Más depresión y obesidad: la conclusión de la ciencia en preadolescentes con 'smartphone'
Un teléfono a un menor no es solo un gran poder, también una gran responsabilidad por partida doble

Dos menores con smartphone. | Freepik
Entregar un smartphone a un preadolescente puede parecer una decisión práctica. Permite a los padres localizar a sus hijos, mantenerse en contacto con ellos y evitar conflictos familiares constantes en torno a la famosa frase: «todos mis amigos ya tienen uno». A simple vista, parece más sencillo ceder que iniciar otra discusión sobre lo que los demás sí pueden hacer. Muchos adultos lo justifican como una herramienta de seguridad o como una forma de evitar que los hijos dependan del móvil paterno.
Sin embargo, este gesto tan habitual empieza a ser cuestionado desde el ámbito científico. Un reciente estudio estadounidense, publicado en la revista Pediatrics, pone en entredicho la idea de que regalar un teléfono inteligente a un menor sea inofensivo. Al contrario: advierte de consecuencias perjudiciales sobre la salud física y mental de los niños, especialmente cuando se les entrega a edades tempranas.
No se trata de un argumento alarmista ni de una moda pedagógica. Se basa en evidencias observadas en miles de menores. Este estudio, desarrollado entre 2016 y 2022, señala que los preadolescentes que tienen móvil a los 12 años tienen un riesgo más elevado de padecer obesidad, depresión y problemas de sueño. Y lo más inquietante: cuanto antes recibieron el móvil, mayores fueron los efectos negativos sobre su bienestar.
Depresión y obesidad: el riesgo acrecentado del ‘smartphone’ en menores
La investigación fue realizada por expertos de las universidades de Pensilvania, California-Berkeley y Columbia. Analizó los datos de más de 10.500 menores de entre 9 y 16 años, recogidos a lo largo de seis años. Su objetivo era estudiar cómo influye la posesión de un teléfono inteligente –y la edad en la que se recibe– en la salud mental y física de los niños.

Los menores de 12 años que ya poseían un smartphone presentaban un 30% más de riesgo de sufrir depresión en comparación con sus coetáneos sin dispositivo. También se observó un 40% más de riesgo de obesidad y un 60% más de probabilidad de dormir mal. Estas cifras no son menores, sobre todo si tenemos en cuenta que el sueño y el estado emocional son pilares del desarrollo saludable en la adolescencia.
Lo más revelador del estudio es la correlación entre la edad de adquisición del móvil y la gravedad de los efectos. Por cada año más temprano en el que un niño recibía un smartphone, el riesgo de padecer estas afecciones aumentaba un 10%. Es decir, un niño que lo recibe con 9 años tiene un 30% más de probabilidad de sufrir consecuencias negativas que quien lo recibe con 12. Incluso los niños que recibieron el móvil entre los 12 y 13 años, pero no antes, mostraron efectos adversos al cabo de un año.
El estudio no afirma que el teléfono sea la causa directa, pero sí subraya una asociación robusta entre el uso precoz del dispositivo y problemas como la ansiedad, la alteración del sueño o el sedentarismo. La recomendación final de los autores es clara: padres, hijos y pediatras deben dialogar y valorar conjuntamente si un menor está realmente preparado para tener su primer móvil.
Cómo actuar ante preadolescentes que quieren un ‘smartphone’
Cuando un niño empieza a pedir un móvil, no basta con decir «no» o «ya veremos». Hay que reflexionar sobre si el menor tiene la madurez necesaria para gestionar esta herramienta. ¿Es responsable con sus tareas diarias? ¿Respeta los tiempos frente al televisor o la consola? ¿Comprende los límites y sabe pedir perdón o reconocer que ha hecho daño? Estas preguntas no son accesorias: son el punto de partida para tomar una decisión informada, como explican desde Academia Americana de Pediatría.

El uso del móvil no debe comenzar sin reglas claras. Los expertos recomiendan establecer normas desde el primer día: para qué se usará el dispositivo, en qué momentos está permitido y cuánto tiempo puede dedicársele. No es lo mismo tener un teléfono que tener acceso ilimitado a redes sociales. Conviene posponer estas últimas lo máximo posible y dejarlo claro desde el principio. Del mismo modo, deben establecerse lugares libres de móviles, como el dormitorio o la mesa durante las comidas. Algo de lo que ya hemos hablado previamente en THE OBJECTIVE.
Además, el acompañamiento parental es esencial. El móvil no puede entregarse como si se tratara de una bicicleta. Los adultos deben revisar las aplicaciones instaladas, saber con quién se comunica el menor y detectar señales de alerta como pérdida de sueño, cambios de humor o bajada en el rendimiento escolar. Es recomendable fijar momentos para revisar juntos el uso del dispositivo, más como una actividad compartida que como una inspección policial.
Padres como ejemplos ante preadolescentes con ‘smartphones’
No se puede esperar que un niño limite el uso del móvil si sus padres están todo el día pendientes del suyo. Uno de los mensajes más potentes que recibe un hijo no viene de lo que se le dice, sino de lo que observa. Por eso, el ejemplo en casa es determinante. Si un adulto no puede dejar el teléfono durante la cena o responde mensajes mientras ve una película en familia, será difícil que su hijo entienda que ese comportamiento debe evitarse, como explican desde la American Academy of Child and Adolescent Psychiatry.
En lugar de prohibiciones rígidas, conviene proponer alternativas. Salidas al aire libre, actividades deportivas, juegos de mesa, lectura, manualidades… cualquier excusa es válida para reducir el tiempo frente a pantallas. Además, el móvil puede utilizarse para fortalecer vínculos: hablar con familiares lejanos, organizar planes con amigos o crear contenido juntos, como vídeos o fotos.
Por último, no hay que olvidar la educación digital. Enseñar a los niños a proteger su privacidad, a desconfiar de ciertos mensajes o a actuar con respeto en redes sociales también forma parte del proceso. Cada familia debe encontrar su propio equilibrio, pero siempre con una premisa en mente: el teléfono no debe aislar, sino ayudar a conectar.
