Magín Revillo: «Prefiero ver a Bildu en el Parlamento que ir de procesión a un funeral»
Después de vivir con pasión el periodismo en RNE, Magín Revillo bucea en la historia de Astorga (León), su ciudad
Lleva el periodismo en los genes y el primer olor que recuerda es el olor a tinta. Su bisabuelo fundó en 1904 El Pensamiento Astorgano y él, de niño, ya quería ser como su abuelo, que se echaba a la calle a primera hora de la mañana en busca de noticias. En el periódico familiar escribió Magín Revillo su primera crónica. Y a su historia de papel dedicó la tesis doctoral, cuando tuvo que dejar la corresponsalía de Radio Nacional en Washington por culpa de un ERE.
A Magín se le cruzó muy pronto la radio en su andadura periodística. Con un estilo propio, vivo, directo, casi telegráfico, impulsó una corriente de aire fresco en Radio Nacional. Abrió los micrófonos al sonido de la calle en las postrimerías del franquismo e inicios de una titubeante democracia. Fue el principio del cambio: el relevo juvenil a locutores de voz recia y engolada que leían El Parte.
Años ochenta. Todavía lo recuerdo cargado con una torre de cintas grabadas, camino de uno de los estudios de la Casa de la Radio. Con veintitantos años, ya dirigía y presentaba un informativo diario de una hora y antes había sido subdirector de España a las ocho, a las órdenes de Manuel Antonio Rico. A su abuelo aquellos inicios radiofónicos debieron parecerle una pequeña traición, la ruptura de la tradición familiar impresa, pero el disgusto dejó pasó al orgullo en cuanto alguien le confundió por la voz con el nieto.
En esta entrevista, concedida a Fuera de Micrófono, el periodista astorgano recuerda con cariño a Eduardo Sotillos —«el director que hizo la revolución pendiente en la radio»— y la ilusión contagiosa con la que trabajó en una etapa de incertidumbre y esperanza. Cuenta, por ejemplo, una entrevista que le hizo a Dolores Ibárruri, y la misteriosa desaparición de la cinta. O la noche que pasó en vela porque alguien, desde La Habana, le prometió que intentarían ponerle al teléfono a Fidel Castro.
Sin embargo, pasados los años, y cuando más disfrutaba de la corresponsalía de RNE en EEUU, le llamaron para decirle que tendría que cambiar de aires o acogerse a un ERE masivo diseñado desde fuera de la Casa de la Radio. Magín no oculta su disgusto, ni las palabras del director de entonces aconsejándole coger el dinero y salir corriendo.
Aquel no fue un día cualquiera. Fue un día triste. El día en que la radio pública silenciaba a una de las voces más queridas y reconocidas de los últimos cuarenta años.
PREGUNTA.- Fuiste la gran promesa de la radio pública. Con 28 años, ya dirigías y presentabas en RNE un informativo diario de una hora. ¿Fue fruto de la ilusión?
RESPUESTA.- Me imagino que sí. Yo descubrí la radio casi en pantalón corto. Llegué a Radio Nacional por la vía del Gabinete de Prensa y, cuando acababa de recortar las noticias que hablaban de la radio en los periódicos, salía corriendo a Informativos. En esas subidas y bajadas del Gabinete de Prensa a Informativos me fue entrando el gusanillo. También es verdad que he tenido muy buenos amigos y la suerte de caer de pie. Más que una promesa, era una especie de comodín en aquella radio que tenía que cambiar después del franquismo. Hasta entonces, usar el teléfono y salir a la calle no se estilaba. Quizá esa fue la suerte en la que creímos un grupo de gente un poco especial, que luego nos fuimos a reunir en lo que se llamó Informativos Especiales. A partir de ahí, se produjo una revolución. Primero, quitando las voces tradicionales y solemnes. Después, llegamos al micrófono, salimos a la calle, e incorporamos el sonido del teléfono y de la calle a la radio. Fue apasionante.
P.- Te recuerdo por los pasillos de la Casa de la Radio cargado de cintas, camino del estudio. Ahora, todas esas grabaciones apenas ocupan espacio en un ordenador.
R.- Ha sido un cambio espectacular. Sobre todo, tienes la posibilidad de bucear –algo que nosotros empezamos luego a hacer en 24 horas– en el archivo sonoro de Radio Nacional. Ese archivo es una caja fuerte. Te daba una solera y una tradición que nadie podía tener. El archivo sonoro ha sido uno de los distintivos de la casa. En RTVE hay un gran archivo sonoro, visual y biográfico que estaba muy poco explotado. Ahora, yo creo que se han dado cuenta de la riqueza que supone bucear en los archivos y saber que es la historia viva.
«Jubilar a la gente con 52 años, como hizo RTVE, es una locura»
P.- Tú, de alguna forma, perteneces a esa historia viva.
R.- No. Estoy jubilado y, además, me jubilaron de muy mala manera.
P.- Con aquel ERE de RTVE, os fuisteis a casa 4.000 personas. ¿Se cargaron el talento y la experiencia?
R.- Se cargaron la empresa. Esa empresa, que es de todos, murió porque quizá los intereses de un grupo determinado, dentro del partido que estaba en el Gobierno, quería hacer otra cosa de ella, algo diferente. Y lo han conseguido. RTVE perdió lo que era inigualable; sobre todo, una masa intelectual fuerte. La mejor gente que podía haber en la radio y en la televisión. Jubilar a la gente con 52 años es una locura.
P.- Cuando se aprobó aquel ERE, tu estabas de corresponsal de RNE en Estados Unidos.
R.- No me enteré. Pero, tengo que decir, en favor de quienes estaban allí, que me dijeron: «bueno, si te quedas, no pasa nada; te puedes quedar, mientras estemos nosotros aquí». Como ya sabes que en los pasillos de esa casa hay dimes y diretes, se rumoreaba que le habían ofrecido mi puesto a otra persona y que había interés en que yo me moviese de Washington, primero a Roma, luego a Bruselas. Ya había voces por ahí. Y la verdad es que como no me enteré… En una reunión con el director, cuando ya aquello no tenía mucha razón de ser ni de existir, la mejor recomendación que me dio el director de RNE fue: coge el dinero y corre.
P.- Y te fuiste corriendo a Astorga.
R.- No. Todavía me quedé un tiempo en Washington. De hecho, mi mujer (Nuria Guitart) sigue estando allí.
P.- En 1992, con Nuria, te inventaste el magacín de fin de semana No es un día cualquiera, programa que sigue todavía en antena.
R.- Y también me inventé el título. Me casé con Nuria en 1990 y nos cogimos un año sabático, que fue el mejor de nuestra vida. Volvimos a la radio de casualidad. Vivíamos en Cataluña, y un día llamaron de Radio Nacional para ofrecerme hacer la tarde del sábado. Finalmente, me dicen: «mejor haces el fin de semana y le damos una colaboración a Nuria». A partir de ahí, hicimos ese dúo durante siete años. Resultó bastante bien, hasta que Javier Martín Domínguez y Luz Rodríguez me dijeron: «tienes que probar lo de corresponsal». Como Nuria estaba deseando irse de España, acabamos en la corresponsalía de Washington. Ese fue uno de los momentos más alucinantes de la profesión.
«Nací para oler tinta. Lo de la radio ha sido una anécdota»
P.- Eres la cuarta generación de periodistas de tu familia. Tu bisabuelo fue el fundador de El Pensamiento Astorgano y creciste rodeado de periódicos.
R.- Nací para oler tinta. Por eso lo de la radio creo que ha sido una anécdota.
P.- ¿Una traición a tus antepasados?
R.- Sí. Una verdadera traición que he tenido la suerte de perdonarme haciendo, precisamente, un estudio exhaustivo sobre El Pensamiento Astorgano. Yo volví a España, y más concretamente a Astorga, para hacer la tesis doctoral sobre ese periódico familiar, fundado por mi bisabuelo en 1904. Después, siguió mi abuelo y mi padre, hasta que se cerró en 1979. Desde 1904 hasta 1979, fíjate la cantidad de grandes cosas que pasaron. Hay una tradición. Mi padre ya escribía en ese periódico y yo publiqué en esas páginas mi primera crónica. Fui el enviado especial de El Pensamiento Astorgano al Festival de Cine de San Sebastián. Para mí, era como un debe. Todos decían: tenemos la historia de Astorga escrita y nadie hemos sido capaz de leerla. Con lo cual, ya puedo presumir de que he sido el primer Revillo que ha leído los 75 años largos de ese periódico. Además, me lo he pasado muy bien.
P.- ¿Tenías ya claro de pequeño que seguirías la senda marcada por tus predecesores?
R.- Yo de pequeño ya decía que quería ser periodista y cura. Lo de cura se me ha torcido un poco, pero lo de periodista creo que ha salido bastante bien. Lo más glorioso de mi existencia es haber visto la emoción de mi abuelo. Sobre todo, haberse sentido orgulloso porque decía que la gente le confundía conmigo. Tuvo un accidente en Alicante, cuando yo estaba haciendo el informativo 24 horas, y fuimos a verle mi padre y yo. Lo más divertido y lo más extraordinario que me ha podido suceder en la vida es que mi abuelo, en la cama todavía –le había atropellado una moto-, me dice: «¿Sabes?, estoy orgulloso porque me confunden contigo; creen que soy yo el que habla en la radio». Aquello me sigue llegando todavía al corazón.
«Eduardo Sotillos hizo la revolución pendiente y trajo aire fresco a la radio»
P.- Cuando empezaste en la radio, había una separación clara entre Informativos y Programas, pero en tu trayectoria se combinaron las dos cosas.
R.- Creo que no hay que hacer esa diferencia. Eso se lo debemos a un hombre que acaba de dejarnos, Fernando Delgado, y a Eduardo Sotillos. Para mí, son dos referentes. Dos directores que quisieron, desde un principio, dejar de matar. Acabar con esa diferencia que había y que nos hacía pequeños. Esa diferencia entre información y entretenimiento. Impulsaron programas ómnibus en los que podía casarse perfectamente lo que era la diversión, la opinión y la información pura y dura. Yo me he sentido muy a gusto, tanto en un sitio como en otro. Pero, sí he de confesar que mi mayor alegría ha sido poder dar una crónica improvisada, de un minuto, conduciendo un coche, camino de las Montañas Rocosas (EEUU). Esa facilidad para improvisar te la daban los programas y te la quitaban los informativos. Poder casar las dos cosas –que tú puedas contar una noticia con su lid, con su trascendencia y en un minuto– te lo da la experiencia del aquí te pillo y aquí te mato. Las prisas. El hay que contarlo ya. No hace falta esperar a que venga otro compañero de informativos para contarlo en tu programa. Ese fue el gran punto en el que la radio hace su explosión. Yo siempre digo que he tenido la suerte de contar con un espía en EEUU, Javier Martín Domínguez. Luego, cuando llegué a EEUU, me di cuenta que hay que copiar de la tele en la radio. Allí la radio se fabrica con la imagen. Hay más ruidos. Lo que yo llamo entrevista fonológica. Se hacen las entrevistas y los reportajes con sonido. Si te están explicando cómo se pesca un tiburón, oyes al tiburón. La inmediatez en EEUU la hace la televisión.
P.- ¿No crees que a la radio le cuesta innovar, que va por detrás de los cambios sociales y tecnológicos?
R.- Yo creo que a la radio le han sentado muy bien las aportaciones de las redes, la noticia rápida, en directo, fresca, o los podcast. Y el poder elegir. Cuando hacía las mañanas yo no podía escuchar 24 horas, porque a las seis de la mañana tenía que estar diciendo: «Hola, buenos días». Eso es una gran ventaja: que tengas un aparato en el que esté metida toda la radio, a cualquier hora y casi a la carta. Lo que Eduardo Sotillos quería hacer con La radio es suya: que la gente nos pida lo que quiere escuchar.
P.- En Radio Nacional conociste a diferentes directores, pero tu debilidad es Eduardo Sotillos.
R.- Eduardo Sotillos hizo la revolución pendiente en la radio. El franquismo nos había conducido a una radio acartonada. Como te decía antes, hubo una revolución de gente joven, y nos dejaban cambiar las cosas desde dentro. Creo que Eduardo Sotillos hizo ese camino: el eslogan de «La radio es suya», la radio en cualquier lugar y la radio en la calle… Ahora, cuando dicen: hemos inventado esto o lo otro. No. Eduardo ya lo hizo. Eduardo Sotillos trajo ese aire fresco que le hacía falta a la radio. Pienso que todavía está por venir alguien que revolucione lo que hay ahora. Alguien que diga: ¿cuál es el enganche o cuál es la manera? Estamos celebrando los cien años de la radio en España y, afortunadamente, no nos la han apagado.
P.- ¿Es cierto que dormiste en un estudio de RNE, esperando la llamada que te habían prometido de Fidel Castro?
R.- Eso demuestra la ilusión que había en aquella casa. Antes de esa llamada, hubo otra parecida a Dolores Ibárruri. No había horario. Eso era una de las premisas que teníamos mucha gente de allí. Me imagino a Antonio Peiró, Charo Mostaza, Luis de Benito, Luis García Flores… Gente que estábamos locos, que no mirábamos al reloj. Lo único que yo decía, y que se reían mucho de mí, es: «¿Qué hacemos esta noche?» Aquella noche que mencionas yo quería hablar con Fidel y me decían que podría hablar con él. Que estaba fuera, pero que volvería. Yo lo esperaba y llegue a dormir esa noche en el estudio.
P.- Esa exclusiva no fue posible, pero sí la de Dolores Ibárruri.
R.- Después de que Alejo García se atragantara anunciando la legalización del Partido Comunista, nosotros, en el programa Siete días, teníamos que hacer algo distinto. Así que yo dije: «Vamos a intentar hablar con Dolores Ibárruri». Entonces, tú no buscabas un teléfono; tú llamabas a Telefónica y salía una señorita a la que le decías: «necesito una conferencia internacional, quiero hablar con Moscú, con Dolores Ibárruri». Esa fue la manera como yo contacté con ella. Luego, claro, dijeron que yo era comunista. Le hice tres preguntas. Fue una entrevista blanca, tierna y dulce. Pero, era comunista. Y, cuál sería mi sorpresa que, al ir a recoger la cinta de la entrevista que había dejado en el control de sonido, me dijeron: «Ha venido un señor y se la ha llevado». Pensamos que habría sido alguien del CESID (ahora CNI). Una semana después, apareció la entrevista.
P.- ¿Escuchas mucho la radio?
R.- Poco. Tengo que ser sincero y decirte que escucho muchos podcast y veo mucha televisión. Me pongo nervioso cuando escucho ahora la radio. Digo: eso yo no lo haría. Así que he decidido no pegarme esos sofocones. Me da la impresión de que se está abusando mucho de la opinión, en detrimento de la información. Eso me molesta.
P.- En tus tiempos apenas había tertulias.
R.- Ahora hay tertulias a todas horas. En algunas emisoras es un vicio confundir la información con la opinión. Primero, me informen y después opinen, que yo ya apago porque tengo mi propia opinión. Esa manera de combinar continuamente la información y la opinión no me gusta. Me pongo muy nervioso, porque, al final, tampoco me están dando una buena información. Ese es mi debe a la hora de poner la radio.
P.- La transición a la democracia que tú viviste está siendo cuestionada por los que no la vivieron.
R.- Sabes qué te digo: que me parece muy bien. Me recuerda muchas veces las comparecencias de estos otros señoros que hablan de lo que hicieron, sin darse cuenta que la juventud que tenemos vale un potosí. Y no lo digo por quedar bien, sino porque son los que van a cambiar este país, como hicimos nosotros. Estar siempre mirando atrás, y mirándonos el ombligo, no ayuda. No ayuda a esta gente que está queriendo cambiar España. A mí me gusta mucho que haya debate entre los jóvenes sobre amnistía o no amnistía, independencia o no independencia, nacionalismos o no nacionalismos. Estamos en otro tiempo, y no creo que les ayudemos diciendo cómo hicimos la transición. Es verdad que podemos dar un ejemplo, una notita de color. Aquello no fue la repanocha, igual que la radio que yo pude hacer tampoco fue la repanocha. Fue lo que correspondía a aquel tiempo y hay que dejar, en este tiempo de ahora, que hagan lo que están haciendo. Sin denigrar el trabajo de los políticos de hoy. Yo me canso de escuchar que estos políticos son tal o cual. No, no. Estos políticos son igual que los que tuvimos entonces. No creo que haya gran diferencia. Valoro también la locura de hacer un gobierno como el que ha tenido que hacer el señor Pedro Sánchez. Pues, quizá esto, si ustedes tienen memoria y hacen historia, es la primera vez que pasa en España, porque antes había un bipartidismo. Y no estoy hablando sólo de ahora, sino del siglo XIX.
«Me preocupan más los separadores que los separatistas»
P.- ¿No es arriesgado dejar el futuro de nuestro país en manos de grupos que no creen en España?
R.- Para mí, no. Además, hay que discutirlo y hablarlo. Prefiero que estén ahí, a que estén tirando tiros en el monte. ¿Esa historia está superada o no está superada? O vamos a seguir diciendo que Bildu es un partido terrorista. Bildu está en el Parlamento porque hay detrás una gente que le apoya. Serán jóvenes, viejos, mayores. Prefiero eso que ir de procesión a las cárceles o de procesión a un funeral. Hay que estar muy orgullosos de lo que hemos llegado a conseguir, pero no porque hiciéramos la transición. No. Orgullosos de lo que está haciendo hoy un gobierno, de lo que hizo el anterior… Es la suma de muchas cosas. ¿Hizo mal Rajoy por dejar que lloviese en Cataluña? ¿Hizo bien el señor Zapatero porque quiso un Estatuto? No. Es el momento. Y es con ese momento, y no con nuestra cabeza y con nuestra historia, con lo que tenemos que juzgar el presente. Vivir más el presente y tirar de España para adelante. Que hay separadores… A mí me preocupan más lo separadores que los separatistas. Vengo hoy de una ciudad leonesa y el otro día le planteaba a un catalán independentista lo siguiente: ¿tú has pensado que, si hacéis un referéndum en España, habría también mucha gente que votaría que os vayáis a la mierda? ¿Habéis pensado en eso? En Astorga me dicen: si hay un referéndum, igual les echamos. ¡Madre de Dios!, hasta dónde hemos llegado.
«Somos un país cainita y nos devoramos los unos a los otros»
P.- ¿Desde EEUU, se ve España de otra manera?
R.- Hoy EEUU está peor que España, en lo que es confrontación ideológica y forma de vivir. El populismo que encarna Trump, un señor que prácticamente mandó a sus huestes contra el Capitolio –la institución más sagrada que puede haber en los EEUU- no existe en España. Cuando estábamos en la radio, éramos los más críticos con nosotros. Somos un país cainita. Nos devoramos los unos a los otros como deporte nacional. Yo quisiera que en España tuviésemos la elegancia de decir sí a cualquier proyecto. Sea de la derecha, de la izquierda, del centro o de los nacionalistas separatistas. Decir sí: vamos a probarlo. Eso lo hacen en EEUU en la vida cotidiana. Y no entro en política. Si Javier del Castillo me dice que quiere hacer en su programa una historia, yo, director, le diría: adelante. Hazlo. Aquí no. Aquí suele ser al revés. Eso no, que no funciona.
P.- ¿A quién querías parecerte, cuando empezaste en este oficio de periodista?
R.- Te vas a reír. Yo quería ser como mi abuelo. Mi abuelo era singular. Imagínate, ser periodista en una ciudad de diez mil habitantes, en donde veías a un señor que se levantaba y ya estaba en la calle preguntando. Se metía en todos los sitios. Iba primero al Ayuntamiento, después al Palacio del Obispo, a los Juzgados… Y con eso se hacía un periódico de cuatro páginas. Era milagroso. Hacía el sólo el periódico y encima era pobre. Perdía dinero haciendo el periódico, pero sacaba de aquí, de allá. Yo creo que expolió todos los bienes de la mujer, pero ahí quedó la historia de Astorga contada por mi abuelo. Era mi referente. Yo quería ser como el abuelo. Luego, evidentemente, tienes también tus ídolos. Al primero que vi nada más llegar a la radio fue a Eduardo Sotillos. También estaba por allí Lalo Azcona. En la prensa, me hacía mucha gracia Pedro Rodríguez y La Colmena. Luego, conocí a otro Pedro Rodríguez, que no era igual. También admiraba a Miguel Ángel Aguilar cuando estuve en Diario 16. Esos eran mis referentes.
«Mi bisabuelo era un meapilas convencido que casi cantó misa»
P.- ¿No es un contrasentido hablar de futuro en EEUU, con dos candidatos presidenciales de 77 y 81 años?
R.- Retirarse a tiempo es una de las asignaturas pendientes. Los españoles y los americanos somos diferentes hasta en eso. Frente a los jóvenes españoles están los carrozas que dicen: estos jóvenes no tienen ni idea. Es complicado. En la radio haces un recorrido y dices: si yo podía estar ahí. Si a mí no me hubieran echado, si no hubieran echado a más de cinco mil trabajadores de RTVE, yo podía estar todavía ahí.
P.- Salvo un paréntesis en Telemadrid, siempre defendiste los colores de RNE. ¿No te agradecieron tanta lealtad y fidelidad?
R.- El ERE no lo hicieron en la radio. Lo hicieron fuera de la radio. No creo que los intelectuales del ERE estuvieran en la radio. Casi me atrevo a decir que tampoco estaban en el Gobierno. Eso sí que es grave. Que ese grupo de influencia, que tenía en su cabeza un diseño para la radio y televisión pública, fuera capaz de imponer su criterio, frente a lo que era un beneficio del Estado, es muy triste. No voy a decir nombres, pero algunos se han aprovechado, por las conexiones que tenían con aquel Gobierno. El acabose fue cuando dejaron que la publicidad desapareciera. Estás vendido. Para saber lo que ocurrió, siga usted la pista del dinero. ¿A quién ha favorecido el que una empresa pública se descapitalizara para beneficio de otros? Siga usted la pista del dinero. Pedro Solbes me prometió, cuando iba a reuniones del FMI, que algún día me lo contaría. Porque él tampoco comulgaba demasiado con una radio pública despelotada, como se quedó, y como yo creo que desgraciadamente sigue estando.
P.- ¿Qué haces ahora, un día cualquiera, en Astorga?
R.- No paro. Una vez que te quitas de la primera línea de combate, descubres otras cosas. Yo descubrí lo que es bucear en los archivos, investigar. Me paso muchas mañanas en el Archivo Diocesano de Astorga, que es donde se encuentra la colección completa de El Pensamiento Astorgano. Ahora estoy leyendo, porque me parece apasionante, el Boletín Episcopal del Obispado de Astorga.
P.- Ponerle a un periódico el nombre de Pensamiento, es como reivindicar algo de lo que no estamos muy sobrados. ¿Qué se le pasaría a tu bisabuelo por la cabeza cuando eligió ese nombre?
R.- Mi bisabuelo era un meapilas convencido. Casi cantó misa. Entonces, yo creo que el Pensamiento responde a esa ola episcopal que sigue todavía entre las rendijas de la ciudad de Astorga. Al igual que su colega, La Luz de Astorga, era un periódico católico. A mi abuelo, poco antes de que llegara la democracia, le dieron el Premio Bravo (convocado por la Conferencia Episcopal Española), como reconocimiento a que la cabecera del periódico llevaba como sobrenombre Periódico católico.