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No solo es físico: por qué a tu cerebro le sienta bien la natación más allá de las endorfinas

Hay cambios que se producen con la natación que, aunque no se noten a simple vista, pueden ser más que positivos

No solo es físico: por qué a tu cerebro le sienta bien la natación más allá de las endorfinas

Un hombre en la playa. | Freepik

El viejo ideal romano del mens sana in corpore sano nunca ha dejado de estar presente, pero en nuestra era de culto al cuerpo cobra una vigencia renovada. Las redes sociales, los gimnasios y los estilos de vida saludables han hecho que la apariencia física ocupe un lugar central en nuestra rutina. Sin embargo, conviene recordar que la actividad física también es una gran aliada de nuestra salud mental y cognitiva.

Entre todas las opciones disponibles, hay una disciplina que parece tener un efecto especialmente positivo en nuestro cerebro, aunque a menudo pase desapercibida frente a deportes más visibles o de moda. Hablamos de la natación, una práctica que no solo fortalece músculos y mejora la resistencia, sino que también tiene beneficios profundos sobre nuestra mente. Y lo mejor: en verano es más accesible que nunca.

Flotar, deslizarse y respirar acompasadamente en el agua puede parecer un simple placer estacional. Pero nadar activa procesos neuroquímicos que influyen directamente en nuestro bienestar cerebral. Más allá de quemar calorías o tonificar el cuerpo, la natación ofrece un regalo silencioso y poderoso: el equilibrio mental.

Cuáles son los beneficios de la natación para tu cerebro

Nadar es mucho más que una actividad física completa: es una auténtica terapia acuática para el cerebro. Uno de los primeros efectos que se experimentan al practicar natación es la liberación de endorfinas. Estas sustancias, también conocidas como las hormonas de la felicidad, mejoran el estado de ánimo, reducen el estrés y refuerzan la sensación de bienestar general. De ellas, de hecho, te hemos hablado a menudo en THE OBJECTIVE.

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Una de las ventajas de la natación es que se trata de un deporte de bajo impacto, apto para todas las edades. ©Freepik.

A diferencia de deportes de alto impacto o ritmo vertiginoso, la natación ofrece una experiencia más pausada y envolvente. El contacto con el agua y la respiración profunda que exige la técnica provocan un efecto calmante similar al de la meditación. Esto convierte a la natación en un ejercicio ideal para personas con ansiedad o estrés crónico, ya que facilita la relajación y ayuda a ordenar los pensamientos. De hecho, algunos estudios incluso apuntan a que la natación podría servir para reducir la dependencia de tratamientos farmacológicos en pacientes con depresión, por lo que la natación y el cerebro tienen mucho que compartir.

Pero lo más interesante ocurre en lo profundo de nuestro cerebro con la natación. Diversos estudios han demostrado que nadar estimula la producción del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF, por sus siglas en inglés). Esta proteína es esencial para la plasticidad neuronal, la memoria y el aprendizaje. Es decir, al nadar no solo estamos cuidando nuestro cuerpo, sino también fortaleciendo la capacidad de pensar, recordar y adaptarnos mentalmente. Al mismo tiempo, conviene recordar que la natación es un ejercicio que se puede practicar en cualquier momento de la vida, por lo que incluso en la tercera edad nos vendría bien.

Cómo empezar a practicar natación de manera continua

El verano nos pone más fácil algo que durante el resto del año resulta complicado: lanzarnos al agua. Las vacaciones, el tiempo libre y el acceso a playas y piscinas facilitan el primer paso. Sin embargo, uno de los grandes retos de la natación es mantenerla como una rutina más allá de los meses estivales. Para lograrlo, es importante encontrar espacios que nos permitan seguir practicando, como polideportivos municipales o gimnasios con piscina.

Antes de lanzarse de lleno a entrenamientos intensos, conviene conocer el propio nivel. Nadar, haciendo la comparativa, no es correr y tampoco es caminar. No estamos preparados para nadar de la misma manera que caminamos, trotamos o corremos. Del mismo modo, nuestro cuerpo puede no estar familiarizado con determinados ejercicios que nos pasen factura. Por eso, tomar algunas clases no solo ayuda a mejorar la técnica, sino que previene errores comunes que podrían derivar en lesiones. También es útil para aprender a respirar correctamente, algo fundamental en este deporte. Con unos pocos consejos personalizados, el progreso es mucho más rápido y seguro.

Quienes no tienen una gran forma física no deben preocuparse: nadar es un ejercicio muy adaptable. Se puede empezar con sesiones cortas de entre 15 y 20 minutos, alternando estilos suaves como la braza o el crol. Lo importante es respetar el propio ritmo, no forzar y permitir que el cuerpo se habitúe al medio acuático. Al cabo de pocas semanas, la mejora en resistencia y agilidad es evidente, y el cerebro comienza a notar también los beneficios.

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