Alfredo Urdaci: «Zaplana llamaba mucho para que le sacáramos su lado bueno»
De pequeño quería ser torero, pero acabó lidiando con el toro de las presiones políticas en TVE
Prefiere arrimarse, en lugar de ver los toros desde la barrera. Este pamplonica, que de joven corrió los encierros por la Cuesta de Santo Domingo, ha llegado muchos años después a la conclusión de que correr delante de los astados entraña menos riesgo que estar al frente de los Servicios Informativos de TVE. Los toros, en su opinión, son más nobles. Sabes por dónde embisten, cosa que no siempre ocurre con los humanos.
Entre el año 2000 y el 2004, Alfredo Urdaci recordó en más de una ocasión las palabras de un histórico de RTVE, Victoriano Fernández Asís: «En los pasillos de TVE tendrían que poner burladeros para que la gente pudiera refugiarse en las tablas». Sin embargo, no se arrepiente de aquella etapa en Torrespaña, sorteando embestidas y enfrentándose a morlacos tan difíciles de torear como la crisis del Prestige, la guerra de Irak, una huelga general y los atentados del 11-M. Por no arrepentirse, ni siquiera se arrepiente de haber deletreado las siglas de Comisiones Obreras durante la lectura de una rectificación.
Urdaci podía haberse puesto de perfil o haber citado a los toros desde la distancia, pero no lo hizo. Como bien dice, «en la calle están las oportunidades, pero también los riesgos y el peligro». El periodista, ahora propietario de una agencia de comunicación –Ludiana– e impulsor de otros negocios relacionados con la prensa y la radio en internet, analiza en Fuera de micrófono aquellos años de ruido y furia», y responde con un chiste de Eugenio a la pregunta de con quién se quedaría, si tuviera que elegir entre Zapatero y Sánchez.
Tampoco le importa, en absoluto, decir lo que piensa sobre el gran poder de los sindicatos en RTVE o recordar las presiones personales y profesionales a las que fue sometido por el Gobierno y la oposición. «Te pasas todo el día contestando el teléfono y atendiendo peticiones que a veces son legítimas y, otras, tonterías supremas», como la perra que cogió Eduardo Zaplana porque la cámara siempre le sacaba el lado malo.
Mira Urdaci aquel panorama desde la distancia y se ríe, a pesar de los momentos duros que vivió en TVE. Fueron años intensos, que han dejado casi en el olvido sus inicios en aquel Diario 16, de Pedro J. Ramírez, y los 14 años de RNE, tres de ellos como corresponsal en Roma.
PREGUNTA.- Una curiosidad: ¿has corrido alguna vez los encierros de San Fermín?
RESPUESTA.- Dos veces y nunca más. El encierro tiene un sentido antropológico. Es un rito de iniciación en la vida. En las tribus africanas mandan a los chicos solos durante un mes a la jungla o a la sabana a buscarse la vida. Caza y aprende qué es eso de vivir. Pues eso es el encierro, un rito de iniciación. Tú estás sólo, no hay nadie que te proteja. Existe una barrera, que la tienes que buscar, y el animal. Si eres un buen corredor acabarás dominándolo. Pero, al principio, aquello es una locura. Yo recuerdo haber corrido el encierro en la Cuesta de Santo Domingo, que es el peor lugar. Los toros salen frescos y cuesta arriba corren con más velocidad y con más soltura que cuando están en el llano, por su propia complexión física. Realmente, no ves nada. Oyes ruido y algún grito que viene de arriba, de los balcones. Y, de repente, ves pasar una sombra negra que dura menos de un segundo: esa es la manada.
«En los pasillos de TVE tendrían que poner burladeros para que la gente pudiera refugiarse»
P.- He leído que de pequeño querías ser torero.
R.- Yo habría sido feliz siendo torero. Me encantaba la torería y me sigue gustando. Encuentro una gran estética y una gran verdad en todo lo que tiene que ver con los toros, desde el encierro hasta la corrida posterior.
P.- Ahora ves los toros desde la barrera.
R.- No te creas. De vez en cuando, tengo alguno cerca.
P.- ¿De cuatro patas?
R.- Normalmente, de dos, pero con cuernos también. Y afilados [Risas]. Conviene no perder esa gimnasia que me mantiene vivo, que me hace levantarme por la mañana como si fuera al encierro: con la mirada afilada y con la sensibilidad bien agudizada porque en la calle están las oportunidades, pero también los riesgos y el peligro.
P.- ¿Qué tiene más peligro, los toros o el haber sido director de Informativos de TVE?
R.- Mucho más peligro lo segundo. Los toros tienen una gran nobleza; sabes por dónde te vienen. Puedes adivinar incluso el comportamiento del toro. Según los días, se programan determinados toros. Los sábados y domingos son los días de mayor afluencia en el encierro y ponen siempre toros de Miura, porque los Miura son tremendamente nobles. Es muy raro que la manada se rompa y, por tanto, uno sabe qué esperar de ellos. Los Cebada Gago son toros muy peligrosos porque son mucho menos gregarios. Más solitarios. Entonces, el toro tiene una gran nobleza, aunque la herida puede ser mortal y lo ha sido en alguna ocasión desgraciada. Decía el difunto Victoriano Fernández Asís que «en los pasillos de TVE tendrían que poner burladeros para que la gente pudiera refugiarse en las tablas».
P.- Las presiones en los Informativos de TVE llegan desde el Gobierno y desde la oposición. ¿Cómo funciona esto?
R.- Las presiones son de todo tipo y tienen que ver unas veces con lo personal y otras con lo político y empresarial. Y no nos olvidemos del aspecto empresarial, que es muy importante. Te puede llamar el Gobierno para decirte que han tomado determinadas medidas y tú tienes el compromiso de sacarlo en el Telediario porque se entiende que, si se aprueba una ley o se hace una determinada declaración sobre un asunto, eso interesa al público. Te hablaré de mi experiencia. Era más frecuente que llamaran los jefes de prensa de los ministerios a posteriori, para expresar su queja por la razón que fuera. Luego había otras presiones de tipo personal. Por ejemplo, Zaplana llamaba mucho para que le sacáramos de un determinado lado. No sé cuál era su lado bueno, pero él sostenía que tenía un lado bueno. Llamaba para quejarse porque la cámara, que estaba situada en el Consejo de Ministros para hacer un plano más abierto, le cogía del lado malo. Esa era su obsesión. Y la oposición llamaba antes y después, porque normalmente tiene más dificultad para colocar su mensaje. Tiene que insistir más. Y, luego, estaban las presiones de las empresas, que se juegan mucho con determinadas noticias. Si tú vas a contar que hay un brote de legionella en el sistema de ventilación de unos grandes almacenes, pues te puedes imaginar las presiones para que no des el nombre de la empresa, ni la marca. Total, que te pasas el día contestando el teléfono y atendiendo peticiones que a veces son legítimas y otras veces tonterías supremas.
P.- En tu libro Días de ruido y furia. La televisión que me tocó vivir hablas de la persecución que sufriste. ¿Hasta qué punto merecía la pena aguantar ese acoso?
R.- Yo ya había vivido épocas muy complicadas en Radio Nacional y venía con cierto conocimiento de lo que son esas cosas. Empecé en la madrugada, luego fui responsable de Informativos de fin de semana y del Diario de la Tarde, antes de que me enviaran de corresponsal a Roma, donde estuve tres años. Entonces, era director de RNE Diego Carcedo. Aquella etapa fue muy complicada, con el famoso asunto de Juan Guerra, y se creó una especie de censor al que había que llevarle las noticias antes de darlas. Recuerdo el día en que robaron el sumario del caso Guerra en los tribunales de Sevilla. La noticia salió a las ocho menos cinco de la tarde. Entonces, yo miro al cuartito en el que se supone debía de estar el censor y no le veo. Obviamente, si el censor no estaba, la noticia había que darla porque era relevante. Aquel día abrimos con esa noticia el informativo y a los dos minutos de estar hablando por el micrófono apareció por la pecera el censor muy enfadado. Al día siguiente, el director de RNE me llamó al despacho y me dijo: «Alfredo, ¿qué quieres, México o Roma?». Le dije: «Roma, de cabeza». Y estuve en Roma tres años. Uno ya viene de saber en qué terreno está jugando.
«No me arrepiento de haber leído las siglas de CCOO; fue un gesto de rebeldía»
P.- ¿Te arrepientes de haber pronunciado las siglas de Comisiones Obreras?
R.- No. ¿Por qué? Fue un acto de rebeldía. Porque ni yo pacté esa lectura, ni estaba de acuerdo con ella. Entonces, la manera de decir que me rebelaba contra eso fue esa forma. Se lo tomaron algunos como una especie de gran ofensa, cuando fue un gesto de rebeldía y un poquito de sentido del humor.
P.- Los sindicatos en RTVE tienen mucho poder.
R.- Sí, tienen muchísimo poder. No solamente influyen en la política empresarial de la casa, sino que también siempre han intentado –sobre todo en aquella época de Aznar– influir en la línea editorial. Los sindicatos son un actor importante dentro de la casa y controlaban todo. Podemos entrar en detalles.
P.- Pues, adelante.
R.- No tengo ningún problema. Yo recuerdo que un viejo amigo, Álvaro de la Riva, entonces director de TVE, me contó una vez una historia sobre el programa El Conciertazo, que presentaba Fernando Argenta, al que tenemos en tan buen recuerdo. Se hacía en el Casino de Torrelodones y allí se desplazaban unidades móviles, iluminación, sonido, en fin, todo lo que conlleva una producción de televisión para un programa complejo y con público. Pues bien, un día se queda libre uno de los grandes estudios de Prado del Rey y entonces a este director se le ocurre la idea de trasladar allí El Conciertazo, para ahorrar costes y mejorar la productividad de Prado del Rey. Entonces, cuando estaba a punto de firmar el traslado llegó un capo de los sindicatos, cuyo nombre prefiero ahorrarme, y le dijo: «Director, me han dicho que vas a cambiar el lugar de rodaje del El Conciertazo». El otro le dijo: «Sí, la verdad es que lo tengo encima de la mesa para firmarlo hoy». Y ese sindicalista le dijo: «Yo que tú no lo haría». «¿Por qué no lo harías?». «No lo haría porque nuestra gente deja de cobrar dietas, dinero del kilometraje, van a perder dinero y por tanto vamos a manifestarnos en contra de este cambio. Vas a tener muchos problemas». Todo el mundo sabe que cuando un sindicalista dice «vas a tener muchos problemas», está hablando de sabotaje. Y aquel programa se siguió haciendo, hasta que terminó, en el Casino de Torrelodones. Este es un ejemplo.
P.- ¿Echaste en falta cierto apoyo del Gobierno ante las críticas de la oposición?
R.- No. Yo hacía mi trabajo.
P.- Quién sí le defendió siempre fue el director general de RTVE, González Ferrari.
R.- Javier G. Ferrari siempre demostró, primero, una gran profesionalidad, segundo, un gran conocimiento de la casa – había sido director de informativos de TVE y director de Radio Nacional – y tenía una trayectoria profesional brillante. Era, además, un amigo. Yo siempre sentí su cercanía y su apoyo. Para mí, bastaba con eso. Bastaba con que mi director general estuviera allí defendiéndome no solo a mí, sino a los profesionales de la casa. La presión era en todos los niveles. Yo siempre recuerdo como alguien llega el 12 de marzo del 2004 con una entrevista que le ha hecho con cámara oculta al portero de un edifico de Alcalá de Henares, donde apareció la famosa furgoneta, en la que asegura que la furgoneta no estaba allí por la mañana. Había sido colocada a posteriori. Era una prueba preconstituida. Bueno, pues llega con esa entrevista y hubo un intento de agresión. Colegas suyos de la redacción quisieron lincharle. Estamos hablando de ese ambiente de trabajo. La presión era a todos los niveles: política, profesional, sindical. Una batalla permanente. A mí me pilló bastante más joven que ahora y, probablemente, bastante más inconsciente. Por eso pude aguantar la presión con más o menos integridad. Evidentemente, si me pilla ahora, al segundo minuto les digo: señores, aquí se quedan con este asunto, hagan ustedes lo que quieran.
P.- Te tocó torear con el 11-M, el Prestige, la guerra de Irak…
R.- Y la huelga general. Fueron momentos muy delicados que nos darían para estar hablando todo el día de cada uno de ellos. Cierto. Además, se mezclaban muchas cosas.
P.- ¿Qué momento fue el más difícil? ¿Cuándo le gritaban a su espalda, mientras presentaba desde Galicia el Telediario, en la crisis del Prestige?
R.- Bueno, nos montaron un lío, una noche, pero no pasó de ser una anécdota. Lo de Galicia se politizó, yo creo que para desgracia de los gallegos. Fue una situación complicada, pero no más complicada que la guerra de Irak, donde también estaba todo absolutamente politizado. Los americanos lanzan un cohete contra el hotel, muere un cámara de Telecinco y aquello se convierte en una protesta contra Aznar. Las cámaras se ponen en el suelo y los periodistas dejan de hacer su trabajo para acusar al presidente del Gobierno de la muerte de Couso. Y la huelga general, por supuesto. Todo. Del año 2002 al 2004 fueron dos años complicados.
«En mi etapa los Telediarios de TVE los veía un 30% de la audiencia; ahora los ve un 8%»
P.- Te fuiste de TVE cinco minutos antes de que te echaran, como diría García. ¿En qué situación está el recurso, al haberse denegado tu reingreso al finalizarse la excedencia?
R.- Está en los tribunales, a la espera de que un juez decida quién tiene razón. Yo terminé mi excedencia de diez años y tengo derecho a volver. Lo pedí durante varios años y de manera sistemática, reiterada y por el mismo motivo –no tenemos en este momento sitio–, me lo deniegan.
P.- Yo creo que sitio hay bastante…
R.- Mientras, ha ido entrando mucha gente. Han contratado a productoras privadas y han suprimido programas con el pretexto de que no tienen redactores suficientes para mantenerlos.
P.- ¿Se critica ahora menos el contenido de los Telediarios que en tu etapa?
R.- ¿Sabes qué pasa? En aquel momento los Telediarios eran líderes y nos veía un 30% de la audiencia. Ahora los ve un 8 o 9 por ciento. Tenían una gran influencia, una gran repercusión, y por tanto la batalla se libraba en televisión y, especialmente, en los informativos. Ahora, las comisiones de control de RTVE en el Parlamento no tienen ninguna repercusión, ni se convierten en noticia. En aquella época, Javier González Ferrari iba a la comisión de control y tenía una enorme resonancia. Aquella fue una etapa de TVE muy brillante. No lo digo sólo por los Informativos, lo digo también por la programación. Recordemos Operación Triunfo o Cuéntame. Apuestas de programación que han marcado la historia de la televisión en España. Los Telediarios de formato breve, que se hacían en los descansos de los partidos de fútbol de la Champions, tenían diez y once millones de telespectadores. Aquello contaba y tenía un enorme valor.
P.- Tu etapa televisiva ha dejado en el olvido los 14 años que estuviste en Radio Nacional.
R.- Claro. Es normal. Una vez, preparando una directiva, una mujer me decía con lamento: hubo una época que a mí me conocía toda España porque salí abrazada a un enorme pirulo de plástico verde en un concurso de televisión. La televisión es imagen, la ve todo el mundo y deja un recuerdo, como tal imagen, mucho más duradera que la radio. La radio es otra cosa. Todo depende de ti. En la televisión todo depende de grandes equipos, de muchas personas, y todo tiene que estar perfectamente engarzado para que funcione como un reloj. Si falla algo, falla todo. En la radio eres tú y tu capacidad de evocar con la palabra. Sin esos 14 años de radio, mi paso por la televisión hubiera sido mucho más anodino y menos apasionante para mí. La radio me enseñó a hablar por la televisión y a improvisar cuando falla todo.
«El Papa Francisco me desconcierta, le cuesta tomar posición frente a las dictaduras de izquierdas»
P.- Tu estancia en Roma coincidió con el papado de Juan Pablo II.
R.- Sí, estuve en el papado de Wojtyla. El Papa ya había tenido el famoso tumor en el intestino, que le extirparon, y había sufrido el atentado de Ali Agca. En aquella época tuvo también alguna caída en el baño y se fracturó la clavícula. Era un Papa del que Giancarlo Zizola, un gran vaticanista, publicó un libro que se titulaba El Sucesor, porque en aquella época ya se hablaba de sucesión, y fíjate lo que después llovió. Todavía le quedarían 21 años de papado. También asistí entonces al primer mitin político que dio Silvio Berlusconi, en Roma. Lo digo porque, al volver a casa esa noche, le dije a mi mujer: he estado en el mitin de un tipo que viene de la empresa y que va a ser primer ministro, porque yo no había visto nunca tanto entusiasmo entre el público asistente. Berlusconi era un gran innovador, en el mundo de la empresa, en el mundo de la televisión y en el mundo de la política.
P.- Has escrito varios libros sobre los cónclaves y la trastienda de las elecciones papales. ¿Qué opinión tienes del Papa actual?
R.- Si pudiéramos etiquetar a los papas por virtudes, le robaría la idea a Paloma Gómez Borrego y te diría lo siguiente: Wojtyla era la fe; Benedicto XVI, la esperanza, y Bergoglio, la caridad. Por eso se llama Francisco. Digamos que, por su expresión y comunicación, al actual Papa podríamos ponerle el adjetivo de populista. A veces, simplifica demasiado las cosas, aunque luego, cuando profundizas un poco más en lo que dice, te das cuenta de que es tan riguroso como pudo ser Benedicto XVI. Tiene una forma de ser muy argentina, muy extrovertida…
P.- ¿Peronista?
R.- No. Yo no le llamaría peronista, porque sería ponerle un adjetivo político que no le va. Pero es desconcertante. A mí me desconcierta, por ejemplo, cómo le ha costado tomar posición frente a la tiranía de Nicaragua, cómo le cuesta tomar posición frente a dictaduras como la venezolana o la cubana. A mí eso me cuesta entenderlo. Está buscando hacer pastoral en el mundo de la izquierda, que es un área por conquistar. Es difícil y le va a costar. Me parece bien que lo haga. A través de la caridad y de la solidaridad, hay un discurso netamente cristiano, católico. Pero, a veces, da la sensación de que hace concesiones al mundo político que no deberían estar en la agenda del Papa.
P.- Tras la salida de TVE, te tuviste que reinventar, haciendo incluso monólogos en el programa El Club de Flo (La Sexta). ¿Cómo lo viviste?
R.- Es aquello de Walt Whitman, cuando decía que «cada hombre contiene multitudes dentro». No me gusta la palabra reinventarse. Está bien traída, pero prefiero mejor la palabra redescubrirse. El Club de Flo no hubieran sido posibles si yo no me hubiera educado con los Salesianos, que siempre tuvieron una gran inclinación por el teatro. Yo hice mucho teatro de joven, y me vino muy bien porque yo era un chaval muy tímido. El teatro me ayudo a soltarme, a hablar en público y a tener más seguridad. Al final, uno intenta convertir sus defectos en virtudes. Es el mecanismo de la sublimación. Aquello me pareció muy divertido. Descubrí la televisión del entretenimiento, que no tiene nada que ver con la televisión de los informativos. Te digo más: está mucho mejor pagada y te diviertes más. Allí no había llamadas, presiones, sindicatos, ni malas caras, ni broncas, ni peleas… Todo era divertido.
P.- Es inevitable la pregunta sobre doña Letizia, que fue compañera tuya en los Telediarios, antes de hacerse oficial su noviazgo con el príncipe Felipe. ¿La has vuelto a ver siendo reina?
R.- Sí, sí.
P. ¿La notaste muy cambiada?
R.- Todo el mundo, en un papel como ese, cambia o adopta una posición más institucional, que es la que debe ser. Es inevitable.
P.- ¿Cómo valoras su trabajo de Reina?
R.- Creo que lo está haciendo muy bien, muy bien.
P.- Estamos ya muy cerca de las elecciones. ¿Vas a ir a votar?
R.- Hombre, Javier. Por supuesto, voto siempre. La abstención no cabe. El que no quiera votar que no vote, obviamente, pero creo que votar es un ejercicio de responsabilidad.
P.- Si tuvieras que elegir entre Sánchez y Zapatero, ¿con quién de los dos te quedarías?
R.- Te diría aquello del chiste. Ese que derrapa, cae por un precipicio y se queda agarrado a un árbol. Abajo está el abismo. Esto lo contaba Eugenio. De repente, oye una voz: hijo mío, no te preocupes, suelta tus manos y déjate caer. Soy el Altísimo. En esa caída mis ángeles te recogerán y te llevarán a tu casa sano y salvo. Este hombre dice: ¿hay alguien más por ahí? Pues, te digo lo mismo: ¿hay alguien más, Javier?
«’Pepiño’ Blanco amenazó con encadenarse en Torrespaña; ahora lo haría con una cadena de Bucci o Bellor»
P.- ¿Quién te dio más caña, Rubalcaba, Zapatero o Pepiño Blanco?
R.- Pepiño Blanco era muy activo, muy ruidoso, muy alborotador, muy aspaventoso. Zapatero era más frío y más malo. Yo, cuando decían aquello del talante… Estos días se ha visto su talante, cuando alguien le ha llevado la contraria en el programa Herrera en Cope. De repente, alguien ha dicho: pero, fíjate, estaba desatado. Pues a ese desatado lo conocí hace muchísimos años. Pepiño recuerdo que, en una ocasión, al director general de RTVE, que era José Antonio Sánchez, le amenazó con atarse a la verja de Torrespaña, en protesta por los Informativos. Ahora se ataría con una cadena de Bucci o de Bellor. En aquella época no había empezado a frecuentar las gasolineras. Sí, era ruidoso, el portavoz en la Comisión, y le gustaba… Como le dijo una vez Mariano Rajoy: «Usted es como los capones de Villalba, le gusta engordar y que le vean; no sabe que en Navidad le van a cortar la cabeza». Zapatero era más frío. Utilizó mi nombre en los mítines de campaña. De los tres, el más honesto -yo he hablado mucho con él- era Rubalcaba. El más noble. Sabías siempre a quién tenías delante y sabías que tipo de herramientas utilizaba en su presión. Era el más noble de los tres.
P. – Como empresario de la comunicación, ¿qué opinión tienes de la revolución que se está produciendo en los medios informativos?
R.- Lo que hay ahora es un minifundio de canales de todo tipo. Nosotros tenemos una radio que se llama Estudio Radio, que emite por Internet. Eso te permite llegar a una audiencia oceánica. Lo único que tienes que conseguir es ser visible. La televisión, lo mismo: se ha fragmentado completamente. Fenómenos que han llenado nuestra vida pública, como Sálvame, programa en el que yo he participado con entusiasmo, han muerto. Es el final de una época. Y el giro que está experimentando Telecinco es el final de otra época. Hoy la gente joven no se informa por la televisión convencional, se informa por mil y otras maneras. Hay una gran afloración de medios. El problema es cómo hacemos rentable todo eso.