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Lo mejor del museo de Stellantis en Turín no son sus coches sino sus historias

Bajo un mismo techo descansan coches históricos de Lancia, Abarth, Fiat y algún Alfa Romeo bastante sorprendentes

Lo mejor del museo de Stellantis en Turín no son sus coches sino sus historias

Imagen del Lancia de Miki Biassion en el aeropuerto de Turín. | Zapico

Hay pocas ciudades en el mundo tan unidas a la automoción como Turín. Por eso, un coche da la bienvenida al visitante en el aeropuerto, y despide a los que algún día volverán. Hasta los militares de la base conjunta de la OTAN, situada en las mismas instalaciones y donde hay decenas de Eurofighters, no pueden resistirse. Cuando tienen un rato libre, van a hacerse selfies, pero no pegados a sus aeronaves de combate, sino al lado de un mito con nombre de arma milenaria, una lanza… un Lancia

Tampoco el coche que saluda es un coche normal. Es el Lancia Delta S4 con los colores de Martini que sometió al resto en el mundial de rallyes entre 1987 y 1992. Se aúnan en un solo paquete la automoción, la velocidad, el diseño, y el buen vivir; el epítome del espíritu italiano.

Este coche nació en un barrio turinés, Mirafiori. Su factoría creció con el tiempo adscrita al grupo Fiat, hasta acabar en la actual Stellantis. Allí es donde el conglomerado produce varios modelos y tiene su oficina de diseño, el legendario Centro Stile. Por eso es lógico que los coches que hay estacionados delante de su entrada sean de esta familia y de ninguna otra. No se verá por allí ni uno solo ajeno a este ADN.

Hay Jeeps, Abarths, Peugeots, Fiats, Citroens, Dodges, o Lancias, pero la mirada del visitante se clava en un enorme SUV camuflado y con el motor a ralentí esperando ante sus puertas. Toda su epidermis, a excepción de faros, cristales y sensores, están cubiertos por lonas o cinta americana; parece la momia de un coche. Lo más exótico es una extraña piel de vinilo de color rojo y negro con dibujos similares a los del camuflaje militar. Es para no desvelar sus formas, pero no pasaría desapercibido ni en el desfile del carnaval de Rio de Janeiro.

Imagen de las reliquias del museo de Stellantis en Turín. | Museo Stellantis

Amablemente, nos piden no hacer fotos, pero sí dejan mirar. Por dentro es como un coche hecho a pedazos de otros coches, un Lego inacabado en el que todo está tapado menos el volante. Entre los dos asientos delanteros, donde se suelen poner las palancas de cambio, hay una extraña caja negra con cables colgando y aspecto industrial. Sobre ella hay un enorme botón rojo que te recuerda al que tenía James Bond para eyectarse en sus películas. De manera automática, te preguntas qué clase de seguro tiene contratado el tipo que conduce.

Los presentes hacen apuestas sobre si se trata del rumoreado Lancia Gamma o el nuevo Alfa Romeo Stelvio, cuando sale un tipo espigado impecablemente vestido. Se acerca al vehículo, mete la cabeza por la ventanilla, y da un par de instrucciones al operario que maneja un ordenador portátil en los asientos traseros. Es el madrileño Alejandro Mesonero-Romanos, el diseñador de los últimos grandes éxitos del grupo.

Y si todos los coches tienen un padre, todas las marcas tienen sus hijos, y los más rutilantes nacidos aquí, no mueren, sino que es justo aquí donde pasan a la eternidad. Si no queda del todo claro donde está el cielo de la gente, el de los Lancia, Fiat, Abarth, y —algunos— Alfa Romeo se encuentra a unos pasos, en el llamado Heritage Hub, conocido a nivel interno como Officina 81. Es una oficina que carece de mesas, sillas, flexos, teclados y ordenadores. Lo que alberga son los cadáveres exquisitos de aquellos coches que escribieron la historia de estas marcas.

Los casi 15.000 metros cuadrados de suelo industrial dan cobijo a más de doscientos cincuenta coches, motores, e incluso reactores que Fiat desarrolló para jets militares de su Aeronautica Militare. Hay desde propulsores de bólidos de Fórmula 1 y hasta los que tiran de los remontes de las estaciones invernales de los Alpes italianos.

Organizados por marcas y funciones tematizadas, resulta arrollador para el aficionado. Es como entrar en una granja de conejos para atrapar a mano uno de ellos; no sabes muy bien por dónde empezar. Hay prototipos, vehículos militares, conceptos exóticos, coches de carreras que alguna vez ganaron títulos, y creaciones de pieza única, los llamados «one-off». Los hay eléctricos, de madera, metal o carbono, de aspecto absurdo o revolucionario; un verdadero parque de bolas para estudiantes de diseño.

Lo mejor: sus historias

Los que inventaron los chasis autoportantes, la suspensión independiente, o los motores V6 poseen uno de los garajes más caros del planeta. Sin embargo, lo que no tiene precio es la historia que albergan algunos de esos coches. Un gran ejemplo es la picaresca que aplicaron con la homologación del mítico Lancia Rally 037.

Recibió su nombre debido a la denominación en código interno de su desarrollo, que era SE037. Las regulaciones de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) exigía un mínimo de 400 unidades fabricadas como coche de calle para validar su participación en el denominado Grupo B.

El problema es que el día que llegaron los comisarios deportivos a inspeccionar los vehículos solo tenían listos doscientos, la mitad. Cuando contaron los existentes, en la marca adujeron que es que no les cabían y que los tenían almacenados en otro recinto… pero que como era la hora de comer —programaron la visita a una hora conveniente—, les tenían preparado un menú especial, que irían al segundo emplazamiento tras los postres. Tras leerles la carta, no hubo dudas acerca de las prioridades comunes.

Cuando dieron buena cuenta de la pasta, el chianti, los copiosos postres y algo de limoncelo, se trasladaron a la otra nave. Una a la que convenientemente, un pequeño ejército de empleados, condujo de forma discreta los mismos coches que habían contabilizado un par de horas antes.

La aventura africana

Años después, y tras el Lancia Delta HF, llegó el Lancia Delta Integrale con el que Miki Biassion, logró sus dos títulos de Campeón del Mundo de rallyes de 1988 y 1989, y con el que atacó el Rally-Safari el año de su primera temporada triunfal.

A Lancia le gusta el cine, por eso, actores de Hollywood como Harrison Ford, Brad Pitt o Richard Gere han sido hombres-anuncio de la firma. El titulo de la película Encuentros en la Tercera Fase podría aplicarse al que protagonizó el Delta Integrale de Biasion en la prueba de 1988; el problema es que no se encontró con un ovni, sino con una cebra, y casi le costó la carrera. Tras el inesperado atropello, pudo acabar y ganar la prueba. La marca decidió no reparar la abolladura en su aleta delantera derecha, que a modo de herida de guerra muestra orgulloso en la colección.

Lancia de Miki Biassion. | Museo Stellantis

La clave de los rallyes no reside tanto en la velocidad, sino en acabarlos; el problema puede ser peor aún si no puedes ni siquiera empezarlos por desaparición del coche. Biassion y su copiloto, Tiziano Siviero, realizaron una parada en la aventura africana para tomarse un pequeño descanso, comer algo e hidratarse ante el sofocante calor existente en una furgoneta camper del equipo.

Su sorpresa fue encontrar, o mejor dicho, el no encontrar el coche que habían aparcado minutos antes en su puerta. El bólido no estaba, había desaparecido como si lo hubiera abducido los extraterrestres de Spielberg. Se volvieron locos, empezaron a buscarlo, y a correr sin sentido y en todas direcciones alrededor de la instalación para dar con su destino.

Había un tipo que veía la escena con media sonrisa dibujada en la cara. Era Danilo Dalla Benetta, un amigo mecánico que trabajaba para el equipo Mazda. Los tranquilizó y sus palabras surtieron efecto. «Tranquilos: el coche está allí», y señaló dónde se encontraba, fuera de la línea visual de aquellos dos desesperados. Lo que había ocurrido es que se le había soltado el freno de mano, y el auto rodó cuesta abajo hasta chocar contra un árbol. Las protecciones evitaron daños graves. Pero la aventura del vehículo no acabó ahí.

Trata de arrancarlo

Cuando intentaron arrancarlo, las llaves habían desaparecido; con tanto ajetreo se debieron salir del bolsillo de alguno de los dos desventurados. Ni Miki, ni Tiziano, pudieron encontrarlas y necesitaron ayuda de los mecánicos para poner en marcha el coche.

Lancia de Miki Biassion. | Museo Stellantis

En el viaje de vuelta a Italia y tras haber logrado la victoria, se encontraron con aquel mecánico en el aeropuerto de Nairobi. Tras saludarse, le entregó a Miki un regalo muy especial: un periódico local con un titular de una sola palabra bajo la cabecera: «MiKilimanjaro» en homenaje a su triunfo, que llegó de forma muy poco previsible, sufrido y repleto de sobresaltos. Dentro también estaban las llaves perdidas que Danilo había encontrado en la hierba poco después de verles partir a toda velocidad.

Todas estas listas las cuenta con toda la gracia del mundo Roberto Giolito. Durante años fue diseñador de la marca, y ahora es uno de los conservadores de un museo único al que solo se puede acceder bajo estricta reserva y en grupo. Tras sus gafas de pasta negra, y ya retirado del diseño, se le enrojecen los ojos cuando afirma en voz baja, «estoy unido un poco a todo esto. No tengo nada mejor que hacer que estar aquí, este es mi pequeño paraíso, mi pasión». Sin ella, tampoco se entendería mucho de lo que hay bajo el techo.

De vuelta a casa, y desde el mismo aeropuerto al que volvió Biassion con su trofeo africano, las llaves del coche y un diario de Nairobi bajo el brazo, nos despide con el que fuera su coche estacionado en el hall de entrada.

Despedida electrizante

Pisando el asfalto del aeródromo, maleta en mano, y a punto de subir por la escalerilla, llega sin hacer ruido un coche amarillo y negro, un «Follow me». De manera nada sorprendente es un Lancia Ypsilon. Un fornido empleado de chaleco fluorescente se baja, y walkie-talkie en mano da con voces y gestos unas instrucciones a las asistencias de la aeronave.

Lancia de Miki Biassion. | Museo Stellantis

Cuando se vuelve a su vehículo le preguntas, «¿es eléctrico, verdad?». El tipo se encoge de hombros, levanta su diestra pegando las yemas de sus cinco dedos que apuntan al cielo, y responde, «Ma è una Lancia». Sonríe y se va. Nosotros también, pero haciendo más ruido.

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