THE OBJECTIVE
Fuera de microfóno

Alfredo Amestoy: «Lo más grave de este país es que hay 1.800.000 hijos únicos»

El periodista retrató como nadie en televisión a la sociedad del cambio. Fue un innovador, difícil de doblegar, como su flequillo: «la mejor herencia de mi padre»

El flequillo de Alfredo Amestoy —como el de Jesús Hermida, la pipa de José Luis Balbín o el bigote de José María Íñigo— forma parte de la historia de nuestra televisión. Pero es también la seña de identidad de un espíritu libre y rebelde. La imagen de referencia de un bilbaíno ya octogenario que cultiva aguacates en Motril (Granada) desde mediados de los setenta.

En las postrimerías del franquismo, cuando presentaba con José Antonio Plaza el programa 35 millones de españoles —ahora somos ya 47—, varios ministros de Gobernación intentaron cortarle el flequillo. Molestaban sus gestos, sus críticas y las denuncias que hacía de algunas cosas que estaban pasando. Le echaron varias veces, pero volvían a llamarlo de nuevo, porque —según le contaron muchos años después testigos presenciales— a Franco le hacía mucha gracia ese del flequillo, y además le permitía informarse de problemas que sus colaboradores intentaban ocultarle.

Luego, en 1983, llegaron los socialistas a Prado del Rey y le pusieron ante la tesitura de reciclarse ideológicamente o seguir siendo libre e independiente desde casa. Optó por lo segundo. Dejó de trabajar en la televisión pública, en la que nunca tuvo una nómina, y empezó a colaborar en Telecinco, al lado de su buen amigo Valerio Lazarov. Su inconformismo y rebeldía fueron siempre innegociables.

Algunas de las peripecias vividas de aquellos años —de las que habla en Fuera de micrófono— están también recogidas en su reciente libro de memorias, Mis siete vidas, publicado en Granada por la editorial Alhulia. Hay, eso sí, algunos detalles que no ha contado o que ha contado cambiando los nombres de sus protagonistas para no hacer daño. Al terminar esta entrevista, seguimos conversando y recordando historias por el Paseo de Coches del Retiro, hasta llegar a la caseta en la que esa mañana primaveral le toca firmar su libro de memorias, Mis siete vidas.

PREGUNTA.- En los años 80, después del éxito de 35 millones de españoles, dejaron de contar contigo en TVE. ¿Por qué?

 RESPUESTA.- La llegada de los socialistas al Gobierno, en el año 82, supuso una limpieza enorme. Los conversos, los que se convirtieron en seguida al socialismo, con la misma rapidez que los falangistas se habían hecho monárquicos, no tuvieron problemas. Los franquistas se hicieron socialistas. Aquello fue rápido. Todo es muy rápido.

P.- ¿Se le ocurrió entonces cultivar aguacates?

R.- No, el cultivo de aguacates fue anterior, en 1974. Yo soy nieto de agricultores y mi patrón es San Isidro. Fue una casualidad. Yo iba mucho a Almería, por los rodajes de las películas. A la vuelta, cogíamos el avión en Málaga y en ese trayecto pasábamos por Motril. Entonces se decía que del túnel de Despeñaperros para abajo no era España. Cuando nadie quería saber nada ni con los almerienses, ni con los malagueños, ni con los granadinos, los de Motril, que habían sido cantonales y habían tenido moneda propia, se hicieron granadinos. Y yo me hice motrileño. Eso, sumado al momento que se vivía en el País Vasco, facilitó la llegada de muchos paisanos a Andalucía. La ETA tuvo la culpa del traslado de mucho capital vasco a Andalucía. Qué duda cabe.

P.- ¿Qué hay que hacer para mantener la vitalidad y el flequillo de siempre, con 82 años recién cumplidos?

R.- Lo del flequillo atribúyeselo a mi padre y a mis abuelos. La mejor herencia que me dejó mi padre fue el pelo. Y algunas acciones de Iberduero (ahora Iberdrola), donde había trabajado. Empezó de joven en esa compañía y las acciones de Iberduero eran muy queridas por mi padre. Me dejó el pelo y las acciones. Las acciones no suben y el pelo no se cae.

Alfredo Amestoy, encendiéndose una pipa en la redacción de Vivir para ver, junto al realizador Luis Leal (1984). | Javier del Castillo

P.- Siempre fuiste innovador y algo rebelde…

R.- Fui rebelde durante el franquismo. Y, cuando a mí me dice José María Calviño, el padre de la ministra de Economía, que hay que convertirse, renovarse y reciclarse, le digo: yo no tengo que reciclarme, soy independiente y nunca he estado en nómina. Luego, no debo nada a nadie. He sido y sigo siendo colaborador. No, no, Alfredo, hay que reciclarse. Entonces le dije: lo siento, pero parece que no va a ser así. De hecho, ya el programa Visto y no visto, que fue mi último trabajo en TVE, era un programa de despedida. Fue un espacio muy innovador. Me has hecho el gran elogio: que he sido innovador. Lo que más me apasionó del medio televisivo – después de haber hecho mucha prensa y radio – fue la posibilidad de hacer cosas nuevas. Los periodistas de prensa, incluido Jesús Hermida, pasamos muy bien a la televisión. La gente de radio tenía ciertas dificultades, porque no tenía entre manos el valor de la imagen. Sin embargo, el reportero de prensa trabajaba con fotógrafo siempre. Hubo excepciones, como Matías Prats Cañete y su hijo (Matías Prats Luque), que se acomodaron bien a la televisión. Joaquín Soler Serrano, con dificultad, aunque sólo hacía entrevistas. Tampoco se acomodó bien Bobby Deglané. Los profesionales de la prensa llevábamos la imagen dentro del cerebro, dentro del ojo.

P.- Trabajaste algunos años en el diario Pueblo. ¿Qué tal te llevabas con su director, Emilio Romero?

R.- Tenía un carácter muy fuerte, muy fuerte, pero con los recién llegados era muy cariñoso. Él solía decir: has llegado a un periódico muy permeable. Recuerdo que un día Emilio Romero reunió a toda la redacción de Pueblo, cuando todavía estaba en la calle Narváez 70, pidió silencio y dijo. «Ha llegado hoy un muchacho aquí (José Antonio Plaza) y me acaba de decir que se vayan preparando porque viene a trabajar muy fuerte. Dice que se ha casado con la noticia». Entonces, Tico Medina se puso de pie y contestó: director, eso a nosotros no nos importa, porque – concretamente yo – puedo decirle que, «si él se ha casado con la noticia, yo le voy a poner los cuernos». Era una redacción vibrante, de plena guerra. Yo en el mes de diciembre de 1982 llegué a sacar siete portadas. Era una guerra para ver quien saltaba a la portada del periódico.

«Valerio Lazarov era fiel a las mujeres y sin embargo tuvo seis matrimonios»

P.- ¿Una dura competencia?

R.- Una auténtica guerra. Era precioso, como si estuviéramos en Fleet Street, la calle de los periódicos en Londres. Fue una calle fabulosa. Los bares eran de periodistas, apasionante.

P.- ¿Por qué no se hacen ahora programas tan valientes y provocadores como los que tú hacías hace cuarenta años?

R.- La jerarquía que tenía entonces TVE era fabulosa, hasta el punto de en 35 millones de españoles, cuando subió la electricidad a cotas más altas de la que ha tenido ahora, tuvimos fuerza para llevar al programa nada menos que a Íñigo de Oriol, el rey del kilovatio. Tuvo que comparecer. TVE era una potencia y estos programas de denuncia eran muy explícitos.

P.- En algún sitio he leído que Franco le defendía de sus detractores.

R.- Muerto Franco, varios ministros me confesaron por qué cuando tenía que dejar la televisión, al entender el ministro de la Gobernación que era molesto, volvía de nuevo al poco tiempo. ¿Sabes por qué era? Pues porque Franco decía: que ese continúe, pues gracias a él yo me entero de muchas cosas. Ese fue el motivo. Hasta veinte años después no supe que Franco había velado por mi continuidad en televisión.

P.- Tu libro de memorias, publicado hace muy poco, se titula Mis siete vidas. ¿Siete vidas dan para mucho?

R.- Es una forma de desglosar una vida azarosa. Yo le doy mucha importancia al azar. Me hice periodista para poder estar con gente con la que normalmente no puedes estar. Gente muy brillante, gente muy famosa y gente muy rica. He tratado con banqueros que de otra forma no habría podido tratar. El periodista tenía acceso a este tipo de gente. Ahora ya no. Entonces, cuando llegaba a Barajas una personalidad, íbamos al aeropuerto cinco periodistas. Ahora pueden ir setenta. Éramos cuatro gatos, esa es la verdad. En eso, como en todo. Y podíamos aspirar a muchas cosas. Yo también quise ser periodista para poder viajar, para poder estar con artistas… Ganábamos muy poco dinero, pero conseguíamos esas vivencias, caprichos y lujos. Cuando le expliqué a mi madre que quería ser periodista, repitió lo que decían todas las madres: antes prefiero que seas pianista en un prostíbulo. Teníamos muy mala fama. Fama de mujeriegos, borrachos… Mala fama, a veces ganada a pulso. Trasnochábamos mucho. En el Diario Madrid yo hice durante dos años la noche y trabajaba desde las ocho de la tarde hasta las cuatro de la mañana.

P.- ¿Somos un país diferente y capaz de cualquier cosa?

R.- Así es. El programa 300 millones estaba a cargo de un señor (Gustavo Pérez Puig) que no había viajado a América. En Telecinco, a donde me llevó Valerio Lazarov, (Valerio y Chicho han sido fabulosos en mi carrera) estaba de presidente un ciego: Miguel Durán. Que un ciego dirigiera una televisión es lo mismo que si un sordo dirigiese la Orquesta Nacional o una cadena de radio. Pero no pasa nada. El propio Valerio Lazarov también era otro genio y a su entierro fueron cinco o seis mujeres. Era, aparentemente, un hombre de una gran fidelidad a las mujeres y sin embargo tuvo seis matrimonios.

P.- Gracias a 300 millones descubrió buena parte de América. ¿Qué significó para ti esta experiencia?

R.-Yo ya había estado en América. Me casé en EEUU y soy un enamorado de Nueva York. Nos ocurre a muchos. También estuve en México con la familia Azcárraga, propietarios de Televisa, y un año haciendo programas en Miami para la televisión hispana.

«Los bilbaínos somo bilbaínos, los guipuzcoanos son otra cosa y los alaveses no sé lo que son ni lo que quieren ser»

P.- ¿Qué te parece la televisión que se está haciendo ahora en España?

R.- A mí me gustaba hacer inventos. Por ejemplo, en el programa Vivir para ver quise crear una cuarta pared, como en el teatro, con público detrás. Era como la trastienda. De vez en cuando me volvía para preguntarles qué opinaban. Pretendí hacer otro invento, que era mezclar la publicidad con los programas. Se llamaba Super Revista. Si un spot terminaba con un paracaidista, entonces metía una noticia de paracaidistas. Era una mistificación de la realidad con la publicidad. Pero les dio miedo crear ese matrimonio entre la publicidad y la realidad.

P.- Desde su experiencia como agricultor, ¿cuál es el problema más acuciante del campo español?

R.- Es terrible. Ayer mismo, sin ir más lejos, hice una descubierta por la frutería de unos grandes almacenes y comprobé que, de las treinta frutas que había a la venta veinte procedían de América: de Perú, Ecuador, Paraguay, Canadá, Estados Unidos…  O de Israel y Sudáfrica. La aviación está cambiando el mundo. Un avión puede cargar con ocho pesados contenedores de fruta. Igual que lleva ocho tanques. Ya no es necesario el barco y la fruta puede llegar de otro país en 24 horas. Eso altera los precios. Un aguacate sale de Perú a sesenta céntimos y aquí puede venderse a dos o tres euros, en lugar de los cinco euros que cuesta producirlo en Granada.

Alfredo Amestoy en los micrófonos de THE OBJECTIVE. | Carmen Suárez

P.- ¿Cómo es ahora su relación con el País Vasco?

R.- Tengo allí familia y me considero muy bilbaíno. Los bilbaínos somos primero bilbaínos y luego euskaldunes. Los guipuzcoanos son otra cosa y los alabases no sé lo que eran ni lo que quieren ser. Los bilbaínos somos bilbaínos, sin que eso quiera decir que no haya una aristocracia guipuzcoana. Puede ser. Una aristocracia euskaldún.

P.- ¿Qué retrato harías del momento político que estamos viviendo? ¿Piensas votar en las próximas elecciones?

R.- Claro que voy a votar. Me gusta votar. También me gusta la ficción. Hace diez o doce años publiqué en el diario El Mundo, lo que podría encontrarse la princesa Leonor cuando alcanzara los dieciocho años. Era un reportaje ficción de cómo sería España en 2023. No se han cumplido casi ninguna de mis previsiones, salvo que jurará en breve la Constitución. Imaginaba que a estas alturas habría un Estado federal, entre España y Portugal, cuya capital sería Lisboa, en lugar de Madrid. Y Ruiz Gallardón podría ser el primer ministro de ese nuevo país, pero se malogró. Era una especulación.

P.- Tampoco imaginaba que estaríamos ahora como estamos…

R.- Posiblemente, dentro de una decena de años se materialicen las aspiraciones que pueden tener algunas comunidades. Pero eso también constituirá un paso hacia una nueva federación, en el que la monarquía podría ser más importante que ahora, si nos asociamos con Portugal.

P.- ¿Piensas escribir algún otro libro?

R.- No, porque ya he desenterrado muchas cosas. He exhumado muchos recuerdos y también he enterrado otros. Y no los quiero ni considerar. La capacidad de olvidar es muy importante. A veces hay que ser un poco desmemoriado.

P.- ¿Es poco partidario de ajustar cuentas, de pasar factura?

R.- No haber tenido descendencia, después de 45 años de matrimonio, me hizo muy libre. Quien no tiene hijos o está soltero tiene unas prerrogativas que puede hacer uso de ellas. Una es no pensar casi en el futuro, porque tú no tienes futuro; son tus hijos los que lo tienen. Eso te concede mucha libertad. Yo he sido muy libre porque no me sentía obligado. Mis necesidades no han sido nunca muy importantes.

P.- ¿Qué es entonces lo más preocupante para ti?

R.- Lo más grave que está ocurriendo en este país, y que no lo veo publicado en ningún sitio, es que hay 1.800.000 hijos únicos. Hijos que no tienen necesidad de trabajar, ni problemas de vivienda, por mucho que nos empeñemos. Tienen los pisos de los abuelos. Los hijos únicos son auténticos dictadores en cada familia, disponen de muchos medios. No se les compra por 400 euros al mes. Se equivocan quienes crean que pueden comprar su voluntad, porque no lo necesitan. Los abuelos les pueden dar esos 400 euros. Esos abuelos pertenecen a una generación muy ahorradora.

«Han tenido que llegar 200.000 mujeres de fuera para cuidar a esos abuelos que no cuidan sus nietas»

P.- ¿No sería mejor que en lugar de cheques les dieran un trabajo?

R.- Sí, pero no quieren. En primer lugar, porque no necesitan trabajar. Van a recibir una gran herencia. Durante la pandemia, ¿cuántos españoles han fallecido? Lo ignoro. Que me digan la cifra auténtica. Se han vendido automóviles carísimos después de la pandemia. Mucha gente ha recibido herencias, porque ha muerto una generación que ahorró mucho, aunque tuvieran una carnicería, una ferretería o fueran fontaneros. Hay gente que se fue a Alemania y volvió con dinero. Tiene que hacerse cargo de esto un sociólogo o un Leguina.

P.- ¿La inmigración nos puede sacar de esta crisis demográfica?

R.- A los octogenarios nos están cuidando ellos. Como la mujer que tengo yo ahora, una hondureña con la que me he vuelto a casar. Es la mujer que cuidaba también a mi fallecida esposa. Han tenido que llegar doscientas mil mujeres de Hispanoamérica para cuidar a esos abuelos a los que no cuidan sus nietas, esas hijas únicas. Esos nietos no es que no quieran trabajar, es que no quieren ni cuidar a los abuelos.

P.- Fernando G. Tola hizo un programa en TVE que se llamó Si yo fuera presidente. ¿Qué harías en caso de que lo fueras? 

R.- Yo aquí haría lo que hacía la aristocracia inglesa con sus hijos: ducha fría y pescado con espinas. De esa manera, los chicos a los cinco o siete años ya son capaces de todo. Así hicieron los ingleses un imperio.

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