. El contacto físico y la rutina compartida con la mascota pueden tener un efecto similar al de otras prácticas de relajación, como la meditación o la lectura antes de dormir. De hecho, en niños y adolescentes hay estudios que advierten que no hay perjuicio en este tipo de colecho.
A ello se suma un vínculo emocional reforzado. Dormir con un animal puede consolidar una relación de afecto profundo entre humano y mascota. Compartir un espacio tan íntimo refuerza la percepción de pertenencia mutua, lo que, a largo plazo, podría ser beneficioso para el bienestar emocional de ambos. Hay personas que incluso afirman que, gracias a esa rutina compartida, han logrado establecer mejores hábitos de sueño. No obstante, son sensaciones personales, poco comprobadas científicamente y más basadas, hasta la fecha, en ese feeling.
Cara B: los riesgos de dormir con mascotas

No todo es tan acogedor como parece cuando se enciende la luz. Por mucho que una mascota parezca limpia, su cuerpo y su comportamiento obedecen a lógicas diferentes a las humanas. A lo largo del día, un perro o un gato entra en contacto con el suelo, otras superficies, incluso con otros animales. Eso abre la puerta a la posible presencia de parásitos zoonóticos, es decir, aquellos que pueden transmitirse del animal al ser humano, como se detalla en publicaciones científicas especializadas. No es algo que suceda cada día, pero el riesgo existe, como explicaron en un estudio publicado en la revista científica Pathogens.
También hay que tener en cuenta las alergias. Dormir con un animal en la cama aumenta la exposición constante a pelos, caspa y otras partículas que pueden desencadenar reacciones en personas sensibles, incluso aunque no hayan mostrado síntomas anteriormente. Además, su presencia favorece la proliferación de ácaros, especialmente en colchones y almohadas, un hábitat ideal para estos microorganismos. Esto puede agravar problemas respiratorios o cutáneos, especialmente en personas con asma o dermatitis.
Por último, está el aspecto puramente funcional del sueño. Los animales se mueven, cambian de postura, se rascan o incluso ladran o maúllan en mitad de la noche. Esa actividad puede alterar el descanso de su dueño, algo de lo que también advertía una publicación de la Universidad de Harvard, fragmentando el sueño y reduciendo su calidad. A medio y largo plazo, este tipo de disrupciones pueden tener un impacto considerable en el bienestar físico y mental, algo que a menudo se subestima en comparación con los beneficios emocionales inmediatos.