THE OBJECTIVE
Fuera de microfóno

Carlos Dávila: «Vox ha nacido para jorobar al PP»

Con muchos años en el oficio, el veterano periodista Carlos Dávila hace un diagnóstico de lo que está pasando

La medicina perdió la batalla frente al periodismo, pero utiliza el bisturí con destreza. Cual cirujano en ejercicio. Y si ve algo que no le gusta, corta por lo sano. Es como es, y presume de no engañar a nadie.

Entre los años 1996 y 2004, siendo tertuliano en las mañanas de Radio Nacional de España y director del programa de entrevistas El tercer grado, en La 2 de TVE, su cabeza estuvo en el punto de mira de la oposición socialista. Lo intentaron, dice, por tierra, mar y aire.

Carlos Dávila todavía recuerda lo mal que se lo hicieron pasar en aquella etapa. «Era la persona a batir, pero no lo consiguieron», afirma en Fuera de Micrófono. Curtido en mil batallas, no elude ninguna pregunta y diagnostica la situación de nuestro país de «UCI irreversible, con un médico (Sánchez) que, en lugar de aliviar el dolor, lo aumenta».

Durante su dilatada trayectoria, Dávila ha visto de todo. Bueno y malo. En Abc le pidieron que echara mano de sus conocimientos médicos para interpretar los partes que precedieron a la muerte de Franco. Luego, siendo cronista parlamentario del diario monárquico, el 23 de febrero de 1981, se cruzó por un pasillo del Congreso de los Diputados con el teniente coronel Tejero, irrumpiendo en el hemiciclo con una pistola. Esos recuerdos ayudan a comprender ciertos temores del entrevistado.

A este cronista de la actualidad le gustaban más las tertulias de los años ochenta que las de ahora. También hay cosas que no logra entender. Por ejemplo, la división actual en la derecha —«Vox ha nacido no contra el Partido Socialista, sino contra el Partido Popular»— y la manía que tienen los dirigentes del PP en darse tiros en el pie y patadas en el trasero, aunque Dávila prefiere utilizar el sinónimo de tafanario. «La desunión de la derecha —proclama— ha propiciado que un arribista sin escrúpulos, llamado Sánchez, esté en el poder en estos momentos».

Unas veces con pinceladas suaves y otras a brochazo limpio, Carlos Dávila dibuja una España a la deriva. Un España a merced de sus enemigos. Y con una sociedad adormecida, incapaz de reaccionar ante lo que está pasando.

Dice que su mejor entrevista fue la que le hizo a Camilo José Cela unos meses antes de su fallecimiento. También dice que «la crónica es la madre del periodismo». Y otras muchas cosas que, seguramente, no van a dejar indiferentes a sus más enconados adversarios.

PREGUNTA.- Estudiaste Medicina, pero la dejaste a un lado por el periodismo.

RESPUESTA.- Cuando estaba en tercero de Medicina, hicieron una convocatoria de ingreso en la Escuela Oficial de Periodismo y yo dije: «Voy a probar». Aprobé, me metí en la Escuela Oficial de Periodismo y me pilló el gusanillo. Yo había escrito mucho, había conseguido algún premio de redacción en el colegio, así que me lie con aquel tema. Dejé la Medicina en segundo plano, pero conseguí acabar la carrera. Incluso hice algún curso de Psiquiatría.

P.- Como médico, y también como periodista, ¿qué diagnóstico haces de la situación que vive España en estos momentos?

R.- UCI irreversible. De las UCI también se sale. Conozco a alguna persona que ha tenido un aneurisma cerebral, que antes te llevaba directamente al pijama de madera, y está saliendo adelante. Las UCI ahora mismo son reversibles, pero la UCI de España está en manos de un médico que, en lugar de aliviar el dolor, lo aumenta. Intenta que la gente se muera en la UCI. Estamos en una España patrimonializada por una persona que tiene como objetivo permanecer en el poder. No habla de España, no habla de nada. Hay acontecimientos tan terribles como el vil asesinato de dos guardias civiles en Barbate, y el presidente del Gobierno se larga a la Gala de los Goya, en Valladolid, vestido con un chaqué de alquiler, a hacer risas con Pedro Almodóvar. Pero es que al día siguiente se marchó a una presentación de moda. Es decir, él está a lo suyo. No le importa más que lo suyo. Y está dispuesto, absolutamente, a pasar por lo que sea, con tal de permanecer en la Moncloa. Por tanto, vuelvo a repetirte, UCI irreversible.

El periodista Carlos Dávila. | Víctor Ubiña

P.- Algunos observadores señalan que todo empezó con Zapatero. Tu escribiste un libro, junto a Isabel Durán, que se tituló La gran revancha de Zapatero, sobre sus abuelos.

R.- Nos persiguieron por tierra, mar y aire. Hasta el punto de que la Editorial Planeta, que se había comprometido con nosotros, cercó la edición en un determinado momento y dejó de vender el libro. Porque nosotros descubrimos que la muerte del abuelo de Zapatero, que él la vendía porque era un rojo irredento y masón, enfrentado al franquismo, era mentira. El abuelo era un agente doble al que, si no lo hubieran matado los nacionales, lo hubieran matado los rojos. Porque ese es el destino de casi todos los agentes dobles. Luego, yo intenté durante mucho tiempo entrevistarle y no se dejó. Zapatero no hablaba con nadie que no fuera de su parsimonia personal. Yo creo que, en estos momentos, es la segunda o tercera persona con más poder en España. El primero es Sánchez, el segundo, José Miguel Contreras, y el tercero, Zapatero, al que todo el mundo le llama ya Largo Zapatero.

«Federico Jiménez Losantos debería estar en la Academia de la Lengua»

P.- Como periodista de la Transición, ¿qué les dirías a quienes opinan que aquello fue un apaño?

R.- Cada vez que hablo de esto, tengo la sensación que estoy contando las novelitas del abuelo. Y esto no es nostalgia de abuelo, ni nostalgia de nada. Es volver a lo que ha sido durante muchos años la historia de España. No ha habido en los últimos siglos una etapa de la historia de España tan importante como la vivida a partir de 1975, tras la muerte de Franco. Yo estaba en ABC y me encargaron, nada más y nada menos, que la interpretación de los partes clínicos de Franco. Unos partes que eran absolutamente ilegibles. Conseguir que los lectores entendieran que Franco estaba muriéndose a chorros era un poco difícil. Luego fui jefe de la sección Cultural y Científica de ABC y de ahí, cuando se marchó Pedro J. Ramírez a otro periódico (Diario 16), me encargaron la crónica política. Aterricé. Y yo, cuando aterrizo, aterrizo con las cuatro ruedas.

P.- Más adelante te fuiste, con Pedro J. ya de director, a Diario 16.

R.- Allí coincidí con José Luis Gutiérrez y Federico Jiménez Losantos, con el que compartí despacho. Por allí pasaron enormes periodistas. Tanto en ABC como en el Grupo 16, yo he conocido a maestros del periodismo. Me pringué con ellos; hice una especie de maniobras osmóticas para entender bien lo que estaba pasando y aprendí una barbaridad. Después, tuve dificultades de entendimiento con alguno de los jefes del periódico y me marché en cuando pude. Pero no reniego de aquella situación. Ni muchísimo menos. Porque conocí a gente como Federico Jiménez Losantos, que me parece uno de los maestros de la cultura española. Un hombre que debería estar, sin duda, en la Academia de la Lengua (RAE).

P.- Viviste el 23-F muy de cerca. ¿Qué recuerdas de la entrada de Tejero en el Congreso de los Diputados?

R.- Yo estaba dentro del Congreso. Entonces había menos periodistas acreditados que ahora. Del ABC estábamos dos: Pilar Urbano, que hacía una crónica que se llamaba Hilo directo, y yo, que hacía la crónica política. Creo que fui el primero, o el segundo, que vio entrar a Tejero por aquel salón que llaman de los pasos perdidos. Entró este bárbaro, pegó dos tiros al artesonado y dijo: «En nombre del capitán general Milans del Bosch». Eso lo tengo escrito en ABC. Y, por tanto, es así. Vivimos unas horas de penuria. Nos sacaron de allí como si fuéramos personas estabuladas, no como periodistas, y yo lo que recuerdo con horror son los ocho segundos del tiroteo. Mucha gente dice que Tejero y sus huestes no quisieron matar a nadie. Puede ser, pero pudieron matar a alguien. Eso no se me olvida. Aquello fue un golpe a la bárbara. Como me decía uno de los que lo urdieron desde el Centro Nacional de Inteligencia (entonces CESID), el golpe de Tejero frustró otro golpe: el golpe de timón, con Tarradellas declarando que había que cambiar. Como decía el rey (Juan Carlos I): si Suárez no cambia, hay que cambiar a Suárez. Y eso es lo que se pretendía. Entonces, llegó un espadón clásico del siglo XIX, el general Armada, y se rodeó de colaboradores más o menos comprometidos. A veces, los periodistas no entendemos los mensajes que se nos mandan. Yo recibí, siete u ocho días antes del golpe, a un amigo mío –que era del CESID, con toda seguridad– y me estuvo hablando de la situación de España. Entonces, yo le hice una pregunta inocente, trivial, baladí: «¿Y esto como se arregla?». Y me contestó: «Con un general». No entendí la trascendencia de aquello, pero no me estaba anunciando solamente eso, sino que a continuación me dijo: «Hay muchos periodistas que lo saben y están comprometidos con esto».

«La derecha se pega siempre tiros en el pie y patadas en su tafanario»

P.- Cuando observas las exigencias de Puigdemont y del independentismo catalán, ¿tienes miedo por los avances democráticos ya conquistados?

R.- No tengo miedo, tengo terror. Tampoco quiero hacer ninguna referencia cronológica, para que no se nos vaya de la mano el dietario, pero, cuando esta entrevista se publique, la amnistía podría estar aprobada. Inmediatamente después de que sea aprobada y se publique en el BOE, se agilizará alguna iniciativa determinante. Se planteará una cuestión judicial previa ante el Tribunal Superior de Justicia Europeo. Eso no paraliza la amnistía, pero sí la aplicación de la amnistía. Te puedo decir que el Tribunal Constitucional está encantado con que se recurra la amnistía al Tribunal de Justicia Europeo, porque así no se tienen que mojar ellos. Estos días recibía una información que me dejaba absolutamente estupefacto. De los 11 miembros del Tribunal Constitucional, ocho —incluido su presidente, Conde-Pumpido— están conceptualmente en contra de la amnistía. Ocho. Están rezando para que la patata caliente no les llegue a ellos y se sustancie en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que es un tribunal absolutamente aséptico, con juristas de reconocido prestigio. Allí no hay políticos que meneen el rabo. Mientras eso no se resuelva, y puede durar 16 meses, Sánchez seguirá haciendo lo que le dé la gana. Le da igual que las elecciones le vayan bien o mal, la oposición, las movilizaciones en la calle, los juristas… Porque él lo que no domina lo desprecia.

P.- ¿Es cierto que el Gobierno domina la propaganda, mientras la oposición da muchos pasos en falso?

R.- Yo llevo muchos años denunciando que la derecha no es la derechona, que se decía en tiempos de Fraga, sino la derechorra. Porque es tonta. Se pega siempre tiros en el pie y patadas en su propio tafanario. La desunión de la derecha propicia que este arribista sin escrúpulos, que se llama Sánchez, esté en el poder en este momento. La división entre la derecha y lo que podemos llamar la ultraderecha también favorece que estos sigan en detentando el poder; un verbo, detentar, que significa ocupar masivamente y de una forma torticera el poder. La derecha se comporta en las campañas electorales de forma homicida contra sí misma. No se entiende. Es mentira que este país sea de izquierdas. Eso sí, no es de derecha o de centro desunido.

P.- Vox tampoco ayuda a que el Partido Popular pueda recuperar el poder.

R.- Voy a ser muy claro, aunque me insulten en las redes sociales. Vox ha nacido no contra el Partido Socialista, sino contra el Partido Popular. Lo tienen absolutamente claro. No hay cuña peor que la de la misma madera, dice el refranero castellano. Y estos son, casi todos, provenientes del PP. Ahora se ha hecho con la dirección de Vox un conglomerado que viene de una secta ilegal que se llama El Yunque. El Yunque es la ultraderecha católica que quiere salvar a España. Dicen que van a instituir el reino de Dios en España. Imagínate el alcance que tiene esto. Vox no solo ha nacido para jorobar al PP, sino para que todo el espectro político de la derecha se comprometa a tener sus mismas ideas. Conmigo que no cuenten.

«El Yunque es quien está manejando ahora a la ultraderecha española»

P.- Fuiste director editorial del Grupo Intereconomía —además de director del periódico La Gaceta—. ¿No fue en ese grupo editorial donde se gestó la formación política que lidera Santiago Abascal?

R.- Alejo Vidal-Quadras es un verso suelto. Allí estaban Kiko Méndez-Monasterio, que ahora es el principal asesor de Santiago Abascal, Ignacio Hoces, Gabriel Ariza (hijo de Julio Ariza)… Estaban todos allí, manejando un producto que no sabían cómo manejarlo. Intentaban hacer una publicación con la que yo no estaba nada de acuerdo. Por eso, al final, me fumigaron. Es cierto, lo dices bien, que de ahí surgió esta pléyade de gente que ha ocupado el poder dentro de Vox y luego ha expulsado a Olona o a Espinosa de los Monteros, por ser liberales y de centro. Ese Yunque, atípico en una democracia liberal, no solo quiere destrozar a quienes no piensan como ellos, sino ocupar el poder directamente. El Yunque es quien está manejando ahora a la ultraderecha española.

P.- Has participado en diferentes tertulias y programas de radio. ¿Cómo recuerdas La Espuela, una de las primeras tertulias radiofónicas?

R.- Era una tertulia dirigida por Alejo García, en la que interveníamos Ramón Pi y yo. El nombre de La Espuela se le ocurrió a Ramón, y se emitió primero en la Cope y luego en Cadena Ibérica. Ramón Pi justificó ese título de la siguiente manera: la espuela, en lenguaje figurado y doméstico, es la última copa. El nombre, por tanto, era muy apropiado por la hora en que nosotros empezábamos a hablar. Tuvo mucho fundamento, trayectoria y audiencia. Sin embargo, en la Cope se la cargaron. Se la cargó un tontolaba porque, en su opinión, las tertulias eran un género absolutamente obsoleto. Año 1987. Te da la risa cuando ves cómo han evolucionado y proliferado las tertulias. La Espuela fue la segunda tertulia de radio, después de La Trastienda (Ser). Alejo tenía la prestancia de locutor antiguo, Ramón era ingenioso y yo me trabajaba la calle y aportaba la información. Pese a ser un trío, nos llevábamos bastante bien.

«Entre 1996 y 2004, yo era la persona a batir. Lo intentaron, pero no lo consiguieron»

P.- Entre 1996 y 2004, trabajaste en RNE y TVE. ¿Recuerdas cuántas veces pidieron tu cabeza los socialistas?

R.- ¿Sabes qué pasa?, que yo no engaño a nadie. Tú me has llamado y yo estoy diciendo aquí lo que me parece. A mí, cuando me contratan, saben qué producto vendo. Le puedes poner el adjetivo que quieras, pero es mi producto. No soy capaz de vender otro. Yo en Radio Nacional lo pasé muy mal, aunque tuve tres directores —Carlos Herrera, Julio César Iglesias y Antonio Jiménez— que no sólo me daban cobertura, sino que me animaban. Había mucha presión de los sindicatos, perfectamente ideologizados. Aquello era tremendo. No eran periodistas, eran enviados especiales del poder. Trataban de fiscalizar todas las tertulias y opiniones. Y yo era la persona a batir. Lo intentaron, pero no lo consiguieron.

P.- A pesar de tu insistencia, nunca conseguiste entrevistar a Zapatero en El tercer grado. ¿Se ha extendido la costumbre de elegir a los entrevistadores?

R.- Eso lo inauguró Zapatero. Yo he hecho miles de entrevistas, en radio, prensa y televisión y me quedo con una frase que decía Camilo José Cela: «Las entrevistas tienen que cobrarlas el entrevistado». Yo hacía el Tercer grado en plan crónica, como todo lo que yo hago. La crónica es la reina madre del periodismo. Porque yo lo que quería en las entrevistas era información. Entrevisté en los años del plomo a gente muy perjudicada por ETA y tuve que llevar durante doce años escolta.

P.- ¿Qué invitado te sorprendió o te impresionó más?

P.- Mi mejor entrevista y la más divertida se la hice a Camilo José Cela. Fue la última entrevista que se le hizo. Se la hice a finales de noviembre y murió en enero. Cela estuvo brillante. Acababa de presentar sus memorias —Memorias, entendimientos y voluntades— y contó cómo había sido él. Salí encantado del plató. Otro personaje que me encantó fue Alfredo Di Stéfano. Era muy receloso de los periodistas, muy contrario a aparecer en televisión, pero conseguí, después de mucho tiempo, que viniera al plató. Llegó con un mal humor y una mala leche increíbles porque le habían obligado a venir. Entonces, a mí alguien del Real Madrid me dijo: «Ponle un wiski». Y no le puse uno; le puse dos. Fue una entrevista para recordar. Por ejemplo, contó su secuestro en Caracas. Dijo que cuando le secuestraron veía perfectamente las caras de los secuestradores, porque ni siquiera se tapaban la cara. Cuando le liberaron, hicieron una rueda de prensa y resulta que el secuestrador era uno de los periodistas que estaban allí. Tuve mucha dificultad para entrevistar a los prohombres de la Iglesia: se cuidan mucho de expresar sus opiniones. Y eso mismo me pasó con altos mandos del ejército: tienen pocas cosas que contar y las que tienen que contar no quieren contarlas. En el programa también tuve a Teo Uriarte, uno de los condenados en el Proceso de Burgos por el asesinato de Melitón Manzanas. Le apreté un poquito y me contestó: «¿Sabes lo que te digo?, que todos éramos unos hijos de puta». Me quedé pasmado, pero tenía razón.

«Estuve año y medio peleándome con Arcadi Espada, que no es cualquier cosa»

P.- Hay socialistas, críticos con Sánchez, a los que se incluye en lo que se ha dado en llamar «fachosfera».

R.- Ha aparecido Leguina, un hombre que no se calla nunca y menos si tiene un micrófono delante. Ahí está Alfonso Guerra, que está reivindicando su pose cultural. Y Felipe González, que no manda, pero que quiere influir con escasísimos resultados. No son muchos. El otro día me encontré en un restaurante con Javier Solana, le pregunté lo que opinaba y me dijo: «Déjame que me tome el filete». Cambió completamente de conversación. Hay otros, como Pedro Bofill o Nicolás Redondo Terreros, que sí le sacan de los nervios a Sánchez.

Carlos Dávila y Javier del Castillo en ‘Fuera de micrófono’. | Víctor Ubiña

P.- Con cierta frecuencia se abren debates sobre el pasado. Que si la Guerra Civil o el Cara al sol. ¿Qué opinas de esto?

R.- Aquí se puede cantar La Internacional, que es un himno agresivo, un himno de ataque, y no se puede cantar el Cara al sol, un himno que está extraordinariamente escrito y muy bien cantado. Me agrada el Cara al sol, desde un punto de vista estético, aunque yo nunca he tenido nada que ver con ese mundo. Mi mundo es liberal y monárquico. Pero la gente tiene derecho a expresarse y a cantar las canciones que le dé la gana. Faltaría más. Y el poder político no tiene por qué inmiscuirse en estas cuestiones culturales.

P.- ¿Las tertulias de ahora son más o menos plurales que las de antes?

R.- Las de ahora no son tertulias, son monólogos sucesivos. La gente suelta su rollo, escucha al otro y alguna vez, si le parece estrambótico lo que está diciendo, le interrumpe, pero normalmente van (o vamos) uno detrás de otro, y contamos nuestro rollo, para que nos paguen y mal. Las tertulias en RNE con Carlos Herrera eran de mucha importancia cultural, intelectual y política. Yo estuve año y medio peleándome con Arcadi Espada, que no es cualquier cosa. Ahora los tertulianos llevan bufanda, como los periodistas deportivos, que todos son del Madrid, del Atleti o del Barcelona. Unos representan a una parte y otros a la otra. A mí las tertulias me aburren de una forma soberana.

P.- ¿Crees que Feijóo alcanzará la presidencia del Gobierno?

R.- Feijóo lleva dos años escasos como líder del PP y yo siempre digo que aterrizar en Madrid es muy difícil. Aquí hay que venir bebido, comido y hablado. Aunque él ha tenido una larga experiencia política en su tierra, 20 años, atravesar el Padornelo es muy difícil. Aquí no te encuentras con periódicos y radios normales. Te encuentras con una serie de gente que no solo no te va a reconocer, sino que te va a criticar, hagas lo que hagas. La gente que rodea a Feijóo le hace cometer algunos traspiés que parecen elementales. Pero él es un hombre serio y será, si es que llega, mejor presidente del Gobierno que candidato. Por tanto, como yo quiero para mí país lo mejor, me gustaría que ganara las elecciones.

«No tardaremos mucho en ver a Txapote, asesino de Miguel Ángel Blanco, en la calle»

P.- ¿Una vez aprobada la amnistía, vendrá el referéndum?

R.- Hay un paso intermedio, que, como dicen ahora, está en otro escenario, en otra pantalla: la liberación de los presos de ETA. Lo vamos a vivir de una forma clamorosa en muy poco tiempo. A finales de 2024, es posible que veamos a Txapote, el asesino de Miguel Ángel Blanco, en la calle. Esto es muy duro. ¿Habrá referéndum en Cataluña? No tengo la menor duda. Como si le piden a Sánchez trasladar la catedral de Burgos a La Barceloneta. Lo va a hacer. A este no le importa nada.

P.- ¿Descartas que Sánchez convoque elecciones anticipadas si la situación se complica demasiado?

R.- Me han contado que Sánchez tiene aspiraciones europeas. ¡Ojalá se fuera! Yo no le deseo mal a nadie, pero tampoco el bien a éste. Que se vaya a contaminar Europa. Eso sería estupendo para nosotros. No confío en la palabra ni en los pronósticos de este señor. Ni en sus acciones. Por tanto, soy incapaz de hacer de Rappel. Lo que sí sé es que va a hacer todo lo posible para seguir en su puesto, porque no hay nada que le guste más.

«La sociedad española está postrada y no tiene capacidad de reacción»

P.- ¿La sociedad va por un lado y la política por otro?

R.- La sociedad española no está dormida, está postrada. No tiene capacidad de reacción. Es como si a un niño le pegas todos los días. A la tercera bofetada ya no siente nada. Sánchez nos está pegando bofetadas todos los días y nos levantamos por la mañana diciendo: a ver qué nos espera hoy. Fuera de Madrid se ven las cosas de otra forma. No todo el fútbol se juega en el estadio del Real Madrid.

P.- Como decía aquí, en THE OBJECTIVE, Antonio Pérez Henares, ¿hay demasiado periodismo de papagayo?

R.- Yo tuve un profesor en la Escuela Oficial de Periodismo que decía: «Los periodistas no somos una enciclopedia, somos los que sabemos manejar la enciclopedia». Estamos equivocando nuestra profesión. Se hace poca crónica y mucha opinión. Y una especie de rebote, como decía Pérez Henares, de lo que dicen los demás.  

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