Saludables y sin culpa: cómo elegir platos preparados con los consejos de una experta
Aunque estas dos palabras parezcan siempre un problema, hay que indagar un poco más allá en su realidad

Varios platos preparados. | ©Freepik.
Al recorrer los pasillos de cualquier supermercado, es evidente la omnipresencia de los platos preparados. Desde lasañas y pizzas hasta ensaladas y platos de cocina internacional, la oferta es amplia y variada. Sin embargo, no todas estas opciones son nutricionalmente recomendables. Es fundamental aprender a distinguir entre aquellas que pueden formar parte de una dieta equilibrada y que es mejor omitir de nuestro día a día, por tentadoras que parezcan.
En las últimas dos décadas, la industria alimentaria ha experimentado una notable evolución en la oferta de platos preparados. Inicialmente, estos productos eran sinónimo de comidas rápidas y poco saludables, pero la creciente demanda de opciones más sanas ha impulsado la creación de alternativas con perfiles nutricionales mejorados. Hoy en día, es común encontrar platos que destacan por su contenido reducido en grasas saturadas, sodio y azúcares añadidos, así como por la inclusión de ingredientes integrales y orgánicos.
Este cambio responde, en gran medida, a las transformaciones en los hábitos de vida de la sociedad actual. La acelerada rutina diaria y una menor predisposición a dedicar tiempo a la cocina han fomentado la aparición y popularidad de los platos preparados. Para muchos, estos productos representan una solución práctica y rápida para satisfacer las necesidades alimentarias sin sacrificar la salud.
Platos preparados: ¿aliados o enemigos?
Es un error generalizar y catalogar todos los platos preparados como poco saludables. La realidad es más matizada: existen opciones con perfiles nutricionales adecuados y otras que, por su composición, es preferible consumir con moderación. La clave radica en la selección y en la lectura atenta de las etiquetas nutricionales.
Algunos platos preparados pueden parecer saludables a simple vista, pero al analizar sus ingredientes, revelan altos contenidos de sodio, azúcares añadidos o grasas saturadas. Por otro lado, hay opciones que, aunque menos llamativas, ofrecen un equilibrio adecuado de nutrientes. Por ello, es esencial no dejarse llevar únicamente por la apariencia o la publicidad, sino profundizar en la composición del producto, donde nos podemos llevar más de una sorpresa.
Mantener una dieta equilibrada implica diversificar las fuentes de nutrientes y no depender exclusivamente de platos preparados. Estos productos pueden ser útiles en momentos puntuales, pero no deben constituir la base de la alimentación diaria. Es recomendable combinarlos con alimentos frescos, como frutas y verduras, para asegurar un aporte completo de vitaminas y minerales, de los que hemos hablado a veces en THE OBJECTIVE.
En qué fijarte al comprar platos preparados

La experta en nutrición Patricia Martínez, profesora colaboradora de la Universitat Oberta de Catalunya, ofrece varias recomendaciones para elegir platos preparados de manera informada. En primer lugar, es crucial prestar atención al contenido de sodio. Muchos de estos productos utilizan la sal como conservante y potenciador de sabor, lo que puede llevar a un consumo excesivo si no se controla. Optar por opciones con bajo contenido en sodio es una decisión acertada. Sin embargo, no es el único precepto que debemos estar siguiendo para fijarnos a la hora de elegir.
Las grasas saturadas son otro componente a vigilar. Algunos platos preparados, especialmente aquellos que incluyen salsas o están fritos, pueden contener cantidades significativas de estas grasas, que, en exceso, son perjudiciales para la salud cardiovascular. Es preferible seleccionar productos que utilicen grasas saludables y que limiten las saturadas, especialmente si estas saturadas provienen de grasas que no sean demasiado recomendables.
Finalmente, Martínez sugiere complementar los platos preparados con alimentos frescos. Por ejemplo, añadir una porción de ensalada o una pieza de fruta puede enriquecer la comida y aportar los nutrientes que puedan faltar en el plato principal. Esta práctica no solo mejora el perfil nutricional de la comida, sino que también contribuye a una mayor sensación de saciedad y bienestar.