Los coches de última generación, ¿una amenaza a la seguridad nacional?
Todos los indicadores apuntan a que la siguiente gran invasión china van a ser los coches y la preocupación por su capacidad para espiar se dispara
El Gobierno estadounidense mantiene un contencioso con la empresa china Huawei, a la que acusa de espionaje. Afirma muchas cosas sobre ella, y una es que desde sus repetidores 5G, hardware en el que se basan muchas redes de telefonía móvil, se les controla a distancia. Al parecer, estos dispositivos desparramados por la geografía de los países que usan este estándar de comunicaciones están dotados de una cámara «por seguridad».
Los servicios secretos norteamericanos han determinado que no se trata más que de un sistema de vigilancia chino sobre su territorio capaz de controlar el tráfico, vigilar vehículos a través de sus matrículas, o el movimiento de personalidades identificables de una u otra manera. Por esta y otras causas similares, el Gobierno de Donald Trump, y ahora el de Joe Biden, tienen prohibido el acceso de dispositivos de esta marca en lugares sensibles como bases militares y determinados edificios gubernamentales. Ahora el peligro va a ser otro: los coches.
Espías sobre ruedas
Todos los indicadores apuntan a que la siguiente gran invasión china, después de la de la ropa, los móviles o los productos electrónicos, van a ser los coches. La industria china lleva años acumulando recursos a nivel planetario para su producción. La situación es tal, que a grandes compañías industriales les cuesta trabajo dar con materiales sensibles para sus líneas de producción como el acero, cobre, aluminio o minerales exóticos relacionados con la tecnología; los chinos lo consumen todo. Con todo ello, las marcas chinas están, silenciosamente, acaparando los principales mercados automovilísticos. El temor de los servicios de contraespionaje es que todos esos coches acaben absorbiendo datos de manera masiva a través de cámaras, sensores y dispositivos de escucha o medición de diverso tipo.
A principios de 2022, un experto en ciberseguridad alemán llamado David Colombo se hizo con el control de dos docenas de Teslas tras encontrar varios fallos de seguridad en los vehículos. El informático usó una herramienta digital de código abierto y fácil acceso llamada TeslaMate. Este programa es capaz de almacenar datos como dónde ha estado el vehículo, qué cargadores había empleado, su ubicación, registro de llamadas, rutas habituales, dónde suele aparcar, cuándo es conducido, la velocidad de los viajes, solicitudes de navegación o un historial de periodos de uso, entre otras cosas. Tesla ya parcheó estas vulnerabilidades, pero que habrá otras es casi seguro.
Por todo ello, la comunidad de inteligencia internacional tomó buena nota de que el Gobierno chino prohibiera el acceso de coches de esta marca a la ciudad de Chengdu durante una visita del presidente Xi Jinping. De la misma manera, en muchos emplazamientos militares prohibieron la circulación de los productos de Elon Musk. Tampoco provocará extrañeza no ver a estos coches en la ciudad turística china de Beidaihe durante un tiempo. Un nutrido grupo de mandatarios celebra una reunión de varias semanas, y se supone que los chinos temen que los sensores y cámaras de estos vehículos pueda ofrecer visión de primera fila en las reuniones de los altos dirigentes pekineses.
Los chinos tienen regulaciones al respecto y, al instalarse en el mercado local, Tesla se comprometió a que los datos no saldrán del país, en particular los de vídeo y geolocalización. La compañía afirma cumplir, pero resulta obvio que no se fían mucho, o al menos no descartan que esos datos sean accesibles por terceros.
Tesla es solo la primera
En China ruedan más de medio millón de Teslas, pero llegarán más. En un mundo digital, hiperconectado, repleto de sensores y con capacidades de vigilancia de los rincones más insospechados de nuestras vidas, el acceso a un seguimiento intensivo es casi inevitable. Los coches no solo recogen información sobre su conductor y pasajeros, sino también sobre los vehículos, los peatones y la ciudad que les rodea. Algunos de esos datos son necesarios para reducir colisiones, planificar mejor los desplazamientos y mejorar los propios vehículos. No se puede eludir el conjunto de la tecnología.
Se dice que algunos servicios secretos han sido capaces de escuchar dentro de casas donde no había micrófonos. Utilizaron los láseres de las aspiradoras robotizadas Roomba —o alguna marca similar—, para poder oír usando ese elemento que el androide de limpieza usa para medir distancias y no ir chocando con muebles y paredes. Un coche de última generación, y más aún los equipados con sistemas de conducción autónoma, está equipado con radares Lidar, cámaras 3D, emisores de ultrasonidos y una enorme panoplia de dispositivos de captura de información. El acceso a ella podría ser utilizado de manera torticera o con fines nada claros si cae en manos maliciosas o es directamente usado por gobiernos que no respetan los derechos humanos, grupos terroristas o relacionados con la defensa.
De hecho, esto último ya ha ocurrido. El Gobierno alemán cree que Rusia estuvo detrás de un incidente en 2020 relacionado con la entidad que gestiona los servicios de movilidad del gobierno. En agosto de aquel año, la flota de vehículos estatales que proporciona chóferes a los parlamentarios y está gestionada por el ejército, fue hackeada. Esta entidad denominada FuhrparkService y con sede cerca de Bonn, indicó que dijo que era posible que los piratas informáticos pudieran haber obtenido las direcciones privadas de los políticos y otros detalles sensibles, como sus horarios y ubicaciones habituales. El Ministerio de Defensa alemán reaccionó de inmediato y bloqueó todos los enlaces electrónicos con clientes, incluidos el propio Ministerio, el Ejército y el Parlamento federal.
Los rusos tienen sus motivaciones, pero lo de China adquiere otro calibre. Aspiran a definir la era del vehículo eléctrico y están, lentamente, adelantando al resto. El temor de muchos que acaben escribiendo el futuro, incluido el del espionaje, porque tienen todos los mimbres para que ocurra. Y ese es precisamente el temor de diversos servicios de seguridad estatales de varios países.