No es el calor, son tus hábitos: por qué hay alimentos que repiten más en verano
No responsabilices al gazpacho de ciertas rutinas que adquieres en vacaciones para absolver tus pecadillos

Un hombre tumbado boca abajo en un sofá. | ©Freepik
Estás tumbado en el sofá, intentando echar una cabezada en plena ola de calor. Fuera el sol castiga las persianas y dentro el ventilador apenas consigue mover el aire. Y, justo cuando crees que el sueño empieza a hacerte caso, notas cómo una sensación incómoda empieza a subir desde el estómago. No duele, pero tampoco te deja descansar: es esa especie de reflujo silencioso, una molestia sorda que recuerda demasiado a lo que has comido hace un rato.
Es posible que solo hayan pasado unas horas desde la comida, o incluso menos. Pero ahí está, ese regusto que insiste en aparecer, como un eco persistente de lo que has ingerido. Puede que sea el alioli de esas patatas a pie de barra, las sardinas a la brasa, o ese vermut que supo tan bien en la terraza. Da igual: lo que parecía haber terminado en la sobremesa vuelve a dar señales de vida, con la misma intensidad con la que el sol abrasa las calles vacías.
Y claro, acabas por culpar al verano. Al calor. A la humedad. A esa combinación que parece hacer que todo se vuelva más indigesto. Pero la verdad es que no es solo culpa del clima. Lo que hace que ese fantasma digestivo te ronde la tarde no es la estación del año, sino los hábitos que adquieres con ella. Porque no todos los veranos repiten igual, pero casi siempre, tú sí repites ciertas costumbres.
¿Por qué repiten los alimentos y por qué siempre son los mismos?
Cuando decimos que un alimento repite, en realidad estamos hablando de sensaciones digestivas posteriores a su ingesta: regurgitaciones leves, acidez, pesadez o un sabor que vuelve desde el estómago. No se trata de algo misterioso, sino de cómo responde tu aparato digestivo a ciertos ingredientes, formas de cocción o combinaciones. Y sí, hay alimentos que tienen más papeletas para dejar rastro.

Los culpables habituales suelen ser platos grasos, muy condimentados, picantes o ácidos. También aquellos que contienen ingredientes como ajo crudo, cebolla, embutidos o fritos. Estos alimentos, al requerir un proceso digestivo más largo y complejo, permanecen más tiempo en el estómago. Y cuanto más tiempo pasan ahí, más probable es que aparezca esa sensación de que suben.
Pero no todo depende de lo que comes, sino también de cómo está tu cuerpo en ese momento. Si has comido deprisa, si estabas estresado, si tu postura después de la comida ha sido tumbado o encorvado, tu sistema digestivo puede no funcionar al cien por cien. Además, factores como una menor producción de enzimas digestivas o un esfínter esofágico más relajado favorecen que los jugos gástricos suban.
Hay personas más propensas a que los alimentos repitan. Si tienes hernia de hiato, cardias incompetente, reflujo gastroesofágico o digestiones lentas, el verano puede parecer una temporada especialmente difícil. Pero de nuevo: no es el calor en sí lo que lo agrava, sino la forma en que vives las comidas durante esos meses. La fisiología tiene un papel, pero los hábitos lo multiplican.
No es el calor, ni el verano: es el hábito
Podrías pensar que el calor hace que la digestión se vuelva más difícil, pero no hay evidencia de que las altas temperaturas afecten directamente al proceso digestivo. Lo que sí cambia, y mucho, son tus rutinas: comes más tarde, comes distinto, y sobre todo, comes de otra manera. El verano transforma tus hábitos, y eso es lo que provoca que ciertos alimentos repitan más. O que te sienten peor algunas comidas que en otras ocasiones no molestan, generando incómodas gastritis, de las que hemos hablado en varias ocasiones en THE OBJECTIVE.
Comidas copiosas en terrazas, picoteos en chiringuitos, digestiones interrumpidas por baños en el mar o siestas mal planificadas. Todo esto contribuye a que el estómago se resienta. Además, los excesos de alcohol, café, refrescos y alimentos ultraprocesados aumentan la acidez y alteran el ritmo digestivo. El cóctel perfecto para una tarde incómoda.
También influye la postura que adoptas después de comer. Tumbarte justo después de una comida copiosa dificulta el vaciado gástrico y favorece que los ácidos suban por el esófago. Y lo haces más de lo que crees: en el sofá, en la toalla, en una hamaca… cualquier superficie sirve. Pero tu sistema digestivo necesita algo de ayuda para funcionar bien, y la gravedad no juega a su favor si te tumbas. Por eso, conocer cómo gestionar tu reflujo gastroesofágico es fundamental.
Otro factor relevante es la falta de atención a la comida. Durante el verano, las comidas rápidas, de pie o en ambientes ruidosos hacen que no mastiques bien, ni notes cuándo estás saciado. Todo esto ralentiza la digestión y aumenta la probabilidad de que ciertos alimentos repitan. No se trata solo de qué comes, sino de cómo y dónde lo haces.
Así que no, no es el gazpacho ni el boquerón. No es el calor ni el chiringuito. Es el conjunto de decisiones que tomas en torno a la comida durante el verano lo que crea el caldo de cultivo perfecto para esas digestiones pesadas. Cambiar ciertos hábitos puede marcar la diferencia entre una tarde tranquila y otra con regusto a alioli.