Dormir poco, vivir menos: cómo la esperanza de vida cambia con la calidad del sueño
Durante seis años, un estudio ha comprobado que la realidad entre el descanso y la longevidad está más que relacionado

Una mujer durmiendo. | ©Freepik.
Vivimos en una sociedad cada vez más centrada en el bienestar. La conciencia colectiva sobre el impacto de nuestros hábitos en la salud se ha intensificado en los últimos años. Comemos mejor, intentamos movernos más y nos interesamos por nuestra salud mental como nunca antes. Dentro de ese nuevo estilo de vida, hay factores silenciosos que condicionan profundamente nuestro estado físico y emocional. Dormir es uno de ellos y más si lo vinculamos a la esperanza de vida.
Las rutinas diarias pueden ser aliadas o enemigas de nuestro equilibrio. Si dormimos bien, comemos mejor. También, si comemos bien, rendimos más en el trabajo. Si hacemos ejercicio, dormimos con mayor profundidad. Y si no descansamos lo suficiente, se activa el efecto contrario: irritabilidad, ansiedad, malos hábitos alimenticios y un cuerpo que acumula fatiga de forma crónica. Es una espiral constante, positiva o negativa, que se retroalimenta en función de decisiones aparentemente pequeñas.
Uno de los elementos más determinantes en esta ecuación es el sueño. Dormir mal o dormir poco no es solo una molestia cotidiana; es un problema estructural con consecuencias graves. Las investigaciones más recientes lo confirman con claridad: menos sueño equivale a menor esperanza de vida. Y eso convierte al descanso en una cuestión de salud pública. No dormir lo suficiente es, directamente, vivir menos.
Dormir bien no es solo una cuestión de tiempo
Hablar de sueño no puede limitarse a contar horas. Aunque es común escuchar que un adulto debe dormir entre siete y ocho horas diarias, este dato, por sí solo, puede ser engañoso. La cantidad importa, sí, pero más aún importa la calidad. No todas las horas de sueño valen lo mismo. Y es fundamental entender esta diferencia si queremos prevenir los efectos negativos de un descanso insuficiente o inadecuado.
Existen personas que, con menos de siete horas de sueño, se levantan con energía, concentración y buen humor. Otras, que duermen más de ocho, se despiertan cansadas, con la sensación de no haber descansado. El motivo suele estar en la calidad del sueño: un sueño profundo, continuo y reparador no siempre acompaña a una noche larga. La fragmentación del descanso, los despertares frecuentes o los trastornos del sueño comprometen los beneficios regenerativos del dormir.
Además, el tiempo de sueño ideal varía a lo largo de la vida. Niños y adolescentes necesitan dormir más que los adultos. En cambio, las personas mayores tienden a dormir menos, aunque eso no implica que su necesidad de descanso haya disminuido. Lo que cambia es la arquitectura del sueño. Por eso, cualquier análisis sobre el impacto del descanso debe contemplar tanto la duración como la profundidad y continuidad del mismo. Dormir no es solo cerrar los ojos: es permitir que el cuerpo y la mente se reparen. Algo de lo que hablamos a menudo en THE OBJECTIVE.
La relación entre dormir poco y vivir menos

Un reciente estudio estadounidense ha confirmado lo que muchos expertos sospechaban: existe una relación directa entre la falta de sueño y una menor esperanza de vida. El análisis, publicado en la revista Sleep Advantages, demuestra que el número de horas que una persona duerme al día es uno de los factores que más influyen en su longevidad. Es más, dormir poco se ha convertido en el segundo predictor más potente de mortalidad prematura, solo superado por el tabaquismo.
El trabajo ha sido realizado por un equipo de investigadores del laboratorio de Cronobiología y Salud de la Escuela de Enfermería de la Oregon Health & Science University (OHSU). Para ello, analizaron datos recogidos entre 2019 y 2025 en más de 3.000 condados de Estados Unidos. El punto de partida fue una simple pregunta del CDC (Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades): «¿Cuántas horas duerme usted, de media, en un periodo de 24 horas?».
El peaje de dormir menos de siete horas
Los resultados fueron contundentes. En los condados donde la mayoría de los residentes dormían menos de siete horas al día, la esperanza de vida era significativamente más baja. Esta relación se mantuvo estable a lo largo de los años, incluso durante la pandemia de COVID-19. Y lo más sorprendente: se observó con independencia de factores como el nivel de ingresos, el acceso a la sanidad o el entorno (urbano o rural). La falta de sueño superó en impacto a otros riesgos clásicos para la salud, como la inactividad física, la diabetes o la obesidad.
Uno de los hallazgos más reveladores fue la diferencia entre regiones vecinas. En algunos casos, condados colindantes mostraban diferencias de hasta 15 puntos porcentuales en la proporción de personas que dormían lo suficiente. Estas diferencias se traducían en varios años de esperanza de vida más o menos, lo que sitúa al sueño como una herramienta clave para la intervención en salud pública.
Los autores del estudio reconocen que, aunque se intuía esta relación, la fuerza de los datos les sorprendió. Andrew McHill, doctor en fisiología del sueño y uno de los autores principales, aseguró que el vínculo entre descanso adecuado y longevidad era «sorprendentemente fuerte» en todos los modelos analizados. Por eso, recomienda que cada persona se esfuerce en dormir entre siete y nueve horas diarias de forma consistente.
