THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

¿Vencerá el camello de petróleo al dragón de madera?

¿Está el camello árabe probando a llenar sus jorobas de algo que no es petróleo para una travesía del desierto cercana? 

¿Vencerá el camello de petróleo al dragón de madera?

El Año Nuevo Chino comenzará en sábado que viene. | Europa Press

En la carrera por la diversificación y el soft power, los árabes compiten hasta en el calendario: la ONU designa 2024 Año de los Camélidos.

El sábado que viene se celebra el Año Nuevo Chino. Lo que queda de nuestro 2024 será para ellos el año del Dragón de Madera. Dicen los especialistas en el asunto que ejercerá «su fuerte influencia en el amor y el dinero de todos». Buena falta le hará, sobre todo lo segundo, al Gobierno de Xi Jinping, que no levanta cabeza desde la nefasta gestión del coronavirus. 

¿Recuerdan cuándo la pandemia iba a mostrar las ventajas del totalitarismo chino frente a las democracias liberales? Qué tiempos… Después llegó una locura de cierres de ciudades enteras (cuando el resto del mundo ya estaba en marcha) en medio de una opacidad lamentable que terminó de apuntalar la inflación que hoy cabalgamos.  

Antes, la china llevaba años siendo la economía de moda. El «gigante dormido», como lo llamó Napoleón -pocos terminan la cita: «Dejadlo dormir porque, cuando despierte, el mundo se sacudirá»- asombraba al mundo con crecimientos del PIB de hasta dos dígitos. 

La cosa tenía truco: el desastre maoísta había dejado el país en una situación tan penosa, que había mucho margen de mejora. Cuando Deng Xiaopíng llegó al poder en 1978, tras sobrevivir de milagro a las purgas que con tanta algarabía celebraban nuestros progres de salón sentayochistas, la cosa empezó a mejorar ostensiblemente. En 1992, Deng dijo aquello tan comunista de «enriquecerse es glorioso». Aquel año el PIB chino creció un 14,2%.

Sus sucesores siguieron por el mismo camino: economía capitalista y política totalitaria (comunista, por ejemplo, por llamarlo algo). Siguió funcionando. Y los burócratas del Partido, el único posible, estaban encantados, claro, de no tener que repartir el pastel. 

Para el cambio de siglo cocinaron otro acelerón, con los Juegos Olímpicos de 2008 como símbolo. En 2007, el PIB igualó el récord del 14,2%. A lomos del dragón de la euforia, se lanzaron a conquistar el mundo. Se fijaron en el gran juguete de Occidente, el fútbol, herramienta privilegiada de soft power. Sin apenas tradición, se decidieron montar la mejor liga del mundo cual obra de ingeniería (en 2003 habían asombrado al mundo con la inauguración de la Presa de las Tres Gargantas). 

Al principio los futbolistas se negaban a embarcarse en tan exótica aventura. Entonces sacaron la chequera. En 2011, con la economía global recuperándose de la crisis financiera, el Guangzhou Evergrande fichó a Darío Conca, un buen delantero argentino no muy conocido que por entonces jugaba la liga brasileña. Le convencieron con más de 10 millones de euros al año, colocándolo entre los tres mejores pagados del mundo. Empezaron a llegar los Drogba, Mascherano, Hulk, Carrasco, Anelka… 

Hoy no queda ninguna estrella futbolística en China. El club de Conca era propiedad de Evergrande Real State Group, gigante inmobiliario que el verano pasado se declaró en bancarrota en EEUU. El club ha descendido a segunda división. El poder combinado del ladrillo y el balón le ha dado la espalda a China.

Ahora los futbolistas se van a Arabia Saudí. Pero los árabes no se conforman con el deporte rey. Los quieren todos. En Navidades nos enteramos de que habían fichado a nuestro Jon Rahm para su golf a cambio de 600 millones de dólares, el mayor contrato de la historia del deporte. También andan metiendo mano en Telefónica, por ejemplo. No hay quien los pare. 

De momento no han conseguido unos Juegos Olímpicos. Pero su pasión por el soft power, bien alimentada de petrodólares, ha marcado un nuevo hito. La ONU ha designado 2024 como Año Internacional de los Camélidos. Curiosamente, coincide con la designación por el ministerio de Cultura del Reino de Arabía Saudí del mismo como Año del Camello. ¿Nos están queriendo decir algo?

La perspectiva del PIB nos cuenta una historia de la economía saudí un poco truculenta y, obviamente, pegada al petróleo. En 1970 se observa un alucinante crecimiento del 58%. En 1980, Pepe da Rosa, Paco Gandía y Josele protagonizaron la memorable película Se acabó el petróleo, que no fue nominada para los Oscar. En 1982, el PIB saudí cayó un 20,7%. 

Después todo se tranquilizó un poco. Todo bien en general. Y muy bien tras el coronavirus y con la guerra de Ucrania en particular. En 2022 subió un 8,7%. Pero las cosas empezaron a enfriarse desde entonces y, según World Energy Trade, la economía del reino se contrajo un 0,9% el año pasado, «arrastrada a la baja por el sector petrolero, mientras que las actividades no petroleras crecieron un 4,6% el año pasado».

¿Está el camello árabe probando a llenar sus jorobas de algo diferente al petróleo para alguna travesía del desierto que se avecina? 

Mientras, China se monta en su dragón de madera. No es un país petrolero, pero tiene más de 1.400 millones de habitantes. Y mucho margen de mejora, a pesar del lastre totalitario. Stephen Li Jen, CEO de la gestora de fondos Eurizon, cree que «tiene un enorme potencial para lograr un crecimiento económico desmesurado”…“si Pekín ofreciera mayores facilidades a su sector privado hacerlo». 

Gran parte de los comentarios extranjeros, dice Li Jen, «sugieren que la difícil situación económica a la que se enfrenta el país asiático refleja su incapacidad para crecer». No obstante, en Eurizon creen que «se trata más bien de una cuestión interna, de si cree realmente en la maximización de la prosperidad general de la nación como objetivo primordial y de si el gobierno confía en que se pueda permitir al sector privado ser el principal propulsor de dicho crecimiento».

O sea, de si les dejan a esos 1.400 millones de personas desarrollarse como lo que son. Veremos.

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