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Por qué suenan nuestras articulaciones y cuándo deberíamos preocuparnos por ello

Te persiguen desde la infancia hasta la edad adulta, pero ¿qué significan en la mayoría de ocasiones estos chasquidos?

Por qué suenan nuestras articulaciones y cuándo deberíamos preocuparnos por ello

Un hombre mayor con una doctora. | ©Freepik.

Puede que nunca te hayas parado a pensarlo, pero llevas toda la vida escuchando cómo tu cuerpo cruje. No son sólo las rodillas al levantarte del sofá o los dedos al estirarlos: las muñecas, los tobillos, los codos y hasta el cuello pueden producir sonidos secos, pequeños estallidos que te pillan por sorpresa. A veces, incluso llegas a preocuparte, sobre todo si el sonido es fuerte o repetitivo, como si algo no encajara bien dentro de ti. Pero lo cierto es que la mayoría de las veces no hay motivo para alarmarse. Ese sonido de las articulaciones forma parte del repertorio natural del cuerpo humano. No implica necesariamente un problema médico.

El cuerpo humano está diseñado para moverse, y en ese movimiento también hay sonido. Un giro rápido del torso, un estiramiento de brazos o un simple cambio de postura pueden venir acompañados de ese chasquido tan característico. En algunos casos, incluso llegas a provocarlo a propósito, como cuando haces sonar los nudillos, de lo que te hemos hablado ya en THE OBJECTIVE. ¿Por qué lo haces? A menudo, porque te resulta placentero o te da una sensación momentánea de alivio. Es una reacción instintiva que compartimos muchas personas, aunque no siempre sepamos qué la causa. Lo importante es saber distinguir lo natural de lo preocupante.

Y es que, aunque no duela, el sonido en las articulaciones puede despertar dudas. ¿Es normal que suene tanto la rodilla? ¿Tiene algo que ver con la edad? ¿Hay que dejar de hacer sonar los dedos? Estas preguntas aparecen más a menudo de lo que parece, sobre todo a partir de cierta edad. Afortunadamente, la ciencia tiene respuestas bastante claras. Saber por qué ocurre puede ayudarte a no alarmarte innecesariamente y, a la vez, a identificar cuándo sí conviene prestar más atención.

Por qué suenan las articulaciones

El sonido de las articulaciones puede tener distintas causas, aunque la más habitual es la formación y el colapso de burbujas de gas en el líquido sinovial que lubrica nuestras articulaciones. Este fenómeno, conocido como cavitación, se produce cuando los huesos que forman una articulación se separan ligeramente, como al estirar los dedos. El cambio de presión hace que se formen burbujas microscópicas, que al explotar generan ese sonido seco y característico. No tiene por qué haber ningún daño detrás: es un proceso mecánico completamente inofensivo.

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Muchas veces, estos chasquidos se producen cuando nos ponemos en movimiento. ©Canva.

Las articulaciones que más suenan suelen ser las de los dedos, las rodillas, los hombros y el cuello. Son zonas donde hay más movimiento o más flexión, y por tanto, más posibilidades de cavitación. También hay sonidos provocados por tendones que se deslizan sobre los huesos o por pequeños desequilibrios en la musculatura. En algunos casos, puede sonar como un chasquido más agudo, en otros, como un crujido suave. La variedad de sonidos articulares es tan amplia como lo son nuestros movimientos.

Con el paso del tiempo, el sonido de las articulaciones puede hacerse más frecuente. Esto se debe, en parte, al desgaste natural del cartílago, que puede hacer que las superficies articulares ya no se deslicen tan suavemente entre sí. Este proceso está relacionado con afecciones como la artrosis, aunque no siempre implica una enfermedad. El envejecimiento también reduce la cantidad de líquido sinovial, lo que puede aumentar la fricción y el ruido. Sin embargo, no todas las personas mayores tienen estos sonidos, ni todas las personas jóvenes están libres de ellos. Y tampoco oímos otros sistemas corporales de la misma forma, simplemente porque no tienen piezas móviles en contacto como las articulaciones.

Cuándo hay más señales de alerta y cuáles son

Que una articulación suene no es, por sí solo, un motivo de preocupación. Lo verdaderamente importante es el contexto en el que aparece ese sonido. Si viene acompañado de dolor, rigidez o pérdida de movilidad, puede estar indicando un problema de fondo. Por ejemplo, si cada vez que giras la muñeca suena y además notas un chasquido doloroso, puede tratarse de una inflamación del tendón o incluso una lesión del cartílago. El cuerpo manda señales claras, y conviene no ignorarlas.

Las señales de alerta más frecuentes incluyen dolor persistente, hinchazón, sensación de bloqueo en la articulación, o calambres tras el movimiento. También es preocupante si la articulación pierde fuerza o estabilidad. En esos casos, el sonido puede ser una pista más dentro de un cuadro más complejo, en el que se ven implicadas afecciones como la artritis reumatoide, la bursitis o lesiones de ligamentos. No son dolencias exclusivas de personas mayores: también pueden afectar a jóvenes, sobre todo si practican deporte de forma intensa.

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Comprender que dejarse de mover es envejecer es fundamental para ponerle remedio. ©Freepik.

Ante cualquiera de estas señales, es fundamental acudir a un profesional. Un reumatólogo o un fisioterapeuta pueden hacer una valoración adecuada y, si es necesario, iniciar un tratamiento. En ocasiones basta con ejercicios específicos para corregir la biomecánica o reducir la inflamación. En otras, puede ser necesario recurrir a pruebas de imagen o tratamientos más complejos. Lo esencial es no quedarse solo con el sonido de las articulaciones, sino escuchar todo lo que el cuerpo está tratando de comunicar.

¿Influyen nuestros hábitos de vida en estos sonidos?

Nuestros hábitos diarios tienen mucho más que ver con el sonido de las articulaciones de lo que solemos pensar. O, mejor dicho, con la salud de nuestras articulaciones. Aunque los chasquidos por sí solos no suelen ser patológicos, sí pueden relacionarse indirectamente con estilos de vida poco saludables que aumentan el riesgo de sufrir problemas articulares. El sedentarismo, por ejemplo, favorece el debilitamiento de la musculatura que da soporte a las articulaciones, y con el tiempo esto puede traducirse en mayor fricción, desequilibrios y molestias al movernos. A la inversa, el ejercicio moderado y regular, como caminar, nadar o practicar yoga, contribuye a mantener las articulaciones móviles, lubricadas y mejor alineadas.

Otros factores como la alimentación, el estrés crónico o el consumo de hábitos tóxicos también desempeñan un papel importante en la prevención de patologías como la osteoartritris. Dietas pobres en nutrientes esenciales, especialmente en ácidos grasos omega-3, colágeno, calcio y vitamina D, pueden deteriorar la calidad del cartílago y favorecer la inflamación. El tabaco y el alcohol, por su parte, afectan directamente a la salud ósea y al sistema inmunológico, lo que agrava cualquier proceso reumático.

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Mantener la actividad, incluso cuando pueda parecer tarde, es siempre conveniente para mejorar la salud articular. ©Freepik.

El estrés mantenido en el tiempo también tiene un efecto negativo: altera la respuesta inflamatoria del organismo y puede intensificar el dolor articular. Por eso, cuidar el cuerpo desde una perspectiva integral —movimiento, descanso, alimentación y control emocional— es la mejor forma de proteger nuestras articulaciones y minimizar tanto el riesgo de patologías como esos molestos sonidos que, a veces, no son tan inocentes como parecen.

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