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Nutrición

Diferencia entre sodio y sal: cómo entender esta relación y por qué no son lo mismo

Muchas veces se difumina la barrera entre ambas realidades, lo cual nos puede jugar más de una mala pasada

Diferencia entre sodio y sal: cómo entender esta relación y por qué no son lo mismo

Distintos tipos de sal | ©Freepik.

Es muy habitual que oigamos sodio e, inmediatamente, lo traslademos únicamente a la sal. Aunque puedan parecer conceptos sinónimos, sodio y sal no tienen diferencias y no son exactamente lo mismo. Trasladados a nuestra dieta, ambas realidades nos importan, pero también importa que comprendamos que no son iguales.

Por eso, conviene saber que son realidades diferentes. Sin embargo, es muy común que cometamos un error al equipararlos. Lo cierto es que a través de esa igualación muchas veces generamos conflictos entre lo que debemos evitar y lo que no. Por eso, comprender que sal y sodio no son la misma realidad es muy relevante.

Lo que sí sabemos –y eso es necesario comprenderlo– es que el consumo elevado de sodio puede tener peligrosas consecuencias para nuestra salud. Consumo de sodio que, por otro lado, generalmente viene en los alimentos que consumimos, y que se dispara en los procesados, mientras que los productos frescos tienen cantidades residuales de este mineral.

¿Hay diferencia entre sal y sodio? ¿Son lo mismo?

La respuesta más sencilla y corta sería decir que no son lo mismo. Sin embargo, hay pequeños recovecos que han posibilitado que creamos que sí son lo mismo. La sal es un mineral que está formada por distintos cristales naturales. De hecho, no hace falta ser químico y bastará con volver a las lecciones elementales del instituto para recordar que, lo que llamamos sal no es otra cosa que cloruro de sodio. Es decir: una mezcla de dos minerales en la que aparece el sodio. De esta manera ya comprobamos que hay diferencia entre sal y sodio.

Una cuchara con diferencia de sal y sodio
Aunque se utilicen dentro de una sinonimia, sal y sodio no son lo mismo. ©Freepik.

El sodio, tal y como lo comprendemos, es un electrolito esencial para nuestro organismo y forma parte de la sal. Sin embargo, dentro de la sal, el sodio representa el 40% del total, mientras que el otro 60% correspondería al cloruro. No obstante, el sodio juega un papel fundamental en nuestra salud. Entre sus tareas quizá la más importante sea la transmisión de impulsos nerviosos intercelulares, así como la regulación de la presión arterial.

Aquí, como veréis, hemos dado con uno de los grandes quid de la cuestión: la presión arterial. Todos conocemos a algún amigo o conocido al que ‘le han quitado la sal’ por tener problemas de hipertensión. Sí, un sodio elevado supone aumentar la presión arterial y, con ella, diferentes patologías cardiovasculares. Sin embargo, el problema viene por el sodio que añadimos a nuestros alimentos y que, generalmente, viene en forma de sal. Razón por la que sea habitual que creamos que no hay diferencia entre sal y sodio.

¿Dónde está la trampa?

Además, aparte de venir en forma de sal, viene por la incorporación a la dieta de alimentos envasados o preparados. De hecho, la cantidad que solemos utilizar para salar o sazonar nuestras comidas es muy inferior a la que aparecen en los productos procesados. Según datos de la Food & Drugs Administracion estadounidense, el 70% del sodio que ingerimos proviene de estos procesados. Razón por la que importa comprender cómo comer sin sal, algo que ya te explicamos en THE OBJECTIVE.

¿Existen alimentos ricos en sodio?

Sí, existen. Sin embargo, los alimentos frescos que son ricos en sodio presentan, por regla general, cantidades muy moderadas de este mineral. El problema, como podemos interpretar, viene por la sal que añadimos a nuestras comidas o la que viene en determinados procesados.

En este sentido, los alimentos ricos en sodio más recurrentes de nuestra dieta suelen ser las carnes procesadas (embutidos, fiambres y charcutería, en términos generales), las conservas de pescado (en especial semisalazones y salazones) y los quesos, que aumentarán su concentración de sal –y de sodio– cuanto más añejos sean. También las salsas y los aliños suelen presentar altas cantidades de sal. Como es evidente, estas matemáticas son las que han posibilitado que creamos que no hay diferencia entre sodio y sal.

Cuestiones que se ven fácilmente con ejemplos sencillos. Por ejemplo, 100 gramos de sardina fresca tienen 100 mg de sodio. Sin embargo, 100 gramos de sardinas en escabeche presentan 760 mg de sodio. Algo que, en carnes, también se ve fácilmente. Siguiendo los parámetros del catálogo Bedca vemos que el jamón fresco de cerdo tiene unos 60 mg de sodio por cada 100 gramos. Sin embargo, la misma cantidad de jamón serrano supondría hasta 2.130 mg de sodio.

Chorizo, un producto rico en sodio
Los productos curados, por su proceso de desecación y conservación, tienen grandes cantidades de sal. ©Freepik.

También sucede con los aperitivos y snacks, que suelen tener grandes cantidades de sal. Patatas fritas, encurtidos, galletas saladas, crackers, frutos secos procesados… Nombres no faltan a la lista. Tampoco hay que olvidar a clásicos, como los concentrados de caldo y los caldos de brik. Razón por la que recomendamos que siempre leamos la información nutricional que aparece en los envases. También, por eso, conviene saber realmente cuánta cantidad de sal diaria deberíamos estar ingiriendo. Y por eso se debe comprender que hay diferencias entre sodio y sal como concepto.

Por estos motivos, los alimentos que más sodio aportan a la dieta española son los embutidos, el pan, las comidas preparadas y el queso. ¡Ojo! No porque sean los que más sodio tengan, sino porque tienen un volumen de consumo elevado que repercute en ese aumento.

Cuánta sal al día se recomienda consumir

Más que recomendación, lo que la OMS avala es que no superemos un consumo de sal diaria que se sitúa en los cinco gramos. Esto, traducido al sodio, supone ingerir menos de 2.500 mg de sodio diarios. No obstante, el drama en las sociedades más desarrolladas está en que nos pasamos con creces de esos límites. Se estima que en España estamos en un consumo medio de unos 10 gramos de sal por persona y día, es decir, duplicamos lo que aconseja la OMS.

Los motivos por los que se pone a la sal bajo el foco es porque su ingesta elevada, que supone una cantidad alta de sodio, se vincula a patologías variadas. La hipertensión solo es una de ellas, pero también hay problemas en la absorción de calcio, así como aumento de riesgo de cálculos renales, por lo que se ha de controlar la sal de la dieta. Lo que sí sabemos es que, en términos generales, necesitaríamos apenas 1,25 gramos de sal diaria, lo cual es apenas medio gramo de sodio.

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