Esto es lo que 300 gramos de pollo a la semana pueden hacerle a tu salud, según un estudio
Basándose en premisas observacionales a algo menos de 5.000 personas italianas de mediana edad

Pollo a la plancha. | ©Freepik.
Durante décadas, el pollo ha sido considerado una de las fuentes de proteínas más accesibles y versátiles. Su bajo coste, su facilidad para cocinarse y su presencia en múltiples culturas culinarias lo han convertido en una opción habitual en los hogares. Frente a carnes como la de vacuno, cerdo o incluso el pescado, el pollo se ha consolidado como una elección práctica, de la que ya te hablamos en THE OBJECTIVE y aparentemente saludable. Sin embargo, un reciente estudio ha puesto en cuestión algunos de estos supuestos. Según sus conclusiones, un consumo elevado de carne de pollo podría no ser tan inocuo como se creía.
La investigación ha sido realizada por miembros del Istituto di Ricovero e Cura a Carattere Scientifico del centro Saverio de Bellis, especializado en gastroenterología, italiano, y publicada en la revista científica Nutrients. Para llevarla a cabo, los investigadores analizaron los hábitos alimentarios de 4.869 personas, pertenecientes a distintos grupos sociales y demográficos.
A través de cuestionarios de frecuencia alimentaria, recopilaron datos sobre el tipo y la cantidad de carnes consumidas, además de otros hábitos de vida. Lo que observaron fue que quienes consumían más de 300 gramos de carne de pollo a la semana presentaban un mayor riesgo de muerte por cáncer colorrectal. ¿Cuánto? Pues, según los datos, un 127% más en todo tipo de personas, porcentaje que aumentaba al 161% en el caso de los hombres.
Aún así, los autores advierten de que el riesgo no era exclusivo de un sexo, ya que afectaba tanto a hombres como a mujeres. De este modo se detectaron asociaciones entre el consumo de pollo (más de 300 gramos semanales) y una mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares y cáncer colorrectal. Especialmente relevante es el hecho de que incluso frente a otros tipos de carne, como la roja, el pollo no resultó del todo neutral. Las personas con una dieta baja en carne, en general, mostraban un mejor perfil de salud. Además, las personas que consumían esa cantidad de pollo (o más) presentaban un 27% más de riesgo de muerte por cualquier causa que las que no lo hacían.
La letra pequeña de la investigación
Aunque los resultados llaman la atención, es importante entender los límites del estudio. En primer lugar, el tamaño de la muestra es relativamente pequeño para establecer conclusiones universales. Casi cinco mil personas son una base aceptable para investigaciones preliminares, pero no suficiente para cambiar directrices alimentarias globales. Además, el estudio se basa en cuestionarios de autodeclaración, lo que introduce un margen considerable de error, especialmente cuando el período de análisis es elevado (19 años, en este ejemplo). La memoria, el deseo de aparentar hábitos saludables o la falta de precisión al estimar cantidades son factores que pueden distorsionar los resultados. No obstante, no es el único estudio que avala la posibilidad de mayores índices de cáncer colorrectal asociado a un consumo elevado de pollo.
Por otro lado, como los propios autores del estudio reconocen, no se puede atribuir todo el riesgo directamente al pollo. Es posible que las personas que consumen mayores cantidades de carne, incluida la de pollo, tengan también estilos de vida menos saludables. Estos pueden incluir un menor nivel de actividad física, un mayor consumo de alimentos ultraprocesados o una menor ingesta de frutas y verduras.
Por tanto, el pollo no sería el único responsable, sino parte de un patrón alimentario más amplio que debería analizarse con más detalle. De hecho, no se hallaron indicios de que el pollo fuese cancerígeno o tóxico per se. Lo que sí apuntan otros estudios es que la forma de preparación del pollo cocinado a altas temperaturas como la parrilla podría justificar ese incremento.
La precaución de los estudios observacionales
La Organización Mundial de la Salud lleva años recomendando la moderación en el consumo de carne, aunque suele referirse específicamente a la carne roja y a la carne procesada. En esas categorías entrarían productos como el beicon, las salchichas o las carnes curadas, cuyo vínculo con distintos tipos de cáncer está más documentado. No en vano, se trata de una muestra pequeña en lo referida a la carne de pollo, asociada a un consumo muy elevado y en un estudio observacional, por lo que la fiabilidad no es la más precisa.

El pollo, en cambio, no suele figurar en esas alertas. De hecho, muchas guías dietéticas continúan incluyéndolo como parte de una dieta saludable, sobre todo si se consume sin piel y cocinado con métodos bajos en grasa. Este estudio no contradice esas recomendaciones, pero sí plantea la necesidad de contextualizar el papel del pollo en una dieta equilibrada.
Equilibrio entre el consumo de pollo y otras proteínas
En términos nutricionales, el pollo sigue siendo una fuente interesante de proteínas de alta calidad, con un contenido relativamente bajo en grasas, especialmente si se evita la piel. Además, contiene nutrientes esenciales como el fósforo, el selenio y vitaminas del grupo B. Por eso, en muchos planes alimentarios equilibrados, sigue figurando como una alternativa válida a otras carnes más grasas. Lo que este estudio invita a replantear no es la idoneidad del pollo en sí, sino la cantidad que se consume de forma habitual como respuesta a otro tipo de productos.
La clave, como en casi todo lo relacionado con la alimentación, parece estar en la moderación. Consumir pollo varias veces por semana puede formar parte de una dieta saludable, siempre que se complemente con vegetales, cereales integrales, legumbres y frutas. En este sentido, el estudio italiano no pretende demonizar el pollo, sino señalar los riesgos de un patrón de alimentación demasiado centrado en él.
Redistribuir la dieta, entendiendo los diferentes orígenes de las proteínas
Así, la lección principal no es eliminar el pollo del menú, sino aprender a distribuir mejor los alimentos en nuestra dieta. Diversificar las fuentes de proteína —incorporando legumbres, huevos, pescado o incluso opciones vegetales como el tofu— ayuda no solo a reducir riesgos para la salud, sino también a adoptar una dieta más sostenible.
La dieta mediterránea, por ejemplo, que sigue siendo el referente de salud pública en Europa, recomienda un consumo de carnes blancas moderado. Razón por la que prioriza alimentos de origen vegetal y pescado. Este enfoque, avalado por décadas de investigación, sigue siendo una guía fiable para quienes quieren cuidar su salud sin caer en extremos.